RELATOS

Una vez iniciado el movimiento supe que no habría marcha atrás, sería difícil regresar a aquello que fui. Hoy soy otro ser: curtido, compañero del esfuerzo, amante de mis kilómetros. Sólo el fin de mis días debería obligarme a parar: ese es mi pequeño sueño.

lunes, 8 de agosto de 2022

Tercera quincena de preparación para los 56 KILÓMETROS DE LA TRAIL WEEKEND DE SANTIAGO-PONTONES

La tercera quincena arrojó cambios para bien. Sin duda dio fruto la constancia, no así la intensidad. Este ha sido el resumen de esas dos semanas

  • Sábado 16: Maratón Herradura de Alto Campoo. 37 kilómetros con +2600. 
  • Domingo 17: paseo de 3 kilómetros por Burgos
  • Lunes 18: 8 kilómetros de elíptica.
  • Martes 19: 9,5 kilómetros nocturnos con cambios de ritmo.
  • Miércoles 20: 7,5 kilómetros de bici con cambios de ritmo.
  • Jueves 21: descanso.
  • Viernes 22: 7,5 kilómetros matutinos.
  • Sábado 23: 22 kilómetros en progresión por la zona del Peral y las Aguas. Ritmo medio 5' 49''.
  • Domingo 24: 11 kilómetros con calor en San Carlos del Valle.
  • Lunes 25: 7 kilómetros elíptica con cambios.
  • Martes 26: 9 kilómetros con cambios de ritmo.
  • Miércoles 27: descanso.
  • Jueves 28: 8 kilómetros matutinos con Ziggy.
  • Viernes 29: descanso (viaje a Valdelinares)

En este grupo de entrenos, hemos partido del duro test de la Herradura. Lo mejor ha sido la recuperación y la constancia. La asignatura pendiente: variar los entrenos y meter más intensidad. He realizado un total de 129,5 kilómetros





jueves, 4 de agosto de 2022

LA CRÓNICA DE LA MARATÓN DE MONTAÑA DE VALDELINARES

 Preámbulo

Tras el fiasco de Mercedes en Alto Campoo, tuvimos que improvisar otro reto, para que así se quitase el mal sabor de boca y, de paso, nos sirviera de preparación para la Trail Weekend de septiembre. Encontramos una magnifica carrera que se desarrollaba en Valdelinares, Teruel, el pueblo más alto de España, situado a casi 1700 metros de altura.

De este modo nos pedimos la tarde del viernes, en una época en la que un servidor tiene más trabajo que nunca, y viajamos hasta aquel recóndito lugar con el tiempo justo para recoger los dorsales. No obstante, no hubo imprevisto, de manera que todo se dio bien y nos dieron la bolsa del corredor casi tres cuartos de hora antes del cierre del chiringuito. Al mirar el listado de participantes de la larga, descubrí que sólo correrían tres mujeres. Cuando se lo dije a Merche noté cómo se aliviaba, ya que, de terminarla, obtendría el premio a su tesón. En mi caso, pese a no ser una cita demasiado multitudinaria (no así la de 25 y la de 12), había nada más y nada menos que 13 máster de más 50 años, así pues, lo veía difícil, aunque en el fondo eso fuera lo que menos me preocupase.

Tras dicha recogida, hicimos el check in en el apartamento y nos vimos gratamente sorprendidos por cómo estaba dispuesto aquél: con todo lujo de detalles. Preparamos la cena, una abundante ensalada de pasta llena de tropezones, y nos acostamos temprano, no en vano la carrera salía a las 6 de la mañana.

Desde la salida hasta el avituallamiento del 12

Es de noche y el pueblo luce precioso. Sin embargo, hay algo raro que me tiene turbado. Sé qué es, no me apetece correr. Probablemente en otras circunstancias me hubiera encontrado nervioso, pero no..., en esta ocasión no es así... sólo estoy desmotivado...quizá tenga demasiadas cosas en la cabeza, demasiado lastre que soltar... y sienta que dejarme la piel ese día no sea la mejor manera de liberarme. Tenga la cabeza donde la tenga, da igual, estamos en línea de salida y tocará dar el callo, así pues, nos damos el beso de siempre y el speaker, sin dar más pábulo a cavilaciones, da la salida... 

