El martes por la noche el cielo amenazaba lluvia. El hecho de haber bastantes nubes suponía que no hiciese tanto frío como en la jornada del lunes, por lo que no costó tanto echarle a ganas para salir a correr. Nos fuimos los dos al Angel por el camino asfaltado que lleva a la rotonda de su falda y subimos por el flamentemente asfaltado carreterín, justo cuando comenzaba a lloviznar. Merche llevaba el frontal y pese a todo yo me adelanté tratando de exigirme un poco en el kilómetro de subida que hay. Ya en lo alto tuve que esperarla un ratín justo para bajar los dos y encontrarnos con numerosas ranitas que habían salido muy contentas por la tan esperada humedad. Volvimos a repetir la operación de subida en otras dos ocasiones, que fueron mejores en sensaciones que la primera, y en ambas volví a adelantarme a mi mujer para hacer cada uno el entreno según el ritmo requerido. La verdad es que me costó un poco, no iba suelto del todo, pero no puedo decir que fuese un mal entreno. El regreso a casa fue a ritmo vivo para mi mujer y completamos 11 kilómetros bastante bien aprovechados. La lluvía ligera no fue un inconveniente.
Al llegar a casa estiré durante un buen rato, una buena costumbre que últimamente tenía medio olvidada.
Al llegar a casa estiré durante un buen rato, una buena costumbre que últimamente tenía medio olvidada.
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