RELATOS

Una vez iniciado el movimiento supe que no habría marcha atrás, sería difícil regresar a aquello que fui. Hoy soy otro ser: curtido, compañero del esfuerzo, amante de mis kilómetros. Sólo el fin de mis días debería obligarme a parar: ese es mi pequeño sueño.

viernes, 27 de abril de 2012

EL ALMA QUE BUSCA SU LIBERTAD (entrada modificada)




Aquel joven vivía en paz con los suyos hasta que aquel humo oscuro se coló a través de las rendijas de las ventajas, de la chimenea, del hueco de la puerta y por cualquier resquicio que encontró en aquel hogar perdido en mitad del campo. Fue entonces cuando los relojes de la casa se pararon y la paz y la felicidad fueron exiliadas de aquel lugar de forma que el desasosiego y la negatividad se hicieron con el control. El humo fue el vehículo portador de aquel mal proveniente de algún lugar oscuro y en unos días todo fue cambiando hacia el caos; a la cuarta mañana de aquella invasión aquel adolescente halló a su padre temblando entre sollozos a causa de la marcha de su madre. Con el tiempo las tierras fueron víctima de la desidia y quedaron liegas, los rincones acumularon descuido y en unas semanas los conocidos pasaron a ser extraños. El tiempo fue testigo de tanto abandono, y el muchacho aprendió a dejarse llevar fruto de una inercia que sobrepasaba su bondad y determinación.

Como colofón al negro plan divino, una madrugada una mujer fue a visitarles mientras dormían. Aquella dama albina de largo pelo rojo y ojos te tonos verdes y amarillos, permaneció al pie de la cama del joven contemplando como éste dormía ajeno a su destino. Llegado el momento de robarle su alma, la señora sintió compasión y decidió exonerarle de la pena para dejarle decidir su camino...

...Aquella mañana me levanté con una sensación extraña. Lo primero que hice fue remover el contenido del arcón de los zapatos, sin saber muy bien qué estaba buscando. Lo supe cuando encontré mis viejas zapatillas de atletismo. Me las probé y aún me encajaban tras casi dos años sin usarlas. Después volqué toda mi determinación en abrir las ventanas de la casa con el objeto de que la luz inundase hasta el último rincón y el hedor reinante huyera para dar paso a los aromas del bosque que flotaban libres afuera. Tras esto cogí mi mochila y la llené con lo necesario para poder iniciar mi largo viaje. Y antes de marchar entré en el cuarto donde mi padre dormía; pensé en él y mi madre, en nosotros, en tiempos mejores..., y enseguida noté como mis ojos se humedecían; la culpabilidad  por abandonarle sin despedirme me hizo dudar unos instantes, pero tras esto me alejé sin mirar atrás. Tiempo después supe que aquella mañana mi padre no hubiera podido decirme adiós porque allí sólo estaba postrado su cuerpo inerte. No hace mucho también, cuando traté de averiguar su paradero, supe que mi madre también murió mientras dormía, curiosamente aquella misma noche, aunque a miles de kilómetros de lo que fue su casa.


El único mundo que había conocido se encontraba contenido en un radio de 5 leguas poniendo por centro nuestra finca. Pero desde el principio intuí que cuanto más lejos me llevasen mis piernas más distancia pondría entre aquel mal y mi alma. Corrí muchas horas, también caminé, aprendí a dormir en cualquier lugar, conté las estrellas, me bañe desnudo allá donde la naturaleza me brindó algún lago, los árboles me dieron sombra y a veces frutos, y los pájaros pusieron música a mi aventura. Pasó mucho tiempo en este transitar, tanto que dejé de ser un niño grande y me convertí en el hombre que soy. Cuando llegué a aquel lugar enseguida supe que había llegado a mi nueva casa. Por entonces mis zapatillas habían sido testigo de una larga carrera en la que no había habido ni competencia ni prisa, tan sólo un camino incierto hacía la vida. 

Encontré a aquel muchacho escualido, de aspecto descuidado, pero de rostro afable allí sentado, en el camino que bordean los cerros desde donde se divisa el valle; precisamente contemplaba el paisaje que se abría ante sus ojos. Le saludé y no me resistí a la tentación de preguntarle hacia donde se dirigía. Me dijo con voz serena que a ningún sitio, que este era el final de su trayecto.

Ya hace bastantes años de aquello..., ¡cómo pasa el tiempo!. ¡Umm! desde aqui huelo a guiso, viene de la cocina, donde está mi mujer..., eso es, ¡umm!, es potaje montañés, ¡ideal para este tiempo!. Me asomo por la ventana y veo todo nevado. Ahí está mi vecino y a sus dos hijos, que se tiran bolas de nieve; se les ve felices, ¡creo que son felices!. ¡Ah! parece ser que suena el toque de queda y la mujer les llama a comer. Echan una carrera a ver quién llega el último y entran como alma que lleva al diablo por la puerta de atrás del porche; supongo que se cobijarán al calor de un buen plato caliente, como el nuestro. En el alfeizar de la ventana veo cuatro pares de zapatillas, cada uno de una talla distinta: las más grandes están acostumbradas a hacer muchos kilómetros, hay unas color,fucsia para la mamá, que de vez en cuando acompaña a su marido a corretear por el campo, y luego están los dos pares de los peques, que se están aficionando también. Viendo esta escena y conociendo su historia no puedo evitar pensar que fue largo su camino hasta llegar hasta aquí pero que ciertamente encontró aquello que había pérdido.

Desde lo alto de los cerros, en una piedra desde la cual se divisa todo el valle hay una señora de piel de color de leche y ojos raros. Se pone la mano en la frente para divisar bien el pueblo. Esboza una sonrisa, se levanta y se va satisfecha..., hay almas que son tan libres que hay que dejar que decidan por sí mismas.









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