RELATOS

Una vez iniciado el movimiento supe que no habría marcha atrás, sería difícil regresar a aquello que fui. Hoy soy otro ser: curtido, compañero del esfuerzo, amante de mis kilómetros. Sólo el fin de mis días debería obligarme a parar: ese es mi pequeño sueño.

viernes, 30 de octubre de 2020

RANKING DE LOS MEJORES MARATONIANOS VALDEPEÑEROS actualizado

Vuelvo a publicar la entrada con datos actualizados

En todos estos años he tratado de informar de los valientes que lograron bajar dicha barrera mítica. Al final el documento se ha convertido en un ranking: el de las mejores actuaciones de valdepeñeros en la prueba de la distancia que Filipides recorrió. He de decir que los tres mejores tiempos del ranking se cosecharon allá por los años noventa, precisamente cuando había menos afición al running, y cuando las pruebas de maratón no eran tan populares.

Ahí vamos:

Pedro González Salcedo

Corredor nacido en La Solana pero que vive hace muchos años en Valdepeñas; aún en activo, en forma, y  que hizo marcas que causan mucho, pero que mucho, respeto, y si no asomaos a la foto de abajo. Podéis verle llegar a meta en una Mapoma en los años noventa. Sólo disputó dos maratones en su vida, pero ¡vaya dos maratones!, en ambas hizo 02:34, y su mejor marca no fue en Madrid, sino en la Maratón de Toral de los Vados, León, en 1994, con 02:34:26 donde corrió con 30 grados de temperatura en lo que fue el Campeonato de Maratón de Castilla y León llegando en quinta posición.
 


























Leandro Pintado Palencia

Este atleta valdepeñero, que comenzó a correr a los 14 años y que hasta hoy no ha dejado prácticamente de dar zancadas, consiguió sus mejores marcas en los noventa, aunque disputó su primera maratón en la Mapoma de 1989, donde se quedó muy cerca de las 03:00 horas (doy fe de ello porque estuve acompañándolo cómodamente aprovechando los desplazamientos en el recorrido a través del metro).



















Pues bien, en 1993, Leandro y Javier Araque (ver foto de arriba), disputaban juntos la Mapoma y hacían un muy buen registro (Javier Araque obtuvo su mejor marca precisamente en esa edición). Leandro Pintado tuvo que esperar un año más, también en la Mapoma, concretamente la XVII edición, para colocar también una marca al alcance de pocos, 02:37:01. 

Francisco Javier Araque Rodríguez




Otro atleta que no ha dejado de correr, y en este caso con una trayectoria encomiable: muy constante y que hoy en día sigue haciendo marcas que más de un senior quisiera para si. De la misma quinta que Leandro, ambos nacidos en 1969, fue en la edición XVI de la Mapoma 1993 donde realizó su mejor registro en una distancia en la que después apenas se ha prodigado, 02:38:15 


Rafael Doña Montoya



















Mucho habíamos oído hablar de este atleta afincado desde pequeñito en Valdepeñas. Tras un rosario de buenas marcas en 10.000 y media maratón hizo su debut en la distancia reina en la Maratón de Madrid allá por 2013 con un fabuloso registro  de 02:41:38; tras esto, se tomó su tiempo para disputar la segunda, la rebautizada Rock n´Roll Maratón de Madrid de 2017, donde sorprendió con una increible marca de 2:40:25, quedando sexto de la general no élite, y primero de la categoría +40. ¡Ahí es nada!. Por las últimas conversaciones que he podido mantener con él se propone bajar de 2:40 y a buen fe que lo conseguirá si este bichito nos deja correr.


María López Ruiz

Una de nuestras ilustres atletas, sino la principal; valdepeñara de nacimiento y mostoleña de adopción, que llegó a estar preseleccionada para representarnos en las Olimpiadas de Barcelona 92. Su mejor tiempo 02:45:32 hecha en Valencia en el 91, le valió la mencionada preselección. También hacer hincapié que en el momento de hacer esta marca ya contaba con 43 años lo que le da aún mayor valor a su proeza. La primera que disputó fue la Mapoma del 89 haciendo un tiempo de 2 horas 54 minutos. Ahí tenéis pegada la parte de la lista del ranking español de mejores maratonianas, con su tiempo y año de nacimiento, en su caso 1948. En dicho ranking ocupa en la actualidad aproximadamente el puesto número sesenta dentro de las mejores maratonianas españolas de todos los tiempos.








Moises De la Rosa

Este valdepeñero, que no sabría decir si lo es sólo de adopción o también de nacimiento, nos demostró su categoría y calidad cuando en la Maratón de Amsterdam de 2016 se marcó un tiempo al alcance de muy pocos debutantes en esta disciplina: 2:46:09.














