RELATOS

Una vez iniciado el movimiento supe que no habría marcha atrás, sería difícil regresar a aquello que fui. Hoy soy otro ser: curtido, compañero del esfuerzo, amante de mis kilómetros. Sólo el fin de mis días debería obligarme a parar: ese es mi pequeño sueño.

sábado, 24 de noviembre de 2012

LA CRÓNICA DE LA MARATÓN DE VALENCIA EN IMÁGENES

El día de antes me las prometía muy felices con poses de padre bonachón de dos hijos que nunca ha roto un plato.


Quise que me inmortalizaran con la recta de meta detrás mía, y no podía sospechar que esa iba a ser la vez que más cerca iba a estar del final de la maratón


Pedí que se me echara la foto de rigor con el dorsal delante para que se viera bien. Que luego nadie dudara de que era mi dorsal y que ese cacho de papel iba a atravesar la meta "sobre el agua".


Al día siguiente dejé mi bolsa en consigna junto con la de un montón de runners. A la chica encargada de la misma le dije: "no te preocupes, vendré a por ella, a no ser que esté en el hospital". ¡Cuanta razón tenía!, la acabó recogiendo mi mujer.




Antes de la salida, Alberto y yo inmortalizamos el momento. No sé si estaba de subidón o totalmente cagado; a juzgar por mi cara más bien lo segundo.



Tras la salida y ya en el kilómetro 3 la cosa estaba chupada, pero era porque no había hecho más que comenzar. El sol brillaba, como se puede apreciar, y la palmera daba a la situación un toque relajado, casí de foto de tour turística. Yo quería salir en la foto, y casi no lo consigo, porque mi mujer estaba empecinada en sacar el brillante sol y la dichosa palmera.



En el 10 también todo marchaba "a ritmo de violín", ¿cómo se puede ir tan plácido y no sospechar lo que se avecinaba?



El de blanco de la derecha, ese que viste como un "runner dominguero en el retiro" decidió que quería hacer menos de 3 horas y al final lo consiguió. Lo de sus intenciones lo sabemos por la chachara que trajimos kilómetros antes y lo de conseguirlo porque lo vimos después en los créditos. ¡Qué envidia!



En el 15 parecíamos hasta buenos Alberto y yo. Yo iba hombros arriba como en la mili.



En el paso de la media maratón yo flipé cuando ví el crono. Ibamos para hacer 3 horas clavadas. Eso sí conseguíamos conservarnos en formol, porque el "bajón muscular" estaba ya a la vuelta de la esquina.



Si os fijáis, mi rosto comienza a verse borroso, ese es un primer síntoma de cansancio.

Mientras tanto, mis niños estaban hartos de esperar a su padre, pero es que claro, no soy capaz de hacer menos de 1 hora en la maratón, y ese es justamente el lapso de tiempo pasado el cual ellos comienzan a desesperarse.




Mi mujer, muy precavida ella, echó el patinete en el petate para que se pudieran entretener. ¡Ni con esas!

Mientras, los "atletas de color" seguían a lo suyo. Era como si estuvieran en otro sitio, en otro tiempo y en otro quehacer. La próxima maratón me tizno entero:



Alberto se quedó a un ritmo menos exigente y yo me fui sólo a la aventura de "Nosedondecoñovoy". Ahí me véis más difuminado que antes, por tanto, con menos gasolina, en el kilómetro 25. Todavía iba adelantando gente, por lo que todavía me las prometía felices:



Si os fijáis en mi cara, estaba a un paso de ser borrado del mapa.

En el 30 yo iba pensando que sólo quedaban 12 kilómetros, pero ¡vaya docena!. Aquí parece que recuperé el color de cara, pero las piernas comenzaban a estar descoloridas:



En el 32,5 estaban mi mujer y mis niños dispuestos a animar hasta morir. Mientras yo estaba en proceso de enfermar casi de muerte



A pesar de todo, de espaldas aún se me vé reprise.



En el 35 yo ya comencé a cantar la canción de Manolo García esa que decía "Llévame esta noche a San Fernando, iremos un ratito a pie y otro caminando". Aún así, todavía se me veía medio bien, pero sólo medio. El principio del fin estaba sucediendo



Y afortunada o desafortunadamente como decía Bugs Bunny: ¡Esto ha sido todo amig@a!. No hay fotos ni en el 40, ni a la llegada, ni recogiendo la bolsa, ni dándome masajes en la meta, ni comiéndome bollería industrial de chocolate. Obviamente tampoco hay reportaje fotográfico de mis calambres, ni de mi periodo de cuatro horas en el hospital, quizá porque no había nadie con una cámara en la mano. A mi no me hubiera importado inmortalizar también el suplicio.

Espero que os haya gustado.









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