RELATOS

Una vez iniciado el movimiento supe que no habría marcha atrás, sería difícil regresar a aquello que fui. Hoy soy otro ser: curtido, compañero del esfuerzo, amante de mis kilómetros. Sólo el fin de mis días debería obligarme a parar: ese es mi pequeño sueño.

martes, 31 de diciembre de 2019

LA DOÑANA TRAIL: JAVI, YA ES LA HORA

 
 
Prólogo
 

La gravedad me ha dejado pegado a la tierra y el peso lastra mis piernas pero no puedo salir huyendo así que le pido a Mercedes el viejo sello de oro y dudoso rubí, me lo encajo en el dedo índice y continúo haciendo las maletas...

Tras dejar a Inés con mis suegros proseguimos el viaje a Sevilla y en nuestro avance cada elemento del camino: un punto kilómetrico, una valla publicitaria... parecen susurrarme cosas ininteligibles, pero creo entenderlo: «te acercas hacia el lugar al que juraste no regresar, y una vez llegues intentarás aquello que prometiste no volver a intentar, pero no sientas miedo de la gravedad...»

...y los susurros cesan para dar paso a la voz profunda de mi padre «Javi,  ya es la hora». esa frase está anclada en el tiempo en una madrugada de vago adolescente, tengo que desperezarme, tomar café e intentar aprender a contrareloj esas fórmulas indescifrables, propósito de enmienda para ser un buen estudiante pero también sentimiento de culpa por temer ver la decepción en su cara; sin embargo él nunca me reprocha nada, tan sólo quiere que despierte...el tiempo pasó, más  de  treinta años y, se enmendaron muchas cosas, él nos dejó pero se fue de este mundo orgulloso de su legado y ahora que miro su sello mi intención cobra fuerza: «merece un nuevo intento, merece que regrese a Sevilla».

Pilar y Eusebio son la mejor compañía que uno puede tener, sobre todo en días tan extraños como estos que nos están tocando vivir a Mercedes y a un servidor; mientras cenamos y hablamos de garras que arañan, pesos que nos atenazan, pero también de viejas historias e ilusiones que abren una ventana a la esperanza. Ya en recepción fichamos y aunque la jornada aún podría haberse estirado un poco más decidimos retirarnos a la habitación para preparar la logística de cara a lo está por venir...

...Y así cerramos ese viernes de aquel noviembre y el onírico inicio de sábado me atrapa en una sala de espera que está aneja a una extraña habitación...me levanto, la expectativa se convierte en emoción, quiero abrir la puerta pero no me atrevo a girar el pomo, hasta que el ruido del despertador acaba coartando el incierto desenlace. 

Solos mi padre y yo

La mañana nos recibe reposadamente, como si estuviera en armonía con lo que toca realizar. Me hallo en la Plaza de Jérez por tercera vez; juré no volver pero allí estoy, algún llanto que otro después, tratando de sobreescribir en esa página a ver si esta vez es sin borrones.

Saludamos a conocidos y amigos, nos echamos fotos, pero me siento ausente, como si no fuera a correr 71 kilómetros, y es que en realidad lo único que quiero es estar unas horas a solas con él; tendré que esforzarme un poco para sentir su compañía.

Le he dado un beso a Mercedes, nos hemos deseado lo mejor porque en esta ocasión hay dos caminos y dos sueños. Le doy al reproductor de mi mp3, suena "Biker" de Pretenders y entre sus contundentes y tristes acordes Chrissie Hynde repite "You bring the biker out in me", y siento que necesito que aflore el corredor que hay en mi. Finalmente me exilio al vagón de cola del numeroso grupo, el speaker eleva el tono, inicia la cuenta atrás y dan el pistoletazo, la gente comienza a andar a mi alrededor mientras yo espero allí parado, tan sólo tengo que salir el último..., ¡ya ha empezado!, primeros pasos, piso la alfombra, suena el chip y beso el sello...

Avanzo absorto y sin preaviso viene a mi el viejo recuerdo de una tarde soleada en Cárdenas, apenas tengo cuatro años y floto en el agua sobre su espalda, él es mi barco...; a cada pocas zancadas rebobino, vuelvo a sentir que navego junto a él en aquella lagunita y mientras tanto la música va poniendo la banda sonora a mis sensaciones. No he pensado en ello pero en todo ese tiempo mis piernas se mueven con suavidad  y casi sin quererlo me doy cuenta de que he adelantado a una infinidad de compañer@s.

