El horizonte se curva,
la vista se le nubla y los sentidos se pierden en el laberinto del fin. Cae
desplomado sin tensión alguna golpeando su nariz contra el duro y caliente
asfalto. Ya da igual, no siente dolor, porque desde otro plano le embarga una
paz que le arrastra hacia algo nuevo. La ambulancia esquiva coches, abren las
vallas y acceden sin dilación al recinto del evento hasta que finalmente dos sanitarios
apresurados llegan al punto exacto donde Juan dejó de existir. En el suelo yace la
silueta de un maratoniano alto y delgado. Tendido boca abajo no se puede ver el club al que pertenece, su número de dorsal ni puede identificarse su cara. Al
darle la vuelta para iniciar las técnicas de reanimación no se fijan en la
publicidad de su camiseta, en el 1506 que aparece en el papel cosido con
imperdibles, ni tan siquiera reparan en la media sonrisa que luce en su rostro o en la sangre seca que salpica su cara. Su corazón ya no bombea aunque los
preocupados profesionales sigan a rajatabla el protocolo establecido a ritmo
del 1, 2, 3, presionando y ensuflando aire, hasta que ambos sienten que sus
esfuerzos son en vano y uno de ellos se pregunta que tipo de loco se deja la
vida corriendo cuando debería ser un hobby y no una actividad de riesgo.
María está unos metros
más allá de la meta con la cámara dispuesta a inmortalizar el sueño de Juan.
Minutos antes le había visto pasar incansable con su elegante zancada a la
hora prevista en los puntos kilométricos planificados. Habían intercambiado cómplices
sonrisas en cada encuentro sin necesidad de que ella hubiera tenido que
arengarle en su difícil empresa. El cronometro colgado del arco de meta avanza
hacia las tres horas y María se preocupa porque no vislumbra la silueta
quijotesca de su amor. Oye sirenas, ve a su alrededor movimiento y sin duda
algo ocurre pero es incapaz de asociar la desdicha que está por llegarle con
sus dulces y actuales planes de vida
Juan no era un hombre
creyente aunque un día mantuvo la convicción de que la vida sería un sinsentido
si pasásemos por ella sin más, para luego desaparecer eternamente. Con los años
se instaló en la idea de que vivir es un premio que hay que exprimir y correr
le ayudaba a materializar esa forma de pensar. Ahora, en este preciso instante,
Juan no está arriba flotando, tampoco levita a ras de tierra; realmente no sabe
dónde está pero siente tan cerca a María como cuando entrelazan cada noche
sus manos. Ya no puede expresarle que ella es lo más importante, no habrá foto
final de su entrada a meta, ni abrazo ni beso, no fluirán las lágrimas por
haber conseguido lo tan ansiado; todas esas experiencias están por acontecer
para otras almas afortunadas aunque ya no para ellos. Pero Juan no está vacío porque
tiene otra carrera que realizar: siente una emoción inmensa, más grande que la
del pistoletazo de salida de una maratón importante y aunque a su alrededor no
hay más maratonianos no se siente solo. Comienza a correr y no le cuesta nada,
no hay resistencia, solo fácil avance. Querría quedarse allí con todo lo que conoce
y ama pero ya no está en su mano tomar decisiones, eso es cosa de los vivos;
ahora sólo puede partir hacia su destino y se aleja...
María siente un
cosquilleo que recorre todo su ser, es una sensación muy placentera. Algo muy
adentro le dice que todo va a salir bien, pero antes tiene ante sí una larga
carrera que realizar sin la ayuda de nadie. Aún no lo sabe pero le costará
continuar hasta que finalmente encuentre su nuevo lugar...
Ha llovido tanto que
las heridas ya no sangran, el agua limpió todo los restos que nos dejaron otros
tiempos. Ahora María corre y no puede parar porque hay una fuerza que le obliga a
ello a diario y a veces sus jornadas se alargan más de dos horas sin que
apenas sienta cansancio. Ya no es la que era pero hay algo que no ha cambiado:
por las noches cuando se gira en la cama siente que una mano le agarra la suya
y entonces deja de sentirse sola.
Buen relato. Como te he dicho esta mañana, prefiero ser la mujer de ese que corre poco que la viuda de ese que corría tanto. Me ha llegado al corazón por la parte que me toca. Enhorabuena por la carrera de hoy y no te angusties que ya sabes que esto es así, unos días buenos, otros regulares y otros, mejor no hablar. Ya están subidas las fotos. ¡Nos vemos!
ResponderEliminarGracias Ana, por supuesto se da que no nos va a pasar nada relacionado con lo del relato. Gracias por las fotos
EliminarBuen relato Javier, algo trágico me ha parecido, pero debe de ser por el tiempo donde ha sido escrito. Veras como bien tiempos mucho mejores.
ResponderEliminarSaludos, Emilio.
Si, será eso Emilio, estoy un poco gris. Gracias por los ánimos. Por lo pronto ando lesionado con algo que no sé muy bien que es (no sé si es periostitis tibial)
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