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martes, 16 de abril de 2019

LA CRÓNICA DE LA MARATÓN DE MONTAÑA DE CUENCA: LAS COSAS SON TAN BONITAS COMO LAS VIVES

La simplificación que supone la edad

Me acerco irremisiblemente a esa edad, ya están aquí los 50, y a estas alturas tengo claras dos cosas: la primera es que la montaña me ha seducido definitivamente y la segunda es que tengo que disfrutar de ella mientras mi cuerpo lo soporte. Han sucedido tantas cosas desde que me picó ese bicho, hace ya casi 10 años, que puedo decir que lo que soy hoy  no es más que el fruto de lo recibido durante el duro trayecto. Esta MAMOCU 2019 no es más que otra parada, otra estación, una nueva oportunidad de aprender y aprehender, que es lo que llevaremos por equipaje en esta vida justo antes de abandonarla.

Y todo empezó con una promesa...

...Marzo de 2018, acabo de pasar por el Puente de Valdecabras y aún quedan 8 kilómetros, enfilo hacia la ciudad de las Casas Colgadas, ¡por fin de regreso!, ya no me alejo hacia la nada, pero el sufrimiento es tal que me pregunto qué hago allí; no me retiré en el 23, aunque el cuerpo me lo pidió, pero resistí la tentación y monté una barricada para impedir que mi mente se dejase seducir por el malestar generalizado. Alcanzo una bonita senda al borde del cortado que limita la gran Hoz del Júcar, esa que las aguas horadaron hace cientos de miles de años, y pienso que la he fastidiado, no estoy viviendo ese momento que como se merece, así que hago algo que caracteriza a casi todos los locos que habitan la montaña: saco mi grabadora imaginaria y le doy al rec: "prometo que el año que viene pasaré por aquí nuevamente, lo haré sin arrastrarme y fundido con el río en total armonía"...

... y por eso el otro día le dí al clic del ratón y terminé inscrito nuevamente en esta preciosa prueba. No me importó que este año la hubieran endurecido con 2 kilómetros más y +350 extras. Mercedes no se reengancho a pesar del grato recuerdo del año pasado, no en vano aquel reto le puso las pilas para luego acometer, como acometió, sus fabulosos 101 kilómetros de Ronda.

Promesas que se convierten en nuevas oportunidades

Salimos de Valdepeñas, Inés, Merche y el que os escribe, y en el ambiente se nota que no será como en otras ocasiones, no nos batiremos el cobre los dos, ¡mi mujer va muy relajada!.

Voy al volante y frente a mi, en el horizonte, una nube blanca con forma de cara parece emitir una sonrisa, me siento optimista.

¡Qué difícil es comer mal en un restaurante de carretera en lo ancho y largo de nuestra geografía!, en esta ocasión lo hacemos en las cercanías de Honrubia. Llegamos a Cuenca y hacemos el check in en el Hotel Torremangana, a no más de 400 metros de la salida y tras reposar un rato vamos al centro comercial a recoger mi dorsal. Mercedes se contraria con mis prisas por regresar al hotel, y es que ando nervioso por ver a mi Albacete jugar; afortunadamente le ganamos al Lugo y como había sentido una semana antes en Serón, tengo la esperanza de que si el sábado se da bien el domingo será una continuación de ese sabatino día.

Ya está anocheciendo y pienso en Iván, "Iván de Fuertescusa" como reza en mi móvil...

...Octubre de 2017, II Trail Puerta de los Infiernos, en Fuertescusa, comparto carrera con un tío estupendo que resulta que es organizador del evento que estamos corriendo. Cuando abandonamos ese bonito pueblo siento que no ha habido carrera por montaña donde nos hayan tratado mejor que allí y que realmente hemos de volver...

Así entraron Mar e Iván en nuestras vidas. Poco tiempo después él me habló de la MAMOCU y mi mujer y un servidor nos alistamos sin pensarlo...

...marzo de 2018, nos estamos tomando un café los cuatro tras haber recogido los dorsales en el centro comercial, la idea es compartir carrera con él, aunque sea un ratito, pero está lesionado y no sabe si arriesgará participando..., al día siguiente zarpa el barco y él se queda desilusionado en tierra. Antes de que den la salida nos emplazamos para otra ocasión, quizá en 2019...

