RELATOS

Una vez iniciado el movimiento supe que no habría marcha atrás, sería difícil regresar a aquello que fui. Hoy soy otro ser: curtido, compañero del esfuerzo, amante de mis kilómetros. Sólo el fin de mis días debería obligarme a parar: ese es mi pequeño sueño.

sábado, 15 de junio de 2019

LA CRÓNICA DE LA MAGINA TRAIL: SALIENDO DE UN LUGAR OSCURO

Lo concisa y directa que es la ilusión

Nuevo mes, nuevo cartucho de esperanza. Las lluvias se fueron con ese abril, llegó mayo y su primavera desbordada, mal negocio para los imperfectos humanos y sus alergias. 

Salimos de casa dejando encerradas las preocupaciones tras sus cuatro paredes; giro dos veces la llave y pienso que con tal blindaje los males no lograrán escapar de nuestro hogar, por tanto, cuando regresemos unas horas más tarde nos los encontraremos allí donde los estamos dejando...

Al iniciar la marcha miro a mi mujer, su cara me dice que se está olvidando de la plancha, de los exámenes de primaria y bachillerato, de la oficina, las facturas y del sinfín de obstáculos que se ha de encontrar en esa carrera de fondo que es su vida.

La noche de Linares me desvela, abro los ojos pero no veo nada ...y pienso en bosques, hierba, en agua corriendo... Vuelvo a cerrar los ojos y caigo en un sueño profundo...en mitad de la madrugada me encuentro varado en el fondo de una especie de pozo donde no hay absolutamente nada...el sonido de la alarma me saca de esa pesadilla vacía.

Mis adormilados músculos me hacen subir lentamente, escalón tras escalón, desde el sótano hasta la primera planta donde el desayuno me espera. Siento los años acumulados en mis piernas, en mi espalda, compruebo mi decadencia, pero no regresaría a la cama a dormir ni por todo el oro del mundo; lo de ese domingo va a costar pero también me dará la vida...y es que la ilusión es como una flecha que va bien dirigida, concisa y directa.

Ganas de vaciarme cargado de armaduras

Desayunamos, preparamos los complementos y en las primeras luces del alba partimos; Sierra Mágina recibe el nuevo día, será una mañana perfecta para seguir buscando aquello que poco a poco estoy perdiendo; confío en las sendas, en los pinos, en las rocas, espero recibir de ellos la pista que me alumbre, que me ayude a entender el resto del camino que me queda por recorrer.

Las calles estrechas de Cambil son un reto para encontrar aparcamiento pero finalmente lo conseguimos y acabamos en la cola de la recogida de dorsales con Jesús, "Jesús de Úbeda" y con su mujer, Ángeles. Les miro, miro a Merche y obtengo un dulce sentimiento: son una compañía perfecta, de lo mejor que podría esperar alguien como yo.

Partimos los cuatro hacia el centro de visitantes de Mata-Bejid y aunque "la petarda" de google map trata de despistarnos, logramos encontrar nuestro destino. Me estoy ciñendo el chaleco y me están invadiendo unas ganas locas de vaciarme, de llegar a la extenuación, es parecido a una redención, pero no siento culpa alguna; entonces pienso en Robert de Niro cargado de armaduras en la Amazonía; recuerdo aquella estupenda película que en mi adolescencia me ayudó a ser mejor persona, con los ecos de Ennio Morricone resonando en mis oídos. No habrá armaduras, ni pena, ni redención, pero si un chaleco que portar y dentro de él un pozo oscuro, la Amazonía será Sierra Mágina y esta aventura que toca vivir esta mañana será mi misión.



Mensajes por escuchar

Charlamos con Aurelio y Paco, y me llega de nuevo el placer de compartir tiempo y espacio con ellos. Aparece Manolo, de nuestro Club de Montaña de Linares, y posamos en unas estupendas fotos. Ahora que las veo vuelvo a comprobar esa complicidad, la sensación de compartir algo más una actividad, estar compartiendo una búsqueda.



