RELATOS

Una vez iniciado el movimiento supe que no habría marcha atrás, sería difícil regresar a aquello que fui. Hoy soy otro ser: curtido, compañero del esfuerzo, amante de mis kilómetros. Sólo el fin de mis días debería obligarme a parar: ese es mi pequeño sueño.

domingo, 24 de noviembre de 2019

CUADERNO DE BITÁCORA: CAMINO PRIMITIVO, 2ª ETAPA SALAS-BERDUCEDO

Madrugadas que inician el eterno movimiento

Suena el despertador y me incorporo sin dudarlo; mi cuerpo es en sí mismo todo un dolor, un mal compacto que tendré que sobrellevar intermitentemente a lo largo de todos los días que tenemos por delante... pero un reto es un reto....

A la tercera llamada va la vencida, Merche reacciona y trata de desperezarse; son las 6 de la mañana, hora innominiosa para ella y menos después del machaque del día anterior...pero ya estamos en pie y haciendo cosas...

...,"¡upps, Mercedes!", le digo, "la ropa que cuelga del alféizar de la ventana sigue empapada", estas son el tipo de cosas en las que no caes cuando te sumerges en un laberinto como este; así que la metemos en una bolsa de plástico y de ahí al bolsón con el resto de enseres; mientras cierro la cremallera vuelvo a sentir el temor de que Correos la extravíe y no la encontremos por la tarde esperándonos en Berducedo.

Mis pies sienten los fríos escalones al bajar los dos pisos que nos separan del comedor. En el trastero se apelotonan medio desordenadas un montón de zapatillas y  botas, cojo mi par, entro a la sala y saludo a los anfitriones del albergue. Ya sentado, mientras me pongo las zapas, les contemplo esmerados en rellenar un montón de copas con cachos de fruta, muesli y yogurt, y en un pis pas la habitación comienza a llenarse de alegres peregrinos,  entre ellos Mercedes que ya luce desperezada...

Mientras disfrutamos del rico y potente desayuno nos sentimos observados por el resto de comensales; está claro que nuestros atuendos despiertan su curiosidad hasta tal punto que la chica de la mesa de al lado nos acaba formulando la pregunta del millón: ¿estáis haciendo el camino corriendo?, ...le explico brevemente nuestras pretensiones y lo que nos tocará en esta dura etapa del martes. Sólo con oirme decir esas palabras siento como se me eriza el vello...


..."Ya es la hora, salgamos, que necesito el movimiento", le digo a mi mujer. Le pedimos al más espigado de los dueños que nos haga por un momento de fotógrafo y allí en la fachada de su albergue posamos para la ocasión: difícil describirlo..., en la desierta placita aún llena de sombras Merche y un servidor sonreimos con la expectativa en nuestras caras, sabedores de que ya ha llegado la madre de las emociones, el momento clave. Cuando nos despedimos de aquel hombre y dejamos tras nosotros su silueta alargada empiezan a asomar los primeras luces del día....


El camino late en nosotros

Los primeros pasos son rápidos, una especie de ágil caminar, para después pasar a un trote ligero que cuesta engranar al principio. Nos equivocamos de calle a pesar de estar siguiendo la ruta en el móvil, regresamos sobre nuestros pasos y encontramos una flechita amarilla a la vez oímos el agradable sonido de mi smartphone informándonos de que estamos dentro del recorrido de nuevo.

Zancada a zancada los dolorcillos van remitiendo, el montón de calorías que comienza a correr por nuestras venas nos ayuda a sentir que estamos empoderados: creyendo que seremos capaces de superar los 61 kilómetros con sus dos mil positivos e incluso de que cumpliremos las cuatro etapas que vendrán después. Y así damos un bandazo y quedan atrás nuestros miedos, ahora vemos el vaso medio lleno...



Mi entusiasmo hace que me eche adelante por un camino inundado de mil tonalidades de verdes, donde la exhuberante vegetación ha conquistado definitivamente el espacio; un tupido bosque nos atrapa a la vez que nos acompaña el ruido de las aguas del Noraya que discurre paralelo en el barranco de nuestra diestra,...y me siento suelto, un irreverente flow, hasta que la voz de Mercedes me saca de mi ensimismamiento: "no echemos carreras que hoy va a ser un día muy largo". Le obedezco sin rechistar.