Salimos a la calle ya de noche, ¡tenemos mucha hambre!. Mientras estoy escribiendo un "guasap"  al bueno de Iván, Merche me dice, "¡pero sí están ahí!". Agito los brazos con gestos ostensibles para que reparen en nuestra presencia y les vemos sonreir a través del cristal del ventanal del restaurante, ¡qué casualidad!, se alojan en el mismo hotel. Charla estupenda y sin descanso, tenemos poco tiempo para contar muchas cosas. Y así es como hemos regresado al punto donde nuestras mutuas promesas confluyen, emplazados para terminar lo que o no iniciamos o lo que nos obligamos a repetir para, en ambos casos, quedar por fin satisfechos.

La estupenda pizza casera me aporta una nueva pista positiva, está tan rica que me está diciendo a gritos que esta aventura saldrá bien, como si la forma de las nubes en el cielo, el resultado de un partido o el sabor de las comidas, nos cantaran mensajes cifrados que hablasen sobre nuestro futuro más próximo.

Lo contrario a kalopsia

Los griegos decían que kalopsia es creer que las cosas son más bellas de lo que realmente son; yo he buscado, sin éxito, la palabra que defina eso de sentir que las cosas son tan bellas como realmente son. He llegado a la conclusión de que quizá a ese estado le podemos llamar felicidad...

Duermo como un lirón, enésima prueba que me muestra que todo saldrá bien y ni siquiera tengo que escuchar la alarma del smartphone, porque mi reloj biológico hace que entreabra los ojos a las 06:12, justo tres minutos antes de la hora programada para levantarme.

Trato de no molestar a mis dos mujeres que lucen sonrientes mientras duermen, así que me llevo toda la parafernalia al cuarto de baño y allí desayuno y preparo el chaleco que tengo que portar, también la mochila que dejaré en guardarropía. Reparo en que NO coincide ni una sola prenda con las que lleve en la MAMOCU 2018, y además llevaré mi pañuelo rosa de la "Subida al Veleta" del agosto pasado, reto compartido con Merche, que últimamente acompaña a mi pelo en casi todas las carreras.

El de recepción me deja una toalla para poder ducharme en el polideportivo tras la carrera, y es que tenemos que hacer el check out a las 12 horas, y, obviamente, no preveo terminar la prueba antes de esa hora. Me quedo esperando en el hall a Mar y a Iván pero no aparecen a la hora convenida así que me marcho hacia el pabellón con un pensamiento en forma de bucle, "las cosas deberían ser tan bellas como las estás viendo, así que no dejes de mirarlas" y justo por el camino me llevo la primera sorpresa, me topo con dos compañeros montañeros de La Solana, Augusto y Jose Antonio...,

...abril de 2017, estamos realizando un fabuloso entreno con Raúl y Víctor, de nuestro actual Club de Montaña de Linares (aún no pertenecíamos al mismo), recorremos la ruta del malogrado Iber Linx Trail, que ellos iban a organizar pero que nunca llegó a celebrarse y entre los invitados están Augusto y Jose Antonio...

...Las redes sociales han hecho el resto y no hemos perdido el contacto con ellos...

Dejo la mochila clasificada con su numerito en el lugar habilitado para tal fin y me apresuro hacia el corralito. Una vez dentro aparece Iván y me siento aliviado, el barco partirá en esta ocasión con él y sus dolores de espalda podrán esperar para otra ocasión. Pero no se han terminado las sorpresas, aparece Julián Moya...

..mayo de 2014, tercera y última etapa de la extinta Quijote Legend y aventura compartida con este crack. A Julián me lo ha regresado la casualidad cuando mientras le hacía de periodista a mi mujer en su Maratón de Murcia; lo ví pasar corriendo y me saludó, un saludo improvisado; mensaje en facebook, regrabo su número de móvil y de nuevo en contacto...

...y ahora aquí lo tengo, le presento a Iván y probablemente con este gesto estoy continuando una especie de "cadena de favores", de "bola de nieve de compañeros", ¡que siga creciendo!, que siga su curso montañero.

Y es así como en aquella fabulosa mañana me siento profundamente afortunado de estar allí con gente tan grata. Cuando dan la salida pienso que no que querría encontrarme en ningún otro sitio que no fuera ese.

Condenados a intentarlo: a la caza de nuestro regocijo

No he dado mis primeras zancadas y ya me recorre el cuerpo una sensación de paz. Tengo todo lo que quiero, una bonita carrera, un cielo azul que promete, buena compañía y estoy haciendo lo que quiero hacer hasta que las piernas me digan basta. Me dejé el ego en algún sitio y ya no recuerdo dónde fue...

