RELATOS

Una vez iniciado el movimiento supe que no habría marcha atrás, sería difícil regresar a aquello que fui. Hoy soy otro ser: curtido, compañero del esfuerzo, amante de mis kilómetros. Sólo el fin de mis días debería obligarme a parar: ese es mi pequeño sueño.

martes, 3 de marzo de 2015

LUNES 2: HACIENDO CUESTAS Y CORRIENDO CON EUFORIA

Si hay un recuerdo que, como corredor, me gustaría que no se borrase jamás son los últimos 10 kilómetros de la pasada Madrid-Segovia, donde saqué fuerzas allí donde probablemente no había mucho de forma que mis extremedidas se pusieron a pistonear de verdad, sintiéndome inesperadamente bien, yendo veloz en la oscuridad y encontrando unas sensaciones increibles tras llevar más de 90 kilómetros en mi cuerpo. No llevaba el Garmin encendido puesto que se me había muerto kilómetros atrás y mi enemigo, por tanto, no era ni el crono ni el tiempo a realizar, tampoco lo eran mis contrincantes, de hecho, ahora que lo pienso no tenía enemigo que batir, tan sólo me movía a todo lo que me daban las piernas porque estaba sobreexcitado y hacerlo multiplicaba mi placer. Pues bien, ayer ocurrió algo parecido; tocaba hacer cuestas en el Cerro del Ángel y no pretendía ir rápido, ya que el sábado y el domingo me había aplicado demasiado en dos sesiones bastante exigentes; por ello comencé el calentamiento a un ritmo relativamente suave, pero en seguida me ví yendo rápido, porque me lo pedía el cuerpo y no podía bajar el pistón. Así que llegué a la falda del cerro y pensé que la subida la haría más tranquila, "no hay prisa", pensé, sin embargo de nuevo mis piernas desobedecieron a mi cerebro y me puse a subir "a todo trapo". Sin embargo el hecho de forzar en la ascensión me hizo sentir aún mejor. La primera bajada tampoco me permitió relajarme y andaba temiendo que en la segunda serie pegase un petardazo. Pero como estaba disfrutando como un enano sin poderme creer lo bien que me encontraba, subí a todo tren y la bajada la hice a tope a un a riesgo de que uno de mis tobillos terminase doblado en un hoyo, algo que afortunadamente no ocurrió. Pensé ya abajo que la sesión podía darse por bien empleada y que los 6 kilómetros que restaban debía hacerlos a trote suave que permitiese descansar a mis piernas, pero éstas que son mías debieron leerme pensamientos tan conservadores y decidieron ir de autónomas trabajando a destajo en la bajada de la vía de servicio de la AIV sentido Madrid. Creía que se me iba a salir una de las caderas cuando alcancé el camino de los Cerros de la Aguzadera pero esto tampoco sucedió. El caso es que en la tierra no aflojé y no me preocupé de las piedras ni de las irregularidades del terreno, así que bien pronto me ví subiendo por el camino que desemboca en el de Membrilla con una cadencia que para mi era de locos. Continué disfrutando ya en la bajada sobre el asfalto por el camino mencionado y eso de ir rápido te permite que no te des cuenta y pronto te halles en casa. Lo único negativo, pero no mucho, fue que ya llegando se me cargó la parte de atrás de la rodilla izquierda, mi pierna buena en la que no suelo tener nunca problemas. No me asusté y mantuve el ritmo hasta la puerta de casa. Juraría que tarde 54 minutos en recorrer 12,5 kilómetros en los que se incluyen las dos subidas (200 metros de desnivel positivo), pero no estoy seguro, porque en todo momento llevé el crono apagado. Y de ahí el paralelismo con la Madrid-Segovia: ayer corrí como alma que lleva el Diablo sin pensar ni en el crono, ni si quiera en meter intensidad en el entreno, tan sólo lo hice llevado por la emoción o por cualquier desajuste químico que provocó esa euforia mental. Menos mal que las piernas respondieron....

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