Dulce compañía hasta Tineo

La suave subida parece concebida para disfrutar y cuando pasados unos cinco kilómetros el terreno se despeja de arboledas y transitamos por llanuras, siento que dejo atrás lo que más me gusta. Ahora vamos por una pista paralela a una carretera y hemos metido una velocidad más. En el Albergue de Bodenaya sellamos y no perdemos tiempo, aunque un par de minutos más tarde volvemos a parar para contemplar la belleza de una pequeñita ermita. 





De repente reparamos en que alguien llega corriendo: ¡es Lucía!, la chica con la que habíamos charlado la tarde anterior en Salas. 


Y esta inesperada comunión nos dará aire fresco en nuestra aventura porque compartir camino es algo que no se olvida... Los tres atravesamos La Espina en una especie de inesperado pique de ritmos. Lucía ha de llegar a Tineo esa mañana, pero nosotros tenemos un cometido más complicado, aún así Mercedes y el que suscribe nos dejamos llevar por la buena conversación y por la fresquita mañana marchando a un ritmo que no nos conviene y sin darnos cuenta caen un par de kilómetros con una muy buena cadencia.

En una de las rampas nuestra compañera se queda hablando al móvil con su marido, parece que él no tendrá fácil pillarla (salió un rato después) ya que está pagando el peaje por el esfuerzo del día anterior; en esta guisa Merche y yo hemos continuado por una bonita senda en un perfecto tobogán y casi sin darnos cuenta la hemos dejado atrás.



Cuando el camino se pone en franca bajada y llegamos a El Pedregal, paramos en una oficina de turismo para sellar. Un par de minutos después llega nuestra compi y volvemos a hacer trío.

El terreno que viene después nos hace sentir que la montaña ha regresado. Lucía se ha vuelto a quedar atrás mientras mi mujer y yo vamos conquistando poco a poco Tineo con unas sensaciones que no hubiéramos podido imaginar unas horas antes en Salas.



Los paisajes invitan al disfrute y todo va bien hasta que acontece un pequeño contratiempo: Merche ha de visitar a Roca, así que se adentra entre los helechos para buscar su "lugar de recogimiento", mientras tanto yo sigo caminando a paso lento...

...pasan los minutos y ella no aparece, por momentos pienso que una planta carnívora le ha comido el trasero; tras unos minutos que se hacen eternos suena mi Samsung, es ella; le pregunto dónde se ha metido justo cuando tres ciclistas me cruzan y me indican que dos chicas vienen corriendo camino abajo, unos segundos después las veo aparecer subiendo la cuesta.

Intuímos Tineo y quizá por ello hemos aumentado el ritmo. Mi tibial comienza a susurrarme cosas al oído, historias que no quiero escuchar, pero a él le dará igual, seguirá hablándome prácticamente a diario hasta llegar a Santiago; los dolores no conseguirán que me agobie, no caeré en la tentación de pensar en todo lo que nos queda, concentrado en el ahora , difrutando de lo que me rodea y sintiendo intensamente lo que estoy haciendo.

Las primeras casas de esa preciosa localidad nos reciben con una sonrisa y en una iglesita digna de la mejor foto, Lucía, mi mujer y yo inmortalizamos nuestra despedida con un par de clics digitales. Ahora que escribo estas líneas espero que ella pueda leerlas y con ello rememore los buenos momentos que dos andaluzas y un manchego pasaron aquella estupenda mañana de agosto en tierras asturianas.


La soledad más bella

A partir de ese punto del recorrido ya no adelantaremos más peregrinos, son más de las doce y el destino más lógico de los caminantes es Tineo, que ya ha quedado atrás; dicho de otra forma: nos hemos ganado el privilegio de la soledad. En números aún nos queda una maratón de montaña, pero eso lejos de asustarnos nos emociona.

Y este nuevo tramo comienza subiendo por una senda que hoy, aquí sentado ante la pantalla, me cuesta describir, quisiera haber podido retener todos los olores, todas las trampas del paisaje, pero eso quedó guardado en algún vago lugar de mi memoria. Sí que puedo recordar como Tineo se fue haciendo cada vez más pequeño y más hondo, incrustado en su valle, mientras nosotros ascendíamos zigzagueando con las manos en los cuadriceps; todo un castigo  para las piernas aunque también una bendición de movimiento en un enclave tan privilegiado.

Hemos subido doscientos metros hacia el cielo, hasta alcanzar el Alto de la Guardia y el Pico de Puliares, ha sido largo pero ha merecido la pena; allá en lo alto los tres ciclistas que habíamos visto un rato antes nos adelantan por el estrecho sendón y nos vemos los cinco esmerándonos en mover nuestras diez piernas a la vez que sacamos arrestos para explicarnos mutuamente y de forma desordenada nuestros planes: su destino, como el nuestro, es Berducedo, son de Castellón y hoy puedo decir que han acabado siendo nuestros amigos del camino, de hecho puedo adelantar que este breve encuentro no será más que el primero de unos cuantos (algunos con cerveza en mano).