En el primer avituallamiento pasamos a la larga pista que nos llevará a Bollullos. Tengo desconectada mi memoria impidiendo recordar esos paisajes, tan sólo quiero rebuscar en mi pasado y no darme cuenta de que estoy corriendo.

En el segundo avituallamiento relleno los soft flasks y un largo rato después llegamos a la zona otrora empantanada. Por un momento temo sufrir las malas sensaciones que sentí allí mismo el año anterior, así que me esmero en buscar algún rincón de mi mente donde encontrar a mi padre mientras Wilco me echa una mano. Y así cruzo esa primera zona crítica hasta que el campo abierto me devuelve la certeza que disipa mis miedos.

He continuado pasando gente, sin prisa pero sin pausa y delante mía llevo a una chica con un chaleco Salomon azul, podría ser Merche, sin embargo al acercarme descubro que no es ella. Cuando llegamos a la zona de los Pinares de Aznalcázar, las piernas parecen quejarse, temo lo peor, sin embargo, unos pocos minutos después las malas ondas desaparecen y continúo aliviado, hasta que llego al tercer avituallamiento, donde empleo con paciencia un par de minutos para recargar de nuevo los soft flasks. Al arrancar compruebo que el engranaje no chirría, al menos no tanto como en 2018, y por momentos siento que podré conseguirlo.

Lo que viene después es sencillamente grato: la pista se mueve conmigo sin apenas costarme esfuerzo, su anillo impulsa cada una de mis zancadas acercándome al objetivo. Y en ese tramo los kilómetros se consumen rápido hasta que en una larga recta identifico su particular forma de correr; es tal la emoción  que rompo mi silencio y charlo con un corredor con el que llevaba haciendo la goma prácticamente media carrera. Le cuento que la chica del chaleco azul es mi mujer, le hablo del homenaje a mi padre, de mis pozos negros y creo que se lo cuento de tal forma que consigo emocionarle...

Dejando atrás viejos fantasmas

Cuando la alcanzo un escalofrío recorre mi cuerpo de arriba a abajo, y el chute de adrenalina resultante hace que mis piernas se suelten; sin embargo ella no va entera. «Javi, por favor, sigue tu ritmo y déjame atrás» me dice, «Mercedes, nada se me ha perdido allá delante». Ella parece entenderlo y llegados hasta ahí toca poner un velo a mis recuerdos, apagar el mp3 y sentir que comienza una nueva aventura...ésta será compartida

En la zona en la que el año anterior comencé a zozofrar me lleno de ansiedad, así que quiero abandonar esos paisajes cuanto antes; emplazo a Mercedes a encontrarnos en el siguiente avituallamiento y meto una marcha más. Cuando llego a la preciosa placita de Villamanrique de la Condesa compruebo que he necesitado tres intentos para llegar entero a ese punto y la gente me vitorea como si conociera esa historia, como si fueran complices de mis sentimientos. Un rato después llega Mercedes y mientras recarga su energía me mira sorprendida mientras engullo casi con gula algo parecido a un phoskito.

Y es en el momento de reanudar la marcha cuando tengo la certeza de que por fin llegaremos juntos a Doñana.


El peso de la gravedad no impide que fluyamos

Sufrimos la dureza del recorrido pero nos sentimos extrañamente empoderados. Merche se ha venido arriba tras avituallar y acometemos las cuestas con brio y paciencia, incluso en algún tramo corremos y andamos para hacerlas más llevaderas. Eso ralentiza un poco el ritmo, pero no nos importa demasiado.

Poco después llegamos al lugar donde justo un año antes había desistido de nuestro sueño, arrojando con ello la toalla y algunas cosas más, en ese punto no puedo evitar acelerar aunque Mercedes responde sabedora de mi necesidad de huir de allí. Veo por el retrovisor aquellos árboles y logro respirar tranquilo estando seguro de que ya no podrán alcanzarme...y todo marcha sin novedades hasta que alguien nos llama, es una voz familiar, ¡Eusebio!; charla con otro señor al lado de su bicicleta y de su coche; sí, es cierto, ese día hay ondas que pululan por el aire dispuestas a crear conexiones que generen dulces casualidades porque sin quererlo hemos estado sincronizados, y es que pese a estar nuestro amigo totalmente desorientado no ha gastado ni cinco minutos en encontrarnos.

