RELATOS

Una vez iniciado el movimiento supe que no habría marcha atrás, sería difícil regresar a aquello que fui. Hoy soy otro ser: curtido, compañero del esfuerzo, amante de mis kilómetros. Sólo el fin de mis días debería obligarme a parar: ese es mi pequeño sueño.

viernes, 24 de agosto de 2018

EL ALFAJOR TRAIL DE MEDINA SIDONIA: LO IMPORTANTE ES LA GENTE QUE TE CRUZAS

Solemos recordar aquellas cosas buenas que nos pasaron, esas que casi nos acompañan para siempre si el Alhzeimer no lo echa todo a perder; pero también tendemos a conservar en la memoria aquellas situaciones que sin dejarnos buen sabor de boca si supusieron algo distinto en nuestra vida. Por ello, no dudo en que recordaré durante mucho tiempo aquel mes de julio de 2018 en el que no fui yo, en el que viví como abducido, sin parar ni un instante a reflexionar, a reconocerme como lo que soy; fueron días en los que tan sólo hice por continuar y continuar como un poseso programado,  sin dejar de cumplir cada una de las muchas obligaciones que me autoimpuse, aquellas que no me dejaron ver el camino.

Me sitúo unos días antes de la carrera de esta crónica..., acababa de regresar de Chile, mi tercer viaje a este país en lo que iba de año, y al día siguiente con el jet lag aún fresquito, comenzaba a impartir un curso que no pensé que me pudiese robar tantas cosas como finalmente me robó; mi ambición me llevaba a tratar de compaginar tres trabajos a la vez, 14 horas de jornada diaria. El caso es que el miércoles 6 de junio, a petición de Mercedes, nos inscribíamos en el Alfajor Trail en Medina Sidonia, Cádiz, sin yo caer en la cuenta de que ese mismo sábado tendría curso por la mañana a muchos kilómetros de distancia del evento. Así vista, era una ocasión para desconectar aunque fuese por unas horas.

Estas son las líneas que describen humildemente aquella aventura....

Un día  trepidante lleno de obstáculos

Cuando caí en la cuenta de que ese sábado tenía trabajo no quise renunciar al viaje, así que pensé "pelillos a la mar", teníamos la oportunidad de viajar a esa bonita tierra que Cádiz, donde nuestro buen amigo Eusebio nos dejaba descansar en su apartamento de Zahara de los Atunes. Esa era la visión del vaso medio vacío.

Pero el vaso estaba realmente medio lleno, o rebosando, diría... por la mañana hacíamos la maleta a eso de las 7 de la mañana de forma apresurada para poder tomar rumbo a Ciudad Real donde tenía que impartir 5 horas de curso. A las 14 horas tomábamos ruta a Cádiz haciendo escala en Fuencaliente. Allí parábamos a comer en un restaurante que ya conocíamos de una ocasión de hace algunos años y fue entonces cuando cometí un error tonto que no ayudó en el devenir del resto de la jornada; ...el estrés trae la gula consigo, ésta te engaña en forma de tentación: pedí ciervo en salsa, que no defraudó a mi paladar aunque sí me hizo añicos el estómago. Sin apenas hacer descansos más que el indicado, y con el tiempo justo antes de que cerrasen la hora límite de recogida de dorsales, llegábamos a las 20 horas a Medina Sidonia. No teníamos dónde cambiarnos, ni dónde resfrescarnos, pero ésta no iba a ser la carrera que se caracterizase por una perfecta logística, desde luego que no. En lo alto del castillo, tras recoger los dorsales, nos reunimos con Eusebio pero casi nos quedamos sin tiempo, porque teníamos que bajar al coche a cambiarnos para luego volver a subir a la zona del castillo sin apenas haber calentado. Entre subidas y bajadas probé a ir al baño, para conseguir un milagro con el ciervo, pero éste no se produjo.

Y así me veía en una extraña situación que no recuerdo que se haya dado en ninguna de las muchas carreras que hemos hecho mi mujer y yo, con muchas molestias físicas, muy cansado y con la cabeza no sé en donde. Aún así, el plan parecía sencillo de cumpli: correr con Merche a un ritmo suave y sin forzar, para airearnos un poco, y por supuesto sin pensar en trofeos ni gaitas.