Nuestros compañeros ya han desaparecido de nuestro plano y estamos bajando, pero se ha terminado la calma porque su tibial y el mío sufren pura envidia, periostitis, tema principal del anexo de lesiones de este cuaderno, algo que nos traerá de cabeza en lo que resta de camino hasta el Obradoiro.......pero lo llevamos lo mejor que podemos y la soledad que compartimos nos lleva al silencio, allá por paisajes idílicos que no tienen desperdicio, toda una invitación a la reflexión para ordenar nuestras ideas. Sólo nuestros estómagos van más rápido que nuestra mente y nos indican que habrá que hacer un alto, habrá que llenarlos de felicidad y no a mucho tardar. Pero antes de esa posta llegan los bosques y las sendas pedregosas, como en el mejor de los trails; en esa zona Mercedes disfruta y sufre su dolor a partes iguales, hasta que por fin alcanzamos un precioso valle.



Villaluz y las galletas mágicas

Justo donde termina la frondosa pista nos topamos con un rebaño de vacas bonachonas, así que tenemos que administrarnos el espacio para continuar todos por nuestro camino; el ganadero nos hace indicaciones y le seguimos a su finca... un minuto después lo vemos estampando su sello en nuestras credenciales y registrándonos a bolígrafo bic en su cuaderno como peregrinos runners, dando fé de nuestro paso por esas tierras. El entusiasmado señor otea el horizonte poniendo cien ojos en las cumbres y tras un silencioso impás concluye: "disfrutaréis de lo lindo en hospitales porque hoy estará despejado, no habrá niebla, pero.. ¿seréis capaces de llegar a Berducedo?, me parece que estáis un poco locos". Nos despedimos con un agradecido apretón de manos, pero cuando vamos a reanudar la marcha nos dice: "esperad...", entra a la vaquería y unos segundos después regresa con un envoltorio en sus manos. "Lástima que no me queden de estas galletas que elaboramos en esta zona, compradlas en Borres, son muy nutritivas y ayudan como ninguna otra cosa a llevar bien los rigores de esas montañas". Y, ahora sí, dejamos a ese simpático señor con lo suyo y marchamos hacia nuestro destino...


...Nuestro trayecto por el valle se convierte en un auténtico peso para nuestras piernas, sentimos la falta de fuerzas y cuesta correr, así que vamos alternando camino y carrera. Hemos dejado Villaluz y nos acercamos a Borres, aldea donde pretendemos hacer nuestro alto en el camino, pero nos estamos quedando sin gasolina, así que en un aldeita llamada El Espín entramos en un pequeño restaurante.

La energía que nos transportará a las montañas

Durante años tuve la creencia de que las ultras eran incompatibles con mi estómago, hasta que el año pasado tras un gran fiasco y haciendo de tripas corazón, comencé a echarme a la boca cosas hasta entonces prohibidas: geles, frutos secos y todo tipo de alimentos; quedé contento al comprobar que por lo general ya no tenía problemas de naúseas y vómitos. Sin embargo, ha sido la experiencia del camino la que ha reafirmado esa teoría; en el norte, con temperaturas tan frescas, no ha habido conato alguno de malestar digestivo, por lo que he concluido que mi mal fue siempre la deshidratación, a la cual soy propenso. Siempre recordaré como en aquella semana de agosto todo mi organismo fluyó sin problemas, la bendita hambre me asaltó con asiduidad y yo la satisfací para obtener con ella energías para poder disfrutar rutas tan increibles y exigentes.

Así que en el restaurante no hacemos prisioneros: un par de Coca Colas, un gigantesco bocadillo de jamón york y un helado de nata. Mientras se carga el móvil entablamos conversación con un chaval que está haciendo el camino. Ojo, antes de pagar mi mujer pregunta por las galletas mágicas: "¡sí, las tenemos!, compre un paquete de 12 que allá arriba lo van a necesitar", eso hace.


La aventura dentro de la aventura

Reanudamos la marcha obviando los dolores, pero pronto sentimos que las piernas se vuelven a meter en faena. 