Juan Crespo Jiménez

Se trata de un amigo de la infancia, de esos que ha llevado y lleva el atletismo en la sangre. Aunque lo suyo siempre fueron las distancias más cortas, hace unos cinco años se marcó como objetivo hacer un crono cercano a las 2:40, y piernas tiene para ello pese a sus actuales cincuenta tacos. El caso es que realizando tándem con Moises en Amsterdam logró un crono que quizá le supo a poco por aquel entonces, pero que tiene mucho mucho mérito: 2:49:32, 194 de la general y 14º de su categoría, +45.

 














Juan de Dios Madrid Martín




Este corredor tiene hechura de maratoniano, de eso no cabe la menor duda. Había disputado varias maratones, al menos tres antes de hacer su mejor marca, consiguiendo bajar de las tres horas en dos de ellas. Pero su mejor marca la hizo en la Maratón de Madrid 2013, cuando logró entrar en meta el 110 de la general con un muy buen tiempo de 02:50:38.


Pedro Romero Rubio





Este Veterano, que debe estar cercano a los 65 años, es probablemente de lo mejor que ha corrido en Valdepeñas con su edad. Con una calidad innata fuera de toda duda, hemos podido comprobar cómo nos ganaba a todos, y el que más o el que menos tenía 25 años menos. Viajó a Valencia en 2011 para disputar la maratón sin muchas pretensiones, aunque yo diría que llegaba a la capital del Turia bien preparado, no en vano se trajo la medalla de bronce de su categoría y una supermarca: 02:53:04.


Juan Maroto Merlo




























Hay que ser constante y realizar buenos y duros entrenos durante muchos meses para lograr el estado de forma que logró; si por el fuera seguiría corriendo aunque su rodilla no le deja, pero me consta que no se está quieto. Este buen maratoniano valdepeñero, cercano a los 55 años, tiene el honor de haber bajado, al menos en dos ocasiones, de las 3 horas. Su mejor marca la tiene con 02:56:04 en la Maratón de Sevilla 2009. En Castellón, dos años después, volvió a hacer un sub 3, con 02:58.


Alfonso Pinés Cámara



















Nadie duda de la calidad de este chico. Sorprendió a propios y extraños aquel año que decidió ponerse las pilas y correr aquella increíble edición de los 101 kilómetros de Ronda de 2009, en la que se quedó el 23 de la general con unas estupendas 11 horas y 17 minutos. Ese mismo año corrió la Mapoma en 02:57:38. No dejó de correr aunque la falta de tiempo le llevó a dejar de acometer retos de ese calibre.

Francisco Javier Ayuso Mestanza

Es decir, el que os escribe.No voy a hablar de mi, que bastante hablo ya en este blog. Mi marca: 02:58:51 en la Maratón de Roma de 2013, ¡mi trabajo me costó!.

Javier Sánchez Cruz




Otro veterano M55, que antaño estuvo afincado en Valdepeñas, pero que desde hace unos años reside en Salamanca. En la Maratón de Castellón de 2011 logró su sueño al bajar de las tres horas, en la misma carrera en la que Juan Maroto hacía lo propio. Javier entró a la estela del Globo de las 3 horas en 02:59:12. Javier viene de vez en cuando por su pueblo de adopción para saludar a los amigos.

Eulogio Sánchez González.


Este profesor de primaria, amante del deporte y que dedicó más de dos años de su vida a esto del running, consiguió bajar de 3 horas en la Maratón de Madrid. Por desgracia no cuento con el dato de la marca conseguida ni con la fecha, pero mis fuentes aseguran que lo consiguió.

Estoy seguro de que esta lista está viva y pronto va a ir cambiando el orden, el número de runners y, por supuesto, las marcas conseguidas.


Espero vuestros comentarios y vuestras aportaciones.

 


 

