RELATOS

Una vez iniciado el movimiento supe que no habría marcha atrás, sería difícil regresar a aquello que fui. Hoy soy otro ser: curtido, compañero del esfuerzo, amante de mis kilómetros. Sólo el fin de mis días debería obligarme a parar: ese es mi pequeño sueño.

miércoles, 8 de mayo de 2013

LA CURA INTERIOR






El hombre solitario se sintió más vacío que nunca. Los ecos procedentes del mundo exterior martilleaban sus oídos y el sonido metálico de la ciudad, unido al ruido constante del egoísmo y la pena de sus habitantes, habían conseguido bloquearle el resto de los sentidos. Las zapatillas entraron hasta sus tobillos con facilidad y la camiseta de tirantes resbaló por aquel escuálido torso. Necesitaba conversar con el camino.

La primavera le dio la bienvenida entre flores de infinitos colores y olores de multitud de plantas aromáticas revividas para la ocasión, y nuestro hombre comenzó su diálogo particular preguntándose qué iba a ser de él. No obtuvo respuesta y la rabia le invitó a acelerar el movimiento de sus piernas hasta que sus músculos se tensaron al máximo. Apretó los dientes hasta que rechinaron y escuchó el sonido de su propio corazón bombeando a toda potencia. Pronto sus piernas ardieron en una quema incontrolada y su cuerpo le dijo que era el momento de parar. Extenuado, se dejó caer en la cuneta sobre un manto de hierba fresca, para que el aire le trajera la fragancia de las cosas que perduran, y ese aroma le embriagó. Estuvo largo rato allí tumbado, sin tomar conciencia del tiempo y con todos sus sentimientos desactivados; se mantuvo en sintonía con su entorno hasta que su particular cura interior se hubo consumado. Se incorporó y prosiguió su carrera, esta vez de forma suave, pausada, y ya no oyó el bullicio de lo mundano, al menos en lo que restó de aquel día.

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