RELATOS

Una vez iniciado el movimiento supe que no habría marcha atrás, sería difícil regresar a aquello que fui. Hoy soy otro ser: curtido, compañero del esfuerzo, amante de mis kilómetros. Sólo el fin de mis días debería obligarme a parar: ese es mi pequeño sueño.

jueves, 6 de diciembre de 2018

LA CRÓNICA DEL TRAIL DE DOÑANA 2.018: ¿RETO O ROTO?

En el arca de los sueños extraviados

Una segunda oportunidad y así poder limpiar los restos de los recuerdos de aquella Doñana Trail de 2.016 (que incluyó en mi bolsa de corredor vómitos, ambulancia y vía en vena). Casi olvidado el juguetón vaivén de la falda de mi mujer  alejándose ante mi impotencia tras no poder seguir su ritmo; habían desaparecido aquellas malas sensaciones: el dolor al vomitar, los calambres dentro del saco de dormir, el quemazón de mi esófago, todo lo que había que esconder había sido desechado y se nos brindaba la ocasión de una estupenda llegada al Rocío cogidos de la mano en la restauración perfecta del sueño extraviado.

No me pares ahora

Alguien nos regaló un jueves soleado que supimos pasar en Linares. Inés se quedó con sus abuelos aquella tarde en la que estuvimos con Jorge justo en el mismo café donde tiempo atrás su madre y yo charlamos de proyectos de vida mientras nos enamorábamos. Los tres juntos en una sesión de cine en el mismo bowling donde otrora ella y yo compartimos ficciones en aquellos magníficos sábados. En la pantalla un divo cuyo nombre artístico es Freddie con un mensaje: la vida es demasiado corta como para desaprovecharla. Al final de la película suena "Don´t stop me now" y no quiero parar, no podemos parar.

Busco un color especial para Sevilla

Veo la expectativa agarrada al parabrisas del coche, como si fuera un folleto publicitario de esos que dejan bajo el limpia. Mercedes va contenta y segura hacia su destino: correr sin descanso como si no hubiera un mañana. Nos vemos cargados con dos grandes bolsas por la Avenida de la Constitución, pasando ante las imponentes piedras de la catedral, justo por donde hace unos años me moría de vergüenza mientras caminaba en plena maratón entre las arengas de los sevillanos. Llegamos a la Plaza de Jérez; identifico el lugar donde montaron el arco de salida y siento inquietud, no me llegan buenas ondas del pasado. 

En el centro comercial ya venden ilusiones

El google map nos lleva fácilmente al centro comercial donde recogeremos los dorsales. dos años atrás resultó más difícil encontrarlo y pienso que así ocurrirá con el reto, que será más fácil su logro. La bolsa, unas fotos y aparece Mariano Moya, ese crack con el que nos tomamos un café e intercambiamos charla de corredores. Paseamos ella y yo por los largos pasillos del mamotreto de hormigón y acero y pienso que estoy completamente seguro de se nos dará bien. Compramos la cena y el desayuno previo a la aventura y nos recogemos en la habitación del hostal. Mientras repongo energías conecto el portátil y veo a mi Alba ganar. Mi vicio por este equipo ya viene de hace casi 30 años y al igual que lo de correr es como un mal veneno que una vez probado es casi imposible prescindir de él.

En el punto de reinicio del día de la marmota

La mañana nos sorprende tras haber descansado. Se amontona la logística por la habitación y ultimamos los detalles antes de bajar. En la calle no hace frío, no llueve como lo hiciera en 2.016. Dejamos las bolsas que viajarán al Rocio en un traslado menos emocionante que el nuestro, calentamos un poco y nos vemos de nuevo ahí, con 71 kilómetros por delante.

Merche ya no es la que fue, no es novata, y en cuanto a mi, soy un proyecto de lo que quiero ser, de lo que un día fui. Atrapados en la Puerta de Jérez vivimos nuestro día de la marmota tratando de moldear la jornada a nuestra conveniencia para obtener un final más feliz que el que en su día tuvimos. 