  1. Leandro Pintado Palencia (nacido y afincado en Valdepeñas): conforme a información de primera mano, no constatable por la imposibilidad de hallar registros tan viejos en la red, su tiempo es de 2 horas 37 minutos 01 segundos. Año 1994. XVII Maratón Popular de Madrid. ¡Ahí es nada!. Leandro puede presumir de un récord fabuloso.
  2. Javier Araque (nacido y afincado en Valdepeñas): otro compañero de antiguas fatigas que corrió dos o tres maratones aunque, conforme él afirma, no es la distancia en la que se siente más cómodo. En cualquier caso, el bueno de Javier, a sus 51 años aun sigue corriendo ¡y de que manera!. Su crono, conforme a la información facilitada directamente por él, es de 2 horas 38 minutos 15 segundos. Senior. XVI Maratón Popular de Madrid. Año 1993.
  3. Rafael Doña Montoya (valdepeñero de adopción desde prácticamente toda su vida): 2 horas 40 minutos y 25 segundos. Campeón de la categoría E Masculina (+40), y séptimo de la clasificación general popular de la Rock ´n´Roll Maratón de Madrid de 2017. Sin duda todo un tiempazo en maratón tan dura, máxime atendiendo a la edad de Rafa. 
  4. María López Ruiz (nacida en Valdepeñas y afincada en Móstoles):  una de nuestras ilustres atletas, que estuvo preseleccionada para representarnos en las Olimpiadas de Barcelona 92. Su mejor tiempo 2h 45 min 32seg hecha en Valencia en el 91, marca que le valió la preselección antes comentada. También hacer hincapié que en el momento de hacer esta marca ya contaba con 43 años lo que le da aún más valor. Otro dato que está por confirmar es el hecho de que en todas sus maratones, y no fueron pocas, consiguió bajar de las 3 horas, lo cual dice mucho de su calidad. La primera que disputó fue la Mapoma del 89 haciendo un tiempo de 2 horas 54 minutos. Ahí tenéis pegada la parte de la lista del ranking español de mejores maratonianas, con su tiempo y año de nacimiento 1948. En dicho ranking ocupa en la actualidad aproximadamente el puesto número sesenta dentro de las mejores maratonianas españolas de todos los tiempos.
  5. Moisés De la Rosa (valdepeñero de adopción y no sé si de nacimiento también): 
  6. Juan Crespo Jiménez: 2 horas 49 minutos. 
  7.  Juan de Dios Madrid Martín: 2 horas 52 minutos 10 segundos. Senior. XXXIII Maratón de Madrid 2010.
  8. Pedro Romero Rubio: Veterano E, 2 horas 53 minutos 15 segundos, Maratón de Valencia 2011. Tercer clasificado en su categoría.
  9. Juan Maroto Merlo, categoría M45, 2 horas 56 minutos 04 segundos, Maratón de Sevilla 2009. 
  10. Alfonso Pinés Cámara: Senior, 2 horas 57 minutos 38 segundos, Maratón de Madrid 2009.
  11. Francisco Javier Ayuso Mestanza: 
  12. Javier Sánchez Cruz: veterano M45, 2 horas 59 minutos 12 segundos. Maratón de Castellón 2011.

    Eulogio...: me comentan que bajó de 3 horas en una Mapoma, pero no sé ni el año, ni los apellidos. Es curioso, lo conozco bien, pero me faltan datos que poner.

   

 

 

Estoy seguro que me dejo gente con tiempos similares e incluso inferiores. Trataré de ir completando la información.

 

Espero vuestros comentarios y vuestras aportaciones.

 

 

TRAS SIERRA DE FILABRES: EN TIERRA DE NADIE

Esperé tanto a que llegara el momento que cuando lo viví y hubo pasado me sentí como en tierra de nadie, desubicado. Realmente ha merecido la pena pelear toda la primavera y el verano para poder regresar a la competición y disfrutarla, aunque fuese como fue: con las molestias con las que me tocó correr. 

Y ahora me siento viejo, cansado y embadurnado de incertidumbre. Lo de este virus no ayuda, desde luego, así que, y pese a todo, seguiré siendo fiel a mi empecinamiento y no dejaré de dar zancadas. De hecho así ha sido en estas dos semanas que han pasado desde lo de Serón.

Concretamente, la semana siguiente me lo tomé en plan tapering (cabe recordar que el Sierra de Cazorla Trail se iba a celebrar el 11 de octubre y finalmente ha sido pospuesto para el 14 de noviembre). Tocado como terminé de la competición, los días siguientes, entre el 5 y el 9 de octubre, dieron para un par de días de gimnasio y un día de entreno muy suave con Ziggy. Lo de los días siguientes tampoco dio para mucho; tan sólo los entrenos de fin de semana han sido reseñables: entrenos en San Carlos del Valle el 10 y el 11 de octubre En Sierra Prieta, el primero en solitario y el segundo con Merche y Ziggy; entrenos el 17 y 18 otra vez en San Carlos del Valle, lo más parecido a montaña que tenemos más cerca. Y hasta ahí, sesiones cortas, intercaldas con gimnasio, tratando de recuperar lo que vienen siendo algo más que molestias en mis isquios de la pierna derecha. Eso sí, el fin de semana pasado salimos mi mujer y yo a Despeñaperros para hacer algo más de 20 kilómetros con un +1000, y la verdad es que pese a las molestias lo disfrutamos. En conclusión, en las dos semanas posteriores a Filabres he hecho entre 60 y 70 kilómetros semanales proponiendo 1 o dos días de descanso en cada semana. Estoy en un impás esperando notar mejoría en la pierna pero ésta no llega.




martes, 20 de octubre de 2020

CRÓNICA DE LA EXTREME FILABRES 2020: CERRANDO ESE CÍRCULO TAN RARO


Prólogo

Diez años han dado para mucho...aquel otoño decidí no dejar de dar zancadas y aquí sigo, rodeado de empecinamientos y locuras. En todo este tiempo no me he dado ni cuenta y ha transcurrido toda una década, lo que viene siendo 1/8 de lo que dura de media un mortal. 