Apenas sí me da tiempo a tomar conciencia de lo que corresponde hacer, y es que, como decía antes, no consigo proyectar la aventura en mi mente. En cualquier caso ya he comenzado a dar las primeras zancadas y, ¡leches! otra vez lo mismo, no fluyo como quisiera. En seguida dejamos atrás la última casa de esa bonita aldea, de forma que nos vemos transitando por un camino. Trato de ir con cuidado, porque es noche cerrada aún y uno no está acostumbrado a competir con tan poca visibilidad... En lo que a situación de carrera respecta, me intuyo en mitad del pelotón, quizá ese sea mi sitio, a lo mejor no, porque suelo ir de más a menos. En cualquier no deseo pensar en rendimientos, no con todos los problemas que me rodean en mi día a día, por lo que avanzo tratando de ser paciente, haciendo de mi capa un sayo.

Cuando dejo el caminito y comienzo a atravesar una zona más técnica, me veo sorprendido por mi torpeza. Siento que todos los gatos son pardos con tanta penumbra y, efectivamente, en uno de los bancales por los que pasamos, pierdo el equilibrio y me caigo... La caída es bien tonta, aún así, pese a que me levanto con rapidez, pronto descubro que me he hecho daño en la mano derecha. No es excusa, no voy a abandonar, he de estar muy fastidiado para hacerlo, no obstante, pronto el dolor comenzará fastidiarme meridianamente la mañana.

De esta guisa, el tránsito se ha puesto más complicada todavía, justo cuando las primeras luces el alba quieren asomar, tergiversando las sombras y los perfiles de las cosas. A todo esto, voy haciendo la goma con un par de corredores a la par que me esmero por no volver a tropezar con esa vegetación baja tan extraña... por momentos echo de menos la tierra descompuesta de toda la vida.

Unos minutos después nos vemos solos otro compañero y yo. Le voy a llamar A, aunque realmente se llama José Vicente, de Callosa, Alicante. El tío tiene pinta de ser máster, aunque no salga en mí demasiado el gen competitivo, por lo que no termino de sentir que voy con el cuchillo entre los dientes, sino más bien, disfrutando de su compañía. 


He aquí José Vicente

Como venimos de subir, las piernas no terminan de brillar en el llano, en una zona por la cual vamos zigzagueando campo a través. Un rato después toca bajar, con poca visibilidad y bastantes obstáculos, de manera que se ralentiza la marcha, y, por momentos, mi amigo "A" se me escapa, aunque para mi regocijo, logre en varias ocasiones alcanzarlo. Durante todo el rato, me esmero por seguir con la máxima atención el rastro de las bandas naranjas que ha puesto la organización, las cuales tienen un trocito reflectante que ayuda y mucho, aunque la escasa luz natural nos haga despistarnos en más de una ocasión. En esa parte de la carrera siento que estoy yendo por encima de mis posibilidades, siguiendo al compañero, lo cual supone un reflejo de inseguridad que no ayuda. Sin embargo, de haber ido solo habría ralentizado la marcha y me hubiese dormido en los laureles...

Ya estamos abajo y, comprobamos que se nos unen de golpe otros cinco corredores. Uno de ellos dice algo así como que somos los siete jinetes de la apocalipsis, y no sé si el símil aplica... A mi me parece más bien que no somos más que un montón de chalados, algunos entrados en años, jugando a hacerse daño en la montaña. Por fin pisamos un cachito de pista, que, parece mentira que diga esto, lo agradezco, y sin dar mucho tiempo al disfrute, alcanzo el primer avituallamiento, en el kilómetro siete... 

No paro, y los demás hacen lo propio. Justo en ese momento me quito el frontal de la cabeza y lo porto en la mano, todo por mi empecinamiento de no detenerme. Pienso en hallar la oportunidad de metérmelo en el compartimento de atrás del chaleco, sin embargo, por no perder el ritmo, no lo hago. Esa parte se me hace desagradable, con la mano izquierda ocupada, la derecha inflada como una bota y un terreno de nuevo difícil. Cansado de las molestias, decido agarrarlo en el lateral izquierdo de la mochila y, entre pitos y flautas, alcanzo el kilómetro nueve, tras haber atravesado un valle yendo paralelo a la carretera TE-V 3. 