Marcho con Iván en tándem y apenas 5 minutos después Julián se nos une y comenzamos la subida por la empinada senda mientras exprimimos al máximo una improvisada conversación sobre trails, pareciera que no nos costase avanzar ante la dura pendiente que ya nos propone la carrera.

Mi agenda social se enriquece cuando alcanzamos a María del Mar Sevilla y a su marido Luis Miguel, dos cracks valdepeñeros. Él acompaña en el reto a su mujer y compartir un rato con ellos acaba de completar mis buenas sensaciones.

Comenzamos a bajar por la primera parte técnica, y recorremos una zona nueva en el recorrido de 2019 (un 40% del mismo es distinto respecto a la del año anterior). Voy de cháchara con algún que otro corredor y me despito de forma que he dejado atrás a Iván y a Julián, así que me detengo y veo pasar a Augusto y a Jose Antonio, también a María del Mar y a su marido, y les pregunto por mis compañeros, ella me dice que uno de ellos se ha caído, "¿cómo?". Espero durante un interminable minuto y veo aparecer a Iván que me cuenta que Julián se ha tropezado y se ha ido al suelo doblándose la rodilla y dándose un pequeño golpe en la cabeza, por lo que ha decidido retirarse. Siento pena y sobretodo culpabilidad por no haber estado allí para ayudarle.

Avanzamos los dos a ritmo cómodo por parajes desconocidos, técnicos y muy entretenidos hasta que cruzamos el Júcar en la zona del Club de Piraguismo de Cuenca. Ahora discurrimos en paralelo a la margen izquieda del río, zona corrible, llaneando y haciendo toboganes; cuando miro el smartphone (había decidido no llevar el GPS) compruebo que no está leyendo bien los datos, lo hace de forma intermitente, quizá por tener el móvil en modo "ahorro de energía". Y concluyo que esto no es un contratiempo, sino una oportunidad para no atarme a tiempos, ritmos y altimetrías. 

 

 Iván concentrado

 Adelantamos a un chaval que lleva una camiseta con el logo de mi siempre querido Pozo Norte y le digo que mi mujer y yo tuvimos la suerte de compartir carreras con Marisol Gijón; él se apunta mi nombre para luego dar recuerdos.


Las primeras duras subidas y la despedida

Comenzamos a subir el Cerro de San Cristóbal, en uno de los tramos más complicados debido a la fuerte pendiente, pero sólo llevamos 8 kilómetros y aún vamos frescos. Iván saca sus bastones y apretamos hasta que un poco más arriba alcanzamos a María del Mar y a Luis Miguel nuevamente; aprovecho para venderles el Trail de Fuertescusa, el bebé de Iván, para que se animen a sentir la experiencia de como un pueblo entero está contigo para hacerte disfrutar. 

Y así tras un buen rato bregando alcanzamos la cima, aunque yo casi no me he dado cuenta.

 
María del Mar completando la subida















Con Luis Miguel en la subida

En el kilómetro 9 Mar está esperando con un sandwich de jamón york para su marido, y después toca la bajada llena de estimulos y entretenimientos, los cuales afrontarmos reservando fuerzas. Y de esta forma llegamos al primer control, kilómetro 9,7, en 1 hora y 38 minutos cuando ya llevamos más de 600 de desnivel positivos acumulados y voy el 159 de la general

En la zona del Convento de San Pablo en la Hoz del Húecar, ya llevamos 10,5 kilómetros y siento que las fuerzas van intactas, la breve escalada con cuerdas se me hace más divertida que el año anterior, y unos metros antes de llegar al Monumento del Sagrado Corazón, tomo la decisión de tirar hacia adelante; lo hago no exento de dudas, sin tener certeza de si hago lo correcto, pero las piernas me están instando a que inicie una nueva empresa. Así que me despido de Iván y le doy todos mis ánimos. 


Y aquí comienza esta nueva y emocionante alternativa; buscando el placer que supone acercarme al límite de mi esfuerzo.

Lo vertiginoso que es arriesgarse

El gen competitivo estaba ivernando y lo he despertado, pero no dejo que tome el control, así que hago que impere la calma. Mientras seguimos subiendo he alcanzado a algunos corredores, y no quiero pensar mucho, pero en mi cabeza deámbula el fantasma del hundimiento del año pasado, así que me repito una y otra vez que he de ser prudente.