De igual a igual

Dan la salida, Merche y yo en tándem, parejas mixtas, "igualdad" llaman a esta nueva categoría. No voy de maestro, ya ejercí como tal en mi primera marmota y así me fue, no quiero hacerlo en esta segunda. El scouting nos ha dicho que hay poco que hacer en esta categoría, demasiado nivel, así que salimos sin la presión añadida de elocubrar con podiums.

El ritmo es vivo y mi pierna no quiere aguarnos la fiesta; parece que no tuvo sentido tanta preocupación por ella en los días anteriores. Ahora bien, no esperaba el flow y sé que no va a venir, no en esta nueva etapa que me toca vivir.

Vamos en pareja, de igual a igual y alcanzamos San Juan de Azanalfarache, rodeados de corredores nerviosos que quieren comerse el camino de la romería y llegados a la cuesta no andamos, no hay que reservar fuerzas, o al menos eso creo en ese momento. 

La protagonista de esta historia


Antes de llegar al primer avituallamiento un corredor ciudadrealeño se pone en paralelo y nos da charla, se saca una grabadora y nos hace una improvisada entrevista, es de un diario deportivo que no recuerdo. Ella es la protagonista de esta historia común, de este tándem que hacemos. Alcanzamos a una conocida corredora también de nuestra provincia justo en el puesto del 10 lo que me hace pensar que probablemente marchemos por encima de nuestras posibilidades. Esa chica es buena pero también es posible que vaya guardando energías ante la exigencia de la prueba.

Merche es la actriz principal de su disfrute, yo soy el actor secundario de mi confusa preocupación.

No hay regocijo en ello

Pasan los kilómetros y suman en el gps pero no suman en mí. Comparo el paisaje con el de mis recuerdos y comparo mis sensaciones con buenos momentos que ya olvidé. En el avituallamiento del 20 tras hacer la goma con ella, volvemos a cazar a la corredora de Ciudad Real, justo cuando pienso que me está costando más de la cuenta comerme el tercer turroncillo .

Mercedes es como una máquina, sus piernas son los émbolos y no deja de moverlos como si pudiera perpetuar su inercia. Pensar en eso no me ayuda, mis piernas no las siento así, no hay regocijo en todo esto, al menos para mi.

Si a un kilómetro sumado le restas dos en sensaciones

A la altura de Aznalcázar nos topamos con una laguna que ocupa todo el camino. Nos mojamos hasta la rodilla y ese handicap resta unas cuantas líneas de vida a mi acumulado. El pie comienza a fastidiarme, pero ese dolor puedo soportarlo. Paro a hacer un pis y me cuesta alcanzar a Mercedes, demasiado impetú para empresa tan liviana. Volvemos a coincidir con aquella chica, que en esta ocasión nos adelanta subida en un quad llevado por alguien de la organización. Pienso en Mercedes y en como va engrasada y no la veo remolcada por nadie

Y mi motor luce viejo, sin lubricante en un avance sin alegría restando prestaciones a cada avance.

La recta hacia ninguna parte

Alcanzamos el avituallamiento del 30. Recargo líquido para elaborar mi isotónica y bebo demasiado agua, demasiada sed que ha salido de no sé donde. No siento el escalofrío que me sorprendió en la primera marmota cuando allí mismo nos cantaron que ella iba cuarta. Lo que está por llegar no va a ser emocionante.

Y en la larga recta que nos ha de llevar a Villamanrique de la Condesa me veo inmerso en una situación estúpida: realizando una actividad que sólo traerá consigo cosas malas. Se resiente mi camino, como el óxido en una cadena de una bici vieja y desusada; y hago una improvisada tesis sobre el acercamiento de los árboles que se presentan en mi horizonte, descontando los metros que duramente conquisto. Son muchos los que aún quedan por delante, la cuenta atrás es demasiado larga.