La emoción crece por momentos, sobretodo cuando tras pasar por la aldea de Borres llegamos a un punto crucial: la bifurcación que separa el camino primitivo hacia Pola de Allande o del camino alternativo hacia Hospitales. Tenemos alojamiento en Berducedo así que por nada del mundo nos perderíamos lo que nos espera por allá arriba. Salimos pitando por la estupenda senda que nos acerca a aquello que tanto hemos esperado.




Un rato más tarde llegamos a la Ermita de San Pascual Baylon donde la falda de la montaña deja ser falda y pasa a ser montaña; comienza la subida tendida por un recorrido que nos prepara para algo íntimo y especial. En esa fase de la jornada no recordamos dolor alguno, sólo hay satisfacción...¿será casualidad?







La pista entre pinos nos eleva por la suave y verde cadena montañosa hasta que casi en el kilómetro cuarenta llegamos a una solitaria fuente que se ofrece como antesala del alto collado. Nos refrescamos a pesar de que no hace apenas calor. Relleno los softflasks y continuamos la ruta totalmente entusiasmados. El bosque acaba dando paso a una meseta llena de colores silvestres a la altura de Pico Picón, imposible no pararse a contemplar el valle de donde venimos.









 Atravesamos Pico Caborno y pasamos por Pico Tableiros, allí donde las vistas son increibles y pronto descubrimos que tenemos compañía: más de una docena de toros y vacas pastan ajenos a nuestra presencia. Algunos están en mitad de la senda y sus cuernos imponen, pero con un poco de valor y casi de puntillas logramos cruzar a su lado sin que prácticamente se inmuten...





El camino se vuelve pedregoso en la continua ascensión y pasamos por las ruinas de algunos de los hospitales de peregrinos que hace 1000 años daban servicio; 




Alcanzamos el punto más alto del recorrido cuando rozamos los 1300 metros y por momentos nos sentimos como aeroplanos en una pista de aterrizaje con tanta baliza reflectante, colocada precisamente para evitar que los caminantes se pierdan en los días de niebla.

Seguimos atravesando suaves picos hasta que toca bajar, y lo hacemos tras alcanzar el Puerto del Palo. Ante nosotros un sendón muy abrupto y en franca pendiente descendiente donde Merche y un servidor nos dejamos los tobillos resintiéndonos de nuestras lesiones. Sin duda el momento más sufrido hasta ese momento.

Perdidos en el paraiso

A esas alturas de la tarde mi smartphone ya se ha muerto, y lo ha hecho pese a mis intentos por revivirlo con la batería externa. Tiro de plan B y le pido a Mercedes su móvil, pero como no hay cobertura y no puedo cargar la ruta en la app, tocará seguir los hitos, muy dispersos en todo el camino, y es que si bien en hospitales hubiera resultado imposible perderse con tanta baliza, me temo que en lo que resta de recorrido las indicaciones serán mucho más pobres...

Atravesamos la carretera buscando la señal que finalmente encontramos y nos adentramos por la sendita más maravillosa por la que jamás hemos transitado, casi sobrecogidos por un bosque interminable de helechos que bañan toda la pendiente hacia el barranco.




Alcanzamos una aldea abandonada cercana a una carretera, y dudo si continuar por la senda o tomar por el asfalto, y es que temo por el hecho de perdernos. Finalmente encontramos una indicación que dice que Lago se halla a cuatro kilómetros así que proseguimos por la senda, y cuando estamos atravesando la última casita fantasma aparece un pedazo mastín que no es para nada etéreo, totalmente de carne y hueso; suerte que tiene cara de bueno y me acerco para acariciarle el lomo mientras Merche aprovecha para poner pies en polvorosa.

Nos adentramos por un barranco por una zona tan preciosa como desconcertante; uno no sabe hacia donde lleva, porque de vez en cuando se abre algún ramal y no hay indicación alguna. Pasan los minutos y Lago no llega, pero lo que sí llega es nuestra desesperación, y con ella la adrenalina y la imaginación: la mente maquina el drama de vernos de noche perdidos en el monte sin poder pedir ayuda. Así  que hacemos lo único que podemos hacer, proseguir.

De perdidos a totalmente extraviados

 Y justo en el momento más desesperante, casi convencido de que estamos dejados de la mano de dios entre los bosques y los barrancos, aparece casi de la nada un increible y coqueto cementerio que me hace recordar la crónica de los ciclistas de la ruta de wikiloc. "Menos mal, estamos llegando a Lago". Merche respira tranquila y más aún cuando alcanzamos las primeras casas de la aldea. Nos topamos con un señor y le pregunto cómo ir a Berducedo y nos dice que en la carretera está la señal.