Comenzamos la ascensión al Cerro del Socorro, y en una bonita y frondosa zona se me sube el ánimo cuando alcanzo a Jesús, a Esteban y a David, los otros tres valdepeñeros que completan la expedición de paisanos junto con María del Mar y Luis Miguel. Comoquiera que es algo que no me esperaba siento alegría y también que es una suerte poder compartir carrera con ellos. Desde ese momento me marco el objetivo de pasar el mayor tiempo posible disfrutando de su compañía.



Jesús Madrid en una de las subidas

No hemos tenido respiro en todo ese rato, prácticamente ninguna zona llana donde correr a ritmo, casi siempre subiendo o bajando por zonas de terreno técnico. Esto me lleva a ir haciendo la goma con mis tres compañeros, comprobando algo que ya sé: me desenvuelvo mejor en las fuertes subidas que en las zonas donde prima la cadencia, y que en las zonas técnicas de bajada simplemente me defiendo. Sin embargo alcanzamos una senda fácil en una zona boscosa, y en esa parte en la que impera estirar zancada voy marcando el ritmo del grupo un rato y siento que las piernas responden.

Desde el 20 toca bajar vertiginosamente hasta el Puente de San Pablo, David y Esteban se me han ido en la bajada mientras que Jesús se ha quedado un poco atrás, pero las diferencias no son sustanciales e intuyo que nos volveremos a reunir. Cuando cruzo el espectacular  entramado de madera y hierro las sensaciones son difíciles de describir, la gente arenga y me siento fuerte pese a que sé que ahora tocará alejarse nuevamente de la ciudad y vendrá la parte en la cualquier cosa puede pasar.

Subimos por el mismo trazado por el que habíamos bajado en el 10, ese que estaba lleno de estímulos, y alcanzo a David y a Esteban; esta parte es corta pero dura y sin quererlo me he venido arriba, no reservo fuerzas a un sopena de desgastarme más de la cuenta. En las largas escaleras de piedra, justo en el mismo punto del año pasado, Mar me saluda y me pregunta, no necesito decirle nada, con mi pulgar en alto y mi buen semblante son suficientes.


  Alcanzo el aparcamiento del Castillo, en el kilómetro en el 23,5 y ni por asomo se me pasa por mi mente abandonar. Soy un año más viejo pero algunas cosas han ido a mejor.

La soledad bien acompañada

El tramo siguiente lo hago algo temeroso por el nefasto recuerdo del año anterior, aunque las emociones positivas no dejan de llegarme. Cada cada piedra, cada árbol que se me grabó de la pasada aventura de 2018 me lleva a comparar, pero nada que ver, hoy corro y disfruto y en aquel marzo me arrastraba. Esa suerte de comparaciones hace que me sienta más fuerte y que las piernas se crezcan; además cuento con mi arma secreta: la tregua que mi estómago me ha dado desde noviembre, y es que ya tomo geles, aunque sigo mi protocolo alimenticio evitando los avituallamientos. Sería una gran noticia haberme acostumbrado por fin al estrés que supone correr entre obstáculos mientras uno come.

Y así es como veo alejarse Cuenca sin el más mínimo anhelo, deseoso de cumplir mi plan y fundirme con el Júcar para luego regresar con fuerza al punto de origen. 

Nos ponemos en franca ascensión, una zona en la que toca caminar y corretear, pero me sigo sintiendo fuerte pese al calor que ya hace, así que toca ser inteligentes y administrar las zancadas eligiendo correctamente donde caminar rápido y donde trotar lento. Para combatir la deshidratación y sus consecuencias me administro mi segunda pastilla de sales mientras me aproximo a los Cerros de la Atayuela, vigilando de reojo como bajan los niveles de gasolina de mi depósito.

Y es aquí donde la memoria me traiciona porque aún yendo mucho más entero que en la anterior edición compruebo la dureza de esta parte del recorrido, sin descanso, sin tregua, hasta que en el 31,5 alcanzamos el Puente de Valdecabras, tercer punto de control, en 3 horas 59 minutos con casi +2000 positivos, yendo ya el 99 de la general y habiendo ganado 60 puestos desde que comenzó mi aventura en solitario.

En aquella senda que me trajo hasta aquí de nuevo

Comenzamos nuevamente a subir, no hay reposo en esta carrera y el calor ya nos está dando duro. Las piernas comienzan a pesar, pero se quejan de forma gradual, todavía hay fuelle como para seguir en la zaga. 

