RELATOS

Una vez iniciado el movimiento supe que no habría marcha atrás, sería difícil regresar a aquello que fui. Hoy soy otro ser: curtido, compañero del esfuerzo, amante de mis kilómetros. Sólo el fin de mis días debería obligarme a parar: ese es mi pequeño sueño.

sábado, 9 de mayo de 2020

CUADERNO DE BITÁCORA: CAMINO PRIMITIVO 5ª ETAPA LUGO-MELIDE

Prólogo

El hombre moderno, inmerso en su ritmo frenético, cierra los ojos cuando no quiere ver algo que altera su estatus o pone en riesgo su seguridad, rehusa a conocer la verdad: que es tan vulnerable y limitado como lo fueron sus ancestros. Por ello se siente inmune ante el posible azote de un mal viento del destino dejando en desuso la buena costumbre de desear lo mejor a sus semejantes.  

Y así es como nuestra quinta jornada del camino primitivo hoy la siento como en una suerte de capítulos, que sólo son deseos: aquellos que se nos fueron cumpliendo en el devenir de nuestra aventura, pero también estos que, en esta extraña primavera que estamos viviendo, resurgen para mostrarnos que no somos casi nada de lo que creíamos ser.

Que encuentres a la persona adecuada para compartir el trayecto

Me sobresalto en la oscuridad tras escapar de un mal sueño: soy otro, en una vida que no es mía, varado, sin  movimiento y sobre todo: Mercedes no existe en todo ese caos...

...estiro el brazo, siento su calor, y respiro aliviado; nunca tuve muy claro si su llegada fue fruto de una elección o si intervino la casualidad, la suerte, o el destino, pero lo importante es que está aquí, a mi lado.

"Merche, despierta, ya es la hora", le digo, y al levantarnos, a cada gesto nos aparece el peso y el dolor, consecuencias inevitables del largo viaje en el que estamos embarcados, pero a pesar de esos inconvenientes somos felices.


Que sepas retener en tu memoria los pequeños detalles

Una vez desperezados evaluamos daños: nuestros tibiales inflamados parecen haber desistido a continuar con sus quejas, quizá porque a esas alturas ya se han resignado a nuestro empecinamiento de llegar corriendo a Santiago. Para llegar a este faro, hemos tenido que atravesar la tormenta por lo que nuestros sentidos aun se hallan exacerbados, tras haber subido y bajado por toboganes de risas y llantos. Ahora que llega la calma nos sentimos temerosos de que nuestro corazón se quede hueco tras el vacío que dejan al marchase las grandes emociones; pero lo más importante será estar bien atentos a los detalles ahora que intuimos que se aproxima el final.

El ruido sordo que hace la puerta de la pensión al cerrarse tras nosotros marca un nuevo inicio: con los chalecos cargados, el vello erizado por el fresquito de la mañana y las piernas pendientes de ser convencidas para que acometan con éxito ese penúltimo tránsito, el que nos deberá llevar a Melide; y no hay foto que inmortalice el momento en aquella coqueta placita, en su lugar simplemente grabo el retrato en mi memoria. Así arranca por quinto día consecutivo una nueva función en la que nuestros cuerpos rozarán la extenuación y nuestras almas volverán a ser protagonistas de una danza en la que bailarán  juntos miedos, sabores, paisajes, emociones..., con las endorfinas en el rol de acomodadoras para que tomemos asiento en ese gran teatro que es el camino.

Pero antes de ponernos en marcha aquel café y aquellas tostadas van acallando, a cada bocado, a cada sorbo, un hambre inusitada que ya desde hacía rato andaba encogiendo nuestros estómagos, en un arte en el que la biología y la química nos preparan para el esfuerzo; al salir del bar y regresar a la placita nuestras articulaciones, con sus crujidos, nos recuerdan que siguen nerviosas porque se temen que otro día más serán las más damnificadas.


Que las ganas de devorar el tiempo no te haga ir demasiado rápido
 
Nos disponemos a atravesar la vieja muralla romana pero antes paramos unos segundos para contemplar el hito que marca los últimos noventa y nueve kilómetros, y no podemos evitar que ese momento se nos escurra de entre los dedos ya que hemos de partir. Lugo nos ve deambular en nuestro regocijo mientras consumamos la despedida: decimos adiós a aquellos mágicos rincones que seguirán permaneciendo expectantes por mucho tiempo ante el fluir de nuevos peregrinos.

Y aunque la idea que parí semanas antes no decía nada de ir andando, necesitamos frenarnos un poco para llenarnos de esa paz matutina y de paso desacostumbrarnos un poco del acelerado e insulso bucle que hace mucho tiempo que se coló en nuestras vidas cotidianas.








Cuando atravesamos el A Ponte Vella aquella panorámica me hace agudizar los sentidos, aprehendiendo olores y colores. El río Miño entra en mi con todo su esplendor y deja de ser aquella palabra que recité de memoria algún día en un aula de EGB en Valdepeñas. Es entonces cuando, sin pretenderlo, el reposado avance se va tornando en un rápido caminar mientras,  taciturnos y entregados, vemos pasar los últimos edificios de esa bonita ciudad ante nuestros ojos, hasta que en el horizonte comienza a asomar el verde del campo abierto y hace inevitable sentir la necesidad de martillear nuestros pies contra el suelo a base de zancadas; comenzamos a correr dejando atrás la piedra, el hormigón y el metal para entrar de lleno en la naturaleza.
 