Pero el destino ha querido que el aniversario haya sido contemporáneo a estos tiempos tan raros, en un ahora sin planificación, condenados a exprimir momentos que ahora sabemos que nunca nos pertenecieron realmente porque somos diminutos y efímeros...

En Serón se rueda un cuento

Nos levantamos el sábado por la mañana sin prisa y allí se quedan desperezándose el resto de los miembros de esta familia, incluyendo a nuestro cachorro corredor. Tomamos rumbo a Almería sin agitación ¿debiera haberla?, bueno, quizá sí, he estado esperando este momento todo el verano, tras más de seis meses del más absoluto y oscuro apagón.

Nuestra llegada a Serón se rellena de sosiego y nos resulta inevitable comprobar que casi todo está como lo habíamos dejado dieciocho meses antes. Disfrutamos nuevamente de la misma casa, de la amabilidad de sus dueños, deambulamos otra vez por sus calles; sin embargo, cuando nos acercamos a recoger el dorsal, las mascarillas y el protocolo nos devuelven a la tozuda realidad, sí que han cambiado algunas cosas.

Ya entrada la tarde damos un paseo, alejándonos del pueblo y siguiendo las balizas del recorrido. Cuando alcanzamos el bosquecito, ese que se empina hacia el cielo azul, Merche comienza a refunfuñar pidiendo insistentemente la vuelta, pero quiero que lleguemos un poco más arriba para poder contemplar desde allá como lucen las casas encaladas de ese bonito pueblo serrano. Eso hacemos.


 






Allí, contemplativos, vivimos uno de esos momentos que, aunque sencillos, se quedan grabados para siempre: siento que se han borrado de un plumazo los dolores, las dudas, las incertidumbres, gozo por un largo minuto de la plenitud que otorga la libertad, el aire sin impurezas, sin la mancha del descendiente del Cromagnon, ese oxígeno puro que sólo sabe proporcionarnos nuestra mamá la naturaleza, esa a la que nos gusta maltratar.

Casi un deja vú

Ya de noche y de nuevo en la misma cocinita, tal y como ocurrió antaño, no me resulta complicado conseguir que el fuego salga adelante, con la inestimable ayuda de unas pastillitas que le habrían venido de perlas al antiguo Neardental. Afuera comienza a hacer frío así que, tras la ensalada y el salmón, no hayamos mejor plan que el de pertrecharnos al lado de la chimenea.

Y nos entra un profundo cansancio, el sábado ya está echado. Allí en aquella misma cama, entre aquellas cuatro paredes, cerramos los ojos como lo hiciéramos entonces y el sueño nos llega al unísono pasando una rápida revista a nuestros recuerdos y propiciándose el descanso necesario para librar la batalla que nos espera en unas horas.

Muy rápido y siguiendo el protocolo

El protocolo es al hombre como las rejas a la libertad, pero me temo que esas rejas serán en esta ocasión inevitables; pero ordenemos lo acontecido: engullimos el desayuno a la velocidad del rayo, ¡llegamos tarde!, así que mientras en la planta de arriba Merche ultima los preparativos, un servidor, desde la cocinilla de abajo, elabora las isotónicas y coloca las barritas, los geles y las sales en los chalecos. Ella saldrá con la élite, en el grupo de las 8:30, yo saldré con los viejunos, veteranos B, entre quince y veinte minutos después; no nos reuniremos todos en el corralito, se echará de menos lo de percibir nuestro sudor y nuestro nerviosismo, ¡este bicho es lo que tiene!. 

Mercedes sale trotando en un improvisado calentamiento hacia el polideportivo que dista a un kilómetro de la casa y un rato después hago yo lo propio, pero en el coche. Cuando llego a las instalaciones aparco cerca de la puerta y me encuentro con mi mujer. Apenas hay tiempo para un breve calentamiento, hacemos todo de forma acelerada, como si no quisiéramos que el bicho nos alcanzase, y sin más llaman a su grupo por megafonía. Mientras espero fuera del recinto, se escucha la voz del animador dándoles la orden de salida y unos segundos después aparecen por el camino una docena de chicas que marchan a ritmo tranquilo, sabedoras de lo que les espera. Merche avanza en mitad del pequeño pelotón y en su rostro no se atisba ni un pizca del extraño verano que le ha tocado vivir, en cambio veo en ella determinación y arrojo, ¡ha venido a cerrar su círculo!.

Ya estoy sólo, ahora me toca a mí visitar al dentista. Tras cuatro breves carreras en las que mido la molestia de mi isquio, determino que es necesario un ibuprofeno, me lo trago y espero. No quiero pensar, pero lo hago: ¿qué demonios me ha pasado en estas dos últimas semanas?, ¡con lo bien que lo llevaba!, pero mis piernas han desenterrado el hacha de guerra, una lástima porque me esmeré para llegar a esta cita con la garantía de disfrutarla, algo que me temo que no va a ocurrir.