De igual a desigual

Y en algún punto antes de llegar a Villamanrique tomo conciencia de que ese día será  negro. A menos de un kilómetro de esa localidad mi cuerpo me obliga a andar y se lo hago saber a mi mujer, que se queda perpleja ante mi hundimiento. Llegar al avituallamiento de la plaza es casi una cómica experiencia: malestar por sentirme sin fuerzas y decepción por lo que ello significa. Ya en la caseta no puedo comer, pero no tengo ganas de vomitar. Descansaría si no fuera por ella, así que cojo un cacho de sandwich de jamón york y  reanudo la marcha tras su estela; va tirando de mí toda incrédula.

Competimos en la categoría "desigualdad" así que hago esfuerzos por complacerla, pienso en cómo puedo resolver ese acertijo; si doy con la solución me recuperaré y todo volverá a ir en positivo, pero ella está impaciente, no puede perder el tiempo en acertijos, sólo quiere volar.

La subidita a la desolación

El camino es en ligera pendiente ascendente y está ideado para rematarme; sólo me apetece andar y hasta eso me cuesta. Cuando nos comienza a adelantar la gente la impaciencia de mi mujer se multiplica; el acertijo no se resuelve con un gel, que me trago, ni con una pastilla antiácido que no me aporta nada; no hay solución para este enigma, tan sólo podré desistir. En un punto cercano al 45 se lo hago saber a Mercedes y aún han de pasar dos largos kilómetros hasta que la consigo convencer de que tiene que proseguir ella sola. 

El agua de los valientes

La veo alejarse pero no hay emoción en ello, no hay nada más que oscuridad. Ya estoy solo y no siento alivio, sí decepción, pero ni siquiera pienso en ello. Hinojos a 2 kilómetros y es una dura distancia a salvar en mi estado. Aparece un quad de la organización, y como hizo con Miriam, me recoge y me lleva al avituallamiento. Allí me preguntan por cómo me encuentro, "ni tan mal como para la ambulancia ni tan bien como para sonreir". Me dicen que Mercedes ha pasado como un tiro y que iba algo contrariada por no saber muy bien si terminar la prueba le reportaría algo. Bebo agua, mucha agua, y no hace calor como para beber tanto. No tengo hambre, y estoy muy muy cansado. Oficialmente me he retirado, sin embargo no hay forma de que nadie me lleve al Rocío y de repente pienso que puedo continuar continuar. El agua me ha envalentonado, aunque dicen que es incolora, insípida, etc, ese H2O es mucho más que eso.

Besando el sello en vano

El chico que nos entrevistó kilómetros atrás sale del avituallamiento conmigo, al principio vamos andando hasta que decidimos ponernos a correr. Pero pronto descubro que no puedo seguirle, el agua no da para tanto, y se va con su grabadora bien guardada. Aún así, la determinacion de proseguir me ha cambiado el ánimo, beso el sello que llevo en mi mano izquierda y que perteneció a mi padre, a quién pretendía dedicar el reto. Me digo ¡tú puedes, vas a terminarla!. Sin embargo no pasan muchos minutos para verme otra vez sintiendo el efecto de la gravedad multiplicado por 10. 

De linces y de mi padre: ya no están

Paso por los parejes donde antaño ví moverse y alejarse la falda de Mercedes. No estoy triste por ello, ni por aquel pasado ni por este presente. Avanzo por donde soñé con linces y ví a mi padre y su decadencia. Es un eco apagado, no aparecen en mi recuerdo ni los viejos ni los nuevos duros entrenos,  y como un tonto simplemente me muevo, simplemente repito una terapia que a esas alturas me es dañina.