Doy a Mercedes el beso que toda aventura de montaña merece y me quedo esperando a que den la salida. Me viene a la mente el Ultratrail de la Vida de Sanlúcar, y casi de forma inconsciente, sin premeditación, me coloco al final del grupo. Allí atrás, aislado, pienso en el pozo de mi breve pesadilla, puede que ese sueño no haya sido casualidad..., estoy dispuesto a resolver el enigma, preparado para salir de ese espacio que me oprime, con los sentidos bien abiertos para escuchar los susurros de Sierra Mágina, creo que la montaña tiene algo que decirme esa mañana.

Cansando al cuerpo para escuchar a la montaña

Demasiado rápido para disfrutar, demasiado para lograr escuchar, tengo dudas, no me siento flotar. Remonto puestos, saludo a Merche y comenzamos la incómoda subida por la pista, en la que parece que está terminantemente prohibido andar porque la gente no está por la labor de aminorar la marcha. Alcanzo a Manuel y me dice algo así como "te vas a merendar hoy esta aventura" y sé que no va a ser así, hoy será un día especial y lo será en otro sentido.

Alcanzo a una chica que se mueve ligera, como si no tuviera engranajes, y me vienen al recuerdo tiempos mejores. A pesar del roce de mis articulaciones le sigo la estela y en esta guisa adelantamos a mucha más gente.

Por fin tomamos una senda y me cambia el ánimo; toca andar en fila de a uno, bajan las pulsaciones y sé que podría pensar, pero alcanzamos a Aurelio y a Paco, y como ocurriera en Adamuz, siento el premio de su compañía; compruebo que Paco va sufriendo debido a su alergia y en esta tesitura la chica se echa adelante y casi sin pensarlo la sigo, dejando atrás a mis dos compañeros y coartando mi deseo de reflexión.

Seguimos subiendo pero por tramos toca corretear, no hay una fuerte ascensión y el bosque nos acompaña, si los árboles quieren decirme algo yo no soy capaz de escuchar nada; dejamos las verdes sombras y entramos en una incómoda pista, donde meto una marcha más y la chica y otros cuantos compis se quedan hasta que dejo de verlos por el retrovisor.

Alcanzo un collado casi despoblado de vegetación, dominado por el verdor de la hierba baja, echo atrás la mirada para divisar a mis perseguidores y no muy lejos reconozco a Aurelio, pero no veo a Paco. La trocha que cogemos me hace subir la adrenalina y comienzo de nuevo a disfrutar al tiempo que espero la llegada de mi compañero.

Ratos que te entran en vena, sangre que te desangra

Justo unos instantes antes de coronar, tras haber subido casi 700 metros desde la salida, Aurelio se pone a mi lado. La bajada es generosa y requiere atención, pericia y fuerza, pero a cambio devuelve un disfrute proporcional al empeño que uno pone en ella. Haciendo tándem sorteamos los obstáculos a buen ritmo, minutos en los que siento que las piernas van solas y que no hallo ningún mal en la tarea, minutos para el recuerdo.

Cuando la senda técnica termina seguimos bajando por un camino; las piernas avanzan a grandes zancadas y no me siento forzado. Hemos cazado a un grupillo y todo parece marchar bien, eso sí, no logro pensar en nada. Todo cambia cuando miro hacia el suelo, el cordón de una de mis zapatillas va suelto, así que paro y me agacho a atármela y tras unos segundos me incorporo...

Esos instantes son suficientes para cambiar el curso de los acontecimientos. Me han adelantado tres o cuatro corredores y Aurelio se difumina a lo lejos; confío en mis fuerzas y me pongo a forzar la máquina, pero inesperadamente la pista llena de sombras de árboles me engulle y mi compañero se convierte en inalcanzable; el sufrimiento ha llegado para quedarse.

Mi mente comienza a ir más rápido que mis piernas, y tengo la idea de que lo sucedido esa mañana comienza a encajar: la armadura de Robert de Niro, el pozo de mi sueño, mi decadencia, el esperado susurro de los pinos..., un terrible peso multiplica la gravedad y me hace aferrarme al terreno de forma que mi cuerpo se mueve lentamente imbuido en una especie de castigo.

