RELATOS

Una vez iniciado el movimiento supe que no habría marcha atrás, sería difícil regresar a aquello que fui. Hoy soy otro ser: curtido, compañero del esfuerzo, amante de mis kilómetros. Sólo el fin de mis días debería obligarme a parar: ese es mi pequeño sueño.

miércoles, 9 de febrero de 2022

LOS ESPEJISMO DE OTOÑO

Prólogo

Si entramos en la página de la RAE y tecleamos "espejismo", nos encontramos con las siguientes acepciones:

  • Ilusión óptica debida a la reflexión total de la luz al atravesar capas de aire caliente de diferente densidad, lo cual provoca la percepción de la imagen invertida de objetos lejanos, como si se reflejasen en el agua.
  • Imagen, representación o realidad engañosa e ilusoria.

En el caso que me ocupa, me querría centrar en la segunda definición... Cuando allá por julio publiqué aquella solitaria entrada en la que trataba de dejar bien claras mis intenciones de volver a escribir, estaba generando un espejismo. La realidad es tozuda: ha transcurrido más de medio año y, en éste que fue mi hogar, ha ido acumulándose el polvo, a la vez que crecían las telarañas.

En fin... más allá de la constatación de esa evidencia, hoy vuelvo a usar la pluma por estos lares (que por otros no ha dejado de trabajar para mí). Lo hago a modo de somero resumen de todas las cosas del correr (la mayoría no tan gratas como me hubiera gustado), las cuales nos han acontecido desde aquel tiempo a esta parte. Uno hace de la capa un sayo, de manera que se acostumbra a sobrellevar ese desaliento que surge cuando su ego no se ve bien alimentado. Lo cierto y verdad es que, el pasado dos mil veintiuno resultó ser mil veces más aciago que insulso, hasta el punto de que, si a principios del pasado verano había visos de enmienda, ésta se terminó diluyendo, convirtiéndose en el enésimo intento bajo pena de exilio al limbo de los anhelos. Por no fustigarme tanto, diría que, al menos, no dejé de correr, aunque sólo lo hiciera a medio gas y por inercia. Ya sabemos cómo se las gasta la actividad física cuando llegas a una cierta edad y te da por buscar los límites, para tratar de averiguar hasta donde te puede llevar tu viejo organismo.

En cualquier caso, dejándome de tantas lamentaciones y yendo a lo mollar, llegaron esos impostados retos, y les pongo ese adjetivo porque eran más de Merche que míos. A través de esa corriente en la que me dejé llevar, aquellos obstáculos, los cuales se nos irían presentando en cadena, acabaron convirtiéndose en auténticos "marrones".

La segunda de la cuatrilogía: Trail Weekend de Santiago-Pontones (56 kilómetros) 11-09-2021

Merche se introdujo en ese oscuro túnel, el segundo de la cuatrilogía de herramientas para el autocastigo en las que estábamos inscritos para ese año en cuestión. Si en mayo, la mal llamada Maratón de Bosques del Sur, con sus casi cincuenta kilómetros, nos había dejado un buen regusto en el paladar (demasiado dulce a tenor de los méritos acumulados), la dura prueba de 56 kilómetros que nos proponían entre Pontones y Santiago de la Espada, sería la ocasión perfecta para amargarme con el valor doble, digno de toda compensación.

Como quien se engaña haciéndose una trampa al solitario, llegábamos ambos sin ritmo de competición, es decir, encomendados a la Virgen de los Desamparados. No todo iba a ser malo: el ambiente que se respiraba aquel viernes por la tarde en las inmediaciones de meta y, sobre todo, el privilegio de poder conocer en persona a Jesús Cózar y a su hermano Antonio, miembros de la organización, ya justificaron nuestro viaje hasta ese precioso y recóndito rincón de la Sierra de Segura. Con ellos dos, entre otros, echamos un buen rato entre cervezas y tapas, a las cuales nos invitaron, haciéndonos sentir, desde el minuto uno, como en casa. En esta guisa, me dio por bromear elucubrando con la posibilidad de que, en el avituallamiento de Marchena, puesto en el que estaría el bueno de Jesús, un servidor se quedaría tirado sin poder proseguir... acerté de pleno en el vaticinio.

