RELATOS

Una vez iniciado el movimiento supe que no habría marcha atrás, sería difícil regresar a aquello que fui. Hoy soy otro ser: curtido, compañero del esfuerzo, amante de mis kilómetros. Sólo el fin de mis días debería obligarme a parar: ese es mi pequeño sueño.

jueves, 28 de julio de 2022

CRÓNICA DE LA MARATÓN LA HERRADURA DE CAMPOO. NO TE CORTES MERCEDES

Preámbulos

Aquella prueba era la excusa perfecta que se nos había ocurrido para escaparnos y hacer un break en nuestras vidas, últimamente tan repletas de estrés. Así pues, aprovechando que era festivo local en Manzanares, no así en Valdepeñas, Merche se tomó el viernes libre y pudimos viajar sin mayores problemas.

¿Y qué contar que no verse sobre la decadencia de dos corredores de montaña? (que ya integran más de 100 años a tenor de la suma de sus edades), pues básicamente que aquella carrera se presentaba bien dura y, para nuestra desgracia, no tan fresquita como cabía esperar, debido a la ola de calor que nos tocó atravesar en aquellos días. Ese esfuerzo también tenía por propósito lo de servir de test preparatorio para el Ultra de 57 kilómetros de la Trail Weekend de Santiago-Pontones, el cual tendrá lugar en septiembre... 

Es decir, por un lado se trataba un viaje de placer y de desconexión, aunque por otro, una odisea montañera con exposición al calor... ambos atributos eran ciertamente incompatibles...

A "toro pasado", puedo decir que la aventura terminó cumpliendo los dos objetivos: la de relajarnos y la de prepararnos, porque resultó una formidable excursión a una zona preciosa, con esfuerzo incluido. La pena fue que no todo salió conforme a lo previsto, como ahora contaré. 

Pues bien, el jueves por la tarde pusimos rumbo a Aranda del Duero, tras haber hecho, atropelladamente, las maletas, tanto que me dejé los soft flasks de 500 mililitros olvidados en casa. Hicimos noche en un hotel muy chulo que, a su vez, era una bodega: Hotel Tudanca Arandina II y, al levantarnos, Merche comprobó en el facebook de la organización que habían decidido adelantar una hora los tiempos de corte, los cuales ya eran, de por sí, exigentes. Ese cambio hacía prácticamente imposible que mi mujer pudiera llegar a tiempo al kilómetro 27 (no en vano pedían realizarlo en menos de 4 horas y media). Leyendo esto, alguien podría pensar: ¡qué lenta es esa chica! El problema era el tipo de prueba: técnica, de mucha altimetría y expuestos al calor. Para más datos: en ese punto de control llevaríamos unos +2100 positivos, habiendo dejado atrás tramos de difícil acceso y avance... y no es por nada, pero al final tuvieron que abandonar prácticamente la mitad de los corredores.

El caso fue que esa mala noticia condicionó bastante el disfrute que teníamos previsto para aquel viernes, de tal guisa que no hicimos más que darle vueltas al tema, olvidándonos de desconectar, que era el principal objetivo de todo aquello. Ni la estupenda comida que nos regalamos en Fontibre (así se llama la aldea donde nace el Ebro), ni el interesante paseo por Reinosa, con introducción de pies en el río más caudaloso de España incluido, ni tampoco la visita a las ruinas romanas, consiguieron que nos evadiésemos del todo. 

Cuando llegamos a Brañavieja, se sentía ese tipo de paz que sólo tienen los sitios altos y poco concurridos. Ese quizá fue el momento en el que, por fin, respiramos mayor paz. Al llegar la hora de la cena, nos pasamos por el restaurante y repusimos hidratos, aunque Mercedes se arrepentiría unas horas después de haber pedido carne. Durante la velada, estuvimos echando cuentas de los tiempos que ella debería realizar para conseguir el reto de no ser cortada, aunque todas esas cavilaciones serían absurdamente planteadas, conforme a lo que luego sucedió...

Para finalizar la jornada: preparativos, algo de tele y a empiltrarse. Había que madrugar, ya que el autobús nos recogería a las 05:40 (no era una carrera circular, ya que se salía de Fontibre para llegar a Brañavieja).



Nacimiento del Ebro


Maratón Herradura de Alto Campoo: de Fontibre hasta el kilómetro 8 Puerto de la Palombera

A eso de las 5:20 ya estábamos desayunando. Mercedes se cortó un poco porque tenía ardor debido a las ricas costillas de cerdo de la noche de antes. En mi caso, tampoco me pasé comiendo, ya que también me sentía bastante lleno. No dieron para más los preámbulos, de manera que nos introdujimos en el autobús a la hora prevista y conforme el vehículo fue bajando al valle, comprobé cómo el termómetro que lucía en el habitáculo descendía, desde los 24 grados en los +1600 metros de inicio a los 14 grados que había en la salida, a +930.

