RELATOS

Una vez iniciado el movimiento supe que no habría marcha atrás, sería difícil regresar a aquello que fui. Hoy soy otro ser: curtido, compañero del esfuerzo, amante de mis kilómetros. Sólo el fin de mis días debería obligarme a parar: ese es mi pequeño sueño.

domingo, 14 de septiembre de 2014

SÁBADO 13: A SUBIR LOS MOLINOS QUERIDO SANCHO

El sábado, camiseta de tirantes atada en el pantalón, sin agua y sin otro tipo de complemento que mis zapas y mis piernas, me fui a eso de las 11 de la mañana a realizar mi última tirada seria antes de la Madrid-Segovia de dentro de una semana. A un ritmo medio de 5´20´´ aproximadamente me fui acercando a la Sierra del Peral, de forma que cuando llegué a la falda y iba bastante falto de agua por el calor, pero no tanto como para preocuparme, se trataba de entrenar la carrera en esas horas del día con más de 26 grados y encima teniendo que subir una cuesta pronunciada. En esta ocasión me esperaba una subida de +200 metros en unos 2 kilómetros. Lo hice con peores sensaciones de las esperadas pero eso sí, llegué al punto de retorno antes de lo esperado, no se me hizo muy pesado. Bajé sin forzar, no fuéramos a tener un susto, y me dirigí al Peral casi campo a través, entre piedras y terreno arado donde me jugué los tobillos. Pronto alcancé el camino y en nada llegué a la fuente de la pradera del paraje mencionado. Allí me refresqué un poco y sin mucha demora regresé a casa, sin incidencias. Le faltaron 100 metros a los 20 kilómetros, hecho en 1 hora 50 y al terminar sentí que ya no había vuelta atrás: nada que hacer para mejorar mi competencia (como dirían en Sudamérica), nada que arriesgar ya, "el pescado vendido" que dice el compendio castellano.


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