Aquel sábado amanece muy bueno, nos trasladan en autobús a Pontones y, tras calentar bien poquito, aunque sin habernos olvidado de saludar a un montón de gente conocida, suena el pistoletazo, de manera que, en seguida, nos vemos atareados con la encomienda de tratar de seguir el ritmo de la gente, que pensamos que se conduce como loca. Decido reservarme, pero eso no es más que una tergiversación, porque la auténtica verdad es que no puedo ir mucho más rápido.

Resumo el tiempo y las imágenes que se asocian a la preciosa senda que lleva a Poyotello, la consiguiente bajada a la Cueva del Agua o el verde discurrir por la zona de un incipiente y joven río Segura. Tan sólo me centro en deciros que todos esos parajes los recorro en un quiero y no puedo, con total ausencia de buenas sensaciones y obligado a rezar, mirando hacia el cielo, para que algo o alguien haga que las cosas mejoren. Como si me hubieran escuchado, desde el avituallamiento de La Toba, justo donde comienza la subida al imponente calar donde estará el siguiente puesto de asueto, me siento, repentinamente, otro distinto, a pesar de estar atravesando la parte del recorrido más dura. Corro todo lo que puedo, obviando la pendiente, hasta alcanzar a José María, otro veterano B del Avanza Jaén. 

Tras llegar a lo alto, pierdo un par de minutos mientras saco el sándwich de jamón york del compartimento de atrás de mi chaleco, así que, para recuperar el tiempo extraviado, salgo escopeteado tras la estela del que quiero que siga siendo mi compañero de viaje. Lo hago movido por un impulso más relacionado con el disfrutar de su presencia que por cualquier otra cuestión de índole competitiva. El resultado es esperanzador: ese tramo no se me hace largo, y es bonito y rápido a partes iguales. 

En la compostura de alcanzar con brío la aldea de Miller, kilómetro 34, tengo un inesperado accidente: las abejas, avispas o tábanos (no supieron definir qué insectos fueron) se emplearon a fondo para no dejar títere con cabeza en una parte de ese verde camino que nos iba a dejar en el avituallamiento. Sentí dos punzadas dolorosas, una en la nuca y otra en el brazo, y, pese al incordio de las picaduras, esta vicisitud no terminó siendo la causa de mi debacle. La organización tuvo que cambiar el recorrido en vistas del suceso, aunque pocos corredores lograron librarse del problema.

Cuando llego al punto de repostaje, apenas como ni bebo. Supongo que José María ha debido salir ya, por lo que reinicio la marcha con todo el ánimo que llevo dentro, aunque, eso sí, contrariado por el dolor de los aguijonazos. No me puedo imaginar lo que vendrá después, ya que siempre tendemos a ponernos en el mejor escenario. Voy pensando que, pese al mal año de entrenos que llevo, en esta ocasión venceré a mi debilidad mental y física, obteniendo, por ello, una nota redonda al final de esa aventura.

En unas de las muchas rampas del bonito trazado entre bosques, pillo nuevamente a José María y, junto con otro corredor, también Veterano B, marchamos a trío. Lo hacemos sin apenas hablar, quizá porque el cansancio llama a nuestra puerta y no va estando ya el horno para bollos. El calor hace mella, aunque no reparo en tal circunstancia. He tratado de llevar a rajatabla mi protocolo de bebida y comida, de forma que no me da la sensación de llevar sed. Pero lo estamos notando, porque en la pequeña aldea de La Muela, los tres nos refrescamos con avidez en una improvisada fuente que nos encontramos en medio de la senda. Decido permanecer un rato más echándome agua en la nuca y en la cara, momento en el cual recibo el apercibimiento que me avisa de mi grave flojera. De ahí hasta Marchena siento una constante sensación de mareo e impotencia, a la par que sigo la estela de mis dos compañeros... No puedo entender como me he hundido tan deprisa, sin casi previo aviso.