La escasa media hora que transcurrió hasta dar el pistoletazo no hizo más que ponernos más nerviosos. Por mi parte, estaba deseoso de arrancar, así pues, se me hizo bien largo. Sin embargo, todo llega, por lo que, por fin, nos vimos en movimiento...

La primera parte de la carrera es siempre en subida, pero con ese tipo de pendiente que no te debería impedir correr, lo que supone el peor escenario de entre todos los posibles para dos viejunos que huyen del asfalto, como somos Merche y un servidor. Ella se ha quedado atrás desde el comienzo y yo trato de medir esfuerzos, aunque consciente de que no puedo dormir mucho en los laurales. Unos minutos después de haber salido, pasamos por delante del Castillo de Argüeso, una fortificación muy bien conservada, mejor, sin duda, que mis piernas, las cuales, en ese tramo, no dejan de quejarse. Voy haciendo lo que puedo, empecinado en no quedarme rezagado del grupo de gente con el que comparto tiempo y espacio, algo que sólo consigo a medias...

«¡Quien te ha visto y quien te ve!...» no dejo de pensar.

«No hace demasiados años hacías carreras 10k a poco más de 3' 30'', y ahora te cuesta no echar a andar en la primera rampa que ves...»

A resultas de la brega, no encuentro sensaciones buenas, batiéndome el cobre, sin mucho sentido, con uno de mi categoría que parece no sufrir ni lo más mínimo. También me mido con un par de corredores de físico algo dudoso, aunque, para mi asombro, con más ritmo que yo. En cuanto a las chicas, compruebo con resignación cómo me terminando dejando atrás las que luego serían tercera y cuarta de la general femenina. ¿Demasiada pista? puede ser, pero es que últimamente todos son impedimentos. El paisaje es espectacular, aunque yo parezca no querer apreciar esas vistas...

Cuando por fin estoy llegando al avituallamiento del Puerto de Palombera, me recreo un poco transitando por una senda, la primera del recorrido, pero decido ir con cuidado, con el fin de reservar fuerzas. Finalmente ficho en 57 minutos, con unos 8 kilómetros  y +450. Pienso: 

«Le dijiste a Mercedes que en este punto exacto debía tratar de bajar de la hora. Aunque se lo estabas diciendo a ella, los deberes en realidad eran para ti»

A esas alturas de la mañana ya tengo claro que la cortarán y ello me cabrea bastante. Habíamos hecho seiscientos kilómetros de ida (serían otros tantos de vuelta) y todo para que ella no pudiera ni completar la prueba.

Maratón Herradura de Alto Campoo: desde el Puerto Palombera al segundo avituallamiento

No he recargado agua en el primer punto, aún a sabiendas de que el siguiente avituallamiento está a, ni más ni menos, once kilómetros, gran parte de los mismos son de alta montaña. Así pues, con dos trozos de sandía doy por buena la parada.

Me sigue acompañando esa ascensión continua, casi sin respiro, sin embargo, la mayor parte del tiempo la hago corriendo, o al menos, correteando. El terreno se ha puesto más bonito, también más virgen, pasando por zonas en las que las vacas y los caballos son ajenos a esos humanos locos que pasan por allí como Juan por casa. Comienza a merecer la pena el esfuerzo, disfrutando de tramos como el del Barranco de las Hachas, de singular belleza. Tras pasar por el Collado de Rumacco, alzo la mirada: se inicia la Herradura...

Ante mi el primer pico de 2000, Pico Laguardi. Difícil avanzar con esa vegetación que a veces resbalaba bajo las suelas de la zapatilla. Por momentos echo de menos los bastones, pero ya era tarde. 




La bajada es de todo menos aburrida: rápida, a veces cómoda, distinta y, sobre todo, verde, muy verde. Sin embargo, en seguida toca volver a subir. En ese cacho las piernas se resienten un poco, aunque alcanzo la cima del Pico Cordel, ya a casi 2050 conservando aún bastante entereza.



Lo que viene después es un tramo no muy largo, pero endiabladamente técnico, transitando entre rocas, donde las zapas se agarran bien y me siento seguro, hasta que el terreno se pone blandito y más fácil, viviendo, quizá, el mejor momento de la mañana. En esa zona de toboganes voy viendo cómo pasta el ganado a más de 1750 metros de altura, y me siento afortunado. En esta guisa llego al segundo avituallamiento. Lo hago en buena predisposición, pero algo castigado ya por el calor. Bebo agua, lleno los soft flasks, tomo sandía y también Coca-Cola, aunque echo en falta que todas esas cosas no estén frías, pero estamos en un sitio de difícil acceso (demasiado han hecho los de la organización con llegar hasta allí).

