El verano pasado, mientras entrenaba la Madrid-Segovia y justo cuando más apretaba el calor tomé la decisión de llevar a cabo muchas de mis sesiones después de cenar, a partir de las 22:30 horas. Era un buen momento del día en cuanto a temperatura se refiere, lo de madrugar ya lo hacía por motivos laborales y no me quedaban muchas otras opciones. Eso sí, me consolaba pensando que al menos entrenaría el hecho de correr con el estómago en proceso digestivo, algo que ocurre cuando te enfrentas a una ultra. El balance se saldó con al menos tres indisgestiones muy desagradables, una docena de sesiones con molestias digestivas y otro tanto de sesiones sin mayores incidencias. Luego llegó la Madrid-Segovia y a partir del 50 o así costó horrores echarse comida a la boca porque bastante tienen tu hígado y riñones con el cástigo que están recibiendo como para que encima llegues tú y le dés trabajo extra.
Pues bien, en esta semana que se ha pasado, motivado por las grandes temperaturas, decidí volver a probar esta fea costumbre y he de decir que sigo sin cogerle el tranquillo. Concretamente el martes sin ganas ninguna salí a realizar un circuito, el de los Cerros de la Aguzadera, con un rodeo mínimo para que me salieran 9 kilómetros. Fue llevar 2 kilómetros y comenzar a sentir los efectos de un cuasi "corte de digestión": debilidad, algo mareado y como si no fuera yo el que estaba corriendo, sino otra persona. A los 25 minutos los efectos adversos se trasladaron al estómago en forma de búsqueda de camino de vuelta para hallar la comida la salida, justo la misma puerta por donde entró. Afortunadamente conseguí llegar sin tener que vomitar, pero bastante tocado y molesto. ¿sirven estos entrenamientos para algo?. Creo que sí, supongo que te harán más duro.
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