Al llegar al avituallamiento, le pido a Jesús Cózar una botella de agua, y me da medio litro de Font Vella bien fresquita. Me la bebo entera. Le pido otra, haciendo lo propio. Me mira extrañado y no sé si recuerda la broma del día de antes. Unos minutos después estoy vomitando el líquido transparente en un pequeño aseo de la casa donde tienen montado el tinglado de los víveres. En ese momento, desmoronado, decido retirarme.

Un rato después, me hallo sentado a la sombra, totalmente agarrotado y bastante indispuesto, mientras contemplo a un montón de compañeros llegar hechos polvo, aunque de la misma manera que aparecen, se recomponen un poco y, todo animosos, reanudan la faena. Esa imagen no me ayuda, sin embargo, no hay atisbos de culpabilidad, al menos, hasta que llega Merche. Es cuanto ella aparece, compruebo, para mis adentros, mi falta de coraje. Ahora que lo escribo, me gustaría decir que debería haberme ido con mi mujer, pero es fácil hacerlo hoy, aquí y ahora, sentado en mi escritorio. Le doy un beso y nos despedimos. Allí me quedo, un poco preocupado, ya que su cara muestra la más absoluta de las extenuaciones. Pero es una guerrera, nunca hay que subestimarla.

Por fin me llevan en 4x4 a Santiago de la Espada y allí, mientras masco lentamente mi pequeño fracaso, charlo con Antonio del PAM y su mujer Virginia, consolándome con la pequeña ilusión que supone mi libro (cualquier ocasión es buena para vender mi novela, diría Umbral). Cuando Mercedes cruza la meta, me invade lo de siempre, un gran orgullo. Cuento con una buena memoria y, por ello, tengo bien presente su evolución.

Al día siguiente, cogemos el coche desde el alojamiento en el río Zumeta, y nos vamos a ver a Antonio del PAM, Jesús y Antonio (los Cózar), Miguel Ángel y Alfonso (los de Linares) y algún que otro conocido más. Todos corren esa mañana. Sin embargo, lo que uno no espera es encontrarse con gente que no está en el círculo de los locos del circuito. Como por casualidad coincido con Sergio, paisano de Valdepeñas, un antiguo alumno de básquet, y con Carmen, vieja compañera de trabajo de hace muchos años en Ciudad Real. El mundo es un pañuelo y el hado se esmera en conectarnos a todos, nos demos o no cuenta de ello.

De esta manera os he narrado lo que aconteció aquel fin de semana, el cual no pasará a la historia en lo que a lo deportivo se refiere, aunque estoy casi seguro de que se ha quedado bien grabado en mi mente....


Merche y un servidor, unos instantes antes de que ella pusiera "pies en polvorosa". Yo, totalmente retirado.

La tercera de la cuatrilogía: Maratón Top Trail Sierra Mágina 02-10-2021

Unas semanas más tarde, teníamos el siguiente Tourmalet. Nos autoconvencimos de que estábamos mejor preparados para la batalla, pero era, quizá, como la definición con la que he comenzado esta entrada, una imagen dibujada para el regocijo de nuestra ilusión. En esta ocasión, corríamos en el pueblo del club al que pertenecíamos, es decir, de alguna manera competíamos "en casa". Sin embargo, al menos para mí, ello no suponía una presión añadida.

Poca gente en la salida, no puedo evitar mirar cuánto viejuno se batirá el cobre esa mañana: no muchos, pocos, diría. Así, sin hacer ruido, sale de dentro ese gen competitivo del más tonto de los descendientes del Cromagnon, que soy yo, y me pongo a echar cuentas, las cuales luego no saldrán. Son unos 47 kilómetros y pienso que podré con ellos... tan sólo hará falta paciencia... ¿quién sabe? igual hoy es tu gran día.