Sé que toca subir, porque la noche antes había estudiado el track... la cuestión es por dónde. No vemos la siguiente baliza y alguien pregunta si alguno lleva el recorrido en el GPS. Contesto que yo, así pues, me saco como puedo el smartphone y compruebo que estamos en el recorrido, pero, ¿dónde demonios están las marcas?... nos hemos perdido...

Durante los siguientes diez minutos damos palos de ciego, nos desviamos, y "A" y un servidor hasta nos enganchamos con una alambrada. Tras un buen rato de despiste, tomamos la determinación de regresar hasta la última baliza, la mejor decisión, así que, cuando alcanzamos ésta, logramos ver la senda por dónde tocaba ir... al mirar mi móvil me doy cuenta que el recorrido va por fuera del trazado marcado por la organización en la wikiloc.

La subida se hace dura, más si cabe tras la contrariedad vivida. Mi compañero "A" ha puesto pies en polvorosa... lo veo subir como un tiro e intuyo que ya no le volveré a ver la matrícula en lo que queda de mañana (llevaba razón, porque finalmente me terminaría sacando más de 40 minutos). El hecho de verificar que los compañeros van más sueltos que yo me hace decidir que he de reservar. Voy con otro chaval, llamémosle "B", aunque se llame Jordi Martínez. No voy para chácharas, así que apenas intercambiamos palabra, hasta que veo aparecer por mi derecha a otro compi, "C" (Christian), quien aparece de entre la frondosidad tras haber subido por la escorrentía que decidimos abandonar unos minutos antes.

La cosa se pone empinada de veras, tanto que por momentos echo de menos los bastones (esos que no me decido a estrenar en ninguna prueba). Vamos directos a la cota +2000 y mis piernas se quejan sin miramientos. 

«¿Cómo puedo ir tan flojo?» me pregunto.

No sé cómo consolarme, pero no hay más remedio que continuar con la brega...

Ya hemos coronado el Ato del Monegro y nos movemos por un bosque precioso donde consigo recuperarme un poco. Ese tramo lo hago con "B" y "C", a quienes oigo charlar en valenciano, pero yo sigo mostrándome un poco arisco y no suelto prenda. En esta tesitura alcanzamos el segundo avituallamiento, kilómetro 10,5. Veo a uno de la organización que se me acerca con lo que parece ser un vaso de agua y yo le hago un aspaviento para comunicarle que no quiero beber. Él, a su vez, me mira incrédulo, hasta que descubro que no es un vaso, sino el aparatito de lectura del chip. "C" se monda de risa con el malentendido y, es entonces cuando me confiesa que a él también le ha pasado lo mismo. 

En ese punto llevo 1 hora y 35 minutos, a un ritmo medio de 9'03'' el kilómetro. Ahora que analizo los datos, compruebo que el que iba a primero había pasado por ese punto veinte minutos antes. Sólo me consuela el hecho de saber que él juega en otra liga y que, además, es veintitantos años más joven que quien escribe estas líneas.

Desde el 12 a la Estación de Esquí de Valdelinares

Hemos comenzado a bajar y la cosa se pone bastante más complicada. "B" se ha parado a "hacer sus necesidades" y yo avanzo con "C", capeando el terreno lo mejor que puedo, hasta que, por fin, alcanzamos un valle. Novedades, y eso ayuda a romper el esquema. Ahora el terreno permite correr mejor, aunque no mucho, porque estamos en una carrera de las de montaña de verdad. Me sorprendo cuando veo cómo "C" se saca los bastones. Es extraño, no hay apenas subida. Decido continuar solo, aunque presiento, equivocadamente, que coincidiremos más adelante, pero eso no ocurrirá.

Las sensaciones no han empeorado, y eso ya es un logro, porque los kilómetros si que han pasado. Me fuerzo a correr hasta que veo delante mía a una pareja de compañeros, "D" (Ángel) y "E" (Lluc). No puedo evitar venirme arriba en el momento en el que les doy alcance.... es lo que tiene el Descendiente del Cromagnon, que siempre arrastra consigo ese gen competitivo. Llegamos casi a la vez los tres al tercer avituallamiento. Allí me paro por primera vez y, debido a la lesión, me muevo torpemente, ya que me cuesta abrir los soft flasks. Sin haberlo pensado hago lo que hice en Alto Campoo: como sandía y bebo Coca-Cola (ese protocolo será el que seguiré a partir de entonces). Justo antes de arrancar me examino la mano, cuyo dedo índice apenas si puedo mover. En cualquier caso, no lo pienso demasiado y arranco de nuevo...

