RELATOS

Una vez iniciado el movimiento supe que no habría marcha atrás, sería difícil regresar a aquello que fui. Hoy soy otro ser: curtido, compañero del esfuerzo, amante de mis kilómetros. Sólo el fin de mis días debería obligarme a parar: ese es mi pequeño sueño.

miércoles, 11 de diciembre de 2019

TRAIL PUERTA DEL INFIERNO EN FUERTESCUSA: CRUZANDO ESA PUERTA

Prólogo: podría ser un mal sueño

"Sentado en un rincón en aquella sala contemplo a influencers de medio pelo, políticos mentirosos, famosos sin traje interior y abusadores sin escrúpulos, ...hablan a la vez,  suben histriónicamente el tono generando un ruido ensordecedor; me tapo los oidos pero el escándalo no se atempera, así que me levanto y escapo. Ya en la calle respiro el aire fresco y comienzo a correr, al principio lentamente, para luego aumentar la cadencia hasta sentir el frenético ritmo de mis latidos; me he liberado de ese mundo dejando atrás todo mi pesimismo, como si abandonara este agonizante planeta: esta casa nuestra que, con todos sus habitantes dentro, puede que pronto deje de ser hogar..."

Quizá esto que he descrito sólo sea un mal sueño, o puede que se trate de una metáfora literaria metida con calzador en estas líneas...en cualquier caso lo que quiero contar en esta entrada guarda relación: a primeros de noviembre tuvimos la oportunidad de salir de nuestra repetitiva fiesta de cada día con la ilusión de huir de todo y de todos, encontrando la rendija por donde colarnos hacia un mundo repleto de moldeada roca caliza, mucho verde, agua, y sobre todo buenas personas. A fe que lo conseguimos...

Las promesas son futuribles del corazón

Conquistados por un lugar llamado Fuertescusa sólo tuvimos que esperar la oportunidad para regresar allí donde dos años atrás nos habían tratado tan bien. Era una promesa que al cumplirla se convertiría en un placer.

Inés, Mercedes y un servidor dejamos en casa a nuestro Jorge, que a última hora había tomado la determinación de NO querer escapar de sí mismo y por tanto rehusaba a compartir con nosotros la aventura; quiero que sepa que nos llenábamos de tristeza por ello. El morro de nuestro Toyota se pone "mirando a Cuenca"  y en su habitáculo marchamos los tres contentos, hasta que toca hacer un alto en busca de ricos agasajos con forma de viandas..., los hallamos en un mesón en Villar de Olalla.  Cuando un rato después pasamos de refilón por la capital de las Casas Colgadas, mi mujer y yo rememoramos la imagen de sus montes repletos de la más irreverente nieve de marzo, visión grabada en nuestras retinas desde aquel viaje de la Maratón de Cuenca de 2018.

Ya en Cañamares dejamos el equipaje en la estupenda cabaña de madera que nos ha sido asignada y tras ello recorremos los escasos siete kilómetros que separan aquella localidad de Fuertescusa. En el camino marchamos deleitados por la belleza otoñal del paisaje: una nutrida paleta de tonos amarillos, verdes, ocres y grises aderezado todo con el esencial discurso del agua; cuando atravesamos la triple puerta del infierno, esos arcos horadados en la roca, quiero imaginar que he visto una luz que nos inunda y que ello significa que acabamos de entrar en un nuevo universo, dejando tras nosotros aquello que tantas dudas nos deja. La realidad fue que al otro lado de esa puerta la alegría y la intimidad de la montaña nos completaron el corazón, como si de magia se tratara.



Tardes perennes con hojas caducas

...En el Ayuntamiento un montón de entusiasmados voluntarios están entregando los dorsales... saludamos a Mar e Iván, que son organizadores de la carrera, pero sobre todo son nuestros amigos, culpables de que hayamos cruzado a este otro lado. Aprovechamos las últimas horas de luz haciendo una rutilla por los alrededores del pueblo, enfermados por una repentina adicción a echarnos fotos, como japoneses o como si viniéramos del más triste de los desiertos, pero es que lo que vemos a nuestro alrededor es una película compuesta de un montón de coloridas diapositvas que necesitamos retener del mejor modo posible en nuestro imaginario.




Ahora que lo pienso aquella tarde se acabó convirtiendo en una de las mejores tardes que recuerdo, hasta que tocó recogernos en nuestra cabaña de Cañamares, donde agradecimos estar aislados del viento y el frío que reinaban afuera. Los ñokis con carne y queso que cocinó mi mujer  fueron la pimienta de placer que toda velada requiere y al paso nos pusieron las pilas para lo que iba a venir al día siguiente. Tras un breve lapso de tiempo viendo "la caja tonta" dimos por suficientemente estirada la jornada y nos retiramos a descansar, algo que no me costó conseguir tras la exigente semana que había llevado.