No obstante, ya desde el principio, y como en Pontones, las sensaciones no son nada buenas, indicándome a las claras por dónde irán los tiros. Salimos del pueblo por un recorrido que conocemos muy bien gracias a la media maratón de dos años antes. Es triste llegar a la conclusión de que tus piernas pesan como dos losas, y así será, con casi toda probabilidad, de aquí en adelante. Para colmo, van cayendo los kilómetros para ir comprobando como, lejos de crecerme, me voy haciendo más pequeño. Paso por Mata Bejid y es como si ya llevara treinta kilómetros encima, de forma que la transición hasta la fuerte ascensión, que toca esa mañana, se me hace eterna. Cuando, por fin, comienzo a subir a Pico Mágina, lo hago sin brío alguno. En esta guisa, superado el inconveniente, me veo como en una película: bajando por una zona muy complicada, de esas que antaño me gustase acometer, y me resigno viendo como me pasan, por la izquierda y por la derecha, un montón de compañeros y compañeras. En esos momentos me siento como alguien que está intentando echar a andar tras incorporarse de una silla de ruedas. Las rodillas, que me vienen doliendo desde un par de semanas atrás, se quejan a base de bien: ¿Qué más puede ir mal?

Sí, no hay más remedio, toca un auténtico desierto hasta volver a pasar por el centro de visitantes de Mata Bejid. Ese símil orográfico, la aridez de la arena y la alta temperatura, se aproxima a la realidad, porque el calor hace estragos, uniéndose a mi falta de fuerzas, para terminar por liquidarme. No es la primera vez que me veo en esas... diría que ya me acostumbré a la temida situación en la que la debilidad y el malestar es tal que moverse duele. Y aunque suene a excusa, depende más de la deshidratación que del estado de forma. Pero, sin entrar en las causas, los hechos son claros: sufro tal crisis que me llego hasta a plantear si merece la pena eso de seguir corriendo. Y no me estoy refiriendo a lo de seguir dando zancadas ese domingo, sino durante el resto de mis días. Sin embargo, el bicho me picó bien picado, antaño, de manera que su veneno lo tengo profundamente inoculado. Apuesto que no será fácil dejarlo.

Cuando por fin alcanzo el avituallamiento, lo hago con la decidida convicción de abandonar. Estoy, en términos comparativos, más hundido que en Marchena (allí me ocurrió de forma repentina, pero en esta ocasión lo he venido sufriendo prácticamente desde la mitad de la carrera). Ante esta determinación, no dejan de retumbar en mi cabeza las palabras de mi mujer: "no se te ocurra volver a retirarte". Así pues, haciendo de tripas corazón, les pido a los de la organización un poco de Coca Cola, y me acabo bebiendo medio litro de ese líquido dulzón, totalmente reparador, aunque, para el caso que nos ocupa, bastante caliente. Reanudo la marcha andando más que corriendo. Cada vez que hago el intento de progresar bajo un apagado trote, siento que las piernas se me mueren y mi cabeza se me va, porque no tengo fuerzas para trasladar mi propio peso. No puedo beber ni comer, aunque el poco azúcar de lo que ingerí, me permite no echarme al suelo, así que avanzó, aunque lentamente. De esta forma es como acometo los últimos doce kilómetros, que en condiciones normales hubiesen sido relativamente fáciles. Me manejo con todo el empecinamiento del mundo, siendo adelantado por una multitud (los corredores de la ultra y los de mi propia prueba). Cuando llego a meta no es un premio, es tan sólo la constatación de un hecho: he continuado por continuar y, en esta guisa, no había más remedio que alcanzar el final. Me tumbo en el césped artificial del campo de fútbol, tengo mucha sed, cero de hambre, un malestar horrible y estoy seguro que así será para el resto de día... estaré bien fastidiado.

Merche llega una media hora después con Inma, una compañera del club. Se han regalado la experiencia de hacer la carrera juntas, sin presiones, y no se arrepentirán por ello. Mercedes no subirá al cajón, como tampoco lo haría en Santiago-Pontones, pero, afortunadamente, eso no parece molestarle. Es como si hubiese alcanzado un nivel de autoconocimiento más alto, y eso le ayuda en estas, que siguen siendo, sus increíbles experiencias a lo largo y ancho de las montañas.


