RELATOS

Una vez iniciado el movimiento supe que no habría marcha atrás, sería difícil regresar a aquello que fui. Hoy soy otro ser: curtido, compañero del esfuerzo, amante de mis kilómetros. Sólo el fin de mis días debería obligarme a parar: ese es mi pequeño sueño.

miércoles, 1 de mayo de 2013

LA BELLEZA DEL PAISAJE

El hombre agobiado tragó saliva, porque un nudo desesperante se le acumulaba en la garganta. Ya eran muchos pasos, contados uno a uno y había llegado más lejos de lo que jamás hubiera imaginado y el único camino posible era el que veía antes sus ojos; o seguir o desistir. Sus obedientes piernas, entre palpitación y palpitación, le pedían que tuviera en consideración su mal estado. Aminoró la marcha y entonces fue cuando por fin paró. Sentarse en la cuneta supondría, sin lugar a dudas, decepcionar a aquellos que le habían vitoreado a lo largo del camino, pero la inercia del movimiento se había roto y el combustible inyectado por el reconocimiento y la ambición había dejado de fluir por sus venas. Es fácil olvidar que mueve a los hombres como él a iniciar largas aventuras como la suya, porque, por largas y sufridas, provocan una especie de amnesia que nubla la memoria. Tras varios intentos por recordar sus inicios, las sensaciones vinieron en forma de sentimientos, en forma de olores...Ahí estaba él en aquellos bellos paisajes, una pierna, un paso, otra pierna, otro paso, y ese terrible dolor que le obligaba a parar. Se vio andando a casa, obligado a pensar que ya no habrían más salidas por el campo, no más trotes con olor a naturaleza. Siguió recordando..ahora ya no había dolor, ni temor, sólo el deseo de dejar atrás la debilidad, y recordó cómo se hizo más fuerte, como sus movimientos cada vez fueron más rápidos, y tanto le gustó que redobló el esfuerzo, esfuerzo que podía oler en forma de punzante amargo veneno, pero también llegó el agradable aroma del reconocimiento, una pócima embriagadora con la forma de un demonio narcisista que le fue encantando. Regresó de sus recuerdos, y se halló en su cuneta, en su realidad; entonces su antiguo pasado, que no olía a nada, le cogió la mano y le invitó a seguir el camino; y recuperó la vista, que se impuso a su nariz, y volvió a ver la belleza del paisaje.

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