RELATOS

Una vez iniciado el movimiento supe que no habría marcha atrás, sería difícil regresar a aquello que fui. Hoy soy otro ser: curtido, compañero del esfuerzo, amante de mis kilómetros. Sólo el fin de mis días debería obligarme a parar: ese es mi pequeño sueño.

lunes, 11 de mayo de 2020

CUADERNO DE BITÁCORA: SEXTA ETAPA MELIDE-SANTIAGO

Hacía el primer día de mi vida

"Cuando se alcanza el final se abre el velo de un nuevo comienzo"

A pesar del evocador nombre con el que Luis bautizó su casa en booking, "Despertar con el sonido de los pájaros", no me ha espabilado ningún piar y es que son sólo las siete de la mañana y el silencio sigue danzando al ritmo de la oscuridad.  Desconecto la alarma antes de que arranque a sonar, cuento hasta tres para incorporarme y al hacerlo compruebo como las piernas me arden.


Ya estoy desperezándome y con la torpeza que se le presupone al adormilamiento salgo al patio a recoger una a una las prendas que cuelgan donde unas horas antes las dejó  nuestro generoso anfitrión tras haber pasado por el filtro de su lavadora. De regreso a la habitación, Merche hace un último esfuerzo por despegarse de las sábanas; lo acaba consiguiendo y un rato después ya tenemos todo preparado; brota la impaciencia por vivir el epílogo de esta intensa enseñanza.

La mañana gallega luce perfecta cuando, ahora sí, los pajaricos nos fabrican la banda sonora de un selfie en el que quedan atrapadas las emociones de ese instante. En el Bar Stop, las risas y la buena charla del desayuno por poco nos despistan del deber que aún queda por cumplir, y mientras mi paladar se deleita con una exquisita tostada pienso que una sola semana ha sido suficiente para cambiarnos, demasiadas emociones las que hemos dejado atrás.







En el último "vuelta a empezar" de estos increibles seis días nos despedimos de ese buen hombre que nos ha hecho sentirnos tan bien, un actor más de esta obra que portamos en nuestros chalecos, y al dar las primeras zancadas Melide comienza a agitarse al son de nuestro movimiento mientras mudamos la piel, otra vieja camisa cae en esas calles, como ya callese en Oviedo, Salas, Berducedo, Fonsagrada o Lugo, dejando por el suelo unos restos inorgánicos que el tiempo borrará con la llegada de nuevas historias. Enseguida reparo en que hay un nuevo elemento: los peregrinos se agrupan a decenas por la verde senda que nos conduce a las afueras de la localidad. En el punto donde se juntan el camino francés y el primitivo, la soledad y el silencio han desaparecido, no se oye el eco de nuestros pasos en el paisaje y el juego se convierte en un convite a ese acto social no exento de intercambio comercial; menos mal que jugamos con ventaja, ¡vamos corriendo!, así que huimos adelantando uno a uno a los incontables caminantes; en esta guisa nuestras piernas se activan guiadas por la emoción llevándonos a Arzúa a buen ritmo.

Los verdes paisajes nos ponen otro día más en conexión con la naturaleza, esa que no se deja robar, aunque no pueda evitar ser expoliada por el descendiente del cromagnon, y justo cuando nos movemos en una de las muchas marañas de bellos y majestuosos eucaliptos, oímos a nuestras espaldas unos cánticos: "Esa Merche, esa Merche, hey, hey, se merece una ola.., hey, hey.", son nuestros amigos castellonenses que fluyen a toda pastillla sobre sus bicicletas en lo que también es su última etapa. ¡A por la compostela!, les grito.

Un rato después giramos a la izquierda donde permanece uno de los tantos hitos del recorrido, pero este es especial: nos marca que nos queda una maratón para llegar a Santiago






Ya de nuevo en campo abierto continuamos pasando peregrinos y atravesando aldeas, ermitas, cruceiros, lavaderos; pero también encontramos otros elementos  más impostados: terrazas que invitan a tomar un refrigerio, coloridos carteles de conocidas marcas de cerveza, tiendas de souvenirs, ¡todo un reclamo!. En cualquier caso avanzamos ajenos a esos estímulos hasta que tras cruzar el puente del río Iso, la tentación de filmar un  vídeo es demasiado grande para no caer en ella







Y casi sin darnos cuenta llegamos a Arzúa, la cual atravesamos de cabo a rabo en una especie de euforia que no podemos dejar de aflorar. Quizá debido a esa subida de adrenalina sentimos la necesidad de volar y metemos dos marchas más en los que acaban siendo los quince kilómetros mejor corridos de todo el camino, en los que tan sólo nos saca de ese ensueño una breve parada en un kiosquillo para comprar fruta y gominolas.