Una foto de equipo un rato antes de salir a la batalla

La cuarta y última: Maratón la Cresta del Diablo 31-10-2021

Aún nos quedaba la cuarta catarsis, la que tendría lugar el último día de octubre. En esta ocasión sería en Torredelcampo, organizada por el PAM. Quisimos tomarnos un mini break de solteros, por lo que hicimos noche en Jaén capital y a la mañana siguiente nos desplazamos hasta aquella localidad, bastante asustados por el frío y el viento con el que amanecimos. A ese inconveniente habría que añadirle el de la lluvia, la cual, según las previsiones, nos caería generosamente a lo largo de la mañana. Por último, lo peor terminaría siendo el agua que había precipitado en los días anteriores, que dejó el terreno impracticable.

Permitidme no aburriros más, así que escribo rápido, olvidando situaciones, las cuales poco importan, porque si queda algo interesante por contar, ocurre desde que suena el pistoletazo. Primeras zancadas y siento que no tengo marchas que meter, tan sólo la corta. Trato de seguir a José María, el del Avanza, pero me resulta casi imposible. A pesar de todo, conforme los minutos pasan, voy ganando un puntillo de brío minuto a minuto, poco a poco, de manera que, para mi sorpresa, como quien no quiere la cosa, termino por encontrármelo delante mía, para jugar de nuevo a lo de hacer la goma, al igual que ya hiciéramos en Santiago-Pontones. 

No obstante, él no será con quien comparta en gran medida mi tiempo ese domingo... Cuando en el horizonte oteo sus siluetas, en seguida deduzco que se trata de ellos, dos compañeros que, hoy por hoy, no sabría decir muy bien si también son amigos. Prefiero omitir sus nombres, llamémosles A y B, básicamente por dos razones (la primera subyacerá de la lectura del resto de esta crónica y la segunda mejor no confesarla en este blog). Cuando me pongo a su lado siento que recibo un premio. Son más jóvenes que yo, bien conocidos por las barbaridades de larga distancia que suelen llevar a cabo en la montaña y, con ese currículum (y esa personalidad que les caracteriza) uno se minusvalora para sentir que no está a su altura. En cualquier caso, las piernas fluyen, y ya era hora de que así fuera, así que decido perpetuarme en el disfrute de su compaña. Juntos capeamos el barro, que anega las sendas y los caminos, llenándonos, por momentos, las zapatillas de lodo hasta los tobillos... Nos escurrimos continuamente, ralentizando la marcha, en definitiva, haciendo muy complicado eso de ir avanzando por una orografía, ya de por sí, difícil. Subimos a Jabalcuz por la Vereda del Pincho donde, sorprendentemente, continúa ese hormigueo que me indica que todo va bien. Estoy siendo subvencionado, sin lugar a dudas, por el fresquito que hace ese día. Ya he comentado alguna vez que el calor provoca en mi cuerpo una pérdida de líquidos demasiado grande, la cual suelo ser incapaz de reponer en la medida necesaria para soportar una carrera de larga distancia. A pesar de ello lo he hecho en multitud de ocasiones, llegando a sobrepasar dos veces los cien kilómetros. No sin agravios, disgustos y empecinamientos, he llegado a la conclusión de que sólo debo sacar a pasear mi cuerpo, durante muchas horas, si afuera hace frío. 

Toca bajar, no hemos llegado a las antenas, debido a que la organización no se ha atrevido a dejar que las alcancemos, ya que el viento es, por momentos, huracanado. En una zona que se muestra imposible por el manto de lodo arcilloso que llena la bajada, me resbalo, fallándome la rodilla, de forma que siento una punzada que me hace temer por mi integridad, pero, afortunadamente, ese día no será el del fracaso... me levanto y continúo. 

Durante todo este tiempo, he logrado mantener su ritmo, salvo en alguna fase más rápida, en la cual me han dejado un poco rezagado. Por tanto, desde los primeros kilómetros, hemos marchado en grupo, resultando inevitable para mí, quien me conozca lo entiende, que me ilusionase con la idea de que atravesemos en trío el arco de llegada. No en vano, a lo largo de los últimos ocho años, hemos compartido un montón de tiradas y, por ende, un cúmulo de situaciones y recuerdos.