Maratón Herradura de Alto Campoo: Desde el segundo avituallamiento a La Tabla

Antes de salir, un chaval pregunta por lo que viene después y le digo que es justo ahora cuando comienza lo bueno. No conozco in situ el terreno, pero me lo imagino, tras haber analizado el plano y haber visto algún que otro vídeo. Estoy en lo cierto.

No hay descanso, porque enseguida acometo el tercer pico importante, el Cueto Iján, tan alto como el anterior. De nuevo se hace duro y lento, echando de menos por segunda vez en la mañana los bastones Aonijie que unos días antes había comprado.




Cuando por fin toca bajar, disfruto mucho, aunque en soledad. No hay mucha pendiente y ya no veo a nadie por detrás. Miro el GPS, de manera que compruebo que tendré que esmerarme si quiero pasar el corte. Me fastidia no equivocarme. Sin embargo, el terreno es más complicado, con tramos de canchales y roca que ralentizan, no en vano estamos en la definitiva cadena de cresteos que nos llevará hasta el Pico Tres Mares, moviéndonos siempre cercanos a los +2000, como cuando atravieso el Pico Cordela, justo cuando comienzo a adelantar a andarines que me arengan, y eso me hace crecer en moral.



Miro el GPS, veintitrés kilómetros y ni rastro del siguiente avituallamiento. Me agobio un poco, hasta que llego a una imponente cresta rocosa, donde está habilitada la zona de cuerdas. Tras esta, llego al avituallamiento de La Tabla, a 2015 metros de altitud.



Me ducho con agua, bebo, relleno los envases, como algo de sandía y, ante todo, bebo Coca-Cola caliente. Soy consciente de que apenas estoy comiendo y me encomiendo a sobrevivir a base de esa fruta y ese líquido tan sanador. 

Cuando salgo de allí analizo los tiempos: llevo 3 horas y cuarenta y un minutos. A Mercedes le había dicho que tenía que llegar en menos de 3 horas 30 y yo no soy capaz de hacerlo. La cosa se pone movidita...

Maratón Herradura de Alto Campoo: Desde La Tabla a el Mirador del Chivo

Este tramo corto será, sin lugar a dudas, el peor de mi aventura. Las piernas se me vienen un poco abajo, al mismo ritmo que mi moral hace lo propio. Por momentos temo no llegar en 4 horas 30 al Chivo, porque el avance es sumamente dificultoso, en zonas en las que cuesta ir por encima de los 2 kilómetros por hora. En un momento dado arrojo la toalla y decido ralentizar la marcha adrede para no pasar así el corte. Sin embargo, todo eso sólo ocurre durante unos segundos en mi mente... en realidad no he bajado el ritmo, sigo en la pomada, así que, acto seguido, me animo y me arengo con la idea de que Mercedes se sentirá orgullosa si me ve llegar a meta.

No obstante sufro bastante, en unos interminables 3,2 kilómetros que se convierten en una eternidad. Todo cambia en el momento en el que un corredor me adelanta, sin duda acuciado por el tiempo de corte. Trato de seguirle, pero es en vano. Aún así, esa novedad, me ha hecho despertar la adrenalina. Cuando por fin bajo hacia el avituallamiento de El Chivo, kilómetro 27, compruebo que voy a llegar en 4:25, con cinco minutillos de margen...

Hago recuento de daños: no voy tan mal como para que se me pase por la cabeza no seguir. Más al contrario, parezco más entero que muchos de los que están llegando tras de mi. Me cojo media garrafa de agua y me la echo por encima, maldiciendo que no está lo suficientemente fría. Me contrario porque apenas queda un cachito de sandía y bebo Coca-Cola muy caliente... es lo que hay... Justo cuando la organización comienza a cortar a los corredores, un servidor reanuda la marcha, no sin antes asomarme por última vez al valle, donde se otea Brañavieja, a no más de cuatro kilómetros y medio. Soy consciente de que tendré que dar un rodeo para llegar hasta allí.




Desde el Chivo al Cuchillón

Los nueve kilómetros que restan me los tomaré de otra forma, con otro talante. Siento que le he ganado la partida a mis dudas y debilidades, porque he pasado el corte, no sin antes haber sufrido. Así pues, pienso que ha llegado la hora de disfrutar, aunque no vaya como para ir tirando cohetes. El GPS marca +2400 que no está nada mal... pienso que ha llegado la hora de olvidarse de los tiempos y comienzo a correr, sí, corro, a pesar de la cuesta, sorprendiéndome. Me acerco al Pico Tres Mares, desde donde dicen que mana el agua que vierte al Ebro, al Pisuerga y al Nansa. A decir verdad, no me cuesta mucho avanzar, ni tan siquiera cuando me desvío hacia la zona rocosa donde un voluntario nos espera para coronar. Además hay una novedad, desde el Chivo voy compaginando carrera con los de la corta, y eso ayuda, porque compruebo que voy más rápido que ellos, aunque se trate de la parte de esa prueba que anda más retrasada.