El speaker llama a los veteranos A y B, salgo escopeteado hacia la zona de la salida justo para comprobar que hay un hueco libre para mí     en una esquina, donde una raya pintada en el suelo me encajona cumpliendo la distancia de seguridad. Todo rápido y quirúrgico, rápido y quirúrgico, que no nos pille el bicho, sólo me da para fijar la vista en el reloj de la organización: las 08:45, dejé el GPS premeditadamente en la mochila, así que me conformo con llegar antes de las dos del mediodía. "¿Preparados?, ¡adelante!", y sin tiempo de asimilar tanta digestión comienzo a correr para descubrir al dar la primeras zancadas que voy tan tieso como un garrote, ¡tocará sufrir!.

La montaña que me atrapó

Sí, un tiempo atrás el asfalto me tuvo obsesionado, no sé cómo lo hice pero hasta bajé de las tres horas en maratón, conseguí el hito que hasta entonces me había tenido hechizado, pero eso es una vieja historia; el presente, de un tiempo a esta parte, me dice que la montaña me ha atrapado entre sus garras, alejado de ritmos, series y fartleks, dando la bienvenida a las rocas, los arroyos y las arboledas, sin olvidar las sendas y los cortafuegos. 

Pero volvamos a la faena...mis compis van todo acelerados y el isquio derecho y la mascarilla, no me dejan estirar zancada y respirar, en ese orden. Es tan desagradable que por momentos pienso en abandonar a mi paso por la puerta de la casa donde nos alojamos: podría encender la chimenea y esperar a Mercedes al calor de un estupendo fuego; no llevo las llaves conmigo y aun así quien me conozca sabe que hacer eso no iría conmigo.

Me bajo un poco la tela de algodón de ese artilugio que estamos condenados a portar y me asocio con un corredor que viste con un mono azul. Las cuestas pronunciadas de las calles del pueblo son agradecidas porque la molestia remite con la inclinación. Por fin dejamos atrás las casas y puedo quitarme la mascarilla, momento de darle a la de "sin hueso" con mi compañero: es del País Vasco y se llama Agirretxe, veterano A; sospecho que soy el único + 50 del grupo con el que salí, eso comentamos; y aunque lo pienso no me atrevo a preguntarle que hace tan lejos de su hogar, me imagino que la montaña mueve montañas, razón más que convincente.

Tomamos la senda en el alto collado y la pierna parece que se ha soltado un poco, justo cuando comienzo a sentir que el ritmo que llevo me tiene un poco en overbooking. Mi compañero del norte hace tándem y me permito la licencia de explicarle que en un par de minutos subiremos por un bosque donde la pendiente se pondrá algo exigente y que un rato después tocará una larga sesión de cortafuegos, aunque lo gordo, con el fin de reservar piernas, vendrá en la subida al Layón en el kilómetro doce y pico.

El Sol calienta mi sonrisa

Hemos adelantado a bastante gente en la subida. Menudo lío, uno no sabe si salieron antes o a la vez que nosotros, pero pensándolo bien mejor así, la manera perfecta de hacer tu propia carrera sin darle vueltas a la actuación de los demás. Cuando llegamos a la pista, que continúa en franca subida, alcanzamos a mi mujer, y en una improvisada estampa se la presento a Jesús María, que así es su nombre de pila. Le doy ánimos mientras se queda atrás y seguimos nuestra marcha al tiempo que comienzo a ser optimista: la pierna se ha relajado un poco y va dejando de ser un impedimento. 

Cuando tomamos el largo cortafuegos podemos divisar la larga hilera de afanados camaradas que pugnan con la dificultad. Nosotros avanzamos ágiles mientras hablamos de hipotéticas y majestuosas carreras por montaña en el norte, esas que tantas ganas tengo de vivenciar. Un rato después, casi sin darme cuenta, mi euforia me lleva a dejar atrás de forma no premeditada a mi compañero; la verdad es que un rato antes me había tomado mi segundo turroncillo y quizá esa energía extra había hecho su efecto. Tras un breve receso en el que bajo a un rellano, vuelvo a encarar el último tramo de subida al largo cortafuegos que ahora sé que le llaman "el ramal". Inesperadamente, este duro tramo se me hace corto comparado con lo vivido en mi anterior aventura.

En la pista llaneamos un rato y pronto se pone propicio para meter tres marchas, pero yo sólo dispongo como mucho de dos más, así que compruebo que los de delante se hacen inalcanzables hasta el punto de irse haciendo cada vez más pequeños y para más inri algún que otro corredor me va cazando, dejando al descubierto lo evidente. Pero la deformación profesional que trae consigo el asfalto me lleva a hacer números: "Javier, has adelantado a mucha gente, entre ellas a un montón de chicas del grupo de Mercedes", eso parece consolarme. Pero por fin, mi gen más montañero toma la palabra y me hace despreocuparme de puestos, tiempos y situaciones: "tío, disfruta cuanto puedas del momento y de los paisajes, que casi siempre andas con el culo apretado y eso no te deja ver lo bueno que te rodea". 

