RELATOS

Una vez iniciado el movimiento supe que no habría marcha atrás, sería difícil regresar a aquello que fui. Hoy soy otro ser: curtido, compañero del esfuerzo, amante de mis kilómetros. Sólo el fin de mis días debería obligarme a parar: ese es mi pequeño sueño.

viernes, 12 de abril de 2019

LA CRÓNICA DE LA EXTREME SIERRA DE FILABRES: PELEÁNDOSE CON EL OSO

Filabres nos encontró

Andábamos buscando nuevas locuras y Filabres nos halló; quedamos convencidos con las fotos de sus paisajes y sus montañas de casi 2000 metros. El hecho de tener tan sólo 7 días después mi reto particular de la Maratón de Montaña de Cuenca no impidió que le diera al "clic" del ratón y quedásemos inscritos los dos. Así Mercedes llenaba su pequeño hueco competitivo ya que no se había animado a correr en la ciudad de las "Casas Colgadas", pero todo era a costa de un overbooking en mi esfuerzo. 

Pero hubo algo que lo cambió todo: Jorge, nuestro hijo se apuntaba a la fiesta en la categoría cadetes. Y es que aunque corre de "de higos a brevas" y la montaña aún no le ha seducido, Filabres también le llamó, así que vimos en esta experiencia compartida una oportunidad para aplicar un poco de pegamento familiar.

El reposo previo a la batalla

Salimos de Valdepeñas y dejamos a Inés en Linares. La peque nos había dicho: "prefiero quedarse con los abuelos y así poder estudiar más", a lo cual respondimos: "¿cómo? ¿estudiar más?, ¿estás segura?" y no insistimos, no fuera que cambiara de opinión. 

Iniciamos ruta hacia Serón, norte de Almería, expectantes por recorrer nuevos y abruptos paisajes. El guión se cumple y llegamos a la hora de comer; reponemos fuerzas y alegramos nuestra gula en la plaza principal del pueblo, en un restaurante recomendado por la dueña del alojamiento donde hemos reservado; no nos deja indiferentes, todo muy rico y, entre bocado y bocado, interesante charla familiar, que quiza nunca olvide, necesario cemento para apuntar los cimientos.

Entramos en "la Casa de la Acequia", cuatro plantas enteras para nosotros solos de una casa típica de la zona; no le falta detalle: estufa de peles, antigua y completa cocina, magnífica chimenea, ¡por debajo pasa el agua!, de ahí el apellido. Ya en la terraza unas geniales fotos para el recuerdo y tras esto veo ganar a mi Albacete, contra al Extremadura, de churro y casi en el último minuto, pero el resultado me alegra la cara; el sábado avanza bien y el domingo debería ser un envidioso.

 

 




La tarde se muestra tranquila y la aprovechamos de compras en Tíjola, aprovisionando para la cena y el desayuno; tras esto recogemos los dorsales y asistimos atentos al briefing de la organización. Nos advierten del riesgo de caernos debido a la sequedad del terreno que se suma a la dificultad técnica que ya de por sí tiene la carrera. La cicatriz de la rodilla de Merche se pone a palpitar toda amedrentada (véase la crónica del Trail de los Montes Comunales de Adamuz, con su tonto costalazo incluido).





Se acaba la jornada sabatina no dejando ni las migajas en los platos, y para finalizar un debido reposo viendo la tele al calor de la chimenea de leña.

A quien madruga el trail le ayuda

Noche en calma, cobijados bajo la manta, una bendita madrugada propia de pueblo serrano. Amanece y toca ponerse las pilas, ultimamos los detalles, pero Jorge no puede escapar a sus ritmos y tras desayunar nos damos cuenta de que llegamos tarde. Aparcamos el coche en el recinto deportivo cuando sólo quedan 10 minutos para la hora de la salida del trail largo, así que Merche y yo volamos hacia el "corralito"  y justo entonces me doy cuenta de que no llevo el portadorsal en mi cintura. Nuestro hijo sale pitando hacia el coche y tras 5 interminables minutos lo vemos aparecer con el objeto extraviado.



