El sábado pasado ponía de nuevo la vista al frente, esta vez sin pretensiones y tan sólo con el ánimo de avanzar, aunque fuese un poco. Me costó hacerme a la idea, a sabiendas de que me iba a tocar sufrir, pero no me esperaba lo que finalmente me iba a pasar. Preparé un circuito en la zona este de Valdepeñas y no necesité más que 20 minutos para darme cuenta que este 2017 lo voy a acabar cerrando mal, como últimamente acostumbre con todos los años que me toca vivir. Yendo por el Camino de Don Bernardo con el sentimiento de que quería pero no pedía apareció el coco en forma de agarrotamiento del semimembranoso, ese músculo que me había estado haciendo la puñeta en octubre, pero cuando apareció la molestia que pronto se convirtió en dolor deduje que el problema iba a ser importante. Pero en lugar de regresar a casa continué bregando y aguantando lo que claramente era dolor, hice de tripas corazón y me cuajé toda la tirada sin disfrutar lo más mínimo, más al contrario. Al menos me dejó correr, aunque bien sabía que ese esfuerzo me pasaría factura.
Algo más de 22 kilómetros, y cuando me enfrié me ví otra vez fastidiado, con la sensación de que no hay forma de salir.
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