Alcanzo la zona recreativa del Centro de Visitante de Mata Bejid (desde donde salimos) y avanzo hacia el edificio pensando que si el trail terminase allí dejaría de sufrir pero aún no he escuchado el mensaje, necesito avanzar más para descifrar el proceso. Tras obviar el avituallamiento cazo a un chaval de rojo que se pone a mi lado, aunque voy tan enroscado en mí mismo que no intercambio palabra con él. En la explanada del valle diviso a un nutrido grupo de corredores entre los que va Aurelio, el cual me saluda en la distancia. 

Es el momento del tobogán de bajadas y subidas por la pista, el de rojo no se despega, pero estoy inmerso en la expectativa de mis sentimientos y no reparo mucho en su compañía. En el 18, la chica liviana nos adelanta y me siento impotente, querría flotar como ella. En el 18,5 comenzamos a subir, y aunque aún puedo divisar su camiseta azul, cuando corono y comienzo a bajar me veo totalmente solo, nadie por delante ni nadie por detrás...

...y llega el momento que sin saberlo había estado esperando, escucho, reflexiono, caigo en mis males y en mis esfuerzos, trato de poner las piezas correctas en las huecos de este puzzle que es mi vida, y es así durante un largo rato hasta que cruzando un olivar siento que la gasolina se me ha terminado, me siento tan vacío que sopeso lo de sentarme a la sombra de uno de estos árboles, pero sé que Robert de Niro no haría eso, continuaría sufriendo hasta alcanzar su alegría. 

Avanzo por una preciosa senda boscosa donde un compañero me da caza, las piernas se mueven por inercia pero los árboles parecen tenerlo claro, me llevan hacia el final de esta historia. Cuando mi cuerpo atraviesa el arco de meta sé que ha cumplido el cometido deportivo, pero mi mente, tras parar, sigue en otro sitio.

Sendas con forma de cara, paisajes con forma de personas

Me reciben Aurelio y Paco, también Ángeles. Aurelio ha llegado 6 minutos antes, acompañado de Paco, que aunque se había retirado decidió acompañar a su amigo desde el centro de visitantes. 

Estoy deshidratado, no paro de beber agua, pero poco a poco me estoy viniendo arriba, hasta que comienza a retumbar en mis oídos un mensaje alto y claro, el mismo que medio codificado me había estado transmitiendo durante toda la mañana esa sierra: mi pozo es mi sufrimiento, pero estoy reposando al sol y me siento feliz, era un enigma sencillo; sí, estoy decadente, pero no concibo otra salida mejor para este mal que portar estas armaduras, sangrar por ello y sentir la plenitud una vez alcanzada la meta.

Toca esperar a que llegue Merche. Me acerco al coche, justo para ver llegar a Manolo a quien se le ve muy entero. Cuando llego al Toyota me cambio y ya dirigiéndome de vuelta al arco de meta veo aparecer a Mercedes que se mueve como un tiro. Ya de nuevo en la zona de llegada vemos aparecer a Jesús, que también acaba de finiquitar su proceso interno, lo dice su cara. 



Con una Coca-Cola y un plato de paella entre las manos, el solecito hace el resto;  hablo de música con Manolo, charlamos de montañas, nos divinificamos con la primavera pese a los males respiratorios que acarrea; y es así como veo sendas con forma de cara y paisajes con forma de personas; mis amigos también me lo están diciendo, el mensaje de esta mañana resuena, sin códigos que lo tergiversen, y soy feliz al cuadrado. 


Amigos, he visto subir a Merche en su enésimo pódium, su cara hablaba de satisfacción, de alegría, no hablaba de obstáculos ni males.





También he visto llegar a esos auténticos héroes de las distancias largas: Gema Arenas, su marido Agustín Luján, etc, y he sentido admiración y envidia, no por querer ser un campeón como ellos, sino más bien por querer recorrer ese dulce, amargo y largo camino que te obliga a cubrir una ultra. 















Y por último, he visto llegar a Miguel Ángel, en su carrera de casi 50 kilómetros, llegaba hundido, sin embargo en sus ojos se leía la armonía, esa armonía que uno gana tras haber sufrido armaduras, vencido pozos y expiado decadencias.




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