Las garras que no desgarran sólo arañan

A la mañana siguiente toca madrugar: logística, desayuno, que os voy a contar, todo eso que hacemos para poder cumplir esta bendita devoción. Nuestras viejunas articulaciones están ya hartitas de nosotros y eso que aún no les hemos dicho lo que les espera en los últimos dos meses del año, así que a rezar para que nos permitan que la rueda siga girando.

Ya nos encontramos en la plaza de Fuertescusa, respiramos ambiente del mejor trail, pero por desgracia no tenemos mucho tiempo, así que dejamos a Inés con alguien de la organización (ayudará en uno de los puntos de avituallamiento) y nos ponemos a calentar. Bajando por una de las callejuelas vemos la silueta de alguién que enseguida reconozco, es Augusto de La Solana, un amigo de aventuras pasadas, y a la sorpresa se une nuestra alegría. También echamos un rato con Iván y Jorge y llegado el momento les hago saber que esos minutillos serán los únicos que compartamos corriendo ese día ya que una vez den la salida no les veré la matrícula, parecen no creerme.

Estamos todos juntos en el corralito y sólo pienso en aquella fiesta del sueño llena de gente gris, quiero huir de aquello, quiero buscar en la montaña y casi sin quererlo encuentro el leitmotiv para transitar esa mañana por el precioso circuito que nos espera. En esta guisa el speaker, espada en mano, da el pistoletazo tras una breve cuenta atrás...

...Primeras zancadas: no hay ritmo ni disfrute, tan sólo hay unas garras que desde el primer momento abarcan mis piernas y comienzan a arañar mi piel. Iván se va, querría su compañía pero no tengo monedas suficientes para pagar el peaje de esa autovía; sin embargo, subiendo por la pista sigo de cerca la estela de Jorge...

Esas largas uñas continuarán su lento rasgar infringiéndome una tortura que no dará para sangrar, pero que será lo suficientemente dolosa como para nublar mi objetivo: estorbará mi búsqueda allá arriba. 

El ojo de piedra que disuelve los males

Tras bajar por una senda rápida hacia el río Escabas hemos iniciado la subida hacia el Vallejo Hondo y parece que la senda la hubieran diseñado Mar e Iván sólo y exclusivamente para nuestro disfrute; sin embargo y para mi desgracia hoy no será el día en el que triunfen las buenas sensaciones. Marcho tras Jorge, pero las piernas me hierven, así que pongo mis manos encima de esas garras imaginarias que atenazan mis cuadriceps y avanzo sin más. Alcanzamos "el agujero", ese rosco en forma de puerta redonda que la naturaleza ha construido con eterna paciencia y vuelvo a pensar en la montaña y en las buenas personas, me imagino cruzando  ese hueco y dejando a mi espalda todo lo malo, pero la realidad es que tras ese bonito recoveco no sucede nada especial, salvo el hecho de que me despisto y compruebo que he perdido la estela de Jorge. Las piernas siguen secuestradas por esas zarpas y es entonces cuando asumo definitivamente que sufriré el resto de la subida y, por ende, el resto de esta aventura; así que desconecto y desde ese momento me relajo con el único fin de moverme por sitios tan privilegiados....




De bajadas hacia nuestro interior y subidas hacia nuestra alma

La niebla se hace densa en una extraña estampa y hay que marchar atento por donde se pisa..., cuando pasamos por el final del collado donde toca desviar hacia el barranco, echo de menos las vistas que dominan ese alto,  pero la espesura de la neblina lo inunda todo. 

En la bajada llevo delante mía una chica que se mueve grácilmente por la serpenteante senda, así que me agarro los machos y trato de seguirla..., cuando llegamos a la pista y cogemos el bonito camino que transcurre paralelo al Escabas me doy cuenta que la adrenalina me ha vuelto a conectar a la carrera, pero casi sin quererlo, cuando ya estamos subiendo por la bonita senda que lleva a la pista donde Mar nos espera, siento que me voy  desconectando poco a poco, hasta casi desaparecer, así que me quedo solo. Allá arriba mi amiga se interesa y yo apenas logro que salga un gesto que de haberse tratado de palabras habrían sido algo así como: "Mar, digamos que estoy donde mi alma quiere estar aunque mi cuerpo no quiera hoy acompañarme".




En el tobogán en que se convierte la pista me pasa como una flecha algún que otro corredor, y ya bajando el agreste barranco, ese que la corriente del agua ha ido esculpiendo tormenta tras tormenta, tengo que tirar de concentración extra para esquivar con éxito los obstáculos.