Eusebio con su casco, su bicicleta, su generosidad y con este gesto que nos recocija. Recorro esa distancia compartida hasta Hinojos instalado en una sonrisa y evitando pensar en dientes afilados, estómagos que se dan la vuelta y piernas acalambradas, esos del pasado. Ya en el quinto avituallamiento, los tres nos encontramos en los mismos metros cuadrados donde también en un noviembre, pero de 2016, sentí la madre de las impotencias y allí fue donde, justo un año antes, llegué montado sobre un quad de la organización totalmente hundido con el único deseo de encontrar a alguien que me llevase al Rocío. Repostamos con rapidez y salimos huyendo de esos fantasmas, mirando hacia atrás tan sólo para decir adiós a nuestro amigo.


Llegando al sitio donde empezó todo


Adelantamos a corredores a los que la gravedad ha acabado haciendo esclavos y en esta guisa llegamos al siguiente avituallamiento. No perdemos mucho tiempo en nuestra sexta parada y cuando vamos a reanudar la marcha es como si viera a mi padre al otro lado de la carretera, apoyado sobre una muleta y señalando con la otra la inmensidad del coto. Pareciera decirme, como en aquellas noches de vago adolescente, «Javi, ya es la hora».

Así que cruzamos el asfalto y nos adentrarnos en la red que la naturaleza ha tejido con imponentes pinos enterrados en fina arena, es el inicio de la parte más bonita de la aventura y la mente me muestra ese recuerdo de 2016 que quedó para siempre atado a mi: su faldita negra haciéndose cada vez más pequeña y menos graciosa tras nuestra despedida, mi mujer desapareciendo entre las sombras de esos largos árboles; quedándome solo, con mi particular lucha, haciendo apología del esfuerzo para recorrer aquellos larguísimos quince kilómetros mientras imaginando una y otra vez el dolor que siente mi padre por su enfermedad y su decadencia...pero eso son, este domingo, sólo recuerdos.

...Hoy es distinto, hoy vuelve a empezar todo, navegando entre pinares y  hundiendo nuestros pies en la arena mientras los temerosos linces se esconden ante nuestra presencia...

De sueños impensables por olvidado

Las lluvias no han asentado esas dunas pero nuestra felicidad es inevitable, ya no habrá dificultad que haga oscurecer este brillo. Esa chica que hemos alcanzado anda nerviosa por saber si competimos como pareja y cuando Mercedes le dice que no nuestra compañera no pierde ni un solo segundo en decirnos adiós y salir pitando. Pero nosotros estamos en otro plano, ajenos a cualquier propósito que no sea el de cerrar nuestro particular círculo, ese que pensábamos que quedaría inacabado para siempre.

Ya en el último avituallamiento Merche toma carne de membrillo, pero mi estómago ya no está para demasiadas florituras. El gel mágico de Decathlon no deja mostrarme ya sus poderes y sólo me mantengo de agua y de ilusión. Reanudamos la marcha con una pareja y durante unos minutos compartirmos con ellos una estupenda conversación, pero también se nos acaban quedando. 
 
Los minutos siguientes son para mentes fuertes, avanzando entre las sombras de los árboles sabedores de que el combustible es ya el justo y que hay que llegar al Rocío sin repostar. En esta guisa alcanzamos a otra pareja, Alfonso y Sonia, que finalmente resultaron ser de La Carolina (el mundo es un pañuelo). Tras un rato compartiendo experiencia con ellos nos echamos adelante.  

Y la aldea, entre zancada y zancada,  se va intuyendo en ese sueño olvidado que casi sin quererlo hemos rescatado. Voy preparando mi interior para que llegado el momento no estallen demasiadas cosas dentro de mi, hasta que comprobamos como se despejan los árboles, y en el horizonte vemos no muy lejos nuestro destino.