Hemos venido a subir esto

Vale, haciendo caso a mi ángel montañero he echado afuera todo propósito y me estoy moviendo por sensaciones, pero él no sabe lo que cuesta disfrutar del entorno cuando el agarrotamiento y la tirantez te impide estirar la pierna como quisieras. Así pues, cuando alcanzo el segundo avituallamiento, el cual obvio, ocurren dos cosas: la primera es que me encuentro con una pronunciada cuesta de cemento impostado y sé que va a comenzar la ascensión al Layón, algo que estaba deseando, y la segunda, alguien viene por detrás y cuando vuelvo la cabeza me alegra ver a Jesús María... 

Mi amigo marcha suelto, es duro como él solo... pienso en su apellido, Agirretxe, ¿había un futbolista que se apellidaba así?, pero aparte de eso esas nueve letras suenan a "aguerrido", a "guerrero", con eso me quedo. De nuevo de cháchara: "creo que 4 horas y 21 de antaño tienen toda la pinta de ser pulverizadas con estas marchas" me dice, ....tengo bien presente la imagen de mi última carrera de marzo en Fuencaliente, en la antesala al confinamiento:  el tendón de aquiles pendió de un hilo, a punto de romperse, obligándome a retirarme y a replantearme muchas cosas. Lo que vino después fue bien extraño: giros esquivando sillas y enseres, el duro mármol de la escalera en sus tres plantas, e improvisados recovecos por donde cruzar; todo con el único fin de no abandonar, de perpetuar el movimiento durante toda una década. En manera alguna esos circuitos caseros fueron una buena terapia para mi lesión, pero tuve suerte y al final logré mantener una pequeña llama encendida; al volvernos a ganar la libertad la cosa mejoró y pude regresar a los entrenos, siendo entonces cuando convertí a Filabres como la oportunidad perfecta para sentir mi regreso...  "no, hoy no me preocupa demasiado el crono", le contesto.

El Layón luce imponente esa fresquita mañana ante nuestros ojos. El primer tramo es de lo más duro de la ascensión, porque el breve cortafuego inicial se empina casi al 40%. Luego vienen falsas cimas aderezadas con un endiablado viento que ruge a nuestro alrededor, pero en un terreno más amable para los amantes de la verdadera montaña, entre roca, tierra y matorral bajo. Mi amigo norteño es un crack subiendo y eso ayuda a avanzar a buen ritmo para así alcanzar a algún que otro corredor al que le ha pillado por sorpresa esa tachuela en forma de esfuerzo. Tras un buen rato de brega, continúo la estela de Jesús María pero él ha decidido poner pies en polvorosa, así que tomo conciencia de mi limitaciones y más cuando pienso en la bajada que inmediatamente toca, no muy técnica pero sí dificultosa. Alcanzo la cima, a casi 2000 metros de altura y a no más de 15 metros por detrás de mi compañero, pero ya descendiendo su figura se va haciendo cada vez más pequeña ante mis ojos, hasta casi desaparecer de mi plano, mientras me esmero en una suerte de zig zags ante las dificultades; definitivamente esa bajada no entrará en mi particular ranking de mejores bajadas.

Nueva reunión: la última

Alcanzamos una zona más amable, mientras atravesamos el collado del Layón, y allí puedo meter algo de ritmo, la pierna parece que ha decidido callarse por fin, quizá se haya aburrido. Cuando llego al tercer avituallamiento, paso de largo y unos metros después consigo alcanzar a  mi compi que marcha con otro corredor y una fémina que dicen que es la tercera de la general. ¡Vaya, no lo estamos haciendo tan mal!. Allí tenemos nuestra última charla, un improvisado arengo mutuo: "lo dicho Javier, hoy te acercas a las cuatro horas", "lo dudo" le respondo, "me tocará hundirme ahora que hay que correr, pero para ti viene lo mejor en esta segunda mitad, que es mucho más rápida que la primera". Mi mensaje parece calarle, porque un par de minutos después acelera y aprovechando una bajada bastante técnica acabo perdiéndole la pista, para ya no recuperarla en lo que resta de carrera.

La idea de quedarme solo otra vez no afecta a mi ego aunque sí a mi autoestima. Digamos que asumo lo que soy y lo que tengo pero no por ello me siento bien; y estos pensamientos negativos suelen llevar a una desconexión mental que suele ir aparejada de la consiguiente desconexión física, hasta el punto de que mis piernas comienzan a apagarse, ayudadas también por el hecho de no haber realizado suficientes entrenos largos. Así será como la siguiente media hora pasará ante mi como en un stand by, difuminada en tonos grises.