La salida y el desencuentro

Aún así una voz interior me decía que esas condiciones las cosas no podían salir bien...

...Van a dar la salida y tengo un extraño diablillo gritándome "¡qué demonios haces allí si no te apetece correr!". Deseamos suerte a Eusebio, nos deseamos suerte mutuamente con un breve beso y suena el pistoletazo, en la que quizá sea la salida de una prueba en la que me más desconectado me he sentido respecto de lo que me rodeaba. El inicio es en franca y rápida bajada y sin quererlo siento que voy forzando la maquinaria de Merche. Ahora bien, no necesito muchas zancadas para darme cuenta que el estómago se me va a rebelar hasta el punto de gritarme...

Caen los primeros kilómetros en 4´49´´, 4´31´´ y 4´23´´, este último probablemente sea el kilómetro más rápido de Merche jamás registrado. Sin embargo, aunque se nota que ella va por encima de sus posibilidades no la veo mal del todo. Esta progresión nos ha llevado a ganar muchos puestos e ir viendo por delante la cabeza de la prueba, pero no tenemos ni idea del puesto que vamos haciendo como pareja.

El terreno hace un rato que ha pasado a ser el propio de un trail rápido, ya no pisamos el asfalto, de hecho el citado tercer kilómetro lo hemos hecho por caminos. El cuarto ya es picando hacia arriba y eso se ve reflejado en el crono, 5´31´´, y el quinto y el sexto son más lentos, aunque por debajo de 5´40´´. A esas alturas compruebo como Merche ha perdido  fuelle, y para más inri comienzan unos cortos pero complicados repechos en los que abandonamos totalmente el ritmo y la gente nos comienza a adelantar sin piedad. Y mi cabeza, esa que en aquellos días rehusaba de darse cuenta de las cosas, se llena de estrés con lo que es una especie de gota que acaba de colmar mi vaso, encerrado en una especie de autismo circunstancial... así es que cuando Merche comienza a andar le digo: "que vergüenza, para esto si lo sé no vengo". Así dicho, la palabra vergüenza podría ser más despectiva de lo que yo quería significar, realmente quería expresar la vergüenza de que nos vieran andando, pero tampoco puedo excusar la segunda parte de la frase, que que tampoco era muy gratificante a los oidos de ella; Mercedes no se merecía esa reacción de mala educación por mi parte, y desde aquí hago públicas las disculpas que ya le pedí en privado; en mi descargo alego que no estaba viviendo mis mejores momentos en este mundo, precisamente.

La lenta recuperación

El estómago no se ha olvidado de mi, lo llevo del revés hasta el punto de que me cuesta hasta respirar. Desde que ocurrió nuestro pequeño desencuentro Mercedes va contrariada, y con razón; además va bregando con sus piernas que no le dejan ir todo lo rápido que ella quiere, ya que le pesan como losas. Los kilómetros 7, 8, 9 y 10 los hacemos más lentos de lo que los habríamos hecho en otras circunstancias, pero ¡esto es lo que toca!. Hemos perdido muchas posiciones, nos han adelantado dos parejas, aunque una de ellas la llevamos delante.

Hablo con Mercedes, la trato de animar, pero se queja de sus piernas y se queja de la situación; así que mientras mi estómago grita y la noche se llena de sombras yo siento que esta debe ser una de las peores carreras de mi vida.

Llegamos a un avituallamiento donde Merche para a beber agua, justo a la vez que la pareja que llevamos al lado hace el amago de parar, pero enseguida sale corriendo. Le indico con la mirada a Merche que se nos están yendo, algo inapropiado y feo que no hace más que añadir más presión a nuestro caos, pero el caso es que cuando reanudamos la carrera ella sale con otro brío y pronto les damos caza.