Cruzamos el puente de madera y entramos en el último obtáculo, ese mar de arena, justo cuando las fuerzas me abandonan a la vez que la emoción me inunda. Entro en un extraño vacío en el que mi cuerpo me dice basta a la vez que mi alma eriza mi piel. Cuando llegamos al camino que bordea el Rocío rompo a llorar, lo hago sin control, demasiada gravedad sobre mi, y desde ese momento mi avance se hace tan pesado como esencial.

Y he de decir que de haberse tratado de tan sólo una carrera Mercedes habría acelerado para alcanzar a aquella chica que no marchaba a más de cien metros, esa que una hora antes había acelerado movida por el gen de ser mejor. Un pequeño esfuerzo y podríamos alcanzarla, pero ese sábado no estamos corriendo, fluimos hacia un lugar donde un día negamos poder llegar, así que mi mujer me coge la mano y afrontamos la última recta, hasta que vemos la ermita y el arco de meta se regalan ante nosotros...

....Juré no volver a estar allí, pero allí estamos, como en el más improbable de los sueños, giro el pomo y abro la puerta, nos cogemos de la mano, atravesamos la larga alfombra roja y cruzamos ese arco, para terminar fundiéndonos, entre lágrimas, en un profundo abrazo. En un solo segundo pasan por mi cabeza un millón de desencantos, ilusiones, garras y esperanzas. Papá tenía razón, siempre la  tuvo, era la hora, siempre fue la hora, y al igual que me hizo despertar en su día, nos ha hecho regresar al lugar donde siempre debimos volver. 





Epílogo

Nunca me hallé tan feliz en el Rocío, de hecho nunca pensé que podría sentir la felicidad en aquella aldea, así que me encuentro raro. Ni el malestar que viene después, ni las dos horas que necesito para recuperarme empañan tanta dicha. 

Los amigos sonaron con voz especial en las siguientes horas, la reposada cena, el segundo puesto como Veterana C de Mercedes, bajar de las 8 horas, sólo fueron placeres colaterales

Llegados hasta aquí doy por terminada esta amalgama de emociones y tan sólo expreso gratitudes y enhorabuenas: he de dar las gracias a la organización, que me trató tan bien en malos momentos de ediciones pasadas, y quizá eso ayudó también a volverlo a intentar. Enhorabuena a María del Mar y a su marido por su gran pódium, a Sonia y Alfonso, los de La Carolina, por su meritorio cuarto puesto, también a Mariano que de nuevo lo ha vuelto a conseguir, ¡menudo crack!; Jesús y David disfrutaron como enanos y al paso se marcaron un carrerón; no me quiero olvidar de la gente del club Los Panchos de Linares que se tiraron a la piscina sin agua pero calleron en blando sintiendo que eran tan felices por haberlo conseguido.

Y el Sol me calentó ese domingo en el autobús en nuestra vuelta a Sevilla, donde nos esperaba Eusebio para compartir con él y Pilar una exquisita comida. Nos sentimos nuevamente muy agradecidos por tenerlos como amigos y por fin pude invitarles. 

A nuestra vuelta a Valdepeñas, cada punto kilómetrico, cada valla publicitaria parecían decirme cosas, todas buenas por cierto, y la gravedad me dejó tranquilo por un tiempo, porque la felicidad te hace sentir ligero. 















miércoles, 11 de diciembre de 2019

TRAIL PUERTA DEL INFIERNO EN FUERTESCUSA: CRUZANDO ESA PUERTA

Prólogo: podría ser un mal sueño

"Sentado en un rincón en aquella sala contemplo a influencers de medio pelo, políticos mentirosos, famosos sin traje interior y abusadores sin escrúpulos, ...hablan a la vez,  suben histriónicamente el tono generando un ruido ensordecedor; me tapo los oidos pero el escándalo no se atempera, así que me levanto y escapo. Ya en la calle respiro el aire fresco y comienzo a correr, al principio lentamente, para luego aumentar la cadencia hasta sentir el frenético ritmo de mis latidos; me he liberado de ese mundo dejando atrás todo mi pesimismo, como si abandonara este agonizante planeta: esta casa nuestra que, con todos sus habitantes dentro, puede que pronto deje de ser hogar..."

