Tras una cena copiosa, que ya venía con el precedente de otra comida potente, amanecí el lunes con el pensamiento de que entre mi lesión y mi indisciplina estoy cayendo el pozo de la desidia, en el fin de sueño del flow del runner. Fue el remordimiento y, por supuesto, el tiempo libre, el que me llevó a cambiarme, calzarme de nuevo las zapatillas y decidir hacer una locura,: otra tirada larga, la tercera en tres días. Tomé el camino de Vilches y luego llegué a la circunvalación para coger la carreterita que lleva al Pantano de las Fernandinas, pero también al Complejo de las Garzas. La pierna me molestaba un montón, y poco a poco el dolor del semimembranoso se fue yendo a la parte central, donde en su día localicé la lesión que me supuso rotura y parón, tras la Maratón de Málaga, aquel diciembre de 2013. Pero como si no tuviera nada que perder, continué y continué sin pensar en recortar el recorrido. Más cómodo en las subidas y muy incómodo en las bajadas. De hecho, por la carretera hacia la Urbanización La Alameda, sentí unos fuertes pinchazos acompañados de un súbito agarrotamiento, lo que suponía que era estar al borde de la rotura. Paré a estirar y tras unos segundos continué. No sé cómo fue, pero el estiramiento, y quizá también dejar de bajar propició que las molestias remitieran bastante. Tanto fue así que metí un par de marchas más y comprobé que podía correr sin más, sintiendo cosas raras de vez en cuando, sobre todo con las irregularidades del terreno, pero me coloqué claramente por debajo de 5´el kilómetro y sentí lo que era un premio, no sé a qué, pero agradecido por el regalo de Papa Noel. Antes de llegar a los invernaderos del camino de Valdeinfierno tomé un camino que me llevaba a Radio Faro, muy bonito por cierto y llegué al cruce que bien conozco y que me llevaba a subir el Cerro de las Mancebas. La subida la hice muy muy bien, a buen ritmo y alcancé las antenas con bastante alegría. Y tras esto llaneé y bajé hacia la Urbanización de la Cruz, y tras esto el Paseo de la Virgen..., y no sé muy bien cómo pero los últimos fueron de auténtico disfrute, obviando mi lesión y corriendo por momento en 4 y poco más el kilómetro. Las piernas iban, pese a mi falta de forma y otros inconvenientes y ya cuando llegué a Linares y más concretamente al Huarte, IES donde mi suegro fue Jefe de Estudios muchos años, decidí que ya había sido suficiente y bajé descalentado hasta la casa de mis suegros, completando 21 kilómetros en 1 horas 45 minutos, muy bien teniendo en cuenta que los primeros 7 kilómetros los hice muy despacito.
Lo comentado, un premio, que hace ilusión y da un poco de esperanza en un momento tan gris.
Merche salió también a correr, en este caso por la vía verde, y le salieron 14 kilómetros que le dejaron bastante contenta.
Con esto había conseguido acumular algo menos de 62 kilómetros en 7 horas y media de trabajo en tan sólo tres sesiones, con la creencia de que son cosas así las que me hacen mejorar.
Sin embargo el esfuerzo no fue gratis. En casa y ya en frío, la tirantez de mis isquios era tal que apenas podía estirar. Me sentía preocupado, pero a la vez satisfechos, cosas que tienen los burros.
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