Despertó aquel sábado con aquella
triste pero bonita canción atrapada en su mente; no recordaba dónde o cuándo la
había oído por primera vez, pero se había instalado en su cabeza dispuesta a no
abandonarle. Se puso su camiseta preferida y el pantalón que mejor le sentaba,
se ató las zapatillas y bajó a desayunar. Encendió el televisor mientras mojaba
una triste galleta integral en su aburrido café con leche y dedicó los
siguientes minutos a contemplar ajeno la sucesión de imágenes…aquel futbolista
millonario había conocido a aquella esbeltísima modelo hambrienta de fama; las historias
que le llegaban eran como huéspedes inesperados que tenía que alojar en su
solitario mundo. Hacía tiempo que se
sentía como una isla en medio del inmenso mar. No una isla llena de vegetación,
ni siquiera grande y con agua, ni con arenas blancas y llena de turistas; más
bien un islote pequeño, deshabitado, pedregoso, así como desconocido y en el
centro de la nada.
No había mejor forma de perderse en
su refugio interior que corriendo. Normalmente, no salía solo, porque le
acompañaban sus pensamientos y sus recuerdos; a veces se unían también su
tristeza y su deshazón, pero el hecho de trasladar su cuerpo a través de las
dimensiones del espacio y el tiempo le permitía recuperar una parte de su alma
perdida en ese cosmos tan extraño. Para curar la rabia tenía el remedio perfecto:
acelerar el paso; para sentir paz había otro truco: respirar profundo el aire
puro hasta que sus pulmones se llenasen de armonía y se mitigase su desasosiego.
Con el tiempo, kilómetro a kilómetro, su
esperanza se había ido desgastando al igual que le había ocurrido a la suelas
de cada una de las zapatillas que había calzado.
Aquella mañana su abstracción le había
llevado a perder el sentido del tiempo, y mientras, sus piernas no habían dejado de moverse trasladándolo
a un mundo físico totalmente virgen para él. Así fue como llegó a aquel camino
que le conducía a una zona arbolada. Encontró cobijo entre aquellos hospitalarios
árboles y los aromas del pino y del enebro inundaron su respiración. Sin saber
donde le conducía la cada vez más estrecha senda continuó su marcha sin
importarle cuándo, cómo y por dónde podría regresar a casa.
Sus hijos le piden a menudo que
vuelva a contar cómo se conocieron: el destino puso ese bosque en su vida cuando
ya se había acostumbrado a navegar a la deriva. Han tenido después oportunidad
de compartir muchos bosques, sendas y cerros, pero nada tan mágico como aquel
encuentro. ¿Qué cómo conocí a mamá?, ¡pero si ya os lo he contado infinidad de veces!...OK,
iba corriendo por la senda de aquella arboleda, y entonces fui alcanzando a una
corredora muy guapa, pero la senda era demasiado estrecha para adelantarla y la
vegetación no me permitía tomar atajos. Osea, o paraba, y bien sabéis que papá
nunca para cuando está corriendo, o me pegaba a ella y la interrumpía en su
carrera. Hice lo último, y le tuve que pedir que me dejara pasar, pero no
pareció oírme, y entonces reparé en que iba escuchando música, así que le dí un
toquecito en la espalda. Mamá se sobresaltó y detuvo su marcha y yo me ví en
un aprieto… habría pedido disculpas y seguido mi camino, pero me di cuenta de que mamá estaba llorando,
no por el susto ¡eh!; fue entonces cuando le pregunté si se encontraba bien, y me
respondió que sí, que tan sólo lloraba porque había comenzado a sentirse muy
feliz en un sitio tan bonito; la canción que iba oyendo había acabado por ablandar
del todo su corazón…
…Y ocurrió que de fondo en su
reproductor de mp3 se oía una melodía, una melodía muy familiar para mi, que me
decía a las claras que el destino en forma de canción había estado enviándome señales
desde aquella mañana cuando justamente me había despertado con esas notas
resonando en los recovecos de mi existencia.
Lo que yo te diga, tu te puedes ganar la vida de escritor.
ResponderEliminarMuy buena entrada
UN SALUDO
¡Muchas gracias Kino!. Por lo pronto me conformaría con ganarme la vida como hasta ahora, y que me dure que está la cosa muy malita. Pero me encantaría poder vivir de la escritura. Escribir y correr, esos serían mis hobbies
ResponderEliminarBello relato Javier. Vaya puntadas literarias te marcas.
ResponderEliminarGracias Yolanda. Va por épocas, ahora me vienen las ideas y luego ocurre que la musa se esconde y no hay forma de encontrarla. Para ser sincero creo que yo me adorno demasiado y que tus crónicas, relatos y demás, siendo sencillos, te agarran por el cuello y no te sueltan.
ResponderEliminarEnhorabuena por tu experiencia en Formentera
Buen relato Javier, aunque estoy de acuerdo contigo, te adornas demasiado, el relato tiene aspiraciones de ser profundo, me gusta.
ResponderEliminarSaludos, Emilio.
Sí, Emilio, siempre los comienzo procurando que sean sencillos y directos, y casi siempre termino igual. ¡No lo puedo evitar!
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