Quizá esto que he descrito sólo sea un mal sueño, o puede que se trate de una metáfora literaria metida con calzador en estas líneas...en cualquier caso lo que quiero contar en esta entrada guarda relación: a primeros de noviembre tuvimos la oportunidad de salir de nuestra repetitiva fiesta de cada día con la ilusión de huir de todo y de todos, encontrando la rendija por donde colarnos hacia un mundo repleto de moldeada roca caliza, mucho verde, agua, y sobre todo buenas personas. A fe que lo conseguimos...

Las promesas son futuribles del corazón

Conquistados por un lugar llamado Fuertescusa sólo tuvimos que esperar la oportunidad para regresar allí donde dos años atrás nos habían tratado tan bien. Era una promesa que al cumplirla se convertiría en un placer.

Inés, Mercedes y un servidor dejamos en casa a nuestro Jorge, que a última hora había tomado la determinación de NO querer escapar de sí mismo y por tanto rehusaba a compartir con nosotros la aventura; quiero que sepa que nos llenábamos de tristeza por ello. El morro de nuestro Toyota se pone "mirando a Cuenca"  y en su habitáculo marchamos los tres contentos, hasta que toca hacer un alto en busca de ricos agasajos con forma de viandas..., los hallamos en un mesón en Villar de Olalla.  Cuando un rato después pasamos de refilón por la capital de las Casas Colgadas, mi mujer y yo rememoramos la imagen de sus montes repletos de la más irreverente nieve de marzo, visión grabada en nuestras retinas desde aquel viaje de la Maratón de Cuenca de 2018.

Ya en Cañamares dejamos el equipaje en la estupenda cabaña de madera que nos ha sido asignada y tras ello recorremos los escasos siete kilómetros que separan aquella localidad de Fuertescusa. En el camino marchamos deleitados por la belleza otoñal del paisaje: una nutrida paleta de tonos amarillos, verdes, ocres y grises aderezado todo con el esencial discurso del agua; cuando atravesamos la triple puerta del infierno, esos arcos horadados en la roca, quiero imaginar que he visto una luz que nos inunda y que ello significa que acabamos de entrar en un nuevo universo, dejando tras nosotros aquello que tantas dudas nos deja. La realidad fue que al otro lado de esa puerta la alegría y la intimidad de la montaña nos completaron el corazón, como si de magia se tratara.



Tardes perennes con hojas caducas

...En el Ayuntamiento un montón de entusiasmados voluntarios están entregando los dorsales... saludamos a Mar e Iván, que son organizadores de la carrera, pero sobre todo son nuestros amigos, culpables de que hayamos cruzado a este otro lado. Aprovechamos las últimas horas de luz haciendo una rutilla por los alrededores del pueblo, enfermados por una repentina adicción a echarnos fotos, como japoneses o como si viniéramos del más triste de los desiertos, pero es que lo que vemos a nuestro alrededor es una película compuesta de un montón de coloridas diapositvas que necesitamos retener del mejor modo posible en nuestro imaginario.




Ahora que lo pienso aquella tarde se acabó convirtiendo en una de las mejores tardes que recuerdo, hasta que tocó recogernos en nuestra cabaña de Cañamares, donde agradecimos estar aislados del viento y el frío que reinaban afuera. Los ñokis con carne y queso que cocinó mi mujer  fueron la pimienta de placer que toda velada requiere y al paso nos pusieron las pilas para lo que iba a venir al día siguiente. Tras un breve lapso de tiempo viendo "la caja tonta" dimos por suficientemente estirada la jornada y nos retiramos a descansar, algo que no me costó conseguir tras la exigente semana que había llevado.

Las garras que no desgarran sólo arañan

A la mañana siguiente toca madrugar: logística, desayuno, que os voy a contar, todo eso que hacemos para poder cumplir esta bendita devoción. Nuestras viejunas articulaciones están ya hartitas de nosotros y eso que aún no les hemos dicho lo que les espera en los últimos dos meses del año, así que a rezar para que nos permitan que la rueda siga girando.

