RELATOS

Una vez iniciado el movimiento supe que no habría marcha atrás, sería difícil regresar a aquello que fui. Hoy soy otro ser: curtido, compañero del esfuerzo, amante de mis kilómetros. Sólo el fin de mis días debería obligarme a parar: ese es mi pequeño sueño.

jueves, 5 de septiembre de 2019

SERENDIPIA: EL TRAIL DE SIERRA NEVADA

Somos gotas

Primero se produce la evaporación, el gas sube y se forma la nube hasta que fruto de la condensación precipita en forma líquida, de forma que la gota viaja por el aire hasta que muere al chocar contra la superficie y ahí termina su camino.

Eso soy yo, una gota más que está cayendo y que sabe que terminará este tránsito en el momento de que llegue a su destino. Somos millones de efímeras partículas de agua sin nada más que aportar que continuar el ciclo. Si por un momento me engañase y me creyese importante por el mero hecho de ser capaz de pensar, o de, por ejemplo, escribir estas líneas, cometería la imprudencia de ensalzar mi ego y olvidarme de que no valgo más que cualquier pequeño animal de los que me cruzo mientras corro por la montaña, ni siquiera tengo más fundamento que una de esas viejas rocas moldeada por el viento a lo largo de miles de años; ella, al menos, goza del privilegio de permanecer mientras pasa el tiempo y  cambia el paisaje.

Sentirme vivo

Llegó a mis oidos el reto y lo hice mío creyéndome que era merecedor de recoger el testigo y asumir la aventura. Le dí al botón y en un tris ya estábamos inscritos, y es que resultó sencillo el pago a través de la pasarela; tampoco me llevó mucho tiempo reservar dos noches en Pradollano.

Y así, en esta guisa, renové por enésima vez el compromiso de aumentar el ritmo de entrenos y al paso preparar la resistencia al calor, pero no pude (o no quise) escuchar esa voz interior que me decía  que estaba envolviendo ese desafío en un colorido y temerario papel de regalo, convirtiéndose todo él en un paquete engañoso nacido sólo para alegrar mi 49 cumpleaños y al paso soñar con resucitar tiempos deportivos mejores que definitivamente ya han expirado.

Pero confieso que durante todo el proceso me sentí muy vivo a la sombra de algo que me superaba; sentí la emoción de volverlo a intentar pese a los inconvenientes, que tengo tan presentes, y que casi siempre me llevan al mismo oscuro rincón.

La extraña noche

Fichamos en el hotel y tenemos casi toda la tarde para recoger la bolsa y pasear. Eso hacemos y con ello nos sentimos felices ante las expectativas creadas de lo que está por llegar. Charlamos, la veo radiente y estoy seguro que ella no querría estar en otro sitio que no fuera allí en Sierra Nevada, en la antesala de una nueva locura.

Hay que madrugar mucho, en pie bien temprano, porque el autobús sale a las 02:30 y nos dejará en Beas de Granada, nuestro punto de partida. A las 5 de la mañana estaremos por fin en marcha... Pero aparece una variable con la que no contábamos: la pareja que ocupa la habitación de al lado parece que tiene otros planes, deben ser jóvenes a juzgar por el tono de sus voces, e intuyo que se acaban de conocer a tenor de la charla que se filtra por unas paredes que parecen de papel. Dos más dos son cuatro: jóvenes recién juntos si se atraen eso es igual a movimiento de muelles de cama. ¡Vaya si lo hubo! hasta el punto de no dejarnos prácticamente dormir.

Abierto hasta el amanecer en Beas

Superado el periodo de duermevela bajamos en el coche hacia el aparcamiento. Hemos recolectado a tres madrugadores que se alojan en el mismo hotel y que navegarán en el mismo barco; son de Albacete, Córdoba y Madrid, la locura no entiende de comunidades autónomas y no cuesta entablar conversación en este submundo repleto de empatía que es la montaña...

Ya en el autobús de la organización toca viaje corto en distancia pero largo en tiempo, muchas curvas. Al pisar las calles del pueblo huele a tierra mojada, aún queda más de 1 hora para que den la salida, pero no se nos hará pesado porque el ambiente es increible: medio pueblo está en la plaza en una especie de verbena con un mix perfecto de bebidas alcohólicas, isotónica, montados de chorizo y gominolas energéticas, la juerga y el trail unidos en el tiempo y en el espacio; los oriundos de Beas le tiran a una cosa mientras que la organización y los corredores andamos en otra. Mientras tanto van pasando los corredores del ultra de 101, que salió de Granada; llevan 25 duros kilómetros de batalla y a algunos se les ve ya demasiado cansados para distancia tan corta, quizá la humedad esté haciendo de las suyas.

