Tras mi
participación en la
Carrera Popular Ciudad de Manzanares, hace ahora poco más de
tres semanas, mi mente no hacía más que devolverme pensamientos negativos en
forma de negros fracasos: ¿que me había pasado?, ¿por qué había sido tan
blando?, ¿no he pecado de ambicioso?. Toda esta repetitiva cantinela deambulaba
en mi cabeza y todo por el hecho de haberme parado en el kilómetro cinco. Mi
expiación se había consumado cuando unos segundos después había dejado el
orgullo en la cuneta y había reanudado la marcha, olvidándome ya de marcas y
puestos, buscando algo más básico, más vital: terminar con
dignidad la prueba. Mercedes, en su primera carrera seria, llegó muy
cansada y como confesó después, en algún momento pensó en retirarse, pero buscó
y encontró el pundonor suficiente, ese que luego te hace sentir
satisfecho de lo conseguido. Hoy escribo estas líneas volviendo a esa
carrera, y no lo hago con el objeto de redundar hablando de nuestras historias;
hoy hablo de una historia que estaba sucediendo justo allí, tan sólo había que
fijarse, estar atento...
"Trato de capturar la esencia de esta entrada, como algo que se
escapa entre las yemas de nuestros dedos, que está ahí flotando pero que rara
vez podemos alcanzar a rozar, y mientras, se nos esfuma el tiempo y también ese algo
escurridizo; quizá el centro de nuestro universo sean nuestros problemas, quizá
la vida se condene a ser menos vida desde el momento que decidimos que hemos
comenzado a morir ...";
...siguieron
llegando corredores y cuando ya había pasado el tiempo de control, más allá de
la hora y cuarto de carrera, llegó él. Mi hermana Mari Carmen exclamó: ¡ahí
llega, es el hombre mayor que corre tantas carreras!, ¿por qué no vamos a
saludarlo?. Nos acercamos ante la
silueta de aquel anciano exhausto. Hubiera costado encontrar en él un halo de
juventud o esplendor, su apariencia no era la de un hombre mayor al que la vida
le hubiera tratado bien, sino más bien, la de un anciano muy cansado, que prácticamente
había sido superado por un gran esfuerzo. Pese a todo no me inspiró pena, sino
más bien una dulce admiración y una rara especie de envidia, como si él tuviera
algo que yo quisiera tener y no supiera cómo conseguir. Le saludamos, le felicitamos
y él, con una sonrisa sincera, nos contestó un simple pero casi imperceptible
"gracias". Se alejó en busca de su bolsa de corredor en un avanzar
lento, casi agónico. El episodio se me quedó grabado y en seguida fue archivado
en el cementerio de los recuerdos no urgentes. Este oscuro almacén es especial
porque revive recuerdos catalépticos que nunca llegaron a ser cadáveres,
simplemente estaban aletargados. Por eso hoy, de forma espontánea ha vuelto a
la vida.
Germán Fernández
González es madrileño. Su pasión por el running es tal que a sus 80 años
multiplica las carreras en las que participa. Es como sí pensara que le queda
poco tiempo y tiene que aprovecharlo al máximo. Ya sabe qué se siente al
terminar un maratón, acumula un montón de medias maratones en sus maltrechas
articulaciones, y viéndole uno sólo puede pensar que le está echando un auténtico
pulso a la vida. A la misma vez que yo andaba jugando al mus con mi ego buscando
explicaciones sobre mi rendimiento, Germán avanzaba paso tras paso en su lenta
pero segura carrera hacia una nueva meta conseguida, un nuevo revivir. Hoy creo
que el verdadero protagonista de aquella prueba en Manzanares fue él, aunque para
muchos pasara totalmente desapercibido.
Germán hace cuatro años
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