Ya nos encontramos en la plaza de Fuertescusa, respiramos ambiente del mejor trail, pero por desgracia no tenemos mucho tiempo, así que dejamos a Inés con alguien de la organización (ayudará en uno de los puntos de avituallamiento) y nos ponemos a calentar. Bajando por una de las callejuelas vemos la silueta de alguién que enseguida reconozco, es Augusto de La Solana, un amigo de aventuras pasadas, y a la sorpresa se une nuestra alegría. También echamos un rato con Iván y Jorge y llegado el momento les hago saber que esos minutillos serán los únicos que compartamos corriendo ese día ya que una vez den la salida no les veré la matrícula, parecen no creerme.

Estamos todos juntos en el corralito y sólo pienso en aquella fiesta del sueño llena de gente gris, quiero huir de aquello, quiero buscar en la montaña y casi sin quererlo encuentro el leitmotiv para transitar esa mañana por el precioso circuito que nos espera. En esta guisa el speaker, espada en mano, da el pistoletazo tras una breve cuenta atrás...

...Primeras zancadas: no hay ritmo ni disfrute, tan sólo hay unas garras que desde el primer momento abarcan mis piernas y comienzan a arañar mi piel. Iván se va, querría su compañía pero no tengo monedas suficientes para pagar el peaje de esa autovía; sin embargo, subiendo por la pista sigo de cerca la estela de Jorge...

Esas largas uñas continuarán su lento rasgar infringiéndome una tortura que no dará para sangrar, pero que será lo suficientemente dolosa como para nublar mi objetivo: estorbará mi búsqueda allá arriba. 

El ojo de piedra que disuelve los males

Tras bajar por una senda rápida hacia el río Escabas hemos iniciado la subida hacia el Vallejo Hondo y parece que la senda la hubieran diseñado Mar e Iván sólo y exclusivamente para nuestro disfrute; sin embargo y para mi desgracia hoy no será el día en el que triunfen las buenas sensaciones. Marcho tras Jorge, pero las piernas me hierven, así que pongo mis manos encima de esas garras imaginarias que atenazan mis cuadriceps y avanzo sin más. Alcanzamos "el agujero", ese rosco en forma de puerta redonda que la naturaleza ha construido con eterna paciencia y vuelvo a pensar en la montaña y en las buenas personas, me imagino cruzando  ese hueco y dejando a mi espalda todo lo malo, pero la realidad es que tras ese bonito recoveco no sucede nada especial, salvo el hecho de que me despisto y compruebo que he perdido la estela de Jorge. Las piernas siguen secuestradas por esas zarpas y es entonces cuando asumo definitivamente que sufriré el resto de la subida y, por ende, el resto de esta aventura; así que desconecto y desde ese momento me relajo con el único fin de moverme por sitios tan privilegiados....




De bajadas hacia nuestro interior y subidas hacia nuestra alma

La niebla se hace densa en una extraña estampa y hay que marchar atento por donde se pisa..., cuando pasamos por el final del collado donde toca desviar hacia el barranco, echo de menos las vistas que dominan ese alto,  pero la espesura de la neblina lo inunda todo. 

En la bajada llevo delante mía una chica que se mueve grácilmente por la serpenteante senda, así que me agarro los machos y trato de seguirla..., cuando llegamos a la pista y cogemos el bonito camino que transcurre paralelo al Escabas me doy cuenta que la adrenalina me ha vuelto a conectar a la carrera, pero casi sin quererlo, cuando ya estamos subiendo por la bonita senda que lleva a la pista donde Mar nos espera, siento que me voy  desconectando poco a poco, hasta casi desaparecer, así que me quedo solo. Allá arriba mi amiga se interesa y yo apenas logro que salga un gesto que de haberse tratado de palabras habrían sido algo así como: "Mar, digamos que estoy donde mi alma quiere estar aunque mi cuerpo no quiera hoy acompañarme".




En el tobogán en que se convierte la pista me pasa como una flecha algún que otro corredor, y ya bajando el agreste barranco, ese que la corriente del agua ha ido esculpiendo tormenta tras tormenta, tengo que tirar de concentración extra para esquivar con éxito los obstáculos.

Ya marcho paralelo a un arroyo que he de cruzar en varias ocasiones, y a cada salto sus transparentes aguas parecen decirme "sumergete y disfruta conmingo"; el paraje es tan bonito que por unos minutos me hace olvidar mis penurias. En la subida que viene después coincido con un corredor que me pregunta cuánto queda: le anticipo a groso modo las dificultades que tendremos que afrontar, así que tras escucharme atentamente intuyo que ha decidido reservarse al comprobar que se queda conmigo.

