RELATOS

Una vez iniciado el movimiento supe que no habría marcha atrás, sería difícil regresar a aquello que fui. Hoy soy otro ser: curtido, compañero del esfuerzo, amante de mis kilómetros. Sólo el fin de mis días debería obligarme a parar: ese es mi pequeño sueño.

lunes, 11 de mayo de 2020

CUADERNO DE BITÁCORA: SEXTA ETAPA MELIDE-SANTIAGO

Hacía el primer día de mi vida

"Cuando se alcanza el final se abre el velo de un nuevo comienzo"

A pesar del evocador nombre con el que Luis bautizó su casa en booking, "Despertar con el sonido de los pájaros", no me ha espabilado ningún piar y es que son sólo las siete de la mañana y el silencio sigue danzando al ritmo de la oscuridad.  Desconecto la alarma antes de que arranque a sonar, cuento hasta tres para incorporarme y al hacerlo compruebo como las piernas me arden.


Ya estoy desperezándome y con la torpeza que se le presupone al adormilamiento salgo al patio a recoger una a una las prendas que cuelgan donde unas horas antes las dejó  nuestro generoso anfitrión tras haber pasado por el filtro de su lavadora. De regreso a la habitación, Merche hace un último esfuerzo por despegarse de las sábanas; lo acaba consiguiendo y un rato después ya tenemos todo preparado; brota la impaciencia por vivir el epílogo de esta intensa enseñanza.

La mañana gallega luce perfecta cuando, ahora sí, los pajaricos nos fabrican la banda sonora de un selfie en el que quedan atrapadas las emociones de ese instante. En el Bar Stop, las risas y la buena charla del desayuno por poco nos despistan del deber que aún queda por cumplir, y mientras mi paladar se deleita con una exquisita tostada pienso que una sola semana ha sido suficiente para cambiarnos, demasiadas emociones las que hemos dejado atrás.







En el último "vuelta a empezar" de estos increibles seis días nos despedimos de ese buen hombre que nos ha hecho sentirnos tan bien, un actor más de esta obra que portamos en nuestros chalecos, y al dar las primeras zancadas Melide comienza a agitarse al son de nuestro movimiento mientras mudamos la piel, otra vieja camisa cae en esas calles, como ya callese en Oviedo, Salas, Berducedo, Fonsagrada o Lugo, dejando por el suelo unos restos inorgánicos que el tiempo borrará con la llegada de nuevas historias. Enseguida reparo en que hay un nuevo elemento: los peregrinos se agrupan a decenas por la verde senda que nos conduce a las afueras de la localidad. En el punto donde se juntan el camino francés y el primitivo, la soledad y el silencio han desaparecido, no se oye el eco de nuestros pasos en el paisaje y el juego se convierte en un convite a ese acto social no exento de intercambio comercial; menos mal que jugamos con ventaja, ¡vamos corriendo!, así que huimos adelantando uno a uno a los incontables caminantes; en esta guisa nuestras piernas se activan guiadas por la emoción llevándonos a Arzúa a buen ritmo.

Los verdes paisajes nos ponen otro día más en conexión con la naturaleza, esa que no se deja robar, aunque no pueda evitar ser expoliada por el descendiente del cromagnon, y justo cuando nos movemos en una de las muchas marañas de bellos y majestuosos eucaliptos, oímos a nuestras espaldas unos cánticos: "Esa Merche, esa Merche, hey, hey, se merece una ola.., hey, hey.", son nuestros amigos castellonenses que fluyen a toda pastillla sobre sus bicicletas en lo que también es su última etapa. ¡A por la compostela!, les grito.

Un rato después giramos a la izquierda donde permanece uno de los tantos hitos del recorrido, pero este es especial: nos marca que nos queda una maratón para llegar a Santiago






Ya de nuevo en campo abierto continuamos pasando peregrinos y atravesando aldeas, ermitas, cruceiros, lavaderos; pero también encontramos otros elementos  más impostados: terrazas que invitan a tomar un refrigerio, coloridos carteles de conocidas marcas de cerveza, tiendas de souvenirs, ¡todo un reclamo!. En cualquier caso avanzamos ajenos a esos estímulos hasta que tras cruzar el puente del río Iso, la tentación de filmar un  vídeo es demasiado grande para no caer en ella







Y casi sin darnos cuenta llegamos a Arzúa, la cual atravesamos de cabo a rabo en una especie de euforia que no podemos dejar de aflorar. Quizá debido a esa subida de adrenalina sentimos la necesidad de volar y metemos dos marchas más en los que acaban siendo los quince kilómetros mejor corridos de todo el camino, en los que tan sólo nos saca de ese ensueño una breve parada en un kiosquillo para comprar fruta y gominolas.