José María, ese jienense que hemos conocido en el autobús nos arrienda gratis un rato de buena conversación hasta que por fin llega la hora: justo al salir comienza a chispear, tenemos por delante 63 duros kilómetros con +3700 metros y lo pienso, lo asimilo, lo mastico. Si me apunté a esto fue para tener miedo y a la vez emociones, para que las sensaciones se desbordaran, y a fe que lo están haciendo.

Con la música a otra parte

El experimento de correr un ultra con música ya está en marcha. Entremezcladas con mis zancadas se van sucediendo una serie de elegidas canciones que resuenan de forma especial, como si pudiera diseccionar cada sonido, cada nota  y es que marcho con  los sentidos tan abiertos que el oído va ensuflando un extra de motivación en una noche tan especial.

Se suceden las primeras pendientes en las que toca andar en fila de a uno y me impaciento, aunque inhibo las ganas de acelerar; finalmente me siento muy suelto que, pese a la autorepresión, por momentos no puedo evitar realizar locos adelantamientos entre las rocas saliéndome de la estrecha senda o intentar ceñidas pasadas a poco que el corredor de delante se despite un mieja.

No llevamos más de media hora de aventura cuando nos encontramos con una auténtica pared en forma de cortafuegos donde puedo comprobar que las piernas suben fuertes, pese a que por momentos hay que apoyar las manos en la tierra para conseguir avanzar. Es entonces cuando siento que todo va viento en popa, y que me puedo estar regalando un estupendo cumpleaños de seguir esto así.

Las sendas rápidas que vienen después me permiten soltar las piernas. La tranquilidad es la tónica dominante de esos minutos, con menos gente por delante y por detrás; el resultado es que voy disfrutando. Las bajadas técnicas que la organización nos había indicado en su web no son para tanto, al menos para mi, que me las prometo felices.

...Y antes de que las primeras luces del alba den testimonio del nuevo día compruebo que algo no funciona en el sistema musical que me he montado: uno de los protectores de goma del auricular se ha soltado y se ha quedado dentro de mi oido así que no he tenido más remedio que parar el reproductor. Cuando llegamos al primer avituallamiento me agobio sobremanera al no poder sacármelo, pido unas pinzas pero de eso no acostumbran a tener en los puestecillos de los trails. Afortunadamente mi empecinado dedo meñique consigue sacar el objeto extraño de mi cavidad auditiva y respiro aliviado; guardo el reproductor y el frontal en el chaleco y doy por finiquitado el cupo de problemas a resolver para toda esa mañana, o al menos eso me dice mi optimista ego.

Mi último desayuno en Quéntar

El trozo de pista no me pone nervioso, no acelero y dejo pasar a algunos enervados corredores que pareciera que llegan tarde a alguna fiesta. En el río cometo la torpeza de resbalar y empaparme las zapatillas en lo que es el segundo problema de la jornada, pero en este caso sólo habrá que esperar a que se sequen y rezar por que no me salgan ampollas. La larga subida que viene después me hace gozar de los paisajes, y apenas echo a andar en algún momento por lo que me siento empoderado.

Comenzamos a descender y ya en la pista oigo una voz tras de mi, es José María. Avanzamos juntos un buen rato hasta que el mete una marcha más y yo decido no seguir su ritmo con la máxima de la prudencia por bandera, que lo que toca será bien largo y duro. Su silueta blanca se hace cada vez más pequeña hasta que desaparece en unas de las curvas que enfilan a Quéntar.

En el avituallamiento que hay en dicha población, kilómetro 23, tengo claro qué he de hacer: 1) rellenar los softflask; 2) refrescarme; 3) no tomar nada de lo que allí ofrecen; eso es justamente lo que hago. Pero si pudiera volver atrás en el tiempo en una suerte de "Regreso al futuro" reharía mis prioridades y establecería nuevos protocolos: me sentaría tranquilamente en la piedra de la generosa fuente, dejaría pasar 5 minutos descansando bebiendo a sorbos tranquilos una generosa ración de agua fresca, comería de algunas cosas del avituallamiento, incluso carne de membrillo si se terciara; sin apreturas, sin prisas, llenaría mis softflask y tras comprobar durante varios minutos que todo está OK y que hay ganas de proseguir la aventura la reiniciaría con alegría. Pero Robert Zemeckis a estas alturas ya no va a venir a ayudarme; la realidad es que salí pitando bastante nervioso con la idea de no perder puestos, sin reparar en la humedad, sin darme cuenta de que estaba deshidratado y sin caer en la cuenta de que lo que venía después no era exactamente un paseo triunfal en los Campos Elíseos, pese a estar advertido de ello.     

