RELATOS

Una vez iniciado el movimiento supe que no habría marcha atrás, sería difícil regresar a aquello que fui. Hoy soy otro ser: curtido, compañero del esfuerzo, amante de mis kilómetros. Sólo el fin de mis días debería obligarme a parar: ese es mi pequeño sueño.

lunes, 14 de noviembre de 2016

MARTES 6 Y LUNES 7: TRISTE TENER UN ESTÓMAGO COMO EL MÍO. LAS PIERNAS RECUPERADAS EN 48 HORAS

Pasé mala noche en las litera de la Casa de Hermandad del Ayuntamiento, donde nos alojamos tras la Doñana Trail. Sin llegar a tener verdaderos ataques de calambres desde mi llegada a meta, tenía claros síntomas de deshidratación que me siguieron durando hasta la mañana del domingo; de hecho durante la noche sentía fuertes agarrotamientos en los pies que apenas me dejaron pegar ojo. Sin embargo por la mañana se impuso el dicho de "tras la tempestad llega la calma". Sin más dolor que uno ligero en el empeine del pie izquierdo, me quedé sorprendido de lo poco que habían sufrido mis músculos y de cuánto había sufrido yo. Nos fuimos andando hasta el hotel donde nos iban a dar el desayuno la organización. Merche andaba bastante tocada de su rodilla y de un pie, lesiones que a la larga aún arrastra y que no le han dejado correr hasta hoy. El caso es que el desayuno nos sentó genial y aún mejor sentó a mi mujer recibir el trofeo como primera clasificada de su categoría, más un lote de productos que hemos estado saboreando durante esta semana y, algo inesperado, un premio en metálico.

La vuelta a casa se hizo sin incidencias, comimos fabulosamente en un restaurante en algún punto de la autovía entre las provincias de Sevilla y Córdoba y ya en Linares pasamos el resto de la tarde, recogimos a Inés y para casa.

El lunes nos dejó clara una cosa: la rodilla de Mercedes había sufrido una batalla que le va a pasar factura. Además el tobillo también le dolía mucho, y eso sin haberse hecho ninguna torcedura. Yo en cambio aproveché que me encontraba muy bien para ir a descalentar al Parque Cervantes. Me sorprendió comprobar que nada más echar la primera zancada me sentía bien, suelto, casi como para correr una maratón, y eso me hizo sentir algo de rabia por no poder entender que clase de organismo es el mío, que no me deja correr como entrenador con mi mujer a un ritmo en teoría no muy exigente, pero que me procura una recuperación a la velocidad del rayo. Cuando llegué a nuestro pulmón verde me crucé con tres conocidos que estaban corriendo a buen ritmo: Juan Crespo, Javi Sevilla y Alfredo. Juan me dijo que me uniera a ellos pero irían a 4´45´´ y no quería forzar. El caso es que media vuelta después me los volví a cruzar y decidí unirme. Me sentí extraño cuando me ví corriendo muy suelto a su ritmo, casi como si no hubiera corrido 48 horas antes 73 kilómetros. Les comenté lo de nuestra aventura en tierras sevillanas y onubenses y tras 4 vueltas decidí marchar a casa. Pese a no sentirme cargado, al parar en la puerta de mi hogar sentí un fuerte dolor en el empeine, en la misma zona donde había notado molestias el día anterior. Estiré un poco pero el dolor se quedó ahí.

Había hecho un entreno de unos 7 kilómetros a un ritmo demasiado exigente para lo que la ocasión merecía.


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