Cuando el calor y la falta de fuerzas regresan nos vemos inmersos en un avanzar más lento hasta que llegamos a un precioso bosque, donde decidimos realizar una parada técnica intuyendo que quizá estemos ante la última bella arboleda de nuestra aventura.
























Y de nuevo se despeja el horizonte, el campo se salpica de pequeñas aldeas justo cuando nuestros estómagos se quejan, no en vano son ya más de las dos de la tarde, así que hacemos un descanso para comer en un lugar llamado "Pensión kilómetro 15". Dos porciones de pizza, Coca Cola bien fría y un buen helado de nata son los ingredientes del  último piscolabi del camino, ese que llevará a nuestras venas las energías necesarias para alcanzar nuestra meta.


Reanudamos la marcha desde lo más hondo de un pequeño barranco, nada que ver con los que hemos dejado a nuestras espaldas a lo largo de esos días, y la tarea tan sólo consiste en subir cien metros hacia el cielo, ¡la última rampa del camino primitivo!; lo hacemos corriendo a ratos, y a ratos caminando, dejando que el sudor resbale por nuestras caras, sucumbiendo a un virus que invade nuestros músculos, que nos hace pesar el doble adormeciendo nuestra motricidad. En realidad no estamos infectados, tan sólo son nuestros cuerpos dando señales de desconexión ante la certeza de que ya están al final de su encargo, en su último día laboral.

Al ataque de indolencia que afecta a nuestras piernas se le une la impaciencia por llegar, así que entre Sabuqueira y Villamaior puedo hoy sentir, mientras ando aquí sentado en mi escritorio, el picoteo del sol sobre mis sienes, como se me pegan los labios. El caso es que en una larga recta que desafía nuestras ya quebradas voluntades, pasamos por delante de la sede de la TVG, y es allí donde temo que alguién se asome por la ventana y decida grabarnos en esta tesitura, sin duda se trata de un delirio fruto del calor. 

Tras atravesar esa especie de desierto de la desidia llegamos al Camping San Marcos, a la par que una voz nos martillea diciéndonos "os costará un mundo llegar". Pero no hay mal que afecte a la intención, por muy fuerte que sea, que no se atenúe dándole un pequeño placer a los sentidos, así que los dos sorbetes que nos tomamos nos retornan a la positividad. Y tal y como dice el refrán, "a unos les llenan el tazón y a otros les dan con el cucharón", cuando vemos a una peregrina retorciéndose de dolor mientras agarra sus pies llenos de ampollas nos sentimos muy afortunados, así que reanudamos la marcha sin dudar de que ya lo tenemos hecho.

Un largo rato después alcanzamos el Monte Do Gozo pero no nos acercamos a otear las famosas vistas ni a echarnos fotos; nuestra ansiedad ha llegado a su punto más álgido y nuestras piernas se han apagado del todo, por lo que no deseamos otra cosa que finiquitar esta historia; nos apresuramos a bajar por unas arboledas justo cuando nos vienen de frente un ejercito de alfileres punzantes que atacan a nuestros cuadriceps en una batalla que nos pilla desprevenidos; ¡estamos totalmente quebrados!. Ya al pisar el asfalto no tenemos más remedio que caminar, para sentir paso a paso ese final alargado, contando una a una las conchas doradas del suelo, como ya hicimos en Oviedo, pero a cada metro que nos acerca al Obradoiro va creciendo la emoción, en un deja vú que nos rebobina a unos días antes cuando vimos como menguaban las últimas casas de la capital del Principado mientras nos sumergíamos en los bosques asturianos; este epílogo se copia de aquel prólogo, justo cuando el libro se termina con todos sus capítulos.






Y el cuerpo, que un rato antes nos había enviado a un ejercito de ponzoñosos soldados para infringirnos un duro y doloroso castigo, tan sólo quería engañarnos, porque cuando vemos a lo lejos la catedral, el vello se eriza, la adrenalina se escapa y, ¡milagosamente!, las piernas se conectan..., pienso en las dudas de Salas, en la paz de Hospitales, la desesperación de Lago, el abatimiento de Berducedo, la emoción de la bajada al embalse de Grandas de Salime, el oasis de Peñafuente, el miedo de Fonsagrada, el vacío de O Cadavo, la alegría de Lugo, la seguridad de Melide, me inundo de todos esos lugares sin estar ya en ellos...



