RELATOS

Una vez iniciado el movimiento supe que no habría marcha atrás, sería difícil regresar a aquello que fui. Hoy soy otro ser: curtido, compañero del esfuerzo, amante de mis kilómetros. Sólo el fin de mis días debería obligarme a parar: ese es mi pequeño sueño.

miércoles, 21 de agosto de 2013

LUNES 19: A RODAR CON LA MOCHILA Y CON LA CINTILLA ILIOTIBIAL

Un runner obseso, como yo, sobrelleva muchas cosas de la mejor manera: hace pelillos a la mar cuando tiene que madrugar, soporta los inconvenientes de compaginar familia, trabajo y running, saca tiempo de donde puede, aguanta los dolores y molestias típicas del duro entrenamiento, aporta un dineral en ropa, zapatillas, competiciones, desplazamientos, etc, y todo lo hace con la mayor ilusión del mundo...

Pero un runner obseso, como yo, no es capaz de entender dónde se van todos esos sacrificios cuando nuestro cuerpo nos detiene en seco mandándonos el mensaje inequívoco de que algo ha fallado, y estamos o lesionados o al borde de una lesión. Los niños pequeños lloran cuando quieren algo, y en un sistema parecido, nuestro cuerpo cuando nos pasamos con él, se queja a su manera advirtiéndonos, o directamente comunicándonos, que no podemos seguir.


Ya el domingo sufrí un dolor, que conocía bien de antes, en mi tirada de casi 40 kilómetros: se trataba del síndrome de la cintilla iliotibial. Fue muy doloroso pero también muy pasajero, ya que duró unos 3 o cuatro minutos y se fue. El aumento de carga kilométrica y sobre todo, las largas tiradas de más de 35 kilómetros tenían que pasar factura, porque ese es uno de los principales riesgos que corremos con este tipo de entrenos. El lunes volví a salir con el episodio del domingo prácticamente olvidado; me fui a hacer el circuito que yo denomino "el de la Vega del Peral", que me lleva a dicho paraje para luego volver por el Camino del Peral.  Estrenando las Adidas TR5 Kanadia para realizar un total de 13 kilómetros que en esta ocasión fui haciendo sin mayores incidencias y a un ritmo más o menos lento de 5´40´´ aproximadamente. Iba con la mochila de hidratación, sobre todo para probar el parche de bicicleta que había puesto a la bolsa, el cual resultó perfecto, ya que no se escapó ni una gota de agua. El caso es que a dos kilómetros del final, así, sin previo aviso, pasé de ir perfectamente a sentir el mismo dolor incapacitante del día anterior; esta molestia invita a parar porque te deja la rodilla bloqueada y a cada paso sientes el pinchazo punzante. El problema fue que en esta ocasión me duró en torno a 6 o 7 minutos y sólo al final se fue yendo, y menos mal.

Llegado a casa estiré y no sentí más molestias. Tampoco me dolió luego en frío, ni al subir o bajar las escaleras, momentos y situaciones en las que estas lesiones también te dan información.

Así estamos, a un mes de hacer la Madrid-Segovia y con un montón de dudas. Aún así, adelanto que en el entreno de ayer martes, me exigí haciendo cuestas durante 1 hora y 5 minutos y la rodilla no me molestó nada en absoluto.


2 comentarios :

  1. De acuerdo en las reflexiones y en las comparaciones sobre las lesiones y nuestro comportamiento, la teoría la dominamos pero la práctica es otra cuestión; este verano me ha podido el ansia por realizar las rutas que tenía en mente, a pesar de que después de la caída debiera haber sido más precavido, y parar, no lo hice, ahora después de los 30 km del lunes tengo algunas dudas de si actué con inteligencia o me deje llevar por los deseos más que por la información que mi cuerpo me enviaba. Espero que lo tuyo solo sea un aviso y que al ir disminuyendo la carga de los entrenamientos, se diluya.

    Saludos, Emilio.

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    1. Eso espero. En cualquier caso es una consecuencia del aumento de carga y si tengo cuidado no debería ser preocupante

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