Me topo con gente de la de 12 kilómetros. Han salido a las ocho de la mañana e irán por la mitad de su carrera aproximadamente. A ellos les quedarán seis kilómetros y a nosotros veintiocho. Por momentos me pregunto si quiero ser ultra fondista, si no sería mejor pelearme en batallas mucho más cortas... 

«No pienses tanto y ve al lío»

Lo bueno de esa parte es el constante adelantar. Me crezco al comprobar que tengo más fuelle que los jovenzuelos iniciados en el mundo del trail con los que me cruzo. Sin embargo, "B" me baja inmediatamente los humos cuando me adelanta por mi izquierda impasible a ritmo de sus bastones. Se ve que le ha sentado bien "evacuar" porque le veo más ligero. Le persigo con determinación mientras subimos un repecho bastante empinado dedicado al remonte hacia la estación. En esa recta se acumula una hilera de luchadores multicolores que bregan lo mejor que pueden.

Ya en lo algo siento que las piernas se me mueren fruto del esfuerzo, a la par que "B" se ha venido arriba arengado por su familia, que lo estaba esperando. En esta guisa, el chaval se me escapa de mi plano mientras bajamos... lo hace sin forzar... todo lo contrario que yo, qu marcho totalmente oxidado. Discurrimos por la pista de esquí, que, por supuesto, no tiene nieve, hasta que giramos y cogemos otra pista, ésta en clara ascensión, cacho en el que aprovecho para acercarme de nuevo a "B". No obstante, son mis últimos coletazos, ya que, al llegar a llano y ponernos a correr, se me va, ahora sí, definitivamente.

Lo que viene ahora es, sin lugar a dudas, lo peor de lo peor para mi. En la parte más sencilla y corrible del trayecto descubro que estoy amortizado, hasta tal extremo que por mi mente sobrevuelan los fantasmas del abandono. Uno de los siete jinetes de la apocalipsis, al que no había visto desde hacía una hora, me adelanta sin piedad... otro al que ya no volveré a ver. Así pues, me peleo con un par de viejos que, como yo, luchan por ir lo más engrasados posibles. Por suerte, ellos corren en la corta, aunque no por ello yo logre sacar pecho.

Por fin alcanzo la Cruz de la Gitana, kilómetro 20,7. Llevo 3 horas y 4 minutos y una media de 8' 53'' el kilómetro.

Desde la estación de esquí hasta el final de bucle

¿Por qué lo llamaran bucle cuando lo deberían llamar tormento? Esa es la pregunta que me hago, máxime si tengo en cuenta que cuando el cuerpo no está para florituras es una auténtica putada pasar por un sitio a sabiendas que regresarás a él... con la sensación de no estar avanzando. Sin embargo, los de la organización ya contaban con ese desaliento, por lo que instalaron el avituallamiento justo allí. Al llegar siento que es mi final y, para mi sorpresa, con un poco de sandía, Coca-Cola y una ducha de agua garrafa en mano, en seguida veo las cosas de otro color...

Reinicio la marcha con algo parecido al brío, pero con mucho menos brillo que el que se le supone a alguien que está seguro de sí mismo. Afortunadamente, el tramo que toca tiende a bajar. El hecho de cruzarme con algún que otro corredor de la de 25k me ayuda a valorar lo que estoy haciendo y las bellos paisajes colaboran, aunque poco, a mi motivación. Cuando llego a una pista y no encuentro la siguiente baliza, toca sacarme el móvil, con el consiguiente dolor de mano. Me lleva un par de minutos encontrar la senda y, cuando lo hago, me resigno ante la idea de que lo toca es una pronunciada ascensión: el Pico Peñarroya, a 2016 metros de altura. Si me aburría en mi soledad, ya tengo compañía, porque a mis espaldas siento a "D" y a "E" conversar. Me han cazado vilmente y suben igual que máquinas con sus palos...

Las piernas se quejan, aunque hay algo que está cambiando: me estoy haciendo el callo. Es la primera vez en toda la mañana que me siento seguro de que podré con el reto, pese a las dificultades. Tanto es así que corono justo por delante de ellos y, en la bajada, para mi sorpresa, los dejo atrás, pese a no marchar precisamente como una bala. En lo algo he fichado llevando 3 horas y 33 minutos, kilómetro 23, a 9' 15'' el kilómetro.