Ahora que este periplo se acaba compruebo que en realidad algo comienza y me siento terriblemente vulnerable y vivo, limitado e infinito, quedando más que justificada toda mi existencia en ese acto compartido. Pero mejor será dejar fluir las imágenes y el sonido para que hablen por sí mismos.




"Somos diminutos, no somos nada, tan sólo somos nuestros pasos, tan sólo somos el camino".


Una chica se agacha para, gustosamente, sacarnos en ese plano tan perfecto donde queda para siempre impregnada la imagen que resume el final de este viaje. 
























 


Y no puedo evitar poner un extracto de una preciosa canción de Silvio Rodríguez, que sin quererlo hoy respira el aire de estas líneas:

"Al final del viaje está el horizonte,
Al final del viaje partiremos de nuevo,
Al final del viaje comienza un camino.
Otro buen camino que seguir descalzos
Contando la arena.
Al final del viaje estamos tú y yo intactos,
Quedamos los que puedan sonreír
En medio de la muerte, en plena luz".




Sí, este viaje se ha terminado...., renovados..., extraños..., tanto que nos cuesta reaccionar a las enhorabuenas de nuestros amigos ciclistas, hasta el punto de que casi ni les agradecemos que nos hayan sacado número para no esperar demasiado en la larga cola que hay para sacarse la compostela. 

Andamos lentamente entre el tumulto de gente que se agolpa por todos los rincones, la cabeza va más rápida que nuestras piernas, las cuales oponen toda la resistencia de la que son capaces para así desobedecer las órdenes que les damos. Tras comer, conseguimos conformarlas un poco, y enseguida nos sentimos más recompuestos. Ya es nuestro turno en la cola, y estoy rellenando la encuesta; una de las preguntas da que pensar: ¿ha hecho el camino por motivos religiosos?, ¿espirituales?, ¿deportivos?, y soy consciente de la exigente prueba de fondo a la que hemos sido sometidos para conseguir atravesar trescientos veinte kilómetros en seis días, pero el esfuerzo no es lo que me ha dejado poso...; me hubiera gustado leer en aquel papel: ¿qué te llevas tras hacer el camino?, quizá habría contestado: "me llevo algo que se me ha adherido al pecho, que no partió con nosotros en Oviedo, pero que poco a poco fue creciendo y creciendo, y ahora, por suerte, ya no puede despegarse de mi". 






 



 


Con mucha tarde aún por delante el tiempo se pausa, todo a nuestro alrededor se enlentece y a ese ritmo tenemos más fácil poder tomar conciencia de lo vivido en esos maravillosos días. Sin embargo, aún tenemos algo estupendo que hacer esa noche: disfrutar de la grata compañía de nuestros amigos Kino, Carlos y Tomás, los ciclistas castellonenses que nos acompañaron en algunos momentos que dificilmente podremos olvidar.







Cuando caemos rendidos en la cama me inunda un plácido cansancio: he culminado algo muy importante, siento paz y sosiego pero a la vez un peso corporal que me hunde en lo más profundo de un relajante sueño. Al despertar habré transitado hacia un nuevo comienzo, hacía el primer día de mi vida, como dice Silvio Rodríguez, "a plena luz".

sábado, 9 de mayo de 2020

CUADERNO DE BITÁCORA: CAMINO PRIMITIVO 5ª ETAPA LUGO-MELIDE

Prólogo

El hombre moderno, inmerso en su ritmo frenético, cierra los ojos cuando no quiere ver algo que altera su estatus o pone en riesgo su seguridad, rehusa a conocer la verdad: que es tan vulnerable y limitado como lo fueron sus ancestros. Por ello se siente inmune ante el posible azote de un mal viento del destino dejando en desuso la buena costumbre de desear lo mejor a sus semejantes.  

Y así es como nuestra quinta jornada del camino primitivo hoy la siento como en una suerte de capítulos, que sólo son deseos: aquellos que se nos fueron cumpliendo en el devenir de nuestra aventura, pero también estos que, en esta extraña primavera que estamos viviendo, resurgen para mostrarnos que no somos casi nada de lo que creíamos ser.

Que encuentres a la persona adecuada para compartir el trayecto

Me sobresalto en la oscuridad tras escapar de un mal sueño: soy otro, en una vida que no es mía, varado, sin  movimiento y sobre todo: Mercedes no existe en todo ese caos...

