RELATOS

Una vez iniciado el movimiento supe que no habría marcha atrás, sería difícil regresar a aquello que fui. Hoy soy otro ser: curtido, compañero del esfuerzo, amante de mis kilómetros. Sólo el fin de mis días debería obligarme a parar: ese es mi pequeño sueño.

martes, 20 de noviembre de 2012

LA CRÓNICA DE LA MARATÓN DE VALENCIA (SEGUNDA PARTE): NO PUDE BAJAR DE LAS 3 HORAS EN LA MARATÓN NI TAMPOCO EN EL HOSPITAL















La larga avenida entre el 21 y el 26

Habíamos pasado la media maratón y sabíamos que lo peor estaba por llegar, porque suponíamos que yendo al límite tocaría sufrir en la parte final. Los kilómetros siguientes transcurrieron por una larga avenida que teníamos que recorrer para luego volver en sentido contrario, aproximadamente 5 kilómetros sumando la ida y la vuelta. En el 21 y medio aproximadamente sentí una especie de flato en la parte derecha del abdomen y me preocupé pero a los pocos minutos se me pasó. El grupo en el que ibamos se fue renovando, quedándose atrás algunos corredores e incorporándose otros y el runner murciano que nos había acompañado durante más de 15 kilómetros puso pies en polvorosa y se lanzó a una aventura más ambiciosa. Por supuesto, no era cuestión de seguirlo. Ya en el 23 comprobé como la cara de Alberto había cambiado y en su semblante se veía que ya no iba tan redondo como antes; le pregunté y me dijo que se sentía cargado. Yo también comenzaba a sentir cierta pesadez pero todavía no iba sufriendo y me sentía con fuerzas. En un par de ocasiones me dijo que tirara pero no le hice caso y antes de llegar al final de la avenida comencé a distanciarme pero sin aumentar el ritmo y pensé que estaba haciendo mal porque no me quedaba con él. A veces tomamos decisiones y desde el momento de hacerlo sabemos que nos estamos equivocando pero seguimos adelante; eso sentí en ese instante. Ya volviendo por la avenida seguí devorando kilómetros y adelantando corredores, muchos de ellos con claros síntomas de fatiga e incluso alguno que ya iba andando. Los tiempos de pasos seguían siendo muy buenos, algunos por debajo de 4´15´´ y en el 25 pasé el trauma del avituallamiento echándome a la boca medio plátano e isotónica. Ahora me arrepiento de no haber comido más plátano, porque pensé que no sería suficiente un cacho tan pequeño. En cualquier caso, costaba masticarlo y quizá por eso no me atreví con uno entero.

Los túneles y el avituallamiento de los 30

Al salir de la avenida entramos en zonas más concurridas de gente y el ritmo siguió constante. La animación no cesó durante toda la carrera: grupos tocando, gente disfrazada, megafonía y cuando vas bien probablemente no se le presta mucha atención pero conforme la cosa va empeorando cualquier ayuda es buena y en esta fase de la maratón agradecí ese apoyo. Hacia el 28 comenzó la zona de los túneles, de aproximadamente 1 kilómetro. Hay ciertos repechos que hacen que las piernas lo noten, pero no son muy prolongados. En el último túnel y también el más largo habían puesto altavoces con música a todo trapo, y la verdad es que entraba cierto subidón. Como anécdota deciros que un runner me adelantó todo conectado mientras simulaba con las manos que estaba tocando la batería. La última cuesta fue la peor y al culminarla me di cuenta de que me había dejado las piernas algo tocadas, pero todavía tenía fuelle. En esa parte del recorrido me dió por pensar en el avituallamiento del  30 y en que tenía que llegar bien al kilómetro 32,5 donde estaría mi mujer y los niños animando y esto me aportó energía .

Llegó el 29 y medio y de repente y sin esperarlo sentí un calambre en el isquiotibial izquierdo y me asusté. Me paré inmediatamente y estiré; tras unos segundos me puse a correr y afortunadamente todo quedó en un susto, pero llegó al 30 y quizá por el miedo a que se repitieran los calambres me dió por coger todo lo que pude en el avituallamiento: bebida isotónica, gel y plátano. Ahora, tras la tempestad me pregunto si no hubiera sido mejor beber tan sólo agua y haberme comido un plátano.

La lenta decadencia del corredor de fondo

Esta parte de la crónica tiene que ir impregnada de cierta ironía e incluso algún tono humorístico, porque sino no hay forma de contar un batacazo como el sufrido. El 31, el 32 y el 33 fueron los puntos kilómetricos en los que la realidad me puso en mi sitio. Si hasta entonces había corrido pensando que era un corredor de fondo en busca de su objetivo, desde ese momento me sentí como áquel que se quería comer el mundo pero el mundo se lo comió. Tuve que bajar el ritmo, y comencé a moverme a los 4´30´´-4´35´´. Mis piernas comenzaban a dejar de ser mías, y en lugar de hueso y músculos comenzaba a tener bloques de hormigón armado. Había una hormigonera que seguía vertiendo más hormigón y la cosa pesaba cada vez más. Pensé que aún quedaba mucha carrera para arrastrar esos dos pilares que eran mis piernas, pero ya importaba poco lo que pensase; era el comienzo de mi decadencia.