Los de la corta, entre ellos Jorge, tendrán que esperar media hora más a que den su salida pero los de la larga ya estamos metidos en el "cercado", la antesala del inicio de la "jarana". Mercedes y un servidor nos entretenemos haciendo scouting aprovechando el ligero retraso de la organización. Por la pinta de nuestros compañeros de viaje podemos deducir que nadie ha venido a pasar una dulce jornada senderista. Contamos 6 féminas, aparte de mi mujer, e intuimos, por la huella que deja la edad, quienes son las dos veteranas que la acompañarán en la categoría.




Y dicho esto, antes de empezar a narrar esta nueva aventura en movimiento, he de reconocer que antes de salir ya habíamos cazado al oso de las montañas, y no sólo eso, de antemano ya teníamos precio y comprador para vender su piel. Teníamos atadas demasiadas cuestiones antes de que Merche viera su cara fiera y grandota allá arriba.

Serón nuevo inicio en mi universo de cambio

Al reto lo pintan bastos, 34 duros kilómetros y +1800 metros, potente aperitivo antes de mi aventura conquense, pero no estoy presionado por la competición, no soy rival del montón de kilos de fibra propiedad de todos estos locos maravillosos; más bien formo parte del patrimonio común de páginas de ese suculento libro de aventuras en la montaña.

El speaker da el pistoletazo, lo hace sin pistola, cantando lo que es una simple y llana cuenta atrás, como debe ser. Y todo comienza de nuevo para mi, todo vuelve a empezar...

...Mi cadencia va embadurnada de mermelada conservadora porque ese día ando ávido de disfrute y sensaciones positivas. Toda esa fibra antes comentada se mueve despotricada a mi alrededor, como si la gente fuera con ansia en busca del más rico jamón de bodega de la comarca.

Vamos completando el primer hito, la rivera del Río Almanzora, para inmediatamente conquistar las calles del pueblo mientras negociamos con la pendiente; nos saluda la pared de piedra de la Iglesia de Nuestra Señora de la Anunciación, pasamos por la puerta de nuestra Casa de la Acequia, y las piernas se dan cuenta de que las estoy fastidiando un domingo más justo en el momento en el que cruzamos al lado del castillo.

Tomamos una senda y me cambia el semblante, ¡ya huele a verde!. No somos muchos y por tanto no habrá muchas gomas que hacer entre nosotros, ¡cazas y persecuciones las justas!, pero a cambio se abre la posibilidad de reflexionar y de fundirse con el entorno, dejando a un lado nuestro gen competitivo.

La vegetación se espesa, atravesamos un bosque, tras esto pisamos una pista y sin respiro otra senda, ahora mucho más empinada. Se me mueren las piernas por unos instantes y pienso en Jorge y en lo poco que le va a gustar este tramo, aunque es bonito de narices. En el kilómetro 3,5 llevo más de 28 minutos batallando y por fin hallo una breve bajada donde recuperar, pero poco me dura el descanso porque se levanta otra loma que nos lleva hasta la Posada del Candil, kilómetro 4.

El cortafuegos no es el coco

Me adentro en una zona boscosa y de nuevo otra senda, estoy contento porque es a lo que he venido, caminos y pistas sólo las inevitables, quiero complicaciones, atravesar trochas y barranquías.

Subo, subo y allá se alza el imponente cortafuegos tras haber conquistado +430 metros. Ya ha comenzado el disfrute con mayúsculas, justo cuando la dificultad se torna en placer.

Bregamos hacia la primera cima, pero uno ya va siendo pillo y sabe que tras alcanzar lo alto habrá una breve bajadita e inmediatamente tocará subir otra larga pared, es "la ley no escrita del cortafuegos verdadero". Las piernas ya están bien despiertas y piden guerra, sin yo buscarlo ha comenzado la acción, sana lucha en la que todos somos camaradas; alcanzo a 3 compis, pero no me he esmerado en hacerlo sólo ha sido fruto de mi euforia subiendo, y es que últimamente me siento como un mula serrana de carga.