...estiro el brazo, siento su calor, y respiro aliviado; nunca tuve muy claro si su llegada fue fruto de una elección o si intervino la casualidad, la suerte, o el destino, pero lo importante es que está aquí, a mi lado.

"Merche, despierta, ya es la hora", le digo, y al levantarnos, a cada gesto nos aparece el peso y el dolor, consecuencias inevitables del largo viaje en el que estamos embarcados, pero a pesar de esos inconvenientes somos felices.


Que sepas retener en tu memoria los pequeños detalles

Una vez desperezados evaluamos daños: nuestros tibiales inflamados parecen haber desistido a continuar con sus quejas, quizá porque a esas alturas ya se han resignado a nuestro empecinamiento de llegar corriendo a Santiago. Para llegar a este faro, hemos tenido que atravesar la tormenta por lo que nuestros sentidos aun se hallan exacerbados, tras haber subido y bajado por toboganes de risas y llantos. Ahora que llega la calma nos sentimos temerosos de que nuestro corazón se quede hueco tras el vacío que dejan al marchase las grandes emociones; pero lo más importante será estar bien atentos a los detalles ahora que intuimos que se aproxima el final.

El ruido sordo que hace la puerta de la pensión al cerrarse tras nosotros marca un nuevo inicio: con los chalecos cargados, el vello erizado por el fresquito de la mañana y las piernas pendientes de ser convencidas para que acometan con éxito ese penúltimo tránsito, el que nos deberá llevar a Melide; y no hay foto que inmortalice el momento en aquella coqueta placita, en su lugar simplemente grabo el retrato en mi memoria. Así arranca por quinto día consecutivo una nueva función en la que nuestros cuerpos rozarán la extenuación y nuestras almas volverán a ser protagonistas de una danza en la que bailarán  juntos miedos, sabores, paisajes, emociones..., con las endorfinas en el rol de acomodadoras para que tomemos asiento en ese gran teatro que es el camino.

Pero antes de ponernos en marcha aquel café y aquellas tostadas van acallando, a cada bocado, a cada sorbo, un hambre inusitada que ya desde hacía rato andaba encogiendo nuestros estómagos, en un arte en el que la biología y la química nos preparan para el esfuerzo; al salir del bar y regresar a la placita nuestras articulaciones, con sus crujidos, nos recuerdan que siguen nerviosas porque se temen que otro día más serán las más damnificadas.


Que las ganas de devorar el tiempo no te haga ir demasiado rápido
 
Nos disponemos a atravesar la vieja muralla romana pero antes paramos unos segundos para contemplar el hito que marca los últimos noventa y nueve kilómetros, y no podemos evitar que ese momento se nos escurra de entre los dedos ya que hemos de partir. Lugo nos ve deambular en nuestro regocijo mientras consumamos la despedida: decimos adiós a aquellos mágicos rincones que seguirán permaneciendo expectantes por mucho tiempo ante el fluir de nuevos peregrinos.

Y aunque la idea que parí semanas antes no decía nada de ir andando, necesitamos frenarnos un poco para llenarnos de esa paz matutina y de paso desacostumbrarnos un poco del acelerado e insulso bucle que hace mucho tiempo que se coló en nuestras vidas cotidianas.








Cuando atravesamos el A Ponte Vella aquella panorámica me hace agudizar los sentidos, aprehendiendo olores y colores. El río Miño entra en mi con todo su esplendor y deja de ser aquella palabra que recité de memoria algún día en un aula de EGB en Valdepeñas. Es entonces cuando, sin pretenderlo, el reposado avance se va tornando en un rápido caminar mientras,  taciturnos y entregados, vemos pasar los últimos edificios de esa bonita ciudad ante nuestros ojos, hasta que en el horizonte comienza a asomar el verde del campo abierto y hace inevitable sentir la necesidad de martillear nuestros pies contra el suelo a base de zancadas; comenzamos a correr dejando atrás la piedra, el hormigón y el metal para entrar de lleno en la naturaleza.
 


En el carreterín zigzagueante, que nos lleva por un coqueto collado, me llega de nuevo el sueño de aquella madrugada: Merche es mi compañera, gracias al destino o quizá a la casualidad, pero la necesidad que hoy siento de moverme vino a mi hace tiempo de manera natural, justamente cuando más quieto me hallaba. Hoy estoy convencido de que la vida no tiene sentido si nos estancamos...debió gustarle esa filosofía a mi mujer, que acabó contagiándose de esta forma de vivir. Y cuando salgo de mi abstracción me veo contemplando su silueta aderezada con los gestos de su característico corretear; entonces me sorprendo al cambiar mis zancadas por un avanzar en una suerte imperfecta de imitación de un marchador olímpico y con esa estampa aquel valle nos recibe en uno de esos momentos que permaneceran por siempre en mi recuerdo.


