RELATOS

Una vez iniciado el movimiento supe que no habría marcha atrás, sería difícil regresar a aquello que fui. Hoy soy otro ser: curtido, compañero del esfuerzo, amante de mis kilómetros. Sólo el fin de mis días debería obligarme a parar: ese es mi pequeño sueño.

martes, 31 de diciembre de 2019

LA DOÑANA TRAIL: JAVI, YA ES LA HORA

 
 
Prólogo
 

La gravedad me ha dejado pegado a la tierra y el peso lastra mis piernas pero no puedo salir huyendo así que le pido a Mercedes el viejo sello de oro y dudoso rubí, me lo encajo en el dedo índice y continúo haciendo las maletas...

Tras dejar a Inés con mis suegros proseguimos el viaje a Sevilla y en nuestro avance cada elemento del camino: un punto kilómetrico, una valla publicitaria... parecen susurrarme cosas ininteligibles, pero creo entenderlo: «te acercas hacia el lugar al que juraste no regresar, y una vez llegues intentarás aquello que prometiste no volver a intentar, pero no sientas miedo de la gravedad...»

...y los susurros cesan para dar paso a la voz profunda de mi padre «Javi,  ya es la hora». esa frase está anclada en el tiempo en una madrugada de vago adolescente, tengo que desperezarme, tomar café e intentar aprender a contrareloj esas fórmulas indescifrables, propósito de enmienda para ser un buen estudiante pero también sentimiento de culpa por temer ver la decepción en su cara; sin embargo él nunca me reprocha nada, tan sólo quiere que despierte...el tiempo pasó, más  de  treinta años y, se enmendaron muchas cosas, él nos dejó pero se fue de este mundo orgulloso de su legado y ahora que miro su sello mi intención cobra fuerza: «merece un nuevo intento, merece que regrese a Sevilla».

Pilar y Eusebio son la mejor compañía que uno puede tener, sobre todo en días tan extraños como estos que nos están tocando vivir a Mercedes y a un servidor; mientras cenamos y hablamos de garras que arañan, pesos que nos atenazan, pero también de viejas historias e ilusiones que abren una ventana a la esperanza. Ya en recepción fichamos y aunque la jornada aún podría haberse estirado un poco más decidimos retirarnos a la habitación para preparar la logística de cara a lo está por venir...

...Y así cerramos ese viernes de aquel noviembre y el onírico inicio de sábado me atrapa en una sala de espera que está aneja a una extraña habitación...me levanto, la expectativa se convierte en emoción, quiero abrir la puerta pero no me atrevo a girar el pomo, hasta que el ruido del despertador acaba coartando el incierto desenlace. 

Solos mi padre y yo

La mañana nos recibe reposadamente, como si estuviera en armonía con lo que toca realizar. Me hallo en la Plaza de Jérez por tercera vez; juré no volver pero allí estoy, algún llanto que otro después, tratando de sobreescribir en esa página a ver si esta vez es sin borrones.

Saludamos a conocidos y amigos, nos echamos fotos, pero me siento ausente, como si no fuera a correr 71 kilómetros, y es que en realidad lo único que quiero es estar unas horas a solas con él; tendré que esforzarme un poco para sentir su compañía.

Le he dado un beso a Mercedes, nos hemos deseado lo mejor porque en esta ocasión hay dos caminos y dos sueños. Le doy al reproductor de mi mp3, suena "Biker" de Pretenders y entre sus contundentes y tristes acordes Chrissie Hynde repite "You bring the biker out in me", y siento que necesito que aflore el corredor que hay en mi. Finalmente me exilio al vagón de cola del numeroso grupo, el speaker eleva el tono, inicia la cuenta atrás y dan el pistoletazo, la gente comienza a andar a mi alrededor mientras yo espero allí parado, tan sólo tengo que salir el último..., ¡ya ha empezado!, primeros pasos, piso la alfombra, suena el chip y beso el sello...