Ya marcho paralelo a un arroyo que he de cruzar en varias ocasiones, y a cada salto sus transparentes aguas parecen decirme "sumergete y disfruta conmingo"; el paraje es tan bonito que por unos minutos me hace olvidar mis penurias. En la subida que viene después coincido con un corredor que me pregunta cuánto queda: le anticipo a groso modo las dificultades que tendremos que afrontar, así que tras escucharme atentamente intuyo que ha decidido reservarse al comprobar que se queda conmigo.

Hacia el sitio donde siempre nos tratan tan bien

Ya estoy bajando por la senda y mi compañero ocasional ha puesto pies en polvorosa; para más inri me han adelantado otro par de corredores más. Y en el peor momento es cuando hallo un extraño regocijo: sólo puedo reproducir, y a duras penas, mi cansino correr, pero si lo pienso despacio no querría estar en ningún otro sitio que en ese, entre bosques, rocas y arroyos, alejado de la fiesta de mi sueño y de su falso ruido. Caigo en la cuenta de que acabo de encontrar lo que he andado buscando.

Hago en solitario la bajada del Camino de Santiago y ya en la pista veo a mi hija en el avituallamiento; me saluda y me echa una foto y pienso que si a mi hijo mayor no le atrapó la montaña bien podría caerle su hechizo a la buena de Inés.

Sólo quedan unos pocos kilómetros y siento que  paso a paso voy ganándome el privilegio de conquistar esa preciosa plaza; aunque se hace duro ya nada me borrará la sonrisa. Cuando mi vista alcanza a ver las primeras casas y la última bajada me allana el camino siento que un escalofrío recorre mi cuerpo. Es entonces, sólo entonces, cuando siento que mis piernas se liberan de esas molestas garras y por unos instantes me muevo suelto: puedo cruzar meta entre aplausos, embargado con la sensación de lo mucho que mereció la pena esta dolorosa búsqueda.

Las gentes de la fiesta que quiero

No hay ironías ni sacasmo, ni conversaciones dirigidas, no hay engaños, tampoco intereses ni poderes que te hagan doblegar tu alma, en esa plaza sólo hay gente tan auténtica como se muestra, sin trampantojos. Tras ir a cambiarme mi ropa mojada, regreso a meta todo agarrotado y justo en ese momento veo como esprinta Mercedes llegando a meta, mostrando una sonrisa de oreja a oreja; y como siempre, sólo cuando ella ha llegado es cuando puedo relajar mis hombros dando por finiquitada la aventura, como si todo encajara en su sitio, un puzzle bien ensamblado. 

Y tras una estupenda jornada montañera, con trofeo incluido para mi mujer, aún tenemos por delante una tarde perfecta, pero antes nos deleita la caldereta con más amor y sabor que uno pueda echarse a la boca. La carne, la bebida, el crujiente pan, las fabulosas rosquillas que reparte una señora mayor a diestro y siniestro son aditamentos de esta fiesta en la que sí quiero estar; es que, a este lado  no hace falta huir de nada ni de nadie, porque aquí permanecen el tipo de personas con la que quiero compartir mi tiempo.



Epílogo

Mar e Iván nos acogieron hospitalariamente en su casa donde compartimos el resto de lo que fue un estupendo sábado. Y el encanto continuó con la fiesta de la calabaza, la casa del terror, la estupenda ronda que hicimos emulando por todo el pueblo la famosa tradición del "truco o trato". 



Al día siguiente había que disfrutar del Sol que por fin se decidió a aparecer e Inés nos alegró el corazón cuando nos dijo que quería participar en el "Infernillo", la carrera para niños que se celebraba paralelamente al trail. Deciros que no logró terminar la prueba, demasiado para ella, y acabó apesadumbrada, así que hubo que hacerle ver que sólo se puede sentir orgullo cuando compruebas que alguién cae intentándolo, que lo importante es el movimiento, y que no hay que mirar el tiempo que empleas, ni el puesto en el que terminas o a quien superas, lo importante, al fin y al cabo, es sentirte vivo poniendo en jaque a tu cuerpo y convenciendo a tu mente de que lo vas a lograr.



Tocó despedirnos con pena de nuestros dos buenos amigos y cuando las casas del pueblo quedaron tras el retrovisor nuestro Toyota atravesó la triple puerta del infierno; creí que la magia frenaba en seco y no nos seguía, incapaz de salir de allí donde siempre está encapsulada, flotando en el aire a la espera de cazar a nuevos visitantes que decidan ir a este increible paraiso.



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