Alcanzo a un chaval con bastones y le comento que unos días antes Merche y yo habíamos estrenado unos sticks parecidos en Despeñaperros y él me dice "pues yo sigo aprendiendo a llevarlos tras dos meses de intenso uso", yo le respondo "pues hoy le daré un voto de confianza a mis cuadriceps". La cháchara me nubla la noción del tiempo y tanta abstracción hace que no me haya dado cuenta de que hemos llegado al final del cortafuegos, ¿ya se ha terminado?; acumulamos +830 en siete kilómetros y medio, 1 hora y 9 minutos de empresa.

La emoción vive en el Layón

Dejo atrás a mi compañero  y acometo una bajada de las me gustan, por una senda técnica y escurridiza, pongo a prueba las zapas que resbalan por acá y por allá.

Los siguientes 5 kilómetros son un bonito tobogán repleto de subidas y bajadas por sendas y pistas boscosas y me siento extrañamente empoderado, ni ligero, ni invencible, ni tan siquiera rápido, tan sólo tengo la sensación de que puedo hacer eso y mucho más, y lo más importante, puedo correr conectado en una simbiosis entre el entorno y mi movimiento.

Delante mía veo a dos corredores a los que no termino de alcanzar, tampoco lo intento, ahorro esfuerzos innecesarios, y así llego al kilómetro 11, en el Barranco del Layón, una bajada vertiginosa, divertida y arriesgada. 



En el 12,5 tomamos una pista de cemento que lleva a una finca, la cual dejamos a un lado, y ya desde ahí comienza mi particular momento, esto es casi a lo que hemos venido......si echo la mirada atrás recuerdo largas y bonitas subidas, ésta creo que lo va a ser así que saco mi grabadora imaginaria y le doy al "rec", ¡habrá que conservar la subida al Layón!...

Nos ponemos casi a gatas, 40%  de pendiente, y alcanzo a la pareja de montañeros que minutos antes llevaba encuadrados en mi pantalla; las piernas piden y piden y se me llena la cabeza de sensaciones, eso que me pasa cuando toca apoyar mis manos en los cuadriceps. ¡Quién me ha visto y quién me ve! cuando seis años atrás en mi primera experiencia de montaña con el maestro Paco Rivas, me sentía haciendo el ridículo por andar mientras ascendíamos al Pico de la Almenara, Riópar;  eran los tiempos del asfalto y del estresante crono.

Desaparece la vegetación y en su lugar la piedra toma el poder, roca escalonada y blanca que obliga a forzar la postura, casi a retorcerse. De vez en cuando alzo la mirada y veo el empinado horizonte ante mí, y no me da miedo ni pereza, es tan sólo un leit motiv. Tanto rato subiendo también da para pensar que pronto llegará la decadencia y ya no podré hacer cosas así, por eso hay que disfrutar este momento por si no se repitiera.

Alcanzo a otro corredor y el muro continúa, no quiero que se termine, pero llego al hito de la cima representado en un montón de piedras, a 1930 metros de altura. No ha sido un 8.000 pero ha dado como para divertirme como un niño chico. Veintinueve minutos para hacer poco más de un kilómetro y medio, tiempos mejores que aquellos en los que trataba de bajar de los 36´ en los 10k, siendo sinceros prefiero, mientras corro, maximizar la felicidad que minimizar el tiempo.

La bajada y la serena soledad

Miro atrás y no veo a nadie, ni tan siquiera al montañero que he adelantado 5 minutos antes. Me contrario un poco pensando que toca tirarse ladera abajo, pero me bastan unas pocas zancadas para darme cuenta que no va a ser un drama. El terreno al principio es complicado pero pronto se hace más benévolo y siento como las piernas se vienen arriba y se adaptan a su nuevo rol. Pasado el 16 obvio el avituallamiento, como he obviado todos los anteriores, y es que el chaleco pesa pero es también una bendición, es mi compañero de viaje.