Cuando el calor y la falta de fuerzas regresan nos vemos inmersos en un avanzar más lento hasta que llegamos a un precioso bosque, donde decidimos realizar una parada técnica intuyendo que quizá estemos ante la última bella arboleda de nuestra aventura.
























Y de nuevo se despeja el horizonte, el campo se salpica de pequeñas aldeas justo cuando nuestros estómagos se quejan, no en vano son ya más de las dos de la tarde, así que hacemos un descanso para comer en un lugar llamado "Pensión kilómetro 15". Dos porciones de pizza, Coca Cola bien fría y un buen helado de nata son los ingredientes del  último piscolabi del camino, ese que llevará a nuestras venas las energías necesarias para alcanzar nuestra meta.


Reanudamos la marcha desde lo más hondo de un pequeño barranco, nada que ver con los que hemos dejado a nuestras espaldas a lo largo de esos días, y la tarea tan sólo consiste en subir cien metros hacia el cielo, ¡la última rampa del camino primitivo!; lo hacemos corriendo a ratos, y a ratos caminando, dejando que el sudor resbale por nuestras caras, sucumbiendo a un virus que invade nuestros músculos, que nos hace pesar el doble adormeciendo nuestra motricidad. En realidad no estamos infectados, tan sólo son nuestros cuerpos dando señales de desconexión ante la certeza de que ya están al final de su encargo, en su último día laboral.

Al ataque de indolencia que afecta a nuestras piernas se le une la impaciencia por llegar, así que entre Sabuqueira y Villamaior puedo hoy sentir, mientras ando aquí sentado en mi escritorio, el picoteo del sol sobre mis sienes, como se me pegan los labios. El caso es que en una larga recta que desafía nuestras ya quebradas voluntades, pasamos por delante de la sede de la TVG, y es allí donde temo que alguién se asome por la ventana y decida grabarnos en esta tesitura, sin duda se trata de un delirio fruto del calor. 

Tras atravesar esa especie de desierto de la desidia llegamos al Camping San Marcos, a la par que una voz nos martillea diciéndonos "os costará un mundo llegar". Pero no hay mal que afecte a la intención, por muy fuerte que sea, que no se atenúe dándole un pequeño placer a los sentidos, así que los dos sorbetes que nos tomamos nos retornan a la positividad. Y tal y como dice el refrán, "a unos les llenan el tazón y a otros les dan con el cucharón", cuando vemos a una peregrina retorciéndose de dolor mientras agarra sus pies llenos de ampollas nos sentimos muy afortunados, así que reanudamos la marcha sin dudar de que ya lo tenemos hecho.

Un largo rato después alcanzamos el Monte Do Gozo pero no nos acercamos a otear las famosas vistas ni a echarnos fotos; nuestra ansiedad ha llegado a su punto más álgido y nuestras piernas se han apagado del todo, por lo que no deseamos otra cosa que finiquitar esta historia; nos apresuramos a bajar por unas arboledas justo cuando nos vienen de frente un ejercito de alfileres punzantes que atacan a nuestros cuadriceps en una batalla que nos pilla desprevenidos; ¡estamos totalmente quebrados!. Ya al pisar el asfalto no tenemos más remedio que caminar, para sentir paso a paso ese final alargado, contando una a una las conchas doradas del suelo, como ya hicimos en Oviedo, pero a cada metro que nos acerca al Obradoiro va creciendo la emoción, en un deja vú que nos rebobina a unos días antes cuando vimos como menguaban las últimas casas de la capital del Principado mientras nos sumergíamos en los bosques asturianos; este epílogo se copia de aquel prólogo, justo cuando el libro se termina con todos sus capítulos.