Hacia el sitio donde siempre nos tratan tan bien

Ya estoy bajando por la senda y mi compañero ocasional ha puesto pies en polvorosa; para más inri me han adelantado otro par de corredores más. Y en el peor momento es cuando hallo un extraño regocijo: sólo puedo reproducir, y a duras penas, mi cansino correr, pero si lo pienso despacio no querría estar en ningún otro sitio que en ese, entre bosques, rocas y arroyos, alejado de la fiesta de mi sueño y de su falso ruido. Caigo en la cuenta de que acabo de encontrar lo que he andado buscando.

Hago en solitario la bajada del Camino de Santiago y ya en la pista veo a mi hija en el avituallamiento; me saluda y me echa una foto y pienso que si a mi hijo mayor no le atrapó la montaña bien podría caerle su hechizo a la buena de Inés.

Sólo quedan unos pocos kilómetros y siento que  paso a paso voy ganándome el privilegio de conquistar esa preciosa plaza; aunque se hace duro ya nada me borrará la sonrisa. Cuando mi vista alcanza a ver las primeras casas y la última bajada me allana el camino siento que un escalofrío recorre mi cuerpo. Es entonces, sólo entonces, cuando siento que mis piernas se liberan de esas molestas garras y por unos instantes me muevo suelto: puedo cruzar meta entre aplausos, embargado con la sensación de lo mucho que mereció la pena esta dolorosa búsqueda.

Las gentes de la fiesta que quiero

No hay ironías ni sacasmo, ni conversaciones dirigidas, no hay engaños, tampoco intereses ni poderes que te hagan doblegar tu alma, en esa plaza sólo hay gente tan auténtica como se muestra, sin trampantojos. Tras ir a cambiarme mi ropa mojada, regreso a meta todo agarrotado y justo en ese momento veo como esprinta Mercedes llegando a meta, mostrando una sonrisa de oreja a oreja; y como siempre, sólo cuando ella ha llegado es cuando puedo relajar mis hombros dando por finiquitada la aventura, como si todo encajara en su sitio, un puzzle bien ensamblado. 

Y tras una estupenda jornada montañera, con trofeo incluido para mi mujer, aún tenemos por delante una tarde perfecta, pero antes nos deleita la caldereta con más amor y sabor que uno pueda echarse a la boca. La carne, la bebida, el crujiente pan, las fabulosas rosquillas que reparte una señora mayor a diestro y siniestro son aditamentos de esta fiesta en la que sí quiero estar; es que, a este lado  no hace falta huir de nada ni de nadie, porque aquí permanecen el tipo de personas con la que quiero compartir mi tiempo.



Epílogo

Mar e Iván nos acogieron hospitalariamente en su casa donde compartimos el resto de lo que fue un estupendo sábado. Y el encanto continuó con la fiesta de la calabaza, la casa del terror, la estupenda ronda que hicimos emulando por todo el pueblo la famosa tradición del "truco o trato". 



Al día siguiente había que disfrutar del Sol que por fin se decidió a aparecer e Inés nos alegró el corazón cuando nos dijo que quería participar en el "Infernillo", la carrera para niños que se celebraba paralelamente al trail. Deciros que no logró terminar la prueba, demasiado para ella, y acabó apesadumbrada, así que hubo que hacerle ver que sólo se puede sentir orgullo cuando compruebas que alguién cae intentándolo, que lo importante es el movimiento, y que no hay que mirar el tiempo que empleas, ni el puesto en el que terminas o a quien superas, lo importante, al fin y al cabo, es sentirte vivo poniendo en jaque a tu cuerpo y convenciendo a tu mente de que lo vas a lograr.



Tocó despedirnos con pena de nuestros dos buenos amigos y cuando las casas del pueblo quedaron tras el retrovisor nuestro Toyota atravesó la triple puerta del infierno; creí que la magia frenaba en seco y no nos seguía, incapaz de salir de allí donde siempre está encapsulada, flotando en el aire a la espera de cazar a nuevos visitantes que decidan ir a este increible paraiso.