En el carreterín zigzagueante, que nos lleva por un coqueto collado, me llega de nuevo el sueño de aquella madrugada: Merche es mi compañera, gracias al destino o quizá a la casualidad, pero la necesidad que hoy siento de moverme vino a mi hace tiempo de manera natural, justamente cuando más quieto me hallaba. Hoy estoy convencido de que la vida no tiene sentido si nos estancamos...debió gustarle esa filosofía a mi mujer, que acabó contagiándose de esta forma de vivir. Y cuando salgo de mi abstracción me veo contemplando su silueta aderezada con los gestos de su característico corretear; entonces me sorprendo al cambiar mis zancadas por un avanzar en una suerte imperfecta de imitación de un marchador olímpico y con esa estampa aquel valle nos recibe en uno de esos momentos que permaneceran por siempre en mi recuerdo.


Que se acerquen las personas que moldearán tu viaje

Hemos alcanzado un cruce y cogemos la carretera de enfrente, pero al ver la sendita que discurre paralela a la vía no nos resistimos y la cogemos, para enseguida aumentar nuestra cadencia. En ese instante, como si habitase en este mundo un ser invisible que orquesta la armonía del camino, oímos tras nosotros las voces de unos peregrinos que se acercan en bicicleta a nuestras espaldas: "Es increible que hayáis llegado hasta aquí, ¿cómo vais?; "pues ahora bien, pero lo hemos pasado muy regular", "¿y vosotros?, ¿termináis también hoy en Melide?"

Es el reencuentro con los tres ciclistas castellonenses con los que habíamos coincidido tres días antes en Tineo; ante esta señal no es menester dejarles ir sin pedirles el número de teléfono y emplazarnos a tomar unas cañas a la tarde. Eso hacemos.


Que se te muestren las mejores enseñanzas

El recorrido por la carretera asfaltada se convierte en un largo transitar contemplando verdes y extensos campos, en los que de vez en cuando hallamos mensajes ocultos. Fornelo, Seoane, Carrigueiros, son pequeños núcleos de casas que tienen cosas que decirnos mientras invadimos su espacio, hasta que a la altura de O Burgo coincidimos con un grupo de jóvenes peregrinos con los que compartimos brevemente nuestros relatos para inmediatamente después despedirnos deseándonos todos lo mejor para lo que reste de camino.

 
Y como si tratase de un perfume con una esencia única, nos desviamos por una senda preciosa y nos imbuimos del espíritu de esos bosques mientras nos deleitamos en nuestro avanzar hasta alcanzar Bacurín, una aldea atrapada en el tiempo.





Tras esta breve mini aventura regresamos a la inmensidad del vasto campo, en continua custodia de la carretera hasta que a la altura de San Romao hacemos una segunda incursión hacia las bellas sombras, adentrándonos por un carreterín conquistado por arboledas que densan el terreno; las dulces vistas no despistan nuestra hambre, es tiempo de hacer un alto, y lo hacemos en el Albergue de O Candido, donde nos comemos el segundo mejor pincho de tortilla de nuestras vidas, con permiso de los de mi madre, cuando recordaba eso de cocinar, los de mi suegra y siempre detrás en el ranking de el que disfrutamos en el Hotel las Grandas en la segunda jornada de nuestra aventura.







La energía se abre paso a través de nuestras venas y en esta tesitura encaramos la segunda mitad de la jornada cuando aún nos restan más de veinticinco kilómetros, pero los hitos hacen las veces de aliados ya que nos van indicando cómo va menguando la distancia que nos separa hasta nuestra meta y con este proceso va moldeándose el profundo sentimiento de que poco a poco se acerca el final.


Durante algo más de media hora el ritmo nos regala un asueto de disfrute por un trazado sinuoso, siempre adornado de cosas interesantes que ver: el Puente Romano de Ferreira y su precioso entorno, o San Xorge, donde hacemos una parada en una preciosa fuente.









Que las prisas no nublen tu vivencia

Un día tiene veinticuatro horas, eso supone una parte insignificante de toda una vida, y no significa más que el vacío más absoluto si lo comparamos con el infinito del universo. Justo un día antes nos encontrábamos a la hora de comer en O Cadavo (Baleira), aquel lugar que haciendo una traducción libre del gallego rebauticé como "El vacío de cada uno"; allí fue donde abandonamos definitivamente nuestras dudas y nos convencimos de que no habría vuelta atrás en este viaje iniciático, decididos a obviar dolores y abatimientos. Desde entonces nuestro avance fluye, pero a la vez han ido surgiendo las prisas cuando sentimos la inquietud por descubrir qué se nos abrirá en la Plaza del Obradoiro. Debido a estas vanas abstracciones atravesamos la zona del Río Merlán, una perla más en esta etapa, inmersos en un afán por terminar que nos impide parar el minutero y disfrutar lo que debiéramos de aquel momento.