Y por llego al tramo esperado: en el 34 identifico la "senda de la promesa", y allí me veo, es para lo que hemos vuelto: miro lo profundo de la hoz, las aguas verdosas del río y me concentro, imagino que esto no es una carrera, es una foto fija en la que sólo soy una parte minúscula y efímera de todo lo magestuoso y ancestral que me rodea, y lo que obtengo es un subidón que comienza con un escalofrío y continua con una energía inusitada que se inyecta en mis ya castigados músculos. La sonrisa me llega de oreja a oreja y con esto doy por cumplida mi promesa.





Echo un cadáver en la zona de la senda de la promesa. MAMOCU 2018. Momento en el que quizá formulé mi promesa.

Casi en el 36 comenzamos a subir dejando ya la espectacular hoz a nuestra izquierda, lo cual hace que el ánimo se derrumbe un poco. Ahora toca subir un +150 y ya va costando, ¿es una cuestión de coco?, prefiero pensar que es una cuestión de CACO, esa fórmula que dice caminar y correr a ratos, aunque con más CA que CO, y por primera vez en muchos kilómetros me pasan 2 o 3 corredores. No hago de ello ningún drama, estoy acostumbrado a que me adelanten tropas enteras, además también me voy encontrando, a estas alturas, otros compañeros que van como yo, en la reserva.

En el horizonte veo una corredora, a no más de 150 metros, ahora sé que se llama Gema Sanabria, y ni hoy tengo el gusto de conocerla. Sin embargo grabó su maratón en wikiloc y ello me ha permitido que esta humilde crónica resulte más sencilla en su narración para mi. Me marco como pequeño hito el alcanzarla pero mis fuerzas son ya las que son y además es de las que perserveran, es una guerrera. Cuando alcanzamos por segunda vez el Alto de la Guindara (la primera vez fue en la primera parte de la carrera), toca bajar, al principio por una pista para luego tomar la enésima bajada complicada. Es allí donde veo su silueta por última vez.

Y así es como alcanzo el cuarto control, Ermita de San Julián, en 4 horas y 43 minutos, kilómetro 38,7 y voy situado el 91, habiendo ganado, ¡quien lo diría!, otros 8 puestos más. Tras esto por fin me veo por una simple y llana pista y llego a la conclusión errónea de que en esta guisa llegaré a meta. Es de incautos dar los cosas por hechas, porque ya lo dice el refrán, "hasta el rabo todo es toro". Un corredor con bastones me ha alcanzado y vamos charlando, dejamos atrás a otro par de camaradas, uno de ellos está totalmente acalambrado y en un tramo totalmente liso mi compi se cae de bruces; me intereso por él, pero se levanta igual que un resorte y continúa la marcha como si nada; lo que me dice después es un buen consejo: "sólo queda un par de subidas complicadas y de ahí bajar hasta meta, pero ¡ojo!, hay que reservar todavía un poco"; pienso...¿un par de subidas complicadas?. Tras esto desaparece de mi encuadre en un acelerón que me deja tieso; se marcha como alma que lleva el diablo.

Cuando llego al avituallamiento, me doy cuenta del problema: se avitualla para coger fuerzas para el último arreón, y ¡menudo arreón hará falta!. Me cantan que quedan 3 kilómetros, ¿todavía 3? y vivo entonces el peor momento de toda mi aventura conquense; ante mi una pared corta pero empinada, los del avituallamiento me animan a intentarlo, porque es eso es lo único que me queda, intentarlo; se pone a más del 30% y las piernas ya no están para esas batallas. Pero ¡en fin!, hago de tripas corazón y apoyo por enésima vez en esa mañana las manos en mis cuadriceps, echando de menos en esta ocasión el no haber portado mis nuevos bastones. A esas alturas he recorrido 40,7 kilómeros, llevo 5 horas y 38 minutos, voy el 87 de la general habiendo salvado unos +2500, pero aún queda el postre.

Esto de la montaña se hace muy largo cuando las piernas se mueren

Sin oxígeno, contraídas pero afortunadamente sin calambres, así suben mis piernas al ritmo que me dejan y pueden. Cuando llego a lo alto el peor baticinio se hace realidad:  veo lo que no querría ver, ante mi una resbalidiza bajada y luego otra subida que está salpicada de un montón de puntos de colores, que no son más que avezados corredores de la maratón y de la media que pugnan por llegar a lo alto. Por un instante pienso que no voy a poder hacerlo, es un breve y estúpido pensamiento envenado que además hace que me cabreé por este último "regalito" montañero de la organización. Me alcanza una corredora con la que había intercambiado algo de conversación dos horas antes y ahora me anima a bajar con ella, pero le digo que no puedo ir más rápido, voy muy cargado, y veo como en la subida se me va alejando haciéndose cada vez más pequeñita. Los siguientes minutos se me hacen eternos hasta que por fin alcanzo la segunda cima, no hemos subido ni un +200 pero se me han hecho como si fuera el Tourmalet.

