RELATOS

Una vez iniciado el movimiento supe que no habría marcha atrás, sería difícil regresar a aquello que fui. Hoy soy otro ser: curtido, compañero del esfuerzo, amante de mis kilómetros. Sólo el fin de mis días debería obligarme a parar: ese es mi pequeño sueño.

sábado, 27 de junio de 2020

CRÓNICA DE LA MADRONA TRAIL FUENCALIENTE: PERDIENDO ESLABONES Y HALLANDO JOYAS PERDIDAS

Prólogo
 
Nuestra agenda se llenó de retos sin pararnos a pensar que tanto esfuerzo supondría pagar peaje; pero no lo ví venir, de hecho, cuando amanecí en aquel soleado día mi cabeza tan sólo atendía a una idea: "lo que no te mata te hace más fuerte", haciendo honor al ambicioso cromagnon que llevo dentro. Lo que ocurrió ese domingo hizo que todo cambiase, hasta el punto de no resultar baldía aquella experiencia.

Han pasado cuatro meses y visto con perspectiva Fuencaliente sólo fue la antesala de aquella primavera en la que menguamos poco a poco hasta hacernos diminutos; aquella época en la que no pudimos ver florecer el campo, castigados a sufrir un eterno devenir de días, con tiempo disponible para realizar esa suerte de movimientos en los que uno esquiva sillas, muebles y rincones, asciende al tercer piso para luego bajar y volver a subir, cuenta los pasos una y otra vez y renueva la necesidad de sentirse vivo en esa hermética tumba que es tu propia casa. Horas afiladas ideales para convencerme de lo efímero que soy en los que hallé la oportunidad de echar de menos los campos verdes del camino a Santiago y a falta de poder recorrerlos de nuevo, me conformé con escribir las crónicas que tenía pendientes de aquella maravillosa aventura.

Pero aún hoy no me olvido de que en mis horas más bajas llegué a rezar a una inexistente deidad, temiendo la desesperación, hasta atravesar ese túnel que nos llevó a este verano que hoy se llena de esperanza.

Regresemos al principio...

Deja vú

Llegamos a esta bonita localidad sin prisas, su coqueta plaza se nos muestra tal y como la recordábamos cuando años atrás la visitábamos embullidos en el rol de turistas; a colación de aquel viaje de antaño, todavía conservo en mi cartera aquella vieja foto en la que una versión infantil de Jorge posa al lado de un imponente ciervo azul; el ciervo sigue igual, Jorge ha cambiado.  


Y justo cuando andamos revisando nuestro dorsal alguién me da un toque en la espalda...; ¡es Emilio, nuestro amigo madrileño! muchos años después volvemos a compartir espacio y tiempo, como si hubiese cosas que se hicieran esperar, como si todo volviera..., ...un deja vú nos regresa a un estupendo bucle en el que regresamos con los que queremos estar, esos que acostumbran a hacer las mismas viejas y tercas locuras.

Ensoñación

Miro a mi alrededor, reparo en las imponentes sombras que Sierra Madrona entrona sobre nosotros y me impaciento por atravesar sus bosques, sortear sus piedras. Un rato después la plaza se contamina dulcemente del ambiente de trail. En ese tiempo de calma no puedo evitar que mi mente viaje y se marche a la Sierra de Filabres: me anticipo al futuro a la vez que rememoro el pasado: sufriendo el largo cortafuegos, sorteando las rocas blancas de la subida al Layón..., ...me dan las uvas y despierto en la realidad cuando quedan poco más de un par de minutos para que canten el inicio de una nueva batalla: me abrocho bien las zapas, me ajusto el chaleco y nos damos el beso de rigor.

Ya estoy de nuevo en marcha, me siento ligero, quizá sea una continuación de lo de la semana anterior en Moixent, sólo quizá; en el primer repecho mi tendón izquierdo me avisa; ¡mi pierna buena!, comienza un ruido donde siempre hubo silencio, y en esta ocasión no va a haber forma de escapar, ¿qué demonios he hecho mal?, nada, simplemente es la decadencia.

En el llano la molestia remite, aumento el ritmo hasta ponerme ahí delante, con los buenos, aprovechando la salida controlada; aún así, o ellos son muy profesionales o yo soy muy amateur, o ambas, porque me percibo en una cadencia frenética cuando a ellos se les ve relajados; pero a la par que estoy cansando mis piernas también alimento mi ego marchando con los rápidos. En la bajada estiro zancada hasta que el positivismo se corta de raiz cuando el vehículo de la Policía retira la contención y se aparta; en los minutos siguientes sufro como se me van escapando la mayor parte de mis compañeros a la vez que la carrera me va poniendo en mi sitio.

