RELATOS

Una vez iniciado el movimiento supe que no habría marcha atrás, sería difícil regresar a aquello que fui. Hoy soy otro ser: curtido, compañero del esfuerzo, amante de mis kilómetros. Sólo el fin de mis días debería obligarme a parar: ese es mi pequeño sueño.

jueves, 6 de diciembre de 2018

SÁBADO 10: 47 KILÓMETROS DE UN TIRÓN

Entre el 4 y el 9 de noviembre no hice absolutamente nada, ni tan siquiera reflexioné sobre lo ocurrido en la Doñana. Ya el lunes estaba para haber salido a correr si así lo hubiera querido pero mi moral no estaba para ello, simplemente necesitaba parar. Conforme avanzó la semana se me fue metiendo en la cabeza la idea de hacer una larga tirada a un ritmo suave y sin obligaciones y el viernes ya lo tenía todo dispuesto. El circuito elegido era bastante distinto a lo hecho hasta ahora ya que tomaba el camino de En Medio, que así se llama, en paralelo al Río Jabalón, para luego tomar un camino atravesar el río, cruzar la Carretera de Moral de Calatrava, subir a la Sierra del Moral en la zona donde fue el incendio este pasado verano, tomar el Camino de Peñalba y regresar a casa pasando por las Fincas La Peralosa, Amparo, Castellanos. Originalmente 44,70 kilómetros. 

Me levanto temprano, me pongo el chaleco, un montón de turroncillos, y dos geles, para variar (hace años que no los tomo); también llevo nueces, rompiendo los principios creados como barrera, esos que dicen que mi estómago no tolera casi nada mientras corro. Salgo y desde el principio que la experiencia va a ser larga, pero cuando apenas llevo un kilómetreo me doy cuenta que me he dejado los softflask en casa; regreso y otra vez a empezar, eso sí, sin para el recorrido que se va grabando en el smartphone. Avanzo por la Avenida Primera de Julio, hasta la circunvalación, paso por la vieja depuradora donde otrora (hace más de 33 años solíamos entrenar a hacer "las horas" las sesiones más largas. Me cruzo con un antiguo alumno que también corre y me dice que por la pinta que llevo toca tirada larga, y le contesto afirmativamente. Voy lento, no quiero llevar prisa, tan sólo quiero llegar a casa con fuerza para borrar de mi casa la idea de que no valgo para cubrir distancias largas. Por el camino que va paralelo al jabalón la sensaciones no son de disfrute pero al menos voy bien, a ritmo constante y voy comiendo y bebiendo sin mayores problemas. Paso por la Finca Las Agrupadas y continuo por el camino, ya llevo unos 12 kilómetros y las fuerzas van casi intactas. Llega el momento de coger el camino de la derecha, atravieso el puente del Jabalón que no lleva agua y subo una cuesta. Me voy acercando a la carretera. Cuando alcanzo esta ya llevo una media maratón.

Paso bordeando la cadena con el cartel que indica que es coto privado de caza, toca subir un +180. No llevo ni la mitad de la subida cuando me encuentro con un cazador que se acerca y me paro. Me dice que no puedo pasar por ahí, es privado. Yo le digo que he trazado el circuito y que desde el ordenador me pareció un camino público. Me dice que por mi seguridad me he de dar la vuelta, pero le insisto que a un kilómetro y medio tengo el camino de Peñalba. Finalmente me da un toque en el móvil, que suena en mi brazo y le digo que bajo mi responsabilidad seguiré el trayecto. Afortunadamente no ocurre nada raro, atravieso toda la zona quemada hasta coger el Camino de Peñalba. En esa zona probablemente es el momento de mayor disfrute. Por primera vez paso por esa zona en en sentido, ya que en sentido contrario lo he transitado multitud de veces. Por la zona de la escorrentía me siento algo agarrotado, no en vano ya llevo más de 24 kilómetros. Me tomo un gel de magnesio y curiosamente siento sus efectos a los pocos minutos. Atravieso el camino en la zona de las antenas y continuo por el camino hasta pasar por Finca La Peralosa, kilómetro 29. 

No puedo evitar pensar como iba la semana anterior, no puedo evitar preguntarme qué me pasó. El caso es que no andado y aunque voy a un ritmo suave la media es cercana a los 9 kilómetros por hora. Alcanzo el carreterín en franca bajada, paso por Finca Amparo y de ahí el trayecto hasta Finca Castellanos, que se me hace más pesado. Llego a esa finca cuando llevo casi 36 kilómetros y sé que el final va a ser lo más duro porque comienzo a estar algo agarrotado. Sin embargo me siento fuerte. Me tomo un segundo gel en una zona en la que se va subiendo y cuesta a esas altura y tras esto comienzo a bajar hacia el cruce caminos que se encuentra a 7 kilómetros de casa, cuando paso por ahí ya llevo 40 kilómetros y voy echando el resto tratando de no andar, aunque un rato después ando unos segundos para retomar fuerzas. La zona de la carretera se hace algo dura, pero ya en el carreterín me propongo coger ritmo y lo hago, llegando al pueblo en buena disposición. Se hace duro llegar a casa pero finalmente lo hago en 5 horas 35 minutos, paradas incluidas (en movimiento he estado 5 horas y 18 minutos).

Y sólo por esto siento que he hecho lo que tenía que hacer, me siento nuevamente corredor. No es una redención, probablemente tampoco un castigo, es simplemente un acto que lo que busca es mi equilibrio interior.

El gran dagnificado de todo ello es mi rodilla izquierda, bastante cargada, el mal de la cintilla. Al día siguiente teníamos la carrera sin crono y no pude hacerla, sólo pude ir al gimnasio un rato.






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