Y el cuerpo, que un rato antes nos había enviado a un ejercito de ponzoñosos soldados para infringirnos un duro y doloroso castigo, tan sólo quería engañarnos, porque cuando vemos a lo lejos la catedral, el vello se eriza, la adrenalina se escapa y, ¡milagosamente!, las piernas se conectan..., pienso en las dudas de Salas, en la paz de Hospitales, la desesperación de Lago, el abatimiento de Berducedo, la emoción de la bajada al embalse de Grandas de Salime, el oasis de Peñafuente, el miedo de Fonsagrada, el vacío de O Cadavo, la alegría de Lugo, la seguridad de Melide, me inundo de todos esos lugares sin estar ya en ellos...



Ahora que este periplo se acaba compruebo que en realidad algo comienza y me siento terriblemente vulnerable y vivo, limitado e infinito, quedando más que justificada toda mi existencia en ese acto compartido. Pero mejor será dejar fluir las imágenes y el sonido para que hablen por sí mismos.




"Somos diminutos, no somos nada, tan sólo somos nuestros pasos, tan sólo somos el camino".


Una chica se agacha para, gustosamente, sacarnos en ese plano tan perfecto donde queda para siempre impregnada la imagen que resume el final de este viaje. 
























 


Y no puedo evitar poner un extracto de una preciosa canción de Silvio Rodríguez, que sin quererlo hoy respira el aire de estas líneas:

"Al final del viaje está el horizonte,
Al final del viaje partiremos de nuevo,
Al final del viaje comienza un camino.
Otro buen camino que seguir descalzos
Contando la arena.
Al final del viaje estamos tú y yo intactos,
Quedamos los que puedan sonreír
En medio de la muerte, en plena luz".




Sí, este viaje se ha terminado...., renovados..., extraños..., tanto que nos cuesta reaccionar a las enhorabuenas de nuestros amigos ciclistas, hasta el punto de que casi ni les agradecemos que nos hayan sacado número para no esperar demasiado en la larga cola que hay para sacarse la compostela. 

Andamos lentamente entre el tumulto de gente que se agolpa por todos los rincones, la cabeza va más rápida que nuestras piernas, las cuales oponen toda la resistencia de la que son capaces para así desobedecer las órdenes que les damos. Tras comer, conseguimos conformarlas un poco, y enseguida nos sentimos más recompuestos. Ya es nuestro turno en la cola, y estoy rellenando la encuesta; una de las preguntas da que pensar: ¿ha hecho el camino por motivos religiosos?, ¿espirituales?, ¿deportivos?, y soy consciente de la exigente prueba de fondo a la que hemos sido sometidos para conseguir atravesar trescientos veinte kilómetros en seis días, pero el esfuerzo no es lo que me ha dejado poso...; me hubiera gustado leer en aquel papel: ¿qué te llevas tras hacer el camino?, quizá habría contestado: "me llevo algo que se me ha adherido al pecho, que no partió con nosotros en Oviedo, pero que poco a poco fue creciendo y creciendo, y ahora, por suerte, ya no puede despegarse de mi". 






 



 


Con mucha tarde aún por delante el tiempo se pausa, todo a nuestro alrededor se enlentece y a ese ritmo tenemos más fácil poder tomar conciencia de lo vivido en esos maravillosos días. Sin embargo, aún tenemos algo estupendo que hacer esa noche: disfrutar de la grata compañía de nuestros amigos Kino, Carlos y Tomás, los ciclistas castellonenses que nos acompañaron en algunos momentos que dificilmente podremos olvidar.







Cuando caemos rendidos en la cama me inunda un plácido cansancio: he culminado algo muy importante, siento paz y sosiego pero a la vez un peso corporal que me hunde en lo más profundo de un relajante sueño. Al despertar habré transitado hacia un nuevo comienzo, hacía el primer día de mi vida, como dice Silvio Rodríguez, "a plena luz".

2 comentarios :

  1. Aprovecha ahora que... aún despertanos y nacemos todos los días... en plena luz.

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    1. Sólo podemos aprovechar, es lo que tenemos, tiempo y aprovechamiento del mismo, o al menos así lo veo

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