Me he quedado solo, pero el mal no esta en la soledad sino en los agudos pitidos que salen de mi tendón; en la zona del río Cereceda no hay nada a tu alrededor que tenga desperdicio, todo puesto para su disfrute; atravesamos una serpenteante senda llena de sonoros chorros de agua y querría disfrutar pero mi pie está a punto de decir basta; en la Cascada de la Batanera la fuerte molestia se torna a dolor a duras penas soportable, es el principio del fin, hasta que llego a aquella pista rodeada de frondosas arboledas, las de Sierra Madrona y voy desescalando hacia el infierno aquella ambiciosa ascensión que tenía programada en mi ajetreada agenda, esa que me iba a llevar al mismísimo cielo.

Resignación

Dejamos la pista y nos adrentramos en una preciosa senda hasta que un latigazo seco  atraviesa mi pierna. Me quedo varado allí justo en medio del edén, exiliado de toda pretensión; todo se derrumba hasta quedar un único y nimio objetivo: llegar andando hasta el siguiente avituallamiento. 

Marcho desangelado sorteando el interés de los corredores que se paran a socorrerme, pero de mi boca no salen explicaciones y tan sólo muestro mi pulgar hacia arriba y esbozo una corta frase: "todo bien"; en esta guisa voy culminando la "subida de las mil envidias", la que me llevará a la nada...

Por fín alcanzo el avituallamiento, ¡fuera dorsal, fuera el chaleco, bienvenida resignación!; me lleno la boca de gominolas con la esperanza de que el azúcar me traslade a otra realidad bien distinta, pero el dulzor no puede evitar el terrible dolor que se instala en la pantorrilla y que no me deja caminar. Ya dentro del todoterreno me visita el diablillo gris de las miserias, que aprovecha su Pisuerga para comenzar su perorata "soy un desastre, no vendrán ya los buenos tiempos, ha sido otro cuento de la lechera, de un mal puerto a otro peor", ¡basta!, me digo, dejo de pensar, y Belcebú se va a Valladolid.

Un rato después aparece Mercedes, toda una guerrera que se esmera por no dejar escapar a la chica con la que está haciendo tándem; se están disputando la cuarta plaza de la general, motivo suficiente para que ambas porten un cuchillo entre sus dientes, aunque por fuera luzcan esa inocente sonrisa. Inevitablemente me vuelvo a sentir orgulloso, no deja de sorprenderme  ¡tan peleona y resuelta, tan infalible!, debería estar acostumbrado, pero no. Nos damos un segundo beso y le deseo una buena bajada, mientras compruebo como la chica rubia sale tras ella resuelta a darle caza.




Neandertal

Cuando pasa el último de la carrera los voluntarios desmontan el chiringuito y nos marchamos. Seguimos el recorrido siempre por la pista y me doy cuenta que me queda la charla como único consuelo: hablo y hablo y con ese proceso alejo un poco el fracaso de mi cabeza.

Ya estoy en el pueblo, ando hasta el coche librando una pelea que se nutre paso a paso, hasta que me cruzo con Emilio; lo primero que siento es vergüenza, pero mi cinco porciento de neandertal cree en los demás más que en mi mismo, así que le pregunto por su carrera y me lleno de alegría al comprobar que definitivamente ya dejó atrás ese largo desierto sin oasis que tuvo que atravesar; su historia también va de tendones, pero de los bien tozudos para su desgracia.

Tras cambiarme remo cuesta arriba hasta alcanzar la plaza, y un rato después todo culmina cuando llega Mercedes; verle tan radiante me hace sentir feliz.

Laura, la del tándem, le ha superado, eso es lo de menos, puestos a competir se han ganado como compañeras. Enésimo pódium, primera de las que van siendo viejunas, ¡menudo mérito!....






...Y el domingo fue creciendo mientras nos comíamos una hamburguesa cortesía de la organización y, más aún, cuando después nos tomábamos un reposado café con Emilio. En un tranquilo paseo final, nuestro amigo nos narraba instantáneas de Fuencaliente, su pueblo, donde nació y creció, allí donde el destino nos buscó para reunirnos a los tres.




Epílogo

Aquel día tuve que regresar a la casilla de salida, no sin antes dejar el cántaro de leche por el camino; la mejor manera de ir hacia adelante es sentir que avanzas viniendo desde atrás, ¿no es cierto?. 


Con el transcurso de los días fui consciente de que había trocado una agenda repleta de sueños por un agujero negro y profundo; en unas horas perdí los eslabones de la cadena que estaba engarzando pero a cambio me reencontré con un amigo, justamente Emilio que bien sabe sobre eso de escapar de un oscuro pozo, así que ahora que lo pienso,  no debió ser casualidad nuestro encuentro, sino más bien un mensaje: todo vuelve a comenzar cuando crees que algo se ha terminado.

En cuanto a lo que vino después, pues bien lo sabéis, llegó ese bicho que nos encerró y todo lo cambió. Filabres se fue, y no pude visitar al Layón ni en mis sueños; tras él también desaparecieron el resto de ilusiones que aquel ambicioso calendario había depositado. Pero el tiempo sabe curar y el tendón está haciendo ya las paces; puedo volver a disfrutar al son de las tiradas, a la vez que las puertas se nos abren y me muestran la esperanza para volver a ver al corredor que siempre quiero ser.