RELATOS

Una vez iniciado el movimiento supe que no habría marcha atrás, sería difícil regresar a aquello que fui. Hoy soy otro ser: curtido, compañero del esfuerzo, amante de mis kilómetros. Sólo el fin de mis días debería obligarme a parar: ese es mi pequeño sueño.

miércoles, 31 de julio de 2013

LA SONRISA DE LA LIBERTAD

 

El sol ya lleva un rato asomado esperando ver la vida fluir. Abro la puerta de casa con la sensación de que será la última vez que haga ese acto tan común, atravieso el pequeño jardín y con pasos cortos pero suaves, inicio la carrera. Lo primero que siento es un dolor punzante en mi tobillo, fruto del golpe no accidental de anoche, aún así trato de no dejar que esa desagradable sensación me impida hacer lo que he decidido hacer. Voy cogiendo ritmo, poco a poco, y de igual forma el calor va anestesiando la zona facilitándome la carrera. Paso por varias calles que me indican la salida, como si fuera un pequeño ratón en un laberinto  buscando mi queso, hasta que giro por la última vía habitada de la ciudad hacia el este, deslumbrándome la luz poderosa del horizonte. Justo cuando guiño los ojos en un gesto reflejo, siento el hematoma que se extiende en mi pómulo izquierdo, pero también aguanto, lo puedo soportar. La vía deja de estar cubierta de asfalto y comienzo a correr sobre la zahorra del camino, teniendo que esquivar la multitud de charcos que son la secuela de la tormenta de ayer; pienso que mientras en la calle la naturaleza hacía de las suyas descargando rayos y truenos en el típico aguacero estival, en mi casa yo me sentía más desprotegida e impotente de lo que me hubiera encontrado a la intemperie soportando el diluvio de esa gota fría .

El monte se acerca irremesiblemente, su figura se va agrandando hasta que sus brazos quieren acogerme para invitarme a formar parte de su conjunto. La cuesta crece a la vez que lo hace el ritmo de mi respiración, los músculos se tensan, mi tobillo herido se queja pero aún así acelero con el objeto del que el cansancio me abrume allá en lo alto. Llego a la cima, exhausta, sudorosa, todo me da vueltas, pero eso es lo que buscaba... Giro sobre mi misma y contemplo la vista: el anaranjado color de la mañana a mi izquierda, los tonos verdes de los cultivos que se entremezclan con los rojizos del campo labrado, por supuesto el azul intenso del cielo, sin una nube por testigo, y un poco más allá los colores variopintos de las edificaciones, donde se encierran mil historias como la mía. Quiero recordar esa imagen para tratar de reproducirla cuando me sienta lejos de donde nací. Estar muy cansada me permite quedarme vacía, así que me siento en una piedra volcánica propia de la zona y hundo mi cabeza entre mis piernas. No quiero llorar, sólo quiero pararme, detener mi mente un instante...

Bajo por la senda de la otra parte del monte sin querer frenar; dejo que las piernas cojan inercia y me transporten como si ir vertiginosamente pudiera hacerme menos vulnerable de lo que ya me siento; me juego el físico sin saber que dentro de mi ya habita una vida minúscula cuyas células se dividen tan rápido como yo desciendo por el cerro. Llego al camino principal con unas tremendas náuseas, me paro, vomito, echo a correr de nuevo, vuelvo a parar y otra vez a vomitar... Cada vez que lo hago siento un terrible dolor en mi cuello; casi puedo perfilar a través de mi sistema nervioso, esos grandes dedos apretándome la garganta, hasta casi romperme...

Llego por fin al cruce de caminos; si giro a la derecha sé lo que me espera, lo puedo ver en una secuencia compactada, el resto de mis días todo junto en unos segundos; en cambio, si giro a la izquierda mi vida estará llena de incertidumbres que serán del todo mías. Abro el bolsillito de mi malla y saco el móvil: hago la llamada en la que tanto he estado pensado durante la larga noche. Unos minutos después ya está hecho: a 12 kilómetros de allí, en el siguiente pueblo, me esperará mi hermana. Así que me guardo el móvil y echo a correr junto con el hijo que aún no espero, llevando toda la ilusión del mundo impregnada en mi sudor. Enseguida una sonrisa comienza a dibujarse en mi cara, es casi involuntaria y no me la puedo quitar, es la sonrisa de la libertad. 


4 comentarios :

  1. Javier, buena correlación entre las penurias de la vida cotidiana, el esfuerzo y la libertad, unidos por el running.

    Saludos, Emilio.

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    1. Gracias Emilio. Quería tocar el tema de los malos tratos, unido al coraje y a la autodeterminación.

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  2. Bastante acertada esta entrada, en este caso, como en todos los de maltrato se pone en evidencia la cobardia de ese "hombre" y la reaccion de una mujer ( como casi todas) VALIENTE

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    1. Gracias Kino. Creo que este tema es un poco escabroso, pero existe y por eso lo cuento. A mi mujer la ha parecido un poco desagradable porque dice que se ha tratado de poner en el piel de la chica y le resultaba difícil de entender su situación

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