Llegaba lo duro de la semana, el miércoles y el jueves, dos días con curso, sin tiempo material para poder correr por la tarde-noche, y practicamente tampoco por la mañana, por lo que si uno quiere entrenar lo tiene que hacer a la hora de comer, con lo que no se come, o se come antes. Eso hice el miércoles, mal comer delante del ordenador mientras no dejaba de trabajar y salir a correr con un considerable calor a eso de las 14:10 horas. Falta de ganas y dolores musculares, esos fueron los primeros síntomas. Y costó, costó bastante correr unos para mi importantes 10 kilómetros. Las piernas fueron entrando en calor y conforme fue ocurriendo esto me fui encontrando mejor, sin embargo en la última parte del entreno no me gustó nada la carga que sentí en la cintura (me dí el alta de la pubalgia pero no me la dio ningún médico, ya se me entiende). Cuando llegué a la bodega me sentí aliviado, como sintiendo haber ganado una pequeña batalla a mi parte más cómoda. Mi voluntad de correr hasta llegar al menos a los 80 kilómetros había vencido la dificultad de correr a horas tan intempestivas y en momentos tan bajos de mi vida. La ducha me sentó muy bien, y aunque el resto de la jornada fue agotadora, desde ese momento me sentí con los deberes hechos. Eso sí, tras mi viaje desde Campo de Criptana a casa, llegando a las 22:30 me tuve que poner a hacer la cena para Merche y para mi (ella estaba en clase de pilates) y me costó el no subir al dormitorio y acostarme sin cenar, porque no me tenía en pie.
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