En las inmediaciones de Torredelcampo intuyo que habrá rodeo, porque no me salen los números: si son cuarenta y cinco, pero ya se ve el pueblo ahí al lado, no puede ser que llevemos treinta y siete, algo falla. Queda un bucle, y bien duro, por cierto. En el último avituallamiento no me paro a repostar, por no perder la onda. Debido a ello, me voy quedando poco a poco sin fuerzas, vacío. Sin embargo, en una actitud que nadie debería loar, echo el resto por seguir con ellos, a la par que voy comprobando, para mi alegría, que la prueba se termina. A seiscientos metros para el final los llevo a tiro, a no más de veinte metros. Qué decir... uno esperaría a que se diesen la vuelta y, mientras realizan aspavientos, me sonriesen hasta gritarme: "Venga Javi, que vamos a llegar juntos". Quizá el problema estribe en que uno espera demasiado, porque no ocurre nada de eso. Punto final.

En cualquier caso, de largo, la mejor carrera larga del año. Sin florituras, cero pretensiones y sin asumir riesgos. La decepción sufrida en meta no dejó de ser más que una anécdota, aunque sea de esas que me lleva al terreno de las decepciones.  

Estoy muy cansado, pero también muy sucio, así que camino lentamente hasta la fuente, donde me desprendo, con la inestimable ayuda de la abundante agua, todo el barro que se esmera por seguir pegado en mi cuerpo. Tras esta ardua tarea, espero a Merche, que llega como siempre inmersa en una sonrisa. Es infalible. Para más inri, en esta ocasión termina llevándose trofeo en su categoría, primera Veterana A, cuarta de la general. ¡Qué más se podría haber pedido! La determinación demostrada, tras ponerse en línea de salida aquella mañana, ya merecía un reconocimiento.



Merche tratando de explicar a una niña que es demasiado vieja para estar en esas

Epílogo

Llega el momento de concluir esta larga entrada, sin embargo, no quiero hacerlo sin antes comentar que mi mujer siempre contó con estrella... El sábado que viene iremos a Jaén a otra gala de premios en la que ella es protagonista. Finalmente, quedó segunda en el Circuito de Carreras de Distancia, dentro de la distancia de la maratón.  Para ello, la providencia le echó una mano, ya que Torredelcampo había sido, también, el Campeonato de Andalucía de Selecciones Provinciales, a través de su prueba de media maratón. Para entender cómo se dispusieron los planetas para ese inesperado devenir, habría que comenzar explicando lo de su renuncia, unos días antes, a correr con la selección de Jaén. Partía como primera reserva. Como quiera que fallaron dos chicas, la lista corrió un par de puestos, siendo reemplazados éstos con dos compañeras que peleaban por el circuito con Mercedes. El caos se completó con alguna lesión y una incomparecencia, quizá debida a lo peligroso del terreno. El caso fue que cuatro de sus competidoras directas no corrieron la Maratón de la Cresta. Los puntos acumulados no mintieron, así que, finalmente, sumó cómo para obtener ese impensable premio. Con suerte o sin ella, no me cabe la menor duda de que, a sus casi cuarenta y nueve años, se merece algo más que un trofeo, todo un monumento. Aún trato de adivinar cómo es capaz de sobrellevar su estresante trabajo a jornada completa, con una casa que gestiona prácticamente sin ayuda, sin olvidarnos de dos hijos que también reclaman su espacio y un omnipresente, hasta casi gozar del don de la ubicuidad, perro cazador montañero. Y a pesar de todo ello, todavía desea correr ultras. 

Y con este último párrafo, a través del cual trato de describir mi admiración por la mujer que conocí hace ahora veintiún años, cierro esta larga, diría hasta tediosa, publicación. Tras estas líneas vendrán más, para bien o para mal, ya que, por lo menos, me siento en deuda con una promesa de crónica que le hice a un compañero que conocí en un trail, allá por noviembre, en Pelayos de la Presa (Madrid). Seguramente el bueno de Juan ya no espere esa dedicatoria, pero a buen seguro que la tendrá. Que la lea o no será cosa suya.


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