Que se acerquen las personas que moldearán tu viaje

Hemos alcanzado un cruce y cogemos la carretera de enfrente, pero al ver la sendita que discurre paralela a la vía no nos resistimos y la cogemos, para enseguida aumentar nuestra cadencia. En ese instante, como si habitase en este mundo un ser invisible que orquesta la armonía del camino, oímos tras nosotros las voces de unos peregrinos que se acercan en bicicleta a nuestras espaldas: "Es increible que hayáis llegado hasta aquí, ¿cómo vais?; "pues ahora bien, pero lo hemos pasado muy regular", "¿y vosotros?, ¿termináis también hoy en Melide?"

Es el reencuentro con los tres ciclistas castellonenses con los que habíamos coincidido tres días antes en Tineo; ante esta señal no es menester dejarles ir sin pedirles el número de teléfono y emplazarnos a tomar unas cañas a la tarde. Eso hacemos.


Que se te muestren las mejores enseñanzas

El recorrido por la carretera asfaltada se convierte en un largo transitar contemplando verdes y extensos campos, en los que de vez en cuando hallamos mensajes ocultos. Fornelo, Seoane, Carrigueiros, son pequeños núcleos de casas que tienen cosas que decirnos mientras invadimos su espacio, hasta que a la altura de O Burgo coincidimos con un grupo de jóvenes peregrinos con los que compartimos brevemente nuestros relatos para inmediatamente después despedirnos deseándonos todos lo mejor para lo que reste de camino.

 
Y como si tratase de un perfume con una esencia única, nos desviamos por una senda preciosa y nos imbuimos del espíritu de esos bosques mientras nos deleitamos en nuestro avanzar hasta alcanzar Bacurín, una aldea atrapada en el tiempo.





Tras esta breve mini aventura regresamos a la inmensidad del vasto campo, en continua custodia de la carretera hasta que a la altura de San Romao hacemos una segunda incursión hacia las bellas sombras, adentrándonos por un carreterín conquistado por arboledas que densan el terreno; las dulces vistas no despistan nuestra hambre, es tiempo de hacer un alto, y lo hacemos en el Albergue de O Candido, donde nos comemos el segundo mejor pincho de tortilla de nuestras vidas, con permiso de los de mi madre, cuando recordaba eso de cocinar, los de mi suegra y siempre detrás en el ranking de el que disfrutamos en el Hotel las Grandas en la segunda jornada de nuestra aventura.







La energía se abre paso a través de nuestras venas y en esta tesitura encaramos la segunda mitad de la jornada cuando aún nos restan más de veinticinco kilómetros, pero los hitos hacen las veces de aliados ya que nos van indicando cómo va menguando la distancia que nos separa hasta nuestra meta y con este proceso va moldeándose el profundo sentimiento de que poco a poco se acerca el final.


Durante algo más de media hora el ritmo nos regala un asueto de disfrute por un trazado sinuoso, siempre adornado de cosas interesantes que ver: el Puente Romano de Ferreira y su precioso entorno, o San Xorge, donde hacemos una parada en una preciosa fuente.









Que las prisas no nublen tu vivencia

Un día tiene veinticuatro horas, eso supone una parte insignificante de toda una vida, y no significa más que el vacío más absoluto si lo comparamos con el infinito del universo. Justo un día antes nos encontrábamos a la hora de comer en O Cadavo (Baleira), aquel lugar que haciendo una traducción libre del gallego rebauticé como "El vacío de cada uno"; allí fue donde abandonamos definitivamente nuestras dudas y nos convencimos de que no habría vuelta atrás en este viaje iniciático, decididos a obviar dolores y abatimientos. Desde entonces nuestro avance fluye, pero a la vez han ido surgiendo las prisas cuando sentimos la inquietud por descubrir qué se nos abrirá en la Plaza del Obradoiro. Debido a estas vanas abstracciones atravesamos la zona del Río Merlán, una perla más en esta etapa, inmersos en un afán por terminar que nos impide parar el minutero y disfrutar lo que debiéramos de aquel momento.