Se me hace un mundo llegar al avituallamiento del kilómetro 57, llego hundido y cuando veo la silla de plástico deseo sentarme pero no lo hago, no quiero remomorar lo de mi tercera Madrid Segovia en el Alto de la Fuenfría. Bebo agua, y dejo caer el peso de mis hombros sobre mi; ¡ahora sí que abandono!. El camino por donde continua el parque no se abre tentador ante mi, no hallo resquicio en mi alma que justifique la locura de adentrarme en él y claudico mientras pienso en vías en vena, calambres y ambulancias. 

Permanezco sentado al borde de la carretera mientras compruebo como bullen todos y cada uno de los músculos de mis piernas, en un espasmo continuo; no son calambres fuertes, es que estoy tan exhausto que han dicho basta. 

Llegando al Rocío

Para un todoterreno al que le echado el alto, les pregunto si son tan amables de llevarme y sí lo son. Ir sentado es un suplicio, ahora sí que me acalambro. Me cuesta llegar a meta incluso montado en un vehículo. Cuando me dejan al lado de la ermita me acerco  con un sigilo obligado al arco de llegada, el crono marca 7 horas 25 minutos. Hago de testigo indolente y veo llegar a todo tipo de héroes, alguna heroina, y sé que no tendré que esperar mucho a Merche. A esas alturas de la tarde estoy invadido por una profunda y densa resignación y ello me consuela.

Cuando veo aparecer a mi mujer sí que brota la emoción, redescubro la idea de en lo que se ha convertido, y la envidia se hace hueco; 7´54´´, fulminando su marca de 2016 en veinticinco minutos.

Estoy aquí pero en realidad nunca estuve

En esa tarde aprendo sobre mis enseñanzas, el fracaso es como Sócrates, un ávido discente; la lección dice bien claro que toca escuchar y sentir respeto. Charlo con Mariano Moya, que como decía al principio de mi entrada es un crack, 7 horas 14 a sus 55 años y se le ve tan entero, tanto como se le ve a mi mujer. Están hechos de otra pasta, distinta a la mía. Fuera lamentaciones, las rehuyo, pero intuyo en Mercedes una rabia que la mantiene confusa, tras mezclarse con su gen más competitivo. Ha sido tercera mujer absoluta, pero no computa.

Y así fue como ésta que tenía que haber sido nuestra segunda oportunidad tiene por veredicto un segundo fracaso, más estrepitoso que el primero, la marmota no quiso despertar y tocó tropezar con una piedra mucho más grande que la primera. 

Paseamos por la aldea y siento algo extraño: no estoy allí, en realidad nunca he estado. Bien entrada la noche trato de mostrar mi mejor perfil ante vicisitud tan amarga; cenamos, charlamos, sentimos la calma y al paso evito verme como un perdedor y hago saber a Merche que es una ganadora; ya en la cama del hostal no sueño, simplemente descanso, sin calambres y sin sacos de dormir, afortunadamente.

Ceremonias impostadas en mi ser

El desayuno campero hubiera sido otra cosa a lo que fue; los premios también, el regreso a Sevilla se hubiera vivido de otra forma; sea como fuere estos ingredientes matutinos fueron todos añadidos sin sabor, ni color, como Sevilla, que para mi es agua insípida e incolora,  agua que da coraje, pero sólo es valentía ficticia y efímera.

La vuelta a Linares torna a un blanco apaciguador, el que pinta mis 48 años; ni verde de la esperanza, ni gris de desaliento, ni negro de desamparo, blanco calma, blanco sabio.

Los días siguientes no los uso para reflexionar, no hay pensamiento tras esa cortina. Pero sí hago algo distinto, 8 años después de un casi no parar dejo de correr, casi como un desaire al engaño de tu ser amado. Eso sí, al sábado siguiente ya tengo preparado un cruel castigo que me redima: 47 kilómetros en solitario para sentirme capaz de llegar a casa sin morir en el intento, pero eso es harina de otra entrada de este blog.

PD: tengo fotos, pero esta entrada iba sólo de palabras.





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