Sin embargo, cuando acometemos la subida al Careón, en lo que supondrá el cambio a la provincia de A Coruña, el florido campo violeta nos recibe dejándonos boquiabiertos en unos de esos instantes que uno no querría olvidar jamás, y es paradójico que nos pasase inadvertida la presencia de la sandolina melidensis, una planta de flor amarilla y redonda, también bonita pero algo más tímida, que tiene el triste honor de ser una especie endémica en peligro de extinción, aunque crezca caprichosa y exclusivamente en un área de dos kilómetros cuadrados en ese punto del camino.





Y así, tras el primer repecho llaneamos por un precioso caminito de grava hasta alcanzar O Hospital As Seixas, para luego seguir subiendo hasta coronar el Alto del Careón; y ahora que estoy escribiendo estas líneas siento que me gustaría regresar allí para poder agarrar todas aquellas sensaciones que las prisas me impidieron encontrar.









La bajada invita a aumentar la cadencia y cuando me descuido compruebo que Mercedes se ha quedado muy atrás. Va muy justa de fuerzas y en ese tramo no pasa por sus mejores momentos, pero en el horizonte divisamos Melide y también tenemos la fortuna de atravesar aldeas que nos dejan sus encantos, como Vilouriz .



Que encuentres el sentido a tu viaje

Mercedes se ha recompuesto un poco con un gel de runner, no contraindicado para peregrinos rápidos, y llegamos a un precioso valle que nos sube el ánimo. Cuando atravesamos el Rego Dos Lagares, no puedo evitar bajar a refrescarme y le digo a Mercedes que continúe con la idea de alcanzarla más tarde; pero me entretengo charlando con un peregrino que parece fundido sentado en la margen del río y que me dice: "No sé si llegaré a Melide, estoy totalmente hundido", "Ánimo, no quedan más de seis kilómetros", y allí le dejo.



Al reanudar la marcha Mercedes no es más que un punto en el horizonte, así que en una especie de divorcio consentido hacemos un viaje paralelo que invita a ver la aventura desde otra perspectiva. No lo sabíamos entonces, pero esos casi tres kilómetros que hacemos separados nos instaron a la reflexión y nos ayudaron a encontrar la pieza del puzzle, esa que debe rellenar el hueco y completar la imagen que dé pleno sentido a nuestra vivencia.

Finalmente la alcanzo en una larga y verde recta, para comprobar que su cara luce una gran sonrisa de plena de felicidad; me sorprendo, porque yo también estoy sonriendo.




Cuando las primeras casas de Melide nos dan la bienvenida, hacemos el proceso inverso a nuestro arranque en Lugo: cambiamos las zancadas por relajados pasos y todo se ralentiza en un afán por hallar la calma. En el Bar Stop nos están esperando dos cosas: nuestra bolsa cortesía de Correos y un merecido piscolabis completado con dos Coca-colas muy frías; todo entra en nuestras tripas vacías como un auténtico manjar.

Pero aún hay que realizar un último esfuerzo, ya que hemos de llegar hasta la casa que paradójicamente se llama "Despertar con el sonido de los pájaros", el lugar reservado por booking donde nos hospedaremos. Ahora que lo pienso las señales estaban allí para ser interpretadas, y no debería ser casualidad terminar esta jornada del camino descansando en un sitio como aquel; ahora entiendo que todo estaba bien dispuesto y ordenado para nuestra llegada, en armonía orquestada por ese hipotético ser invisible. Melide está engalanada en plenas fiestas y atravesamos muy cansados pero también muy felices esa bonita localidad, embargados por una paz que comenzamos a ganárnosla desde la primera zancada que dimos en Oviedo. En la puerta de la casa, a las afueras de la localidad, nos espera Luis, con un semblante tan amable como el de Bernardo, el del albergue de Fonsagrada. Este simpático y generoso señor nos abre literalmente las puertas de su hogar para que compartamos ese calor que su casa desprende; de forma que cuando el agua caliente de su bañera cosquillea mis cansadas piernas me siento tan agradecido que por mi cara se resbalan un par de lágrimas.





Epílogo

Un taxi nos retorna al centro y llegamos a la cervecería: vemos allí sentados a Kino, Carlos y Tomás, esos estupendos e intrépidos ciclistas con los que había que culminar la invitación hecha unas horas antes. Y así, mientras todos charlábamos plácidamente, sentí un intenso placer al ver en mi cabeza la imagen completa de mi puzzle: ví muy claro que el sentido del viaje es el viaje en sí mismo.











2 comentarios :

  1. Un placer haber compartido el camino primitivo con vosotros, vivencias que me acompañarán el resto mis dias con el recuerdo de sus paisajes, la dureza acumulada de etapas y la satisfacción de cada paso dado nos acerca al objetivo compartido. Una oportunidad única de conocer a personas como vosotros con valores. Buen camino!!!

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    1. Gracias!!!, comparto al 100% esos sentimientos.

      Un abrazo

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