Luces
Si hace 20 años me hubieran dicho todo lo que iría a hacer a lo largo de los últimos tres lustros, habría negado con la cabeza y con el dedo índice y, obviamente, no me habría creído ni una sola palabra. Pero en la vida, una de las mejores cosas que tenemos, es la sorpresa. Sí, llevo catorce años corriendo sin parar, y a lo largo de todo ese tiempo, he pasado por muchas fases. Ahora, ahora mismo, me encuentro en la que quizá pueda ser la mejor: estoy al margen de tiempos y rendimientos y, pese a mis cincuenta y tantos, sigo corriendo. Incluso a veces, disfruto... Eso es mucho ya.
Por otra parte, unos meses después de mis serios comienzos en el running, abrí este blog... y al igual que mis zancadas siguen una tras otra, mis publicaciones continúan sucediéndose. De acuerdo, sí, más espaciadas, menos apasionadas, no en vano ya no estoy en la Maratón de Roma bajando de las 3 horas, sino corriendo por la montaña con mi mujer, y entre los dos sumamos 103 años.
Preámbulo
El pasado sábado, Merche y un servidor nos acercábamos hasta El Molar, un pueblo del norte de Madrid donde nos íbamos a alojar de cara a la carrera de Torrelaguna del domingo por la mañana. El viaje resultó plácido en nuestro nuevo coche (que conste que el viejo Toyota todavía anda). Tras pasear por las calles de esa curiosa localidad, estuvimos cenando una gran ensalada y un pizza (afortunadamente, pedimos la más pequeña). El sábado no dio para mucho más, porque nos acostamos a eso de las 23 horas, y yo dormí bastante bien, no así Mercedes, que no descansó demasiado.
A eso de las 9 horas, nos desplazábamos hasta Torrelaguna. Aparqué relativamente cerca y recogimos el dorsal (escasa bolsa la que tienen en las carreras de la Iberika Trail... unos calcetines Lurbel, un gel y punto).
A las 10:15 nos pusimos a calentar. Hacía fresquito, pero todo apuntaba a que nos iba a hacer calor, como así acabo ocurriendo. Justo a la hora prevista, dieron la salida...
Éramos un montón en esta ocasión, así pues, no estaba la cosa para compararse. Bien sabíamos que el podio estaría bien caro.
La primera mitad: la mala
La gente salió "a toda leche", o esa mi impresión me dio. Quizá no fuera para tanto, quizá es que no estoy "para tirar cohetes". De ahí que, bien pronto, sintiera mi falta de resuello y las piernas se me adormecieran. Además, me había prometido que andaría lo justo, que correría a no ser que la pendiente fuese insalvable, por lo cual, las cuestas me fueron consumiendo poco a poco, y eso que la carrera no ofrecía grandes dificultades técnicas. Eso sí, el campo estaba espectacular; se podía comprobar que ha llovido bien en la zona, a juzgar por el color del terreno y el agua que vimos
Llegué al primer avituallamiento del 5 y decidí no parar, a pesar de que los soft flash iban vacíos. Creo que hice bien, porque cuajé la subida prolongada de manera bastante digna, justo cuando comenzaba a comprobar ciertos "brotes verdes" en mi avanzar. La parte del río, la cual recordaba de hace dos años y medio, resultó un tanto dificultosa y desagradable, porque tuve que mojarme hasta casi la rodilla en varias ocasiones. Las zapatillas no daban a basto, no daba tiempo a que se secaran del todo. Tras este tramo, iniciamos la subida fuerte, pero no demasiado. Ahí estaba el segundo avituallamiento, donde cargué un poco de isotónica y decidí no llevar demasiado peso. Enseguida hicimos "cumbre", en el kilómetro 12,5 y, desde ahí, tocaría bajar hacia Patones de Arriba.
La segunda mitad: la buena o la menos mala
Cogí la senda con gusto, y las zonas más técnicas también las capeé bien. Mis piernas ya se habían entonado y ahora quería ejercer mi derecho a disfrutar, aunque fuese solo un poco, porque para algo habíamos pagado. Además, la zona era bonita y corrible, por lo que fui pillando a algún que otro compañero, hasta que alcancé el 17, al penúltimo avituallamiento en Patones de Arriba. La verdad es que llegué mucho mejor que en la otra ocasión. Me refresqué la cara con un poco de agua, recargué apenas 250 ml y salí sin comer nada (me acababa de tomar el segundo gel).
Lo que vino después me hace ser un poco más optimista. Los repechetes no lo fueron tanto, y en las zonas donde se podía correr logré disfrutar, o, al menos, no sufrí. Y así, fui dejando atrás a más gente. Sin más, vi a lo lejos el pueblo y de esta guisa llegué a meta.
No llevaba GPS, aunque salieron casi 27 kilómetros, los cuales hice en 3 horas y 23 minutos. Bien sabía que me había hundido en la clasificación de +50, porque había mucho nivel... Pero, ¡qué demonios!, ¡a hacer puñetas la clasificación!.
Me acerqué al coche, me cambié, regresé, esperé un rato a Merche y le hice un breve vídeo al llegar. Ella tardó 4 horas y 3 minutos, finalmente, cuarta de +50, aunque, al igual que un servidor, llevaba una sonrisa instalada fruto de su disfrute. Con eso ya justificamos la mañana.
Tras esto, nos comimos una estupenda hamburguesa, una de las razones por las que, más allá de la escasa bolsa de corredor, merece la pena participar en esta prueba. Los paisajes, los avituallamientos, son otros motivos.
No dimos más vueltas, enfilamos hacia casa, y dimos por concluida la enésima aventura.