En la margen de la carretera luce uno de los pocos hitos de piedra que hemos visto en un porrón de kilómetros, así que, guiado por el mismo,  continuamos por el camino que se abre hacia un bosque. Las fuerzas nos están abandonando y estamos deseando llegar, pero hasta el rabo todo es toro. Cruzamos la espesa arboleda de pinos hasta que nos topamos con la carretera y por momentos dudo: la intuición me dice que hay que cruzarla y proseguir por el camino, no hay flecha alguna, no hay nada que nos diga que hemos de desviarnos...

Y guiados por el instinto continuamos por el bosque hasta que éste se acaba y tras atravesar una explanada abrimos una valla y nos topamos con la nada, ni rastro de Berducedo, ni rastro de señales ni de sendas. Decido girar a la derecha y continuamos por una pista que nos hace adentrarnos nuevamente por el bosque, por otro costado, continuamos y continuamos mientras oigo a Merche quejarse, me desespero y el momento crítico llega cuando nos volvemos a topar con una puerta, pero esta con candado, es una finca privada. La locura es tal que sopeso saltarla, pero finalmente impera el sentido común y regresamos sobre nuestros pasos desandando todo el camino, volviendo a cruzar la explanada, regresando al camino del bosque y cuando por fin llegamos a la carretera me doy cuenta: "mira Merche, ahí en el quitamiedos, hay una flechita amarilla que indica que hay que seguir por la carretera".

Muy cansados, hundidos, andamos por la carretera, tratando de correr a ratos pero sin ritmo, nos hacemos un interminable kilómetro hasta que volvemos a ver una flechita amarilla que nos desvía por un camino; avanzamos por él pero pero en el horizonte seguimos sin ver civilización alguna. Tengo la certeza de que estamos llegando a Berducedo, ya no estamos perdidos, ya no estamos extraviados, pero hemos llegado casi al límite de nuestras posibilidades, y justo en el peor momento vemos a lo lejos las primeras casas y nos dejamos llevar por la alegría contenida...

Ya estamos en el albergue: nos sentimos ante todo agradecidos: agradecidos por haber llegado, agradecidos por haber vivido tal aventura, y agradecidos por continuar en el camino.

Conciliando miserias

La bolsa está allí, Correos cumplió. Cargo con ella hasta la habitación, pero casi no puedo subir las escaleras. El dolor del tibial es tan agudo que es como si el mismo fuera un alfiltero de costurera. Cuando entramos en la habitación siento una extraña sensación: me siento ajeno y me invade una especie de miseria autoconsentida, autodisciplinada. El albergue es pobre, pero ese no es problema, no hemos venido a disfrutar de hoteles de lujo, el problema es que estoy vacío y sin posibilidades. El de recepción nos ha dicho que en 20 minutos cerraban la cocina así que Merche y yo nos metemos en la ducha y casi en un acto de mutua compasión nos frotamos el uno al otro con sendas esponjas. El dolor se mezcla con el cansancio pero el jabón consigue quitarnos de encima la suciedad, llevándose al paso alguna que otra costrita de autoestima...

Ya cambiados bajamos como podemos hasta el mesón del albergue. Cuando el camarero nos pone en la mesa una sopera repleta de caldo y fideos aceptamos la apuesta, porque a pesar de todo tenemos mucha hambre. Comemos sin parar de esa sencilla poción sintiendo como la fuerza regresa a nuestras almas. Cuando terminamos un plato rellenamos otro y así hasta tres veces. La cinta de lomo que viene después es humilde pero se agradece y el azúcar del postre hace el resto.


Cuando regresamos a la habitación, ya son las nueve de la noche y tan sólo quiero descansar; no tenemos tiempo para organizar lo del día siguiente, así que hacemos lo urgente: nos aplicamos la bolsa de hielo que nos han dado abajo en nuestras inflamadas y calenturientas tibias y tras comprobar que tenemos calefacción y un pequeño lavabo, sacamos un poco de paciencia para lavarnos la muda y ponerla a secar en el radiador. Los móviles ya están cargándose y ahora sí, me voy a acostar,..., pero el remate a todos los males es el colchón, que se clava en mi espalda,...está visto que no será mi mejor noche..

Y me arropo, cierro los ojos, justo antes de conseguir que llegue el descanso pienso que estoy despojado de todo futuro, quisiera estar en otro sitio, aunque por otra parte no me arrepiento de estar en ese reto, supongo que no eran más que incongruencias fruto de la impotencia y el cansancio.

...pero llegó el sueño reparador, y por algo lleva ese apellido



















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