RELATOS

Una vez iniciado el movimiento supe que no habría marcha atrás, sería difícil regresar a aquello que fui. Hoy soy otro ser: curtido, compañero del esfuerzo, amante de mis kilómetros. Sólo el fin de mis días debería obligarme a parar: ese es mi pequeño sueño.

viernes, 8 de julio de 2022

EL MIEDO DE VOLVER CAER EN LA MISMA ZANJA

Atrás quedó, muy lejos, lo que fui en eso que es correr. Pasé por las lógicas etapas que, sin yo saberlo, estaban marcadas para mi, y fue todo un proceso, una catarsis: descubrimiento-obsesión-reto-ilusión-consolidación-decadencia-empecinamiento. Entre todas esas fases, de la que me siento más orgulloso es de la última, el empecinamiento. Eso que me mueve a seguir, pese a los inconvenientes, aún a sabiendas de que ya nada será como fue. Es una de las menos gratas y también la más larga de todas. Quizá sea la última...

Pues bien, en ese constante "querer y no poder" me movía en septiembre del año pasado, mientras Mercedes estaba en otra onda, disfrutando más y sin pretensiones de ningún tipo. Hace tiempo que sé que las carreras de larga distancia no son lo mío, máxime si, además, se celebran en verano y en el sur. Era el caso de la carrera por montaña de 56 kilómetros correspondiente a la Trail Weekend Santiago-Pontones. Nos pusimos en línea de salida y yo no estaba para nada convencido. Sin embargo, ya no había vuelta atrás. Sonó el pistoletazo y avancé como pude. En los primeros kilómetros, la parte que mejor llevaba era la que supusiera dificultades, por tanto, hubo tramos hasta llegar al avituallamiento de La Toba, kilómetro 17, en los que no lo pasé bien con eso de mantener un ritmo. Tras ese break, tocaba subir, y ahí sí que me entoné. Cuando llegué al avituallamiento de la cima, sentí que era otra carrera. En esta guisa continué por sendas corribles y con menos pendiente, hasta que alcancé Miller. Ahí no debía ir tan bien como pensaba, porque no repuse fuerzas ni me lo tomé con calma, pese al calor que hacía. La altimetría se puso complicada, de forma que en ese tramo hasta Marchena, pagué el esfuerzo y la deshidratación, tanto que, al alcanzar ese avituallamiento, kilómetro 43, ya estaba totalmente amortizado. Hasta allí llegué, no pude continuar.

Esa es la crónica abreviada de aquello. El caso es que en un par de meses me toca repetir la aventura y querría llegar a meta, sea como sea.

 


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