RELATOS

Una vez iniciado el movimiento supe que no habría marcha atrás, sería difícil regresar a aquello que fui. Hoy soy otro ser: curtido, compañero del esfuerzo, amante de mis kilómetros. Sólo el fin de mis días debería obligarme a parar: ese es mi pequeño sueño.

martes, 24 de febrero de 2015

LUNES 23: SINTIÉNDOME EN UN POZO. Y NO ERA EL POZO NORTE

Ayer no fue un gran día. Fue uno de esos lunes en los que no tienes delante una cuesta, sino una muralla. Mi carácter más natural y estable se agrió por completo y por momentos sentí que la alegría se había marchado lejos de mi. Además, me encontraba físicamente cansado, sin motivación alguna y teniendo más preguntas que respuestas. Supongo que es algo que nos pasa a tod@s pero como no estoy más que en mi propia alma no puedo saberlo con certeza. El caso es que este estado de ánimo repercutió en la forma en la que me veo como corredor, de forma que me estuve planteando que lo de ir a muerte a Helsinki, entrenar duro a diario y esforzarme por las noches carecía de sentido, creyendo que eran acciones inútiles de un tonto. Afortunadamente hoy lo veo todo de un color más agradable, y entiendo que estos retos que nos planteamos y por los cuales luchamos son los que nos dan la vida, aunque no sean importantes para nadie salvo para nosotros y como mucho nuestros más allegados. Así que como del pozo sólo cabe mejorar, hoy estoy haciendo grandes progresos ascendiendo no sin esfuerzo por la cuerda hacia la luz.

Ni que decir tiene que lo más difícil fue cambiarse de ropa y ponerse las zapatillas. Me sorprendí sentado en la escalera de mi casa tras llevar varios minutos poniéndome y atándome las Mizuno. Se ve que pensaba que si lo hacía despacio habría algo o alguién que me eximiría de salir a correr. Podréis pensar que para entrenar con esta desgana lo mejor es no hacerlo, pero es que no estoy pasando por mis mejores momentos y por ello me está contando sacar adelante esta planificación. Al final salí corriendo y aunque sin desconectar los malos pensamientos del todo al menos me sentí mejor, porque corriendo siempre curo muchos de mis males y mato muchos de mis problemas. Los Cerros de la Aguzadera me vieron pasar no a un gran ritmo, pero tampoco iba suave del todo. Sin apenas molestias del día anterior se podría decir que el único músculo que no iba funcionando del todo bien era el que se aloja en mi cabeza. Subí la cuesta hacia el Cerro del Ángel y llegado a su falda subí por el carreterín absorto en mis pensamientos. Bajé por el camino pedregoso y volví a subir por el carreterín para volver a bajar nuevamente por el camino poniendo en peligro mi espalda y mis tobillos, pero no pasó nada raro. Regresé por la vía de servicio y alargué la sesión yéndome al Parque Cervantes. Sin duda estos fueron los mejores momentos porque por unos instantes conseguí desconectar y olvidarme de lo que soy y no pensar en lo que hago en este mundo. Pasé a buen ritmo por dicho recinto y llegué sin más historia a casa. No me preguntéis el crono porque no lo conecté; no me interesaba medir el tiempo, en realidad no me interesaba medir nada.

Sé que salieron unos 12 kilómetros que me llevan a un buen inicio de semana, un buen consuelo para mi maltrecha autoestima. En tres días me he colocado en casi 50 kilómetros y esto me hace pensar que no tendré que realizar grandes esfuerzos para conseguir nuevamente otros 90 kilómetros de aquí al viernes.


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