Al alcanzar un cruce de caminos sito en un valle llamativamente verde, compruebo que el recorrido me lleva a través de un bonito collado por el cual tendré que correr, a no ser que decida ir andando, con el consiguiente bajón anímico. No hay mucha pendiente, así que aprieto los dientes y eso hago. Obtengo mi premio un rato después, oyendo de vez en cuando el murmullo de mis perseguidores, pero en terreno en franca bajada, hasta que alcanzo nuevamente la Cruz de la Gitana. Kilómetro 25,5 en 3 horas 57 minutos

Mi segunda ducha, la Coca-Cola y la sandía me dan fuerzas, aunque pierdo más tiempo del debido con la brega logística, debido, fundamentalmente a la torpeza de mi debilitada mano. Sorprendentemente cojo ritmo y, en la zona del campiña llena de pastos, alcanzo un sentimiento alejado aunque alineado con el disfrute. Noto que las piernas se desenredan un poco, justo cuando siento el aliento de "D", "E" y "F", un nuevo actor, Pere. Si no es por ello me hubiera terminado perdiendo, ya que, en un despiste me largaba hacia el Este. Sólo las voces de aviso me sacaron de mi ensimismamiento.

La hierba y la maleza, junto al agua, conforman un terreno cómodo por lo blando, pero incómodo por su perfil, máxime si voy diligentemente dispuesto a dar caza a aquellos que, durante bastante kilómetros, me habían perseguido. Al llegar al cruce donde se bifurca la de 25k y la nuestra, presiento que estoy cerca de Valdelinares y que, al tomar hacia la izquierda me estaré alejando de la felicidad... ¡qué remedio!. Y si mis extremidades habían respirado durante un tiempo, ahora el terreno se pone complicado. En esa zona de escorrentías es donde un rato después se terminará cayendo Merche...

Alcanzo el avituallamiento siguiente, bajo un puente, donde reparan líquidos mis compis, en el kilómetro 30. En esta ocasión, la parada es más breve, hasta el extremo que les dejo allí y me decido por iniciar la última subida, de unos tres kilómetros de larga, la que nos dejará en el Alto de los Hornillos, a 1992 de altitud...

La zona de camino y pastos es bonita de ver, pero desagradable de correr, porque siempre es subiendo, aunque peor es lo que viene después, cuando toca echarse la mano en los cuádriceps atravesando el campo. Allí me alcanzan "D" y "F", pero "E" se queda tras mío. En esta guisa, las piernas parece que están llegando a su límite, justo cuando el calor ya me ha desgastado lo suficiente como para sentir la deshidratación. He sido muy chulo y no me he tomado ni una sola pastilla de sales, así pues, tendré que asumir las consecuencias si esto termina mal...

Finalmente llego a la cima, donde nos espera otro avituallamiento. He visto salir a "D" soltando virutas por la bajada y "E" quien llega justo después que mi, apenas se para y sale también escopeteado. Me siento torpe con los elementos y lo suficientemente cansado para perdonarme el estrés de perseguirles. Mientras "F" me dice:

—Me voy a ver si les pillo.

Desde al Alto del Hornillo hasta meta

Yo salgo unos segundos después, notando bajo mis caderas el peso de los 33 kilómetros que llevo, tras 5 horas y 13 minutos de pelea.

Eso de bajar siempre ayuda, sobre todo cuando el terreno es algo más amable. Ahora bien, más vale que tengas fuerzas para ello, porque si no comprobarás que le gente se te va. Pronto pierdo de mi plano a "F"... si bien he llegado tan lejos que siento que estoy cumpliendo, lo cual es lo más importante.

Esa parte de la historia es en franca soledad. Pienso que, con un poco de buena (o de mala suerte) ya no me cruzaré con nadie más hasta Valdelinares.

Muy mal no lo tengo que estar haciendo al comprobar que, cuando menos me lo esperaba, he vuelto a ver ante mí a "E" y a "F". De hecho, en el siguiente avituallamiento, ya a seis kilómetros para el final, compartimos un rato en el mismo espacio.