La costumbre de zozobrar

Viene una subida tendida por una senda pedregosa, pronto me veo por una pista en constante ascenso y es allí donde me doy cuenta que que algo no va bien, me faltan las fuerzas, así que echo mano de las nueces para comprobar segundos después que me cuesta masticarlas, ¡mal asunto!. La isotónica que he elaborado está demasiado dulce o al menos eso me parece y lo único que tengo es sed de agua, pero no hace ni quince minutos que bebí. El cortafuegos que viene después no es gran cosa sobre el plano, pero se acaba convirtiendo en mi verdugo; comienza a adelantarme gente y me doy cuenta que me estoy muriendo.

Llegado al collado de constantes subidas y bajadas llevo una inconstante cadencia que alterna entre un "mal correr" y andar, hasta que llega el momento que incluso me veo incapaz de caminar. Así que primeramente decido parar agacharme y apoyar mis manos sobre mis rodillas mientras escucho mi contrariada respiración para seguidamente echarme directamente en el suelo. Pasan los minutos y con ellos pasan y pasan corredores, casi todos preguntan, algunos paran, me ofrecen agua, geles, sales, pero yo ya estoy amortizado y con la idea fija de que se ha terminado mi aventura. Y allí me hallo, ante mi enésima caída, casi inmunizado de todo sentimiento, por tanto, ni tan siquiera decepcionado, sólo quiero llegar al avituallamiento de Fuente de la Teja y no sé cómo demonios lo voy a conseguir, tan sólo tengo ese problema pero es mucho más peliagudo que el del protector en el oído o el de las zapas mojadas.

...El chico de Madrid que nos acompañó en el coche aquella mañana se acerca y se agacha, me ofrece agua la cual acepto; tras un par de sorbos generosos me cuesta convencerle para que se vaya y siga su carrera y cuando al final me deja encuentro la parcela de intimidad necesaria para poder vomitar mientras nadie me ve; de mi salen casi todo líquidos en un acto reflejo que busca conseguir que mi sistema digestivo descanse por fin.

... Dos o tres minutos después de gesto tan poco honroso me encuentro mucho mejor. Me incorporo y comienzo a andar y enseguida a correr, la última cuesta del collado se pasa rápido y agradezco la bajada. Por un momento me rehago e incluso vuelve el optimismo, pero es un espejismo, ya no hay ni habrá gasolina porque no tengo hambre, tan sólo sed de agua, sed insaciable. Los últimos 2 kilómetros antes de llegar al avituallamiento se me hacen duros  y cuando alcanzo el mismo ya he tomado la decisión de retirarme. Bebo agua pero no me consuela, la quiero más fresquita, y aunque creo que el cuerpo ya está más asentado y podría continuar, no hallo las fuerzas. Justo en ese momento veo a lo lejos aparecer a Mercedes, que avanza ágil ajena a mis males; me insta a que vaya con ella, pero ya he tenido suficiente por ese día.

Esperando al Sol mi tren en Guéjar

Regreso en la "furgoneta de los que abandonan" junto con unos cuantos desertores más y al llegar a Guéjar el Sol calienta de forma agradable restañando mis heridas, me siento como una planta que sólo necesita luz y agua para salir adelante, así que la fuente fría de al lado hace las delicias de mi persistente sequía hasta que consigo convencer a un buen samaritano de que me lleve a Pradollano. Ya en el camino me da a probar cerezas que ha cogido esa misma mañana en el campo; me bastan 4 o 5 para sentir la energía fluir por mis venas. Me doy cuenta que ya estoy para correr, "demasiado tarde" me dice Zemeckis.

Viendo el rótulo del hotel hago un juego de palabras con sus siglas GHC, ¿Gran Hoyo en mi Corazón?, quizá no signifique eso porque mi corazón no está demasiado tocado, tampoco siento que mi ego esté sufriendo en demasía. La ducha sirve para quitar la tierra negra adherida a mis pantorrillas y al paso arrancarme otras malas hierbas de raíz; el adormilamiento que viene después me lleva a echarme la siesta y a atravesar un extraño y solitario desierto en un singular sueño. Cuando despierto mi mente sólo tiene un propósito: seguir la carrera de Mercedes, la única merecedora de ser protagonista en toda esta historia.

La ultra resistencia de sus huesos

Ver atravesar el arco de meta a un montón de los que para mi son auténticos héroes no ayuda a sentirse mejor, más bien me provoca una sana pero intensa envidia. La aplicación que localiza a los corredores muestra el "ML" de mi mujer en cada uno de los controles de paso que ha ido alcanzando y puedo comprobar que le está resultando dura la última parte del recorrido, aunque dudo, por la experiencia que me toca, que sea fácil que un ultra trail le haga morder el polvo.

El coche está hirviendo, 30 grados a pesar de que estamos a 2100 metros de altura. Ella ha debido atravesar zonas a más de 34 grados pero tengo la intuición de que le está yendo bien. La espera llega a su fin cuando en el avituallamiento del Botánico la veo aparecer junto con otros dos corredores, es inevitable que mi corazón dé un alegre respingo, el antídoto perfecto a mi indiferencia ante el fracaso, mecanismo compensador que sólo mi mujer sabe proporcionarme.