Desde ahí toca bajar y las piernas y los pies gritan sin parar, ya voy sin ritmo y me cuesta avanzar, tanto es así que me pasa un corredor; por fín alcanzo el puente del Júcar, y mientras lo atravieso me adelanta otro camarada que mientras me da ánimos marcha igual que una moto. Giro, entro en el parque y veo a Inés que me está esperando para correr conmigo los últimos 300 metros pero voy tan cansado que le digo que no me coja aún la mano, que lo haga justo en los últimos metros antes de atravesar el arco.



Cruzamos meta en 6 horas 11 minutos y acabo haciendo lo mismo que hice en la anterior edición, en un auténtico deja vú: me tiro en el césped quizá incluso en el mismo sitio de antaño.




 Tirado en la MAMOCU 2018


Tirado en la MAMOCU 2019


Cuando tomo resuello le doy un beso a Merche y pronto me vengo arriba. He sido el 90 de la general, 24 de la categoría veteranos, pero lo más importante, corrí con Iván y finiquité mi cometido en la "senda de la promesa".


Lo que viene después de los deberes hechos

El agua calentita de la ducha me sienta tan bien que cuando salgo de vestuarios es como si fuera un hombre nuevo. Aún así necesito comer algo pero no entra bocado. En meta espero a que lleguen mis compañeros y cuando veo aparecer a Iván, en unas muy meritorias 6 horas 54 minutos, siento una gran emoción y le doy un sincero abrazo. Se le ve muy muy entero y me cuenta que se lo ha pasado bien desde el principio hasta el final. 




María del Mar Sevilla y Luis Miguel llegan un rato después y por el esfuerzo que muestra ella compruebo lo que ya sé, que lo de hoy ha sido muy muy duro y me tengo que sentir más que satisfecho. 



Más tarde me cuentan que David Sevilla entró unos pocos minutos después de mi, y un poco después lo hizo Esteban, no así Jesús que tuvo que retirarse por culpa de los dichosos calambres.

Augusto y Jose Antonio llegan en 7 horas y 22 minutos y su cara de satisfacción lo dice todo.



 Ya han llegado todos mis amigos y por fín puedo dar por concluido este capítulo, aunque no, aún me dejo algo...
 
...aún queda charlar por teléfono con Julián y nos tranquiliza oirle, se encuentra bien, sólo ha sido un susto. Ahora sí, ¡todo cerrado!.

Y así es como Mar, Inés, Merche y los dos extenuados regresamos al hotel. Una vez allí nos despedimos de nuestros amigos, devuelvo la toalla en recepción y en el restaurante me bebo una Coca Cola que es lo único que puedo tomar hasta nueva orden, aunque ya en el camino de vuelta el estómago se abre de par en par y comienzo a atacar todo lo salado que tengo a mano.


Si esta humilde entrada fuera un cuento y tuviera que escribir una moraleja diría que no sé si las señales dicen la verdad, no sé si todo está ahí predispuesto para que las cosas salgan bien o salgan mal, SÍ sé que tanto Iván como yo nos procuramos una segunda oportunidad y peleamos por ella, tuvimos la suerte de cerrar nuestros círculos y vivimos por unas horas ese estado tan maravilloso que te hace sentir que las cosas son tan bonitas como realmente las estás viendo, eso que yo llamo felicidad, aunque para verlas así haya que haber puesto nuestro empecinamiento y nuestro esfuerzo. ¡Qué sea así al menos hasta que el cuerpo nos diga que ya está bien!.


Agradecimientos

Gracias a tod@s mis amig@s y compañer@s, le dieron sentido a este fabuloso domingo. Gracias a la organización, porque todo fue perfecto, incluyendo el último regalo en forma de pared empinada, ¡que para eso somos montañeros!. De los gestos se deduce que miman a los corredores, ya marchando a casa había héroes llegando fuera de tiempo, con el crono apagado, pero allí estaba el speaker animando, incluso el fotógrafo inmortalizando sus caras de esfuerzo.

No sé si tengo más promesas que cumplir en Cuenca, así que os digo ¡hasta siempre que quizá sea hasta pronto!

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