Avanzo absorto y sin preaviso viene a mi el viejo recuerdo de una tarde soleada en Cárdenas, apenas tengo cuatro años y floto en el agua sobre su espalda, él es mi barco...; a cada pocas zancadas rebobino, vuelvo a sentir que navego junto a él en aquella lagunita y mientras tanto la música va poniendo la banda sonora a mis sensaciones. No he pensado en ello pero en todo ese tiempo mis piernas se mueven con suavidad  y casi sin quererlo me doy cuenta de que he adelantado a una infinidad de compañer@s.

En el primer avituallamiento pasamos a la larga pista que nos llevará a Bollullos. Tengo desconectada mi memoria impidiendo recordar esos paisajes, tan sólo quiero rebuscar en mi pasado y no darme cuenta de que estoy corriendo.

En el segundo avituallamiento relleno los soft flasks y un largo rato después llegamos a la zona otrora empantanada. Por un momento temo sufrir las malas sensaciones que sentí allí mismo el año anterior, así que me esmero en buscar algún rincón de mi mente donde encontrar a mi padre mientras Wilco me echa una mano. Y así cruzo esa primera zona crítica hasta que el campo abierto me devuelve la certeza que disipa mis miedos.

He continuado pasando gente, sin prisa pero sin pausa y delante mía llevo a una chica con un chaleco Salomon azul, podría ser Merche, sin embargo al acercarme descubro que no es ella. Cuando llegamos a la zona de los Pinares de Aznalcázar, las piernas parecen quejarse, temo lo peor, sin embargo, unos pocos minutos después las malas ondas desaparecen y continúo aliviado, hasta que llego al tercer avituallamiento, donde empleo con paciencia un par de minutos para recargar de nuevo los soft flasks. Al arrancar compruebo que el engranaje no chirría, al menos no tanto como en 2018, y por momentos siento que podré conseguirlo.

Lo que viene después es sencillamente grato: la pista se mueve conmigo sin apenas costarme esfuerzo, su anillo impulsa cada una de mis zancadas acercándome al objetivo. Y en ese tramo los kilómetros se consumen rápido hasta que en una larga recta identifico su particular forma de correr; es tal la emoción  que rompo mi silencio y charlo con un corredor con el que llevaba haciendo la goma prácticamente media carrera. Le cuento que la chica del chaleco azul es mi mujer, le hablo del homenaje a mi padre, de mis pozos negros y creo que se lo cuento de tal forma que consigo emocionarle...

Dejando atrás viejos fantasmas

Cuando la alcanzo un escalofrío recorre mi cuerpo de arriba a abajo, y el chute de adrenalina resultante hace que mis piernas se suelten; sin embargo ella no va entera. «Javi, por favor, sigue tu ritmo y déjame atrás» me dice, «Mercedes, nada se me ha perdido allá delante». Ella parece entenderlo y llegados hasta ahí toca poner un velo a mis recuerdos, apagar el mp3 y sentir que comienza una nueva aventura...ésta será compartida

En la zona en la que el año anterior comencé a zozofrar me lleno de ansiedad, así que quiero abandonar esos paisajes cuanto antes; emplazo a Mercedes a encontrarnos en el siguiente avituallamiento y meto una marcha más. Cuando llego a la preciosa placita de Villamanrique de la Condesa compruebo que he necesitado tres intentos para llegar entero a ese punto y la gente me vitorea como si conociera esa historia, como si fueran complices de mis sentimientos. Un rato después llega Mercedes y mientras recarga su energía me mira sorprendida mientras engullo casi con gula algo parecido a un phoskito.

Y es en el momento de reanudar la marcha cuando tengo la certeza de que por fin llegaremos juntos a Doñana.


El peso de la gravedad no impide que fluyamos

Sufrimos la dureza del recorrido pero nos sentimos extrañamente empoderados. Merche se ha venido arriba tras avituallar y acometemos las cuestas con brio y paciencia, incluso en algún tramo corremos y andamos para hacerlas más llevaderas. Eso ralentiza un poco el ritmo, pero no nos importa demasiado.

