RELATOS

Una vez iniciado el movimiento supe que no habría marcha atrás, sería difícil regresar a aquello que fui. Hoy soy otro ser: curtido, compañero del esfuerzo, amante de mis kilómetros. Sólo el fin de mis días debería obligarme a parar: ese es mi pequeño sueño.

domingo, 2 de junio de 2013

EL PARÁSITO SALVADOR





  La voz de aquella niña la despertó en plena madrugada. Le estuvo martilleando la cabeza con historias desconexas y sin sentido. Aunque se tapara los oídos, la voz seguía resonando en su interior, cada vez con un tono más agudo y desagradable. Por ello no pudo descansar bien y cuando el despertador sonó tuvo que hacer de tripas corazón para conseguir ponerse en pie. Las finas agujas del frio diciembre le dieron los buenos días cuando el sol aún no asomaba. Los destellos del alumbrado público lucían empecinados antes de sucumbir a la luz envolvente del nuevo día y el hielo se hacía notar en forma de crujidos a cada paso bajo sus pies. Al abrir la puerta de la verja del jardin enseguida pudo ver la silueta de aquel ser que en mañanas como aquella solía hacía acto de presencia. Pensó que su mal estaba ahí, tenía que convivir con él, por ello seguía los consejos de los médicos tomándose siempre la medicación prescrita y tratando de hacer caso omiso a las voces y visiones.

En esta ocasión aquella forma no humana de larga y desagradable silueta no dejaba de tiritar como tratando de contangiarla o desanimarla. Aquella mujer respiró profundo y escondió tras de sí su inoportuna debilidad; para disimular, esbozó una tímida sonrisa que debiera haber salido en forma de triunfal y desafiante gesto, pero hoy no las tenía todas consigo, porque por su cabeza deambulaban miles de bichitos envenenados de dudas. Los insectos tampoco eran reales pero los sentía pulular en su cerebro como hormigas en su faena.

Las calles se mostraban desnudas, sin su líquido vital que es la actividad, por lo que no había nadie que pudiera ser testigo de aquella extraña batalla de voluntades. Pero bien sabía ella que ni con mil espectadores habría habido un solo testigo de sus visiones, puesto que las mismas estaban tan sólo en su mente. Apartando la vista de aquel ser imaginario, supo, como hubo sabido en otras ocasiones, que iniciada la carrera habría ganado media batalla, y aunque le costó dar actividad a sus músculos, éstos finalmente obedecieron e iniciaron la marcha. Fue entonces cuando el demonio creado por su esquizofrenia le persiguió emitiendo quejidos y proyectando movimientos desacompasados. Al girar la última esquina, ya a las afueras de la ciudad,  una ráfaga gélida y ruidosa de viento golpeó su liviano cuerpo, haciendo casi imposible el avance. Contra este nuevo contratiempo sólo cabía apretar los dientes, porque el frío era tan real como lo era la vida misma. Las falanges de sus pies y manos dejaron de pertenecerle para ser, por momentos, rehenes del enemigo. Pero no había más camino que el que ya estaba escrito; por ello prosiguió su marcha aceptando el castigo.
Sin embargo minutos más tarde el sol se abrió paso y la mañana comenzó a templarse, de forma que el viento dio paso a la calma y el frío fue tornando a una sensación de calidez; en cuanto a la horrenda silueta que le acompañaba se fue difuminando hasta confundirse con su propia sombra al correr, y por último los bichos juguetones de su mente hicieron el vacío en su cabeza y la llevaron a una total ausencia de pensamientos. Así fue como lo que había sido una condena acabo convirtiendo en ese premio buscado y conseguido: el que recibía cada mañana. 

...Entonces recordó aquella cálida tarde de verano, curiosamente también sin movimiento en las calles, y se contempló despertando de una desconcertante siesta. Era en esas ocasiones en las que los sentidos están aletargados pero la razón permanece despejada dejando al descubierto la verdad. Puesta ante el espejo, lo que vio no le gustó y rompió en sollozos. Las voces y las visiones estaban consumiéndola y se sentía terriblemente sola, sola con sus fantasmas irreales. Volvió al salón y vio a aquel gusano reptando sobre la mesa. Era de un extraño color naranja, aunque como ya intuía tan sólo estaba en su mente, fruto de su enfermedad. Aún así actuó como si la imagen proyectada formara parte de este mundo, lo agarró, se lo echó a la boca y lo engulló sin masticarlo. En el calor de aquel agosto decidió recibir gustosa aquel parásito, que entró en ella para acompañarla para siempre. Para aceptarlo, previamente tuvo que ingerir su propio penar; el gusano hizo el resto: se quedó con todo aquello que ella ya no necesitaba dejándole tan sólo unas tremendas ganas de vivir. Aquella misma tarde sus poco acostumbradas piernas casi se arrastraron mientras corría por aquel parque y sintió por primera vez el dulce dolor de su nueva existencia...

Ya ha vuelto de correr; el agua resbala por su escuálido cuerpo, y una dulce sensación llena cada rincón de su piel. Nuestra protagonista sale de su placentero baño para enfrentarse a su imagen ante el viejo espejo y sólo ve un alma desnuda. Allí, antes hubo dulces curvas de una mujer solitaria y hoy sólo aparecen huesudas caderas con músculos dispuestos a iniciar la acción. Donde hubo un joven rostro hoy sólo queda la faz de una luchadora a la que aún le esperan muchas batallas por librar. En cuanto a sus "inevitables compañeros", ha aprendido a convivir con ellos. Tras el entreno diario desaparecen durante horas y le permiten sentirse como una persona normal.




No hay comentarios :

Publicar un comentario