Sin embargo, cuando acometemos la subida al Careón, en lo que supondrá el cambio a la provincia de A Coruña, el florido campo violeta nos recibe dejándonos boquiabiertos en unos de esos instantes que uno no querría olvidar jamás, y es paradójico que nos pasase inadvertida la presencia de la sandolina melidensis, una planta de flor amarilla y redonda, también bonita pero algo más tímida, que tiene el triste honor de ser una especie endémica en peligro de extinción, aunque crezca caprichosa y exclusivamente en un área de dos kilómetros cuadrados en ese punto del camino.





Y así, tras el primer repecho llaneamos por un precioso caminito de grava hasta alcanzar O Hospital As Seixas, para luego seguir subiendo hasta coronar el Alto del Careón; y ahora que estoy escribiendo estas líneas siento que me gustaría regresar allí para poder agarrar todas aquellas sensaciones que las prisas me impidieron encontrar.









La bajada invita a aumentar la cadencia y cuando me descuido compruebo que Mercedes se ha quedado muy atrás. Va muy justa de fuerzas y en ese tramo no pasa por sus mejores momentos, pero en el horizonte divisamos Melide y también tenemos la fortuna de atravesar aldeas que nos dejan sus encantos, como Vilouriz .



Que encuentres el sentido a tu viaje

Mercedes se ha recompuesto un poco con un gel de runner, no contraindicado para peregrinos rápidos, y llegamos a un precioso valle que nos sube el ánimo. Cuando atravesamos el Rego Dos Lagares, no puedo evitar bajar a refrescarme y le digo a Mercedes que continúe con la idea de alcanzarla más tarde; pero me entretengo charlando con un peregrino que parece fundido sentado en la margen del río y que me dice: "No sé si llegaré a Melide, estoy totalmente hundido", "Ánimo, no quedan más de seis kilómetros", y allí le dejo.



Al reanudar la marcha Mercedes no es más que un punto en el horizonte, así que en una especie de divorcio consentido hacemos un viaje paralelo que invita a ver la aventura desde otra perspectiva. No lo sabíamos entonces, pero esos casi tres kilómetros que hacemos separados nos instaron a la reflexión y nos ayudaron a encontrar la pieza del puzzle, esa que debe rellenar el hueco y completar la imagen que dé pleno sentido a nuestra vivencia.

Finalmente la alcanzo en una larga y verde recta, para comprobar que su cara luce una gran sonrisa de plena de felicidad; me sorprendo, porque yo también estoy sonriendo.




Cuando las primeras casas de Melide nos dan la bienvenida, hacemos el proceso inverso a nuestro arranque en Lugo: cambiamos las zancadas por relajados pasos y todo se ralentiza en un afán por hallar la calma. En el Bar Stop nos están esperando dos cosas: nuestra bolsa cortesía de Correos y un merecido piscolabis completado con dos Coca-colas muy frías; todo entra en nuestras tripas vacías como un auténtico manjar.

Pero aún hay que realizar un último esfuerzo, ya que hemos de llegar hasta la casa que paradójicamente se llama "Despertar con el sonido de los pájaros", el lugar reservado por booking donde nos hospedaremos. Ahora que lo pienso las señales estaban allí para ser interpretadas, y no debería ser casualidad terminar esta jornada del camino descansando en un sitio como aquel; ahora entiendo que todo estaba bien dispuesto y ordenado para nuestra llegada, en armonía orquestada por ese hipotético ser invisible. Melide está engalanada en plenas fiestas y atravesamos muy cansados pero también muy felices esa bonita localidad, embargados por una paz que comenzamos a ganárnosla desde la primera zancada que dimos en Oviedo. En la puerta de la casa, a las afueras de la localidad, nos espera Luis, con un semblante tan amable como el de Bernardo, el del albergue de Fonsagrada. Este simpático y generoso señor nos abre literalmente las puertas de su hogar para que compartamos ese calor que su casa desprende; de forma que cuando el agua caliente de su bañera cosquillea mis cansadas piernas me siento tan agradecido que por mi cara se resbalan un par de lágrimas.





Epílogo

Un taxi nos retorna al centro y llegamos a la cervecería: vemos allí sentados a Kino, Carlos y Tomás, esos estupendos e intrépidos ciclistas con los que había que culminar la invitación hecha unas horas antes. Y así, mientras todos charlábamos plácidamente, sentí un intenso placer al ver en mi cabeza la imagen completa de mi puzzle: ví muy claro que el sentido del viaje es el viaje en sí mismo.