Poco después llegamos al lugar donde justo un año antes había desistido de nuestro sueño, arrojando con ello la toalla y algunas cosas más, en ese punto no puedo evitar acelerar aunque Mercedes responde sabedora de mi necesidad de huir de allí. Veo por el retrovisor aquellos árboles y logro respirar tranquilo estando seguro de que ya no podrán alcanzarme...y todo marcha sin novedades hasta que alguien nos llama, es una voz familiar, ¡Eusebio!; charla con otro señor al lado de su bicicleta y de su coche; sí, es cierto, ese día hay ondas que pululan por el aire dispuestas a crear conexiones que generen dulces casualidades porque sin quererlo hemos estado sincronizados, y es que pese a estar nuestro amigo totalmente desorientado no ha gastado ni cinco minutos en encontrarnos.

Eusebio con su casco, su bicicleta, su generosidad y con este gesto que nos recocija. Recorro esa distancia compartida hasta Hinojos instalado en una sonrisa y evitando pensar en dientes afilados, estómagos que se dan la vuelta y piernas acalambradas, esos del pasado. Ya en el quinto avituallamiento, los tres nos encontramos en los mismos metros cuadrados donde también en un noviembre, pero de 2016, sentí la madre de las impotencias y allí fue donde, justo un año antes, llegué montado sobre un quad de la organización totalmente hundido con el único deseo de encontrar a alguien que me llevase al Rocío. Repostamos con rapidez y salimos huyendo de esos fantasmas, mirando hacia atrás tan sólo para decir adiós a nuestro amigo.


Llegando al sitio donde empezó todo


Adelantamos a corredores a los que la gravedad ha acabado haciendo esclavos y en esta guisa llegamos al siguiente avituallamiento. No perdemos mucho tiempo en nuestra sexta parada y cuando vamos a reanudar la marcha es como si viera a mi padre al otro lado de la carretera, apoyado sobre una muleta y señalando con la otra la inmensidad del coto. Pareciera decirme, como en aquellas noches de vago adolescente, «Javi, ya es la hora».

Así que cruzamos el asfalto y nos adentrarnos en la red que la naturaleza ha tejido con imponentes pinos enterrados en fina arena, es el inicio de la parte más bonita de la aventura y la mente me muestra ese recuerdo de 2016 que quedó para siempre atado a mi: su faldita negra haciéndose cada vez más pequeña y menos graciosa tras nuestra despedida, mi mujer desapareciendo entre las sombras de esos largos árboles; quedándome solo, con mi particular lucha, haciendo apología del esfuerzo para recorrer aquellos larguísimos quince kilómetros mientras imaginando una y otra vez el dolor que siente mi padre por su enfermedad y su decadencia...pero eso son, este domingo, sólo recuerdos.

...Hoy es distinto, hoy vuelve a empezar todo, navegando entre pinares y  hundiendo nuestros pies en la arena mientras los temerosos linces se esconden ante nuestra presencia...

De sueños impensables por olvidado

Las lluvias no han asentado esas dunas pero nuestra felicidad es inevitable, ya no habrá dificultad que haga oscurecer este brillo. Esa chica que hemos alcanzado anda nerviosa por saber si competimos como pareja y cuando Mercedes le dice que no nuestra compañera no pierde ni un solo segundo en decirnos adiós y salir pitando. Pero nosotros estamos en otro plano, ajenos a cualquier propósito que no sea el de cerrar nuestro particular círculo, ese que pensábamos que quedaría inacabado para siempre.

Ya en el último avituallamiento Merche toma carne de membrillo, pero mi estómago ya no está para demasiadas florituras. El gel mágico de Decathlon no deja mostrarme ya sus poderes y sólo me mantengo de agua y de ilusión. Reanudamos la marcha con una pareja y durante unos minutos compartirmos con ellos una estupenda conversación, pero también se nos acaban quedando. 
 