Los siguientes minutos son rápidos pero guardo fuerzas y alcanzo en el 19 el Barranco de las Menas. Agradezco la fácil y bonita senda que se abre y estiro zancada hasta que alcanzo a otro corredor, con quien comparto carrera unos minutos, pero también lo dejo atrás y avanzo en una parte del recorrido verde y rápida a partes iguales, lástima que no hayan llegado las lluvias. Comienzo a bajar al Camping de las Menas hasta que en el 22 me hago el gallito subiendo por una senda empinada que termina en unas escaleras, voy sacando pecho ya que hay público aplaudiendo, pero cuando alcanzo la calle asfaltada me doy cuenta de que he hecho el primo y mis piernas han pagado el peaje por ello, así que rompo el protocolo y hago lo que no suelo hacer, parar en el avituallamiento; allí tomo resuello y bebo isotónica y agua. Unos segundos después arranco y respiro aliviado al descubrir que no hay problema, mis piernas siguen fluyendo.

Lo que soy es lo que ve

Atravesamos el complejo, repleto de estimulos para mis ojos, pero mi disfrute no me deja ir de turista, la diversión hoy está en el movimiento. En el 23, tras 3 horas y 9 minutos de carrera alcanzo un valle por el que avanza la pista llena de hierba, meto un poco de ritmo y salen dos kilómetros bien corridos...

Nadie por detrás, llega la soledad...  tomo una pista y, al alcanzar una finca en la que sus dueños hacen de público improvisado, me derivan a la izquierda donde hay una fuerte subida, giro la cabeza y no aparece nadie, mi voz interior toma el control... pienso en lo que soy y en lo que tengo, también en lo que no tengo ni quiero tener, en lo que no soy ni quiero ser. Mi vida no es perfecta, pero se parece mucho a la vida que deseo vivir. Pienso en Mercedes y en la bendición que fue encontrármela en el camino, en el privilegio de compartir la misma aventura que yo en ese momento.

Regreso a la carrera, ante mi otro cortafuegos y con una respetable subida. En el horizonte veo una silueta blanca, ya he estado bastante tiempo solo, ¡a ver si puedo pillarle!, pero no, las distancias son relativas cuando se sube hecho un ovillo. Ahora toca bajar y de nuevo la ley del cortafuegos verdadero, tras la bajadita se alza otro imponente cortafuegos. Me acerco al compañero y me digo que si le alcanzo le preguntaré cualquier cosa, entablaré conversación y es como un acicate, pero aunque no lo llevo a más de 70 metros cuando alcanza la cima su esbelta silueta desaparece. Un minuto después asomo en lo alto y lo que queda de él es una pequeña y lejana figura moviéndose como alma que lleva el diablo.

Bajando hacia la realidad

Y ahora un cacho técnico y escurridizo, tras esto otro más, y a esas alturas los pies ya me van gritando. En el 29 alcanzo una carretera y tras ella una pista que tiende hacia abajo, y  tomo ritmo de crucero... me siento afortunado porque las fuerzas aún siguen conmigo, esas que tanto acostumbran a abandonarme sin previo aviso. Siento que estoy terminando pero no tengo ansiedad por acabar sino que me siento vivo por empezar a finiquitar este gozo.

Tras negociar la enésima dura bajada alcanzo el 32 y Serón se muestra ante mis ojos;  avanzo en el sentido de su trazado pero lo hago por el collado paralelo. El último kilómetro y medio se hace pesado, pero no por ir sufriendo, sino porque se ha terminado el campo y en su lugar han aparecido  las casas, las vallas, la civilización en definitiva.

Delante mía una silueta me está indicando, es un fotógrafo que me hace posar para la ocasión y tras la instantánea giro a la izquiera para alcanzar meta en 4 horas y 21 minutos, tras unos inolvidables 33,70 kilómetros por Filabres.

Todo en su sitio y los deberes hechos

Cuando paro siento que las piernas están conmigo, no necesito sentarme, fuerte como casi nunca tras un esfuerzo tan prolongado. El hecho de beber y comerme parte del rico bocata de jamón que dan en la bolsa del corredor termina por hacer que me venga arriba. Pregunto al que lleva la gestión de tiempo y me dice que he sido séptimo veterano, el 23º de la general, pero lo pregunto sin pasión, la pasión ya la puse antes. También me intereso por Jorge que ha sido segundo cadete, eso sí, de tan sólo dos en esa categoría, pero se ha batido el cobre terminando la prueba y haciendo un buen crono de 1 hora y 39 minutos, el 64 de 114 llegados. Me siento aliviado, lo ha conseguido y espero que le haya valido la experiencia. Y mientras mordisqueo otro cacho de bocata sentado ante un estupendo sol aparece mi hijo y juntos esperamos a Mercedes. No lo hablamos pero ambos sentimos orgullo mutuo.