En el desierto

Hace fresquito y la zona es bonita pero yo me siento como si estuviera a cincuenta grados en medio del peor desierto y sin agua, es una metáfora para expresar que simplemente estoy amortizado. Aun así corro sin parar, no me concedo licencias, y cuando subiendo por una pista alcanzo a la que debe ser la segunda chica de la general, no hallo ánimos en absoluto. Llega el momento de hacer algo para salir del letargo, así que saco del chaleco el gel amarillo del Decathlon, ese que de vez en cuando me resucita, y comienzo a tomarlo a pequeños sorbos.

Ya en la zona de Las Menas mi avance sigue siendo cansino aunque cuando comenzamos a bajar al valle por la esa senda en zetas que parece una pista de aterrizaje siento que he recuperado algo de fuerzas, sin duda el efecto del gel. El paso por el cuarto avituallamiento es un tanto accidentado: llego justito de combustible y por ello me veo obligado a parar, la sed me está venciendo pese a no hacer calor como para ello. Me llenan un soft flask mientras me indican que no puedo bajarme la mascarilla; finalmente la voluntaria se da cuenta de la incongruencia y me permite ir a una esquina donde engullo el medio litro del recipiente de una sentada, tras esto me lo vuelve a llenar, cierro la boquilla, me abro otro turroncillo  y sin más dilación arranco de nuevo.

Salgo de allí con la idea fija de acelerar el paso cueste lo que cueste, pero la sensación es similar a la de nadar contracorriente; sin embargo unos minutos después obtengo mi recompensa cuando comienzan a resurgir brote verdes, siempre ayudado por los pequeños sorbos del gel. Tras un largo rato de solitaria empresa sin nadie por delante ni nadie por detrás alcanzo la casa rural donde nos desvían por esa senda que inicia la última subida de la carrera. Recordaba del año pasado pasar por allí a un trote continuo y suave y no parecerme muy duro, pero en esta ocasión es imposible, bastante hago con un discreto "caco", ahora caminando y ahora corriendo hasta que alcanzo el cortafuegos.

Cuando llego a ese tobogán de nuevo tengo un breve subidón energético, que en esta ocasión parece venir de la nada porque hace un buen rato que se me ha terminado el gel; justo delante mía puedo otear a dos o tres corredores que se pelean con el obstáculo, aunque son inalcanzables; echo la vista hacia atrás y también veo un par de siluetas al acecho. Cuando alcanzo la cima lo que me encuentro no estaba en mi imaginario de la prueba: ¿quién ha puesto aquí esta terrible bajada?, estoy seguro que en la anterior ocasión descendí por allí pero entonces llevaba otras piernas, hoy mis timoratas extremidades están de bajón, hasta el punto de que mis cuadriceps avisan de rebelión en forma de calambres cuando trato de capear las rocas. En esta guisa me adelantan las dos sombras perseguidoras de un rato antes.

Ya en zona menos hostil me pierdo con un baliza y aparece la segunda de la general; me halla dubitativo y le hago dudar hasta que ambos damos con la solución del sudoku: la siguiente baliza está medio escondida allí al fondo; ella se echa adelante, hasta que en la bajada por la senda ancha, donde avisan peligro, acaba resbalando y dando una pequeña culada, pero enseguida se levanta. Ya en la pista tendiendo hacia abajo, percibo el nerviosismo ajeno: por detrás viene la competencia femenina que me adelanta y anda a la caza de su presa; unos segundos después le da alcance y sin compasión la abandona a su suerte. Dos mujeres compitiendo, ojo con el cuchillo que llevan entre los dientes.

Finiquitando la aventura

Apenas quedan 6 kilómetros cuando toca bajar por otra senda complicada. Al fondo, allí abajo se ve el último avituallamiento. Cuando me estoy acercando al puesto veo arrancar a la tercera y me digo que si me esmero no dejaré que se me escape, así que no paro a recargar agua ni a refrescarme aunque siento la tentación de hacerlo.

Avanzo por la pista siguiendo la estela que deja mi compañera, pero ya con el piloto automático, todo pesa, la gravedad se multiplica, pero es una sensación que había echado de menos todos estos meses: sentir que la meta se acerca y te aproximas paso a paso a ella. No logro reducir la distancia a menos de 100 metros y ni tan siquiera ver el cartel que marca el kilómetro 30 provoca en mi reacción alguna. 

Cuando nos desvían por la última senda hacia el pueblo, consigo motivarme al ver la blanca cal de las casas a lo lejos y a la vez me sorprendo bajando con un discreto empoderamiento. Pese a la larga batalla no me duelen los pies ni los tendones, los tobillos marchan calentitos y fuertes, sin duda alguna fue un acierto lo de las improvisadas zapas nuevas.

Ya en el último collado una pequeña colina se presenta como un rezagado escollo y es ahí donde me acerco nuevamente a la chica, otra vez a tiro de piedra, pero de nuevo en la bajada quedan al descubierto mis costuras.