De nuevo solo, dándole vueltas al último tramo, en la zona donde me caí, ya que regresaremos en un tramo de unos dos kilómetros sobre nuestros pasos. Ya estoy en la zona técnica, y la cosa cuesta y mucho. Siento cada obstáculo, lo bueno es que también los recuerdo, por lo que los voy descontando. Subo por los bancales y, por fin, engancho el camino... esto sí que es lo último. Allí parece que el calor se esmera en ponernos delante la última dificultad, de manera que el kilómetro final se hace pesado como él solo...

Ya estoy llegando, las primeras casas y llevo a "E" ahí delante, se le ve medio muerto, no obstante, gira por las callejuelas unos segundos antes que yo, de tal suerte que cruza el arco de meta a no más de diez metros por delante.

¡Qué alegría!, ¡Lo he conseguido! y no ha sido fácil. Paro la aplicación en 44,75 kilómetros, con +2000 positivos en 6 horas y 47 minutos, a una media de 9'05'' el kilómetro.

La espera

Lo primero que noto que soy capaz de mantener la verticalidad. No necesito tumbarme, aunque necesito beber algo muy frío

—Una cerveza muy fría con limón —le pido a una voluntaria.

En ese instante llega la primera chica. Un poco más y me pilla. No esta el horno para cábalas comparativas, así pues agarro el vaso de plástico y noto que la cerveza está fría, pero no lleva limón. En cualquier caso, pese a no gustarme ese jugo a palo seco, mi gaznate lo agradece. 

Tras esto, me desabrocho el chaleco y me refresco en la fuente. Poco a poco me inunda el cansancio. Decido ir al apartamento a ducharme, para que me dé tiempo a ver llegar a Merche. Rezo para que no se haya perdido, porque necesita llegar como el comer.

Una vez aseado, me muevo con mejor brío, aunque me sienta exhausto. No tengo molestias en ningún sitio, salvo en mi mano. Veo como se acerca "B" y me pregunta, le digo que bien, pero que me ha resultado muy larga... le pregunto y me dice que se ha quedado segundo, con 6 horas 5 minutos. Tela, me ha sacado cuarenta y dos minutos..., por tanto, me habré quedado, por lo menos, sexto o séptimo máster.

Desando el recorrido siguiendo el trazado del móvil y espero ver llegar a Mercedes. Finalmente, acabo en el camino, en una zona soleada. Me tumbo en un piedra desesperado, porque pasan los minutos y ella no llega. Tampoco lo ha hecho la segunda chica y ya han pasado más de ocho horas desde la salida. De vez en cuando aparece algún corredor, casi todos llegan con signos claros de agotamiento, señal de lo duro que ha sido, sin embargo ella no llega... comienzo a desesperarme, hasta que le pregunto a un chaval y me dice que está al llegar, que han ido juntos gran parte de la carrera. También me dice que se ha caído.

Y, como en otras ocasiones, me deleito orgulloso al verla aparecer, una vez más cumpliendo. Viene muy tocada, con la rodilla echa trizas, pero aprieta los dientes y cruza la meta en 8 horas y treinta y dos minutos. La tercera, una muchacha rusa, lo hará trece minutos después, y todavía quedarán por llegar los últimos y esforzados héroes.

¿Qué decir?. La curan en la ambulancia. Los sanitarios me miran preocupados la mano... me dicen que me tengo que hacer una radiografía, pero yo paso, no creo que sea muy grave. Un rato después, la veo de nuevo en el pódium y me siento muy bien. Soy feliz si ella lo es y el final de esta historia es de lo más inesperado, porque cuando ya nos vamos, miro la clasificación y no puedo creer lo que ven mis ojos:

¡He sido tercer máster!. Para unos viejos como nosotros bastante hay con terminar semejantes pruebas, como puedo analizar al ver que la ristra de viejunos que hay después de mí sólo dejan constancia de lo locos que estamos.

Me dan el trofeo y posamos. No me importa el hecho de no haber subido al cajón. Yo con lo de Merche ya tenía bastante, aunque a nadie le amargue un dulce, sobre todo tras haber sufrido tanto como lo he hecho.

Y el resto es estupendo. Nos echamos la siesta y luego cenamos en el pueblo. Sentimos una plena satisfacción y mucha paz. Es en ese instante cuando me olvido de todos y cada uno de mis problemas, esos que me agobiaban justo antes de dar las primeras zancadas. Sí, ha merecido la pena esta cura.