 

 




Han entrado ya las cuatro seniors pero ninguna de las veteranas e impacientes nos acercamos a la zona donde el fotógrafo inmortaliza a los llegados. Al rato vemos que aparece una silueta femenina en el horizonte, pero no es Mercedes, es la primera veterana, en 5 horas 22 minutos. De repente, por megafonía llaman a Jorge, están dando los premios de la corta.. salimos corriendo y con las prisas no puedo ni echarle una foto subido en el podium, con su caja de productos de la tierra y su trofeo. Tras esto regresamos a la zona de llegada justo cuando vemos aparecer sonriente a Merche...


El oso con el que se peleó pero que no cazó

Cruza el arco de meta y reparo que en lo alto del mismo el crono está apagado, pienso que se les ha averiado. Le doy un abrazo y voy a sacarle el ticket con el tiempo realizado, pero al meter su dorsal no salen resultados...

El oso era grandote y muy peleón, Merche es chiquita y aunque es empecinada muchas veces la fuerza gana a la destreza. Entrar "fuera de tiempo" por dos minutos (5 horas 32 minutos) es lo que se llama no traer bajo el brazo la piel que previamente habíamos vendido.

Aparece otro corredor, otro más y finalmente entra la tercera veterana en tándem con un  compañero, a unos 15 minutos de mi mujer, pero nadie ha reparado en sus llegadas, nadie les aplaude, no se les reconoce su esfuerzo.
 
La gente se agolpa en la zona del podium donde en esos momentos están dando el trofeo y el jamón a la primera veterana, la que ha entrado 10 minutos antes que mi mujer. El segundo y el tercer cajón están desiertos...faltan dos guerreras..., y es entonces cuando pienso en la montaña y en lo que representa, veo a un senderista, veo un estilizado corredor, un barranco, un vado, pero no veo ni el arco, ni el crono por ningún sitio..


Recogiendo los bártulos en la búsqueda de la autoestima


El agua calentita de la ducha hace que las cosas se vean de otra forma. Pego una nota de agradecimiento en el tablón de la entrada de la magnífica casa que hemos tenido el placer de ocupar por unas horas y nos vamos, con un largo viaje por delante. Al ver por el retrovisor las últimas casas del pueblo siento que no es una buena despedida, que tenemos que volver...

Por el camino de vuelta Merche va callada, se pelea consigo misma, trata de cazar su propia piel...., a sus 46 años, madre trabajadora, con los números de una empresa a sus espaldas y la responsabilidad de un hogar y dos hijos, todavía puede sacar fuerzas para hacer cosas extraordinarias como eso de perderse en la montaña, correr ultras de más de 100 kilómetros y además sangrar gustosamente en el intento. Trato de animarla poniendo mi mano en su pierna y sin decirle nada le quiero decir que es un orgullo tenerla cerca.

Y así fue como Merche no estuvo en Sierra de Filabres, no salió en los créditos, pero para mis adentros sí que estuvo, sí que la disfrutó, y nada importan esos dos minutos, que no es más que tiempo en la montaña, justo allí donde deberían pararse las manijas del reloj.






Y hay que agradecer

Gracias a la organización por mover una prueba de paisajes tan extraordinarios, cuidada al detalle en su balizamiento, con unos voluntarios volcados y avituallamientos completos.  Agradecer al club que organiza el evento el esfuerzo, que lo hace por nosotros, proporcionando nuestro disfrute. Animo desde aquí a visitar Serón, un pueblo bonito y encantador.


Y dicho esto, conociendo a mi mujer, el círculo no está cerrado, así que: "oso de Filabres no te sientas seguro, que Mercedes no te ha olvidado y ¿quien sabe?, igual el año que viene sube a por ti'.

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