En el 32 y medio saludé a mi mujer y mis niños y sonreí, pero ellos no pudieron sentir lo que yo presentía. Me quedó el consuelo de que me pudieran echar la foto y pensé que iba a ser difícil conseguir que me vieran "correr sobre el agua" (por la plataforma que ponen en los últimos 200 metros sobre el estanque de la Ciudad de las Artes y las Ciencias). ¿cómo iba a correr sobre el agua con esas dos amalgamas que tenía por extremidades?.

En cualquier caso seguí avanzando y ya en el 34 la cosa se puso más feita. Pensé, "venga Javi, sólo 8 kilómetros, como ocho vueltecillas que sueles dar al Parque Cervantes de Valdepeñas". Pero no iban a ser unas vueltas cualquiera. En ese momento tuve que pararme, aunque me dolíó en el alma hacerlo por lo que esto suponía. En seguida me puse a caminar y a los pocos segundos volví a correr pero al rato, aproximadamente a los 3 minutos, de nuevo sentí el peso de cada zancada como si me hundiera en arenas movedizas. Así transcurrieron los lentos kilómetros siguientes, casi como la canción de Manolo García, esa que dice "llevame esta noche a San Fernando, iremos un ratito a pie y otro caminando". El ritmo bajó hasta los 6´ y pico y seguía pensando que si aguantaba todo lo que quedaba no haría tampoco mala marca. Era como en esos sueños en los que a uno le persiguen pero no avanzas. En mi caso era un constante ver a corredores adelantándome, algunos incluso con ritmo cansino. Pero alternando carrera y caminata no mejoró la cosa y cada vez me costaba más hasta caminar.

El hundimiento

Si el kilómetro 39 hubiera sido un iceberg, yo habría sido el Titanic, aquel barco creado desde la soberbia y la avaricia del hombre. La comparación me vale porque yo había sido avaricioso al tratar de conseguir un objetivo que quizá no estaba en mi mano, y soberbio al pensar que podría alcanzarlo dejando a Alberto medio tirado en el kilómetro 23. Y así pasó, el indestructible Titanic se hundió y yo con él. Me paré y en ese momento ví a Alberto que me iba a adelantar, me animó para que le siguiera, incluso me empujó tratando de llevarme, pero yo ya era incapaz incluso de andar. Por más que le insistí el seguía queriendo que continuásemos juntos aunque fuera andando, pero para mi alcanzar la meta era ya subir el Angliru a gatas, válgame el símil. Para colmo al pararme comencé a sentir un bloqueo generalizado de mis piernas con unos terribles calambres en todos los músculos por debajo de las dos rodillas. Alberto no sabía cómo ayudarme y se acercaron dos personas del público y entre los tres intentaron hacer fuerza en mis pies para evitar las "rampas" como llaman aquí en Valencia a estos puñeteros espasmos, pero los calambres eran tan dolorosos que no podía hacer otra cosa que gritar.

Tras insistir varias veces, finalmente convencí a Alberto para que se fuera y terminase la maratón, ya que yo era un caso perdido ya. Así que allí estaba, tirado al lado del iceberg oyendo a la orquesta del barco sonar a la espera de la desaparición total del gran transatlántico.

El suplicio

Lo que vino después probablemente sean los minutos más angustiosos de mi vida. Las contracciones eran tan fuertes y constantes que por momentos pensaba que se me iban a romper los gemelos o algún tendón por la tensión. Tenía conmigo cuatro personas, ya que habían llegado dos personas más, esta vez de la organización. Hacía más de media hora que habían llamado una ambulancia pero no llegaba y yo no soportaba más la situación. Recordé a mi mujer contándome lo que siente al parir y pensé que nunca sabría que se siente al dar a luz pero esto, en mi escala de dolor, se estaba pareciendo mucho.

Tras casi una hora tirado en el suelo, sin dejar de recibir la ayuda encomiable de mis benefactores, que intentaron de todo, llegó un fisioterapeuta en bicicleta e hizo que me levantaran. Presupuso que toda la sangre estaba en las piernas y la posición que mantenía no ayudaba a que cesase el bloqueo de mis piernas. Así que con los dedos de los pies totalmente agarrotados y deformes comencé a caminar, o algo parecido y a los pocos segundos la tensión de mis músculos remitió un poco y por primera vez en casi una hora comencé a sentir alivio. En ese momento llegó la ambulancia y lo primero que hicieron fue pincharme en los dedos de las manos para medirme la glucosa en sangre, pero de los dedos no brotaba sangre por más que apretasen las yemas. Tras varios intentos lograron medirme la glucosa y lo niveles no indicaba hipoglucemia.