Tras llegar a lo alto, me aturullo un poco al bajar por una zona complicada, y luego capeo algún que otro cacho difícil, consciente de que en el 31 sólo quedará bajar, pero antes habrá que llegar al Cuchillón, que sólo con el nombre ya asusta. El caso es que cuando alcanzo eso que llaman el "Laberinto" pienso que todo aquello es una mala broma. Doscientos cincuenta metros absolutamente impracticables, que me llevan atravesarlos al menos 8 minutos, hasta que, por fin, alcanzo el avituallamiento...

Allí me vuelvo a duchar, bebo lo de siempre y me alegra sentir que la Coca-Cola está fresquita. Me sienta muy bien, aunque al reiniciar la marcha me desanimo al ver que aún toca subir... sólo son trescientos metros lineales, pero se me hacen un mundo, hasta que las piernas se acostumbran y llego a la zona rocosa donde conquisto el Cuchillón, al tiempo que me resbalo y me hago daño en la muñeca, aunque ya no importe demasiado, porque me he ganado de premio los últimos cinco kilómetros de bajada.


La primera parte de descenso es complicada, pero la hago bien, empoderado presintiendo el final. El segundo tramo es mucho mejor y yo aprieto los dientes. Me mojo en un par de ocasiones la cabeza con el agua del arroyo que busca el valle, hasta que alcanzo el punto extra de líquidos que la organización, dadas las altas temperaturas, decidió añadir con buen criterio. Allí me doy mi cuarta ducha y salgo pitando.




El valle se muestra precioso y cuando acometo la bajada final, sigo adelantando gente y más gente, incluso a alguno de mi carrera que marcha totalmente acalambrado...

Por fin llego a la carretera, me ofrecen agua, pero la obvio...último kilómetros y noto que puedo estirar zancada... eso hago, aunque debido a la pendiente apetezca andar  En cambio me resisto a hacerlo y llego a Brañavieja apretando los labios mientras subo la última rampa callejeando hasta alcanzar el arco de meta.

LO HE CONSEGUIDO, 36,3 kilómetros y +2600 en 6 horas y 7 minutos. No está tan mal viniendo de un viejo de 52 años.

Merche me está esperando y, en esta ocasión, no hay vómitos, ni calambres. A pesar de no encontrarme como para celebrarlo. No obstante, permanezco erguido y no tirado por los suelos, y eso ya es mucho para mi.

Es entonces cuando me siento orgulloso... de mi, pero sobre todo de ella, que lo ha intentado, aún a sabiendas de que lo tenía imposible. Habría terminado de no haber sido obligada a dejar la carrera, aunque eso ya no importe.

El cuarto tiempo y el regreso

Bebo y bebo, aunque el estómago no se me abre. He llegado parcialmente deshidratado, algo con lo que ya contaba, debido a mi limitación al respecto, por tanto, sin tener el estómago totalmente cerrado, no me apetece comer aún. Si puedo charlar, eso hago.

Llegado el momento me felicito de no tener ninguna molestia, así que, andando de forma más o menos fluida subo a la habitación a darme un baño de agua helada. Allí, dentro de la bañera, me da una rampa en el gemelo que me quedo tieso, sin poder incorporarme. Merche me mira sin poder hacer nada, hasta que por fin logro incorporarme. Ese termina siendo el momento más traumático de todo el día, porque de ahí en adelante sólo mejoro...

Ya abajo, comemos algo de pasto y, en seguida, mi cuerpo responde. Después toca cháchara, durante la entrega de trofeos. Sin embargo, cuando decidimos que ya hemos tenido bastante, nos subimos a echarnos la siesta...

Cuando nos levantamos, todo es extraño, estamos aturdidos. Apenas si queda gente en aquel precioso y recóndito lugar, lo cual añade más singularidad. Cenamos y nos acostamos, sin más, para retornar al día siguiente a casa.  Y así fue esta nueva aventura... aún quedó el largo retorno, en el que aprovechamos para conocer Burgos y comer en Lerma. El camino sirvió para la reflexión y, quizá por ello, no tardamos mucho en apuntarnos a otro reto, el que tendrá lugar pasado mañana den Valdelinares, otra estación de esquí.









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