Mantenerse hasta la meta

Ya es noche cerrada y Merche se ha recuperado bastante. Yo en cambio voy pasando quizá los peores momentos estomacales. Hace rato que en el llano hemos dejado atrás a la joven pareja, y a pesar de todo el ritmo no es como para tirar cohetes, casi siempre por encima de 6´. En el 16 comienza la subida por una senda bastante bonita, 2 kilómetros y medio, y toca andar, yendo en fila de a uno. Merche se viene arriba y quiere correr, algo que conseguimos por momentos pidiendo paso a la gente que llevamos por delante y que se ha puesto a caminar. Avanzamos con un mejor brío y sin embargo un poco antes de llegar al  17 la joven pareja nos pasa corriendo como si fueran un rayo que ilumina la noche; no podemos seguirlos. Alcanzamos las primeras calles del pueblo y tratamos de ir rápido, pero Mercedes va ya regular; por la senda chula que sube al castillo Merche se viene un poco más abajo y cuesta recuperarla a través de arengas en forma de ¡ya no queda nada!. Pasamos por debajo del arco de salida y lo que queda es ya descendiendo hasta meta, que está a menos de 500 metros. Llegamos en 1 hora y 56 minutos, más cansados de lo que nunca hubiéramos imaginado, y también más cabreados de lo que jamás hubiéramos previsto, porque estar enfadados el uno con el otro no es nuestro estado natural, ni mucho menos.

Pero ahora viene lo mejor de todo

Mientras bebemos agua sentados en unos escalones se acercan Miguel Angel y María José, la pareja de jóvenes corredores con los que habíamos ido haciendo la goma y charlamos amigablemente con ellos. Este hecho me hace sentir mucho mejor, nos distendimos y por primera vez en todo el día puedo relajarme. Esa compañía se completa con la llegada de Eusebio con unas magnificas 2 horas y 21 minutos, a sus casi 70 años, y lo que había sido una pequeña pesadilla se torna de repente en un rato agradable rodeado de gente estupenda.

No vamos a subir al cajón junto a Miguel Angel y María José, que han sido terceros, finalmente nos hemos quedado cuartos, pero ¡qué más da!, lo importante no era el puesto, realmente lo importante era disfrutar la carrera y perdimos ya ese tren, esa es la lección que aprendí. A Eusebio están a punto de darle el trofeo al corredor más mayor, pero un gaditano se lo arrebata por unos días, pero obviamente a él esto no le inquieta ni lo más mínimo, porque tiene  bien clara la razón por la que corre, por sentirse vivo.

Nos despedimos de nuestros amigos no sin antes prometerles que en breve colgaría la crónica, y ¡he necesitado casi dos meses!. Aún tenemos que ir a Zahara de los Atunes y cuando caemos en la confortablemente cama del apartamento de Eusebio me siento muy bien, de hecho entro en un placentero sueño en el que no pienso en nada...

Al día siguiente por fin tenemos unas pequeñas pero fabulosas dosis de asueto con un magnífico desayuno con Pilar y Eusebio, y tras esto una mini excursión a Playa Bolonia donde nos echamos unas irrepetibles fotos en su famosa duna. El remate del día fue la fabulosa comida de Pilar, sin olvidar lo de ver perder a España contra Rusia en el sueño dorado que finalmente tornó a pesadilla y finalmente...el largo, eterno diría yo, regreso a casa, justo para caer en mi cama y temer por mi integridad mental ante las duras semanas que se me venían encima.

Agradecimientos

Muchas gracias a Pilar y a Eusebio por su hospitalidad, amabilidad, compañía, conversación y como no por ese atún que estaba perfecto. Especial agradecimiento para Miguel Ángel y María José, ¡vaya pareja de cracks!. Ellos son los culpables de que el pequeño desastre se tornase en un final de velada estupendo con buena conversación y que me ayudaran a ver las cosas desde la óptica correcta.

PD: comentaros, amigos, que lo del Veleta fue harina de otro costal, corrimos como pareja, siempre juntos, rendimos un montón y no reñimos ni un poquito, disfrutando a lo bestia.

Y ahora unas fotillos:








Estas de la Subida al Veleta:






Otro PD: el estrés ya se ha ido de mi vida, ¡Adiós que le vaya bien!, no lo echaré de menos

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