Los minutos siguientes son para mentes fuertes, avanzando entre las sombras de los árboles sabedores de que el combustible es ya el justo y que hay que llegar al Rocío sin repostar. En esta guisa alcanzamos a otra pareja, Alfonso y Sonia, que finalmente resultaron ser de La Carolina (el mundo es un pañuelo). Tras un rato compartiendo experiencia con ellos nos echamos adelante.  

Y la aldea, entre zancada y zancada,  se va intuyendo en ese sueño olvidado que casi sin quererlo hemos rescatado. Voy preparando mi interior para que llegado el momento no estallen demasiadas cosas dentro de mi, hasta que comprobamos como se despejan los árboles, y en el horizonte vemos no muy lejos nuestro destino.

Cruzamos el puente de madera y entramos en el último obtáculo, ese mar de arena, justo cuando las fuerzas me abandonan a la vez que la emoción me inunda. Entro en un extraño vacío en el que mi cuerpo me dice basta a la vez que mi alma eriza mi piel. Cuando llegamos al camino que bordea el Rocío rompo a llorar, lo hago sin control, demasiada gravedad sobre mi, y desde ese momento mi avance se hace tan pesado como esencial.

Y he de decir que de haberse tratado de tan sólo una carrera Mercedes habría acelerado para alcanzar a aquella chica que no marchaba a más de cien metros, esa que una hora antes había acelerado movida por el gen de ser mejor. Un pequeño esfuerzo y podríamos alcanzarla, pero ese sábado no estamos corriendo, fluimos hacia un lugar donde un día negamos poder llegar, así que mi mujer me coge la mano y afrontamos la última recta, hasta que vemos la ermita y el arco de meta se regalan ante nosotros...

....Juré no volver a estar allí, pero allí estamos, como en el más improbable de los sueños, giro el pomo y abro la puerta, nos cogemos de la mano, atravesamos la larga alfombra roja y cruzamos ese arco, para terminar fundiéndonos, entre lágrimas, en un profundo abrazo. En un solo segundo pasan por mi cabeza un millón de desencantos, ilusiones, garras y esperanzas. Papá tenía razón, siempre la  tuvo, era la hora, siempre fue la hora, y al igual que me hizo despertar en su día, nos ha hecho regresar al lugar donde siempre debimos volver. 





Epílogo

Nunca me hallé tan feliz en el Rocío, de hecho nunca pensé que podría sentir la felicidad en aquella aldea, así que me encuentro raro. Ni el malestar que viene después, ni las dos horas que necesito para recuperarme empañan tanta dicha. 

Los amigos sonaron con voz especial en las siguientes horas, la reposada cena, el segundo puesto como Veterana C de Mercedes, bajar de las 8 horas, sólo fueron placeres colaterales

Llegados hasta aquí doy por terminada esta amalgama de emociones y tan sólo expreso gratitudes y enhorabuenas: he de dar las gracias a la organización, que me trató tan bien en malos momentos de ediciones pasadas, y quizá eso ayudó también a volverlo a intentar. Enhorabuena a María del Mar y a su marido por su gran pódium, a Sonia y Alfonso, los de La Carolina, por su meritorio cuarto puesto, también a Mariano que de nuevo lo ha vuelto a conseguir, ¡menudo crack!; Jesús y David disfrutaron como enanos y al paso se marcaron un carrerón; no me quiero olvidar de la gente del club Los Panchos de Linares que se tiraron a la piscina sin agua pero calleron en blando sintiendo que eran tan felices por haberlo conseguido.

Y el Sol me calentó ese domingo en el autobús en nuestra vuelta a Sevilla, donde nos esperaba Eusebio para compartir con él y Pilar una exquisita comida. Nos sentimos nuevamente muy agradecidos por tenerlos como amigos y por fin pude invitarles. 

A nuestra vuelta a Valdepeñas, cada punto kilómetrico, cada valla publicitaria parecían decirme cosas, todas buenas por cierto, y la gravedad me dejó tranquilo por un tiempo, porque la felicidad te hace sentir ligero. 















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