RELATOS

Una vez iniciado el movimiento supe que no habría marcha atrás, sería difícil regresar a aquello que fui. Hoy soy otro ser: curtido, compañero del esfuerzo, amante de mis kilómetros. Sólo el fin de mis días debería obligarme a parar: ese es mi pequeño sueño.

domingo, 5 de enero de 2014

SÁBADO 4: MEMORIAS DE UN ÁRBOL

El sábado por la mañana las piernas comenzaron a recuperarse, afortunadamente. Necesito comenzar a sentir de nuevo el cansancio muscular y los ciclos de recuperación para comprobar que estoy asimilando entrenos y hacerme a la idea de que estoy progresando de nuevo. Aún así, el mal tiempo me desmotivo a la hora de salir a correr. Sin embargo, por la tarde y ya casi anocheciendo, dejó de llover y salí a correr. No le dije a Mercedes donde iba, aunque me equipé para correr por los caminos oscuros ya que llevaba mi frontal. Sin embargo, nada más salir decidí ir al parque, quizá porque hacía demasiado viento y necesitaba estar resguardado del mismo (¿resguardado?). Las sensaciones no eran malas del todo, pero mis piernas mostraban síntomas de agotamiento del día anterior. Una vez llegado a nuestro Parque Cervantes, decidí hacer algo de fartlek, en un circuitín que suelo recorrer, que incluye cambios de ritmo, subida de bancos, cambios de terreno y gradas, y no fue hasta la tercera vuelta cuando comencé a encontrarme algo más ágil. Especialmente complicada estaba resultando la zona de la gradas, por mi cansancio y sobre todo por el miedo a que algo no funcionase en mis isquios de la "pierna mala". Pero con el paso de los minutos la cosa fue mejorando. Pero lo más importante tuvo lugar en la cuarta vuelta, justo en la zona en la que me meto entre los árboles dentro del recinto, ya que a no más de 10 metros delante mía, y en mi zona de paso, un árbol se partió en dos en su ramaje grueso cayendo ante mis ojos sobre una superficie de más de 20 metros cuadrados. Tuve que frenar en seco y el pelo se me erizó, porque de caerme encima lo más probable es que no hubiese vivido para contarlo en este blog, pero al igual que fue una casualidad que ese árbol se partiera fruto del viento justo en mi recorrido y a esa hora, también lo fue que ocurriera un par de segundos antes de que yo estuviera abajo, y no justamente en ese instante. La consiguiente subida de adrenalina provocó que automáticamente me encontrase físicamente bastante mejor y completé otras tres vueltas en las que no rehusé a pasar por la misma zona bajo el razonamiento de que probabilísticamente hablando era muy difícil que volviese a caer otro árbol a mi paso. Obviamente no volvió a ocurrir.

Así que tras la séptima, regresé a casa trotando mientras hacía ejercicios de carrera, tales como correr de puntera y llevarme talones al culo (¡cualquiera que me viera!). En casa, como siempre, estiré y sentí que había sido un buen entreno y no me arrepentí de ir al parque, aunque estuviese a punto de tener un serio problema.

2 comentarios :

  1. Si estuvieramos en otra epoca y con otras formas de pensar, cualquiera podria decir, que estas recibiendo muchas "señales", jaja, ¡cuidate amigo Javier!.

    Saludos, Emilio.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Jejeje, llevas razón Emilio. Hace un rato que hemos venido de Linares y justo antes de ir a casa nos hemos pasado por el parque para ver de día el tamaño del ramaje. Para nuestra sorpresa no era medio árbol, era un pino grandisimo, calculo de unos 20 metros de largo. Definitivamente no lo hubiera contado.

      Eliminar