Para entonces, yo ya había perdido las fuerzas, mi sentido de la orientación e incluso me costaba hablar, pero no por el esfuerzo de la maratón, sino por el parto soportado. El fisio me hacía preguntas cuyas respuestas sabía pero no era capaz de darle. Para colmo estaba muerto de frio y comencé a tiritar. Finalmente me fui en la ambulancia derechito al hospital y al anclarme en la camilla comenzaron otra vez los tremendos calambres y el viaje fue una auténtica odisea. Finalmente el enfermero rompió el protocolo y me dejó ir de pie parte del recorrido porque no había forma de controlar los espasmos yendo tumbado.

Mi maratón en el hospital

En el hospital hice mi segunda maratón, bueno, eso si contásemos como maratón la que corrí y no terminé. Abreviando puedo deciros que entré en urgencias a las 13:00 horas y salí del hospital a las 16:45, es decir, 3 horas 45;  tampoco pude bajar de las 3 horas en esta ocasión. Los calambres siguieron, unidos a tiritonas, gritos y desorientación y me llevaron a una sala donde había todo tipo de enfermos de urgencias, algunos de los cuales no tenían buena pinta. Allí continuó el suplicio y creo que en un primer instante el personal de la sección pensaba que o me había escapado de un psiquiátrico o que era demasiado blandito porque no era capaz de estarme quieto y de quejarme ostensiblemente. En la cama no podía estar tumbado y me levantaba constantemente, pero el suero con electrolitos que me pusieron fue haciendo su efecto y al cabo de una hora y media, los calambres remitieron por fin, y descansé.

Me hicieron análisis, vomité dos litros de bebida isotónica, y otras vicisitudes, pero todo terminó con final feliz: analítica correcta, este chico no se nos muere y lo único que tiene son unos niveles muy alto de lactato en sangre. Recomendación, reposo e hidratación. Mi mujer, a la cual habían llamado desde el hospital me estaba esperando en la sala de espera y os podeís imaginar el resto de la historia. Yo salí estupendamente con molestias en los gemelos pero por lo demás no me dolía nada.

Conclusiones

Creo que son claras: cinco meses de trabajo duro, para conseguir disfrutar un maratón que al final se convirtió en un infierno cuando con otras pretensiones podría haber sido una muy grata experiencia. Ahora no puedo decir que he hecho dos maratones.

En cualquier caso, el que os habla ha de deciros que estoy muy engachado a esto del running y estoy deseando comenzar mi nueva planificación para la Maratón de Roma, en marzo.


Agradecimientos

Quiero dar mil gracias a Alberto, por su preocupación, por su sacrificio y por su lealtad; también a José, Yolanda y Elisabeth por cuidar de los niños durante toda la tarde, junto con Alberto, que el pobre también saco fuerzas para eso. Y ya por sus ánimos y consejos tras el batacazo, quiero dar gracias a Joaquín el presi del Extenuación y a Marisol del Pozo Norte. Entre los dos me levantaron la moral rápidamente. No me puedo dejar a las personas que me atendieron en el 39, donde el iceberg y todo el personal del Hospital Nueva Fe, que se portaron increiblemente bien conmigo.

Posdata

Hoy lunes, un día después de la aventura, me encuentro estupendamente, tan sólo con sensación de agujetas en ambos gemelos y pensando en salir a trotar suave unos minutillos mañana. Así de burros somos algunos.








7 comentarios :

  1. ¡Madre mía, menuda odisea! Mucho ánimo y ¡otra vez será! Hay más días que longanizas. Ahora toca reponerse y a disfrutar con los entrenamientos para que se olvide el mal rato.

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  2. Gracias por tus ánimos Ana. En realidad esta vez no estoy hundido, tan sólo escarmentado y enrabietado por haber sido demasiado ambicioso. En cualquier caso, como dices tú, hay más días que longaniza.

    Pd: perdona las incorrecciones en la redacción, lo escribí a las tantas y no lo repasé

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  3. Vaya vaya, Javier!!, no tenía ni idea de que ya tenías este finde, el Maratón. Me enteré ayer, y acabo de leer tu crónica. Me has dejao planchao. El que no le guste esto, pensará que estas muy mal de la cabeza, pero hay muchos así como nosotros. De estas cosas, sale uno mas fuerte, ya verás como no te vuelve a suceder, mucho animo amigo!!

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    1. A ver si tengo ocasión de verte, y hablamos, puesto que no tengo tu teléfono.. Saludos.

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  4. Te envío un mensaje por Facebook y te paso mi móvil. Muchas gracias por tus ánimos Agustín

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  5. Animo Javier¡¡¡¡ eres un crak, son cosas que tiene esto del "deporte de locos". Un abrazo

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  6. Muchas Gracias Nicolás,

    Me acordé de ti cuando me contaste lo de tus calambres en verano. Nunca pensé que pudiera ser tan doloroso

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