Inerte y allí postrado luchó por
buscar entre los viejos cajones de su mente algún recuerdo con el que poder
robar unos instantes a su destino. Poco a poco fueron llegando trozos de vida
que hicieron que su alma sonriese, aunque su cara acartonada no permitiera
exteriorizar sentimiento alguno. No halló en aquel universo pasado malos
momentos, aún estando seguro de haberlos vivido. Vio a sus hijos, en otro
tiempo; eran pequeños, jugaban y peleaban, resonando el tono de sus voces y
gritos; aunque antaño les hubiera regañado en este eco sintió ganas de abrazarles. Olió a sábanas recién lavadas por su madre y expuestas al sol de una primavera de antaño y reconoció la voz grave de su padre
llamándole una mañana cualquiera en algún momento de su lejana adolescencia, como
comienzo perfecto del despertar de un nuevo día. Sintió el calor de su mujer
acurrucada en su regazo en una fría noche de uno de aquellos
inviernos, …¡cuanto la había echado de menos!. Y le llegó aquel regalo: sus
piernas aún eran fuertes, flotaba en cada zancada y olía a tierra mojada, era
octubre..., corría libre y nada ni nadie podía pararle; ese recuerdo pasó a ser su último sueño y el sueño se convirtió en eternidad.
Entrañable y evocadora la presente entrada, recuerdos y añoranza que se nos se "nos escurren entre las manos como arenas de la playa", pero que cuando fijamos una idea central, por limitada que sea, saltamos de gozo y alegría. Me ha gustado bastante. ¡Felicidades!.
ResponderEliminarSaludos, Emilio.
Gracias Emilio,
ResponderEliminarQuería hablar sobre la muerte y el running, que no casan mucho, pero los que corremos sabemos que tendremos que pasar, irremediablemente por ambas situaciones