...La veo muy cansada tras haber atravesado un duro tramo de carretera que ha minado sus fuerzas. Pero ella es como si fuera irreductible, bebe, come y en un pis pas le cambia el color de la cara y su boca se vuelve sonrisa. Reanuda la marcha junto a sus dos compañeros y unos minutos después la veo aparecer de entre el bosque ya a tan sólo 2 kilómetros de la meta. Ha dejado atrás a sus acompañantes y luce más fresca que una lechuga. O me doy prisa y aparco rápido o no la veré llegar; afortunadamente logro captarla en un estupendo vídeo que se quedará para nuestro recuerdo. Me aborda el mito de que sus huesos son especiales, no dan nunca contra el suelo: 11 horas 42 minutos en la prueba más dura a la que jamás se había enfrentado, 5ª veterana.



Charlas y gotas

Charlamos con José María, también con los corredores que han coincidido con Mercedes y en esencia somos felices. Regresamos al hotel y todavía tengo carrete para una segunda siesta en la que ya no hay desierto que atravesar, resultando un sueño aséptico y sin recuerdos.

Ya en la noche disfrutamos de una estupenda cena y al regresar al hotel veo caer gotas del cielo, pero no está lloviendo. Pienso que somos gotas, gotas en tránsito y con un único fin, caer..., así comenzó mi historia...somos gotas. Puede que quisiera detener mi caída unos instantes y sentir que podía captar el movimiento del resto de las partículas de H2O, fotografiar la lluvia, quizá por eso me inscribí a esta aventura. Está claro que no logré inmortalizar nada porque solo soy una gota que no deja de caer.


Serendipia

"Dícese de un descubrimiento o un hallazgo afortunado, valioso e inesperado que se produce de manera accidental, casual o por destino, o cuando se está buscando una cosa distinta".
 

Al día siguiente por la mañana estoy a punto de sentar mi culo en el cuero de mi coche cuando Mercedes dice: "¿Por qué no vamos a dar un paseo?". La subida por las interminables e imponentes pistas de esquí luce increible e invita a la aventura, así que le digo que sí sin dudarlo.

Al principio es un paseito breve, no llevamos ropa adecuada, ni agua, ni comida, vamos de turistas, ni tan siquiera de senderistas, pero poco a poco eso se va convirtiendo en otra cosa, en algo purificador, entre risas, esfuerzos y fotos. Llegamos hasta el punto que habíamos decido alcanzar y una vez allí continuamos hasta el siguiente que nos fijamos; subimos por unas increibles rocas, giramos y alcanzamos La Laguna de las Yeguas, continuamos por la senda que se abre y tras la senda unas preciosas lagunitas, continuamos hacia los Tajos de la Virgen, hasta que nos acojonamos y regresamos sobre nuestros pasos, y cuando llegamos nuevamente a las lagunitas, pregunto a un senderista si la empinada trocha que se ve enfrente lleva a El Veleta; por allí subimos, disfrutamos en el Refugio de la Carihuela donde los que allí reposan andan bien abrigados y yo sin embargo voy en manga corta; alcanzamos la pista y luego cogemos las senditas campo a través hasta alcanzar el punto donde un año antes terminamos nuestra aventura de la Subida al Veleta desde la capital granadina; y seguimos campo a través hasta alcanzar el punto geodésico, donde orgullosos lucimos en una foto que unos alegres ciclistas nos echan. 

Desde ahí bajamos correteando, hasta que a Merche le da una pájara, pero no de las mías, lo suyo es falta de alimento, así que la naranja que le presta ese desprendido senderista le salva la vida, le cambia la cara y le sirve para que ambos bajemos alegres por un precioso recorrido hasta alcanzar la Hoya de la Mora donde sentados al solecito nos comemos una sencilla pero inolvidable comida en un chiringuito.

...Y entonces siento que he tenido fortuna al encontrarme con este regalo inesperado el día de mi 49 cumpleaños, ya ni me acuerdo de lo del día anterior, incluso pienso que si reuno fuerzas volveré a intentar lo de tratar de detener la caída de esa gota que soy, en una suerte casi imposible de parada del tiempo. 




Una historia no es nada sin gente






















La verbena especial de Beas de Granada














Merche y sus dos acompañantes tras haber atravesado meta















Las increibles rocas de "nuestro paseito dominical"














Una de las preciosas lagunitas












Víctor de Albacete y un compañero junto con Merch



El crack de José María Delgado, menudo carrerón subiendo a podium como máster. Con él su mujer y Mercedes














Un corredor de Elche que conocimos. Nos emplazamos ambos a volver a intentarlo otro año con mejor suerte.













Merche y sus huesos cruzando meta tras una batalla increíble


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