Alcanzo por fin el camino que me llevará a mi destino, mientras cuento zancada tras zancada al tiempo que se me agota la gasolina, ya sin nada que echarme a la boca, y es al paso por la fábrica de jamones colindante al polideportivo cuando oigo al speaker cantar la llegada de la segunda clasificada; ya en la recta visualizo no muy lejos a la tercera guerrera pero no queda nada más en mi tintero.

Y llega el momento que había estado esperando durante casi siete meses: a mi derecha Jesús María me vocifera y aplaude cuando no quedan más de 100 metros hasta la meta; el vello de los brazos se me eriza y me asalta una emoción que había estado todo este tiempo escondida, tomo conciencia de que lo he conseguido, diez años y sigo corriendo, ¡vuelvo a ser corredor!; en ese preciso instante, justo antes de cruzar el arco de meta, soy inmensamente feliz.

Recuperaciones y sorpresas

El césped que me espera es más que una tentación, así que caigo hecho un ovillo sobre él. Estoy deshecho, pero el isquio derecho no me molesta, quizá porque soy todo un dolor. Eso sí, decido incorporarme, y en seguida siento que la cosa no está tan mal. Al rato me veo charlando con las dos campeonas con las que hice la goma; y no tengo remedio, acaba surgiendo el gen del asfalto cuando caigo en el hecho de que les he ganado ya que salí casi quince minutos después que ellas.

El speaker anuncia la entrega de trofeos de la general femenina, y allí posan las tres heroínas sin nadie a su lado, protocolo COVID, a Dios gracias. Lo que me sorprende es lo que viene después, ahora le toca el turno a los Veteranos B; el simpático animador de esta fiesta dice: "Tercer Veterano B Francisco Javier Ayuso Mestanza" y comprendo que mi pequeño minuto de nimia gloria ha llegado, como bien deseaba Andy Warhol, y no por nimia va a ser desdeñada. Siento un brote de llanto que pronto apago, recojo el lote de embutidos, me autoimpongo la medalla y poso con mis compañeros (el segundo debió adelantarme en algún punto y al primero ni lo vi porque salió con la élite).

Y así voy terminando mi humilde película: queda recoger la bolsa, beberme media tubería del baño, cambiarme en el coche mientras soporto unas terribles rampas al encoger mis piernas para ponerme el chandal y lo más importante: volver a charlar con "Agirretxe el guerrero", que me felicita y siento un gran honor por ello. Registra mi número de móvil y nos emplazamos a no perder el contacto, con la esperanza de vernos algún día en alguna verde y húmeda montaña del norte.

La espera más deseada

Ya sólo queda rematar la historia con un buen final para mi mujer, que no por venir después es menos importante; durante unos interminables minutos me desespero viendo avanzar el crono, que se acerca irremisiblemente a las 5 horas 30 minutos. Si hubo una razón principal para estar esa mañana allí fue la de que ella cerrase su círculo inconcluso de Filabres, y es que un año antes había empleado 5 horas 32 de dura porfía en realizar el recorrido, lo cual no le sirvió para entrar en tiempo, no apareciendo por tanto en los créditos. Así que en todo ese rato no hago más que pensar en su difícil verano con esa lesión que le puso en jaque, me pongo en su piel, quiero sentir su amor propio y su sensibilidad ... . pero el crono avanza y avanza, no para, y ella no aparece...

Pero ¡por fin, la veo!, no me acostumbro a este momento y siempre que esto ocurre el corazón me da un respingo. Clavar las 5 horas 32, y bajar por unos segundos su anterior registro no es más que una anécdota, lo de ser sexta veterana no es una decepción; sin embargo tener 47 años y haber hecho tantas cosas increíbles sí sigue siendo para mí todo un sueño del que temo algún día despertar...

 Y lo de los embutidos es de reseñar: si ya el año pasado nuestro hijo nos sorprendió con un inesperado pódium, toda una sorpresa, en esta ocasión me tocó sorprender a mí, casi una excepción, ¡el mundo al revés!. Mamá a buen seguro que tiene un montón de cajones que subir todavía, está muy malacostumbrada.

Agradecimientos y enhorabuenas

La organización de la prueba demostró una valentía digna de elogio, y gracias a ellos pudimos disfrutar nuevamente de la montaña, después de todo lo acontecido. De diez y fue un placer comprobar como la última clasificada con un tiempo de 6 horas y 22 minutos pudo disfrutar de su llegada arengada por el speaker, porque ella también se dejó la piel en Filabres.

Enhorabuena a Jesús María por su carrerón y mil gracias por su compañía. Gracias a Serón por acogernos tan bien. 

 



Si me estáis leyendo os digo que merece la pena atravesar parajes tan bonitos, así que para nuevas ediciones ni lo dudéis.

 Epílogo

Que el tiempo que esté por vivir no condicione tus ansias de sentir. Se cierra un nuevo capítulo de este libro y seguro que se abrirá otro. ¡Gracias si me estás leyendo!