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domingo, 11 de agosto de 2013

EL CHOCOLATE DE LA VIDA



Aquel corredor maduro bajaba como alma que lleva el diablo por el sendero pedregoso de la empinada ladera. Sus piernas estaban acostumbradas a libras mil batallas por terraplenes, peñas, ríos y frondosa vegetación,  todo ello a veces bajo las peores condiciones climáticas. Se sentía un hombre nuevo desde que había roto con su anterior vida y acostumbraba a pensar en una llama fluyendo a medio gas que poco a poco se apaga, pero justo en el último instante remonta; ahora el aceite de su candil existencial se quemaba sin miramientos, no queriendo pensar cuanto combustible quedaría acumulado en el depósito. La cómplice de este cambio había sido la montaña, su amante, la cual le había enamorado y dado una razón para vivir, de forma que a sus 60 años se sentía liberado por no tener que responder de sus actos ante nadie, aunque no hubiera un alma a su lado con quién compartir sus mejores momentos junto a la naturaleza. Aún así, en su soledad, se reía para sus adentros pensando que de lo único que no conseguiría alejarse jamás sería de su pasión por el monte.

El sendero se puso impracticable a la vez que peligroso, aunque iba sabiendo esquivar los obstáculos mientras descendía con buena técnica y ritmo. Sin embargo, en su nueva etapa solitaria, no podía entender que el ser humano tiene sus limitaciones; siempre hay cosas que escapan a nuestro control,  por lo que el destino le había ocultado, entre un montón de hojas secas, una raíz puntiaguda que sobresalía más de un palmo por encima del terreno... Tras un vertiginoso giro hacia la izquierda, un profundo corte de tierra permitía contemplar el precipicio, y allá abajo el furioso río. Un runner no teme a las dificultades, simplemente los respeta; correr engañando a tus miedos te hace sentir un poco más vivo, sobre todo si sabes que dentro de unos años no será un accidente el que te entregue el pasaporte al "otro lado", sino la propia ley de la vida. Tropezó con aquella raíz que estaba esperándole largo tiempo y en un instante su cuerpo dejó de estar controlado por su cerebro para dar de bruces contra el suelo sintiendo un punzante dolor al caer de costado sobre las piedras, después rodó hasta volar hacia el vacío, sin darle tiempo a sentir la sensación de flotar ya que su mente estaba tan sorprendida que no era capaz de asimilar otro mensaje que no fuera el de vivir sus últimos instantes. Cayó en las frías aguas del caudaloso afluente y fue vapuleado por la corriente, como otro canto rodado más, proyectado al igual que el resto de los elementos a gran velocidad río abajo...

El tiempo dejó de ser testigo de su conciencia y lo siguiente que sintió fue una fuerza extraña tirando de sus pies hasta arrastrarlo; la imposibilidad de abrir los ojos y su cansancio hicieron el resto, por lo que se dejó llevar hasta volver a perderse en la maraña de su subconsciente... Las horas transcurren ajenas a lo que acontece a los mortales y eso ocurrió con él: el minutero de su reloj siguió su ritmo mientras su vida entraba en una catarsis distinta. Cuando logró entreabrir sus párpados vio ante sí un hombre muy anciano que le arropaba con varias capas de mantas. Trató de moverse pero un agudo dolor le hizo cambiar de idea. Sus sentidos habían regresado unos segundos simplemente para que captara el hecho de que estaba a salvo, y si hubiera sido creyente habría agradecido a Dios el haberle dado esta segunda oportunidad. De nuevo sus sentidos se nublaron para advertirle que le dejaban nuevamente sólo ante el mundo onírico.  

...Olía tan intensamente a chocolate que podría decirse que nunca había llegado a su nariz aroma más puro y agradable. Giró su cabeza hacia la derecha y pudo comprobar que había una cazuela colocada sobre el fuego de una chimenea que le daba la bienvenida. Las mantas le ofrecían una calidez nunca experimentada y al mirar hacia la ventana pudo contemplar como caían copos de nieve del tamaño de naranjas; no podía entender como podía nevar de esa manera en junio, pero tampoco tenía fuerzas como para preocuparse por esa contradicción. De repente oyó una voz muy grave: "¿te encuentras mejor?"...al tratar de contestar sintió un profundo pinchazo en la zona lesionada, y el anciano le dijo.."no hace falta que hables, tan sólo asiente", así que asintió; con un gesto de su cara trató de agradecer tan generoso acto a su benefactor, y el octogenario, como leyéndole el pensamiento, volvió a hablarle: "tuviste suerte esta vez, la montaña te tiene tan atrapado que no te deja ver sus espinas; ¿no te preocupa el riesgo que corres de morir solo?, ¿sin nadie?". Esas palabras sonaron como un eco apagado pero la trascendencia del mensaje llegaría irremisiblemente a la fibra más fría de su alma. Aquel extraño personaje le ofreció una taza de chocolate; tenía un sabor extraño, pero a su vez familiar; no se podía decir que estuviera exquisito, pero invitaba a volver a probarlo; tras un primer atisbo dulce venía una ligera sensación salada, después, como de la nada, aparecía cierto amargor acompañado de un compendio de tonos afrutados; finalmente se quedaba un regusto extraño y agradable que te transportaba a la felicidad. Tras esto se encontró tan exhausto que dudó de si le estaba llegando su hora, y por un momento temió que las anteriores palabras del anciano no fueran una advertencia sino un vaticinio instantáneo del presente más inmediato, pero aún así el aletargamiento fue tal que cayó en el abismo sin saber si regresaría de él para poderlo contar.

Se despertó sudando y confuso tratando de recordar dónde estaba y qué le había sucedido. Yacía sobre un viejo edredón, sin ninguna manta encima, vestido con la ropa de corredor con la que había sufrido el accidente. Aún así hacía calor, no en vano era casi verano. Enseguida recordó, así que se incorporó y miró a su alrededor. La chimenea estaba donde hacía unas horas, pero no parecía que hubiera estado encendida desde hacía años, la ventana se encontraba allí, pero no caían copos. Todo a su alrededor daba muestras de abandono, a juzgar por el polvo acumulado y los pocos muebles. El anciano, obviamente, no estaba en la habitación. Se incorporó y pronto sintió el dolor intenso de su costado, pero saco arrestos para andar a duras penas hacia la puerta y comprobar que estaba cerrada. Tras esto volvió a esforzarse hasta llegar a la ventana, donde comprobó que la reja le impediría la salida, Entonces se dio cuenta de que en el bolsillo de su malla tenía un teléfono móvil, si tenía suerte aún funcionaría...

Quedo sorprendida al oír su voz, primeramente por lo extraño de su tono, y después porque hacía casi un año que no tenía noticias suyas. Desde que se separaron no había habido ni un sólo día de un color distinto al gris, de forma que con su marcha se había esfumado también la alegría de vivir. Ahora volvía a hablar con él, de forma que como una marioneta manejada por una intención ajena, su corazón se volvió a encender sin ella buscarlo.

Tuvieron que forzar el candado oxidado de la puerta para poder acceder a su interior. Tras esto atendieron rápidamente al hombre que estaba medio deshidratado y muy desorientado; le pusieron una toma en el brazo para introducirle suero hasta que la ambulancia partió hacia el hospital más cercano. 

A través de la ventana del vehículo podía ver como se alejaba la silueta de aquella casita en medio de aquel bosque. Si lo de aquella tarde-noche había sido un sueño, ese sueño le había devuelto a la vida. Pero ¿cómo era posible que en su paladar todavía pudiese apreciar los sabores que de forma tan intensa había experimentado con aquella maravillosa taza de chocolate?. Ojalá esas maravillosas sensaciones no le abandonasen jamás... El traqueteo del coche en su marcha por el camino le impedía dormir, así que pensó en ella y sintió el impulso de llamarla para pedirle perdón, pero no tenía posibilidad de saber donde estaba su móvil, por lo que cerro los ojos; pronto salieron a la carretera y fue en ese momento cuando cayó nuevamente rendido.

Sentada al lado de la mesa del salón, ella se tomaba una taza de chocolate calentito. Su marido se había pasado gran parte de la mañana añadiéndole ingredientes al cacao y a la leche para dar con el gusto soñado. A veces podía ser una persona un poco obsesiva, pero eso a ella no le importaba. Probó un sorbo de aquel mejunje y sonrió, disimulando ante el sabor desagradable de aquella pócima. Él, a su vez, tenía otra taza entre sus manos y desde la barra de la cocina se echaba pequeños sorbos a la boca; tras unos instantes de atento examen concluyó que no era lo que estaba buscando; tendría que seguir probando con los ingredientes hasta dar con la fórmula. Tras esto se acercó a su esposa y le dio un beso en la mejilla; se iba a correr durante un par de horas por los parajes de la zona, pero no sería nada demasiado peligroso. En cualquier el destino estaba en paz con él y no le volvería a poner más raíces ocultas en su camino. 


3 comentarios:

  1. Muy buen relato Javier, aderezado con los ingredientes de la vida, las ansia de libertad, el compromiso, la añoranza, los recuerdos, la dualidad, de que no hay dulces sin amargos, ....y sobretodo las traicioneras raíces, que en esta semana que termina, tanto me han perseguido. ¡Enhorabuena!.

    Saludos, Emilio.

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    1. Gracias Emilio, a este ritmo que quedo sin ideas. Lo bueno es que no me llevan mucho tiempo

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    2. ¡Animo Javier!, seguro que las ideas no te abandonan, a veces cuesta algo más hilvanar el relato, así como el resultado, puede dejarnos más o menos satisfecho, siempre que haya un producto